Mientras suenan las
metafóricas letras del Indio y algunos bocinazos entran por la ventana, un
colectivo acelera la marcha y miles de personas caminan las calles esquivando
baldosas flojas y bicicletas que andan por la vereda, tantas historias como
segundos transcurridos en un rincón del mundo, sucumbido a la vorágine
constante que se manifiesta velozmente en el espacio público. Espacio que implica una construcción viva,
dinámica, cambiante, donde se producen intercambios tanto
materiales como simbólicos por
parte de los individuos que lo habitan.
Pero estas relaciones
no se dan de manera armónica, sino que por el contrario existen tensiones en lo que respecta a significaciones y puntos de
vista, actitudes y límites, y los demás aspectos que se pongan en juego dentro
de ente marco de intercambio. Todo este entramado surge al considerar a las
personas tanto como productores, protagonistas y a su vez, público.
Es decir que, con nuestras intervenciones,
transformamos la realidad que nos engloba y somos transformadxs al cambiar
nuestros esquemas para percibirla. Incorporamos o deshacemos elementos,
ya sean signos o materiales, como componentes organizadores necesarios para
interpretar el mundo que habitamos y del que somos parte. Se da entonces un proceso de apropiación constante y
resignificación continua tanto de la esfera en la que estamos inmersos como de
nosotrxs mismxs.
Es el tan conocido
sistema capitalista, en sus múltiples encarnaciones, el que se hace presente en
todos los ámbitos de la vida misma. Las desigualdades de este sistema en cuanto
a medios de producción y representación, se manifiestan en la economía, la
condición social, la conciencia colectiva, el ámbito cultural: todas aristas de
un entramado de significaciones que nos condicionan como individuos, pero que
no nos determinan.
Según el teórico y
crítico de la cultura José Luis Brea “es
en el campo cultural donde se desprende la mayor batalla, entendiendo que ante
la desopilante diferencia entre modos de producción y consumo, la revolución es
ahora inmaterial”. Es decir, serán los propios posicionamientos de los
actores de la cultura, los que a través de su obra –generalmente desde la
autogestión y la resistencia- deberán generar
mecanismos para interpelar a una sociedad dormida, generando la pregunta,
floreciendo la conciencia crítica, expandiéndose como reguero de pólvora para
explotar y armar el mundo nuevo sin opresorxs ni oprimidxs.
Me
voy corriendo a ver, que escribe en mi pared, la tribu de mi calle
Existe entonces una
cultura opresiva, legitimada por instituciones y organismos que buscan en esa
herramienta el control de los pensamientos, induciendo a través de los medios
propagandísticos lo válido y correcto, marcando a su vez los límites de la imaginación
que pretende adormecer.
Claro que también,
desde las grietas de este feroz sistema, se alza una contracultura que busca
desde la resistencia, generar perspectivas críticas aludiendo a los conflictos
sociales, visibilizando y cristalizando problemáticas propias de los contextos
donde se desarrollan. Invitan de esta manera a generar un sentimiento de pertenencia y
desenmascarar una iniciativa opresora, aflorando la pregunta con mecanismos
activos, otros modos de lectura, disputando sentidos para actuar sobre las
situaciones y transformarlas.
Este paisaje fugaz es
constitutivo de las personas. ¿No utilizamos acaso como referencia alguna
esquina pintada? ¿No nos identificamos con las frases de rock plasmadas en las
paredes por algún personaje anónimo? ¿No nos sensibilizamos, identificamos
acaso, con el discurso de algún mural que nos interpela con su contenido?
¿Nunca más te llamo la atención una baldosa blanca entre tantas flojas?
El carácter mutante
del espacio público da constancia de la diversidad que en él confluye. Esta multiplicidad de sentidos se ve
reflejada en diferentes géneros y técnicas que conviven, aunque en términos
artísticos no haya una mejor que otra, sino que se diferencian por las
subjetividades que las interpretan. Diferentes estilos que contrastan unos con
otros conformando géneros expresivos diversos, dando cuenta de las múltiples
realidades, tantas como intérpretes existen.
Ejemplo de ello, se
observa en las inmediaciones de Plaza Rocha un fenómeno en constante
nacimiento, tal vez nunca previsto por su fundador. Letras, stencils, tags,
esculturas, pegatinas, monumentos, reivindicaciones y figurones que tienen como
epicentro, la Facultad de Bellas Artes.
Si bien es un universo
en sí mismo, no debe dejar de salir a la calle y llevar a la praxis constante
su plan de estudios orientado más hacia una mirada latinoamericana a partir del
2006 y ya no eurocentrista. Cuenta con la carrera de Artes Plásticas y sus
orientaciones en Escultura, Escenografía, Grabado, Dibujo, Cerámica y Muralismo
y Arte Público Monumental. Esta última, es sin dudas una conquista histórica
luego de haber sido cerrada por la más
atroz de las dictaduras militares en 1976, por ser un medio de comunicación
masivo.
El arte público tiene
la particularidad de construir imaginarios, interpelando la cotidianeidad de
las personas, a su vez, inviste identidad colectiva, mediante un proceso donde
se gestan los sentimientos de pertenencia de distintas personas, cada cual con
sus particularidades. Resulta entonces inevitable, al transitar la ciudad de La
Plata, no notar las diferentes manifestaciones artísticas.
Uno de los principales
exponentes de este suceso que traspasa lo artístico para convivir con lo
sociológico como fenómeno en plena expansión, es Luxor, quien se define como un
artista popular, que pinta sobre cualquier soporte, pero preferentemente ve en
los barrios y en las casas la oportunidad para dialogar con las personas,
construir en reciprocidad mediante el diálogo. Entrar en contacto directo,
compartir momentos e historias de vida. Deconstruir la realidad como así
también a los sujetos. Y vaya que lo logra.
Para Luxor, que se
llama Lucas, su obra responde a un proyecto. Busca construir de manera
colectiva, dándole a través de su amplia gama de colores, voz a lxs que muchas
veces han sido calladxs por la brutalidad del sistema. Es una clara forma de
disputar sentido: busca generar una pintura popular, desde la bases,
compartiendo su experiencia y nutriéndose de la otredad. No se siente para nada
un iluminado, por el contrario, cree necesario el encuentro con cuantas
personas sensibles y piolas sienten y pueden encontrarse en un acto de amor y
representatividad a través del arte popular que ambos factores llevan adelante.
Hacia el futuro.
Otra experiencia de
gran valor y característica de la ciudad, que disputa el espacio público, es la
realizada por la Asamblea Vecinal Parque Castelli. Nacho Bogino, artista
público y miembro de la organización, que surge desde la humedad que dejó el fatídico
2 Abril y la desidia del Estado, relató: “Hubo
necesidad de agruparse. Con otros artistas como Carlos Franchimont y Mili Martínez
como parte de la comisión de arte, propusimos al resto de las comisiones la
realización de una escultura en la esquina de 65 y 26: Primer homenaje desde y
hacia los vecinos afectados. Sin
embargo la catarsis continuaba y la Asamblea se agrandaba”.
Nacho continúa su
relato y agrega que fue el boca en boca y el casa por casa, la herramienta para
nuclearlos, “se marcó hasta donde había
llegado el agua en cada hogar y el espacio público mutó contando múltiples
visiones de una misma historia.”
El abandono fue tan
grande que hubo que buscar soluciones recorriendo la superficie que también
hizo crecer los desafíos. Se invitó a participar a más gente y las manos se
multiplicaron. El ferretero de la esquina hizo sus donaciones, se buscaron los
pinceles que el agua no se había llevado, y los mates fueron el hilo conductor
de las necesidades que desprendió al moverse el piso que pisas. Se plasmaron en
un mural primero en Diagonal 74 y 26, pero el negocio inmobiliario tampoco se
detiene y luego fue derrumbada la pared.
Se hizo otro con la
misma impronta en 66 y 26. Y se rehízo una y otra vez porque fue tapado.
Primero por carteles del candidato a presidente más sonriente, luego por
aerosoles que tachaban los gritos que denunciaban: “El agua bajo las marcas quedan: nos mienten, nos inundan, nos atacan.”
Volver a hacerlo una y otra vez era no bajar los brazos, mover cielo y tierra
para conseguir los materiales y a través del compromiso colectivo desarrollar
un trabajo de quijotes para combatir el poder escondido en el anonimato que una
y otra vez embestía con sus armas más perversas.
El ingenio pudo más y se aplicó
la técnica de mosaico redoblando el esfuerzo asambleario y apostando a la
perdurabilidad del material que confronte la hipocresía política. Mientras esta
última ocultaba cuerpos y censuraba ideas, otras voces alzaban sus corazones en
un compromiso constante que encontraba en el arte público uno de sus bastiones
para rescatar la memoria e identidad colectiva. Triunfo de los que sueñan y son
coherentes con sus pensamientos. Después de todo pareciera que el grafiti
callejero está en lo cierto al afirmar que quien siembra arte, cosecha
libertad.
Pintó
cuidar lo nuestro
Puede leerse en la página
oficial de la Municipalidad de La Plata, luego de una extensa y florida
introducción, que el espacio público y las imágenes que provienen de
él, son de todos, y Dañar propiedades o el espacio público (…)
es un delito penado por las leyes que te pueden llevar a ser demorado, incluso
detenido. Pensalo dos veces. NO lo hagas. Compartí lo que te pasa en aquellos
lugares aptos para expresarte. ¡No pintes! Ni frentes de casas, clubes,
escuelas, ni tampoco el equipamiento urbano (…) Al hacerlo dañas a los
propietarios, incluso a las cosas públicas que deben repararse con el dinero de
todos, arruinas tu ciudad, la degradas, la haces más propensa al delito,
ahuyentas el turismo”.
hablándote directamente a vos, ciudadano/a, alerta: "
Está más que claro que es una
pretensión ambiciosa. Sobre todo por los límites que tiene de pintar para tapar
una realidad y hacerla más vistosa, favoreciendo al “buen gusto”. Por un lado,
la vecina de la esquina o el dueño del local del centro, estarán de acuerdo en
que no toquen ni “escrachen” sus propiedades privadas, con letras ilegibles,
dibujos raros, frases de rock o de fútbol. A nadie le gusta volver a su casa y
encontrarse con una manifestación ajena, impuesta, no representativa. Sin
embargo, criminalizar el graffiti no es la solución.
Están quienes llevan adelante por las
noches, muchas veces in fragganti, con la adrenalina a flor de piel, estos
actos de rebeldía. Pintando trenes, laterales de edificios, fachadas de
universidades o cualquier superficie que encuentren. No es posible juzgar, ni
mucho menos justificar, sin entender el complejo análisis que estos
comportamientos desprenden: Es válida la
queja de la persona que se siente agredida por la pintada fugaz en la puerta de
su casa, como así también es válida la necesidad de expresarse de la persona
que toma una lata de aerosol, un rodillo o un pincel y se manifiesta como
puede, contándonos que detrás de ese acto de rebeldía, hay una historia mucho
más compleja que las letras en donde se plasma.
Cuesta mucho decodificar estas lógicas
urbanas hasta llegar a tomar posición y seguirá siendo un objeto de estudio
develar sus misterios. Personalmente, como artista público, pero sobre todo
como persona, intento respetar los espacios de los demás, entendiendo que mi
libertad termina donde empieza la del otro. Aunque esta premisa sea tan
paradójica como el enigma del huevo o la gallina. Claro está que no existe una
postura única y que además esta construcción es producto de una condición y trayectoria
personal, pero no todxs tenemos las mismas oportunidades en este sistema tan
desigual.
Las paredes hablan, no se quedan mudas
ante las injusticias: dan testimonio de las distintas vivencias y seguirán
siendo los soportes de miles de historias mientras rijan los parámetros de
explotación de un ser humano por otro. Pero por sobre todas las cosas, pueden ser
el trampolín hacia la construcción de una sociedad más justa y motor del cambio
social para rever los entramados y los pliegues de este sistema.
Mientras tanto, los lápices siguen escribiendo con la fuerza de los sueños y la
posibilidad de concretarlos, primero en las paredes, como sostenía Rodolfo
Walsh, que son los periódicos de los pueblos, para luego saltar midiendo
nuestras acrobacias hacia las transformaciones colectivas que tanto anhelamos.
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