martes, 28 de junio de 2016

Si quieres conocer una cultura, camina sus calles

 La ciudad de La Plata y sus alrededores está en constante efervescencia. Existe una reconstrucción y resignificación dinámica, producto de un proceso interactivo que se desarrolla entre marcas del fatídico 2 de Abril, plazas cada seis cuadras, propagandas políticas, pintadas de lobos y leones, letras que “no se entienden” y otras que sí se entienden y buscan la aparición con vida de Jorge Julio López -por poner sólo algún ejemplo- expandiendo los límites de las diagonales.

Mientras suenan las metafóricas letras del Indio y algunos bocinazos entran por la ventana, un colectivo acelera la marcha y miles de personas caminan las calles esquivando baldosas flojas y bicicletas que andan por la vereda, tantas historias como segundos transcurridos en un rincón del mundo, sucumbido a la vorágine constante que se manifiesta velozmente en el espacio público. Espacio que implica una construcción viva, dinámica, cambiante, donde se producen intercambios tanto materiales como simbólicos por parte de los individuos que lo habitan.

Pero estas relaciones no se dan de manera armónica, sino que por el contrario existen tensiones en lo que respecta a significaciones y puntos de vista, actitudes y límites, y los demás aspectos que se pongan en juego dentro de ente marco de intercambio. Todo este entramado surge al considerar a las personas tanto como productores, protagonistas y a su vez, público.

Es decir que, con nuestras intervenciones, transformamos la realidad que nos engloba y somos transformadxs al cambiar nuestros esquemas para percibirla. Incorporamos o deshacemos elementos, ya sean signos o materiales, como componentes organizadores necesarios para interpretar el mundo que habitamos y del que somos parte. Se da entonces un proceso de apropiación constante y resignificación continua tanto de la esfera en la que estamos inmersos como de nosotrxs mismxs.

Es el tan conocido sistema capitalista, en sus múltiples encarnaciones, el que se hace presente en todos los ámbitos de la vida misma. Las desigualdades de este sistema en cuanto a medios de producción y representación, se manifiestan en la economía, la condición social, la conciencia colectiva, el ámbito cultural: todas aristas de un entramado de significaciones que nos condicionan como individuos, pero que no nos determinan.

Según el teórico y crítico de la cultura José Luis Brea “es en el campo cultural donde se desprende la mayor batalla, entendiendo que ante la desopilante diferencia entre modos de producción y consumo, la revolución es ahora inmaterial”. Es decir, serán los propios posicionamientos de los actores de la cultura, los que a través de su obra –generalmente desde la autogestión y la resistencia- deberán generar mecanismos para interpelar a una sociedad dormida, generando la pregunta, floreciendo la conciencia crítica, expandiéndose como reguero de pólvora para explotar y armar el mundo nuevo sin opresorxs ni oprimidxs.


Me voy corriendo a ver, que escribe en mi pared, la tribu de mi calle
  
Existe entonces una cultura opresiva, legitimada por instituciones y organismos que buscan en esa herramienta el control de los pensamientos, induciendo a través de los medios propagandísticos lo válido y correcto, marcando a su vez los límites de la imaginación que pretende adormecer.

Claro que también, desde las grietas de este feroz sistema, se alza una contracultura que busca desde la resistencia, generar perspectivas críticas aludiendo a los conflictos sociales, visibilizando y cristalizando problemáticas propias de los contextos donde se desarrollan. Invitan de esta manera  a generar un sentimiento de pertenencia y desenmascarar una iniciativa opresora, aflorando la pregunta con mecanismos activos, otros modos de lectura, disputando sentidos para actuar sobre las situaciones y transformarlas.

Este paisaje fugaz es constitutivo de las personas. ¿No utilizamos acaso como referencia alguna esquina pintada? ¿No nos identificamos con las frases de rock plasmadas en las paredes por algún personaje anónimo? ¿No nos sensibilizamos, identificamos acaso, con el discurso de algún mural que nos interpela con su contenido? ¿Nunca más te llamo la atención una baldosa blanca entre tantas flojas?

El carácter mutante del espacio público da constancia de la diversidad que en él confluye. Esta multiplicidad de sentidos se ve reflejada en diferentes géneros y técnicas que conviven, aunque en términos artísticos no haya una mejor que otra, sino que se diferencian por las subjetividades que las interpretan. Diferentes estilos que contrastan unos con otros conformando géneros expresivos diversos, dando cuenta de las múltiples realidades, tantas como intérpretes existen.

Ejemplo de ello, se observa en las inmediaciones de Plaza Rocha un fenómeno en constante nacimiento, tal vez nunca previsto por su fundador. Letras, stencils, tags, esculturas, pegatinas, monumentos, reivindicaciones y figurones que tienen como epicentro, la Facultad de Bellas Artes.

Si bien es un universo en sí mismo, no debe dejar de salir a la calle y llevar a la praxis constante su plan de estudios orientado más hacia una mirada latinoamericana a partir del 2006 y ya no eurocentrista. Cuenta con la carrera de Artes Plásticas y sus orientaciones en Escultura, Escenografía, Grabado, Dibujo, Cerámica y Muralismo y Arte Público Monumental. Esta última, es sin dudas una conquista histórica luego de haber sido cerrada  por la más atroz de las dictaduras militares en 1976, por ser un medio de comunicación masivo.

El arte público tiene la particularidad de construir imaginarios, interpelando la cotidianeidad de las personas, a su vez, inviste identidad colectiva, mediante un proceso donde se gestan los sentimientos de pertenencia de distintas personas, cada cual con sus particularidades. Resulta entonces inevitable, al transitar la ciudad de La Plata, no notar las diferentes manifestaciones artísticas.

Uno de los principales exponentes de este suceso que traspasa lo artístico para convivir con lo sociológico como fenómeno en plena expansión, es Luxor, quien se define como un artista popular, que pinta sobre cualquier soporte, pero preferentemente ve en los barrios y en las casas la oportunidad para dialogar con las personas, construir en reciprocidad mediante el diálogo. Entrar en contacto directo, compartir momentos e historias de vida. Deconstruir la realidad como así también a los sujetos. Y vaya que lo logra.

Para Luxor, que se llama Lucas, su obra responde a un proyecto. Busca construir de manera colectiva, dándole a través de su amplia gama de colores, voz a lxs que muchas veces han sido calladxs por la brutalidad del sistema. Es una clara forma de disputar sentido: busca generar una pintura popular, desde la bases, compartiendo su experiencia y nutriéndose de la otredad. No se siente para nada un iluminado, por el contrario, cree necesario el encuentro con cuantas personas sensibles y piolas sienten y pueden encontrarse en un acto de amor y representatividad a través del arte popular que ambos factores llevan adelante. Hacia el futuro.

Otra experiencia de gran valor y característica de la ciudad, que disputa el espacio público, es la realizada por la Asamblea Vecinal Parque Castelli. Nacho Bogino, artista público y miembro de la organización, que surge desde la humedad que dejó el fatídico 2 Abril y la desidia del Estado, relató: “Hubo necesidad de agruparse. Con otros artistas como Carlos Franchimont y Mili Martínez como parte de la comisión de arte, propusimos al resto de las comisiones la realización de una escultura en la esquina de 65 y 26: Primer homenaje desde y hacia los vecinos afectados. Sin embargo la catarsis continuaba y la Asamblea se agrandaba”.

Nacho continúa su relato y agrega que fue el boca en boca y el casa por casa, la herramienta para nuclearlos, “se marcó hasta donde había llegado el agua en cada hogar y el espacio público mutó contando múltiples visiones de una misma historia.”

El abandono fue tan grande que hubo que buscar soluciones recorriendo la superficie que también hizo crecer los desafíos. Se invitó a participar a más gente y las manos se multiplicaron. El ferretero de la esquina hizo sus donaciones, se buscaron los pinceles que el agua no se había llevado, y los mates fueron el hilo conductor de las necesidades que desprendió al moverse el piso que pisas. Se plasmaron en un mural primero en Diagonal 74 y 26, pero el negocio inmobiliario tampoco se detiene y luego fue derrumbada la pared.

Se hizo otro con la misma impronta en 66 y 26. Y se rehízo una y otra vez porque fue tapado. Primero por carteles del candidato a presidente más sonriente, luego por aerosoles que tachaban los gritos que denunciaban: “El agua bajo las marcas quedan: nos mienten, nos inundan, nos atacan.” Volver a hacerlo una y otra vez era no bajar los brazos, mover cielo y tierra para conseguir los materiales y a través del compromiso colectivo desarrollar un trabajo de quijotes para combatir el poder escondido en el anonimato que una y otra vez embestía con sus armas más perversas.

El ingenio pudo más y se aplicó la técnica de mosaico redoblando el esfuerzo asambleario y apostando a la perdurabilidad del material que confronte la hipocresía política. Mientras esta última ocultaba cuerpos y censuraba ideas, otras voces alzaban sus corazones en un compromiso constante que encontraba en el arte público uno de sus bastiones para rescatar la memoria e identidad colectiva. Triunfo de los que sueñan y son coherentes con sus pensamientos. Después de todo pareciera que el grafiti callejero está en lo cierto al afirmar que quien siembra arte, cosecha libertad.


Pintó cuidar lo nuestro

Puede leerse en la página oficial de la Municipalidad de La Plata, luego de una extensa y florida introducción, que el espacio público y las imágenes que provienen de él, son de todos, y Dañar propiedades o el espacio público (…) es un delito penado por las leyes que te pueden llevar a ser demorado, incluso detenido. Pensalo dos veces. NO lo hagas. Compartí lo que te pasa en aquellos lugares aptos para expresarte. ¡No pintes! Ni frentes de casas, clubes, escuelas, ni tampoco el equipamiento urbano (…) Al hacerlo dañas a los propietarios, incluso a las cosas públicas que deben repararse con el dinero de todos, arruinas tu ciudad, la degradas, la haces más propensa al delito, ahuyentas el turismo”.
hablándote directamente a vos, ciudadano/a, alerta: "

Está más que claro que es una pretensión ambiciosa. Sobre todo por los límites que tiene de pintar para tapar una realidad y hacerla más vistosa, favoreciendo al “buen gusto”. Por un lado, la vecina de la esquina o el dueño del local del centro, estarán de acuerdo en que no toquen ni “escrachen” sus propiedades privadas, con letras ilegibles, dibujos raros, frases de rock o de fútbol. A nadie le gusta volver a su casa y encontrarse con una manifestación ajena, impuesta, no representativa. Sin embargo, criminalizar el graffiti no es la solución.

Están quienes llevan adelante por las noches, muchas veces in fragganti, con la adrenalina a flor de piel, estos actos de rebeldía. Pintando trenes, laterales de edificios, fachadas de universidades o cualquier superficie que encuentren. No es posible juzgar, ni mucho menos justificar, sin entender el complejo análisis que estos comportamientos desprenden: Es válida la queja de la persona que se siente agredida por la pintada fugaz en la puerta de su casa, como así también es válida la necesidad de expresarse de la persona que toma una lata de aerosol, un rodillo o un pincel y se manifiesta como puede, contándonos que detrás de ese acto de rebeldía, hay una historia mucho más compleja que las letras en donde se plasma.

Cuesta mucho decodificar estas lógicas urbanas hasta llegar a tomar posición y seguirá siendo un objeto de estudio develar sus misterios. Personalmente, como artista público, pero sobre todo como persona, intento respetar los espacios de los demás, entendiendo que mi libertad termina donde empieza la del otro. Aunque esta premisa sea tan paradójica como el enigma del huevo o la gallina. Claro está que no existe una postura única y que además esta construcción es producto de una condición y trayectoria personal, pero no todxs tenemos las mismas oportunidades en este sistema tan desigual.

Las paredes hablan, no se quedan mudas ante las injusticias: dan testimonio de las distintas vivencias y seguirán siendo los soportes de miles de historias mientras rijan los parámetros de explotación de un ser humano por otro. Pero por sobre todas las cosas, pueden ser el trampolín hacia la construcción de una sociedad más justa y motor del cambio social para rever los entramados y los pliegues de este sistema. Mientras tanto, los lápices siguen escribiendo con la fuerza de los sueños y la posibilidad de concretarlos, primero en las paredes, como sostenía Rodolfo Walsh, que son los periódicos de los pueblos, para luego saltar midiendo nuestras acrobacias hacia las transformaciones colectivas que tanto anhelamos.



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