Lucas,
un hombre solitario que vive en un pueblo de Dinamarca cuya única preocupación
parece ser recomponer la relación con su hijo, intenta llevar una vida normal
siendo profesor en un jardín de infantes donde es querido por sus colegas y por
todos los niños y niñas.
Su
vida estándar y rutinaria se ve afectada por un hecho grave y tortuoso: es
acusado de ser un abusador de niños. Hasta aquí el hecho parece repugnante y
devastador pero, con el avance de la película, los espectadores empezamos a impacientarnos
porque sabemos que el protagonista es inocente.
La
supuesta víctima es una niña de cuatro años llamada Klara que, debido a un
resentimiento o a un “amor no correspondido”, culpa a su profesor de abuso.
Lógicamente, esta niña no sabe lo que puede generar con semejante acusación.
Toma palabras obscenas que ha escuchado en su casa y las traslada al jardín
para “vengarse” del fracaso amoroso.
En
esta vorágine donde la directora y los otros profesores deciden suspender al
profesor y los padres de Klara, que por cierto eran muy amigos de Lucas,
deciden rechazarlo, el protagonista ingresa en un universo donde no entiende
por qué se lo acusa y tampoco entiende cómo sus amigos y la gente que lo rodea no
le creen. Claro, el supuesto delito es nada más y nada menos que “abuso
infantil”.
En
sociedades como las actuales escuchamos con bastante frecuencia casos de abusos
en jardines o escuelas, casi siempre atribuidas a profesores varones, que
generan una gran repercusión y una gran condena social. Pero en esta película
hay una excepción, Lucas es inocente, es una buena persona, pero cae en las
garras de esta condena social.
La
película, dirigida por el cineasta danés Thomas Vinterberg, logra
mostrar la decadencia del personaje: su novia lo rechaza, es extorsionado y
amenazado, todos sus amigos dejan de hablarle, no puede ir ni siquiera al
supermercado. Lucas sufre una verdadera “caza de brujas”. La caza de brujas era
habitual a comienzos de la Edad moderna, especialmente en Europa y EE.UU, y
estaba asociada a cuestiones de magia negra o brujería. En la actualidad siguen
existiendo este tipo de actividades aunque con otras modalidades. Antes eran las
mujeres las que sufrían la condena de ser “brujas” y generalmente la población
las perseguía y asesinaba.
Hoy
en día se puede hablar del fenómeno del “pánico moral”, es decir, un grupo de
personas que acusan moralmente a otro grupo o a un individuo de algún hecho sin
comprobar si es verdadero o falso; generalmente se trata de reacciones o
percepciones exageradas sobre un hecho o un comportamiento. Algunos de los
grandes impulsores de este pánico moral son los medios masivos de comunicación.
El
título de la película hace alusión al ritual de la caza de ciervos que practicaban
todos los jóvenes al ingresar a la edad adulta, pero al finalizar nos damos
cuenta que la verdadera caza la sufre el protagonista.
Klara
se convierte en una niña que produce rechazo. Pero no todo es su culpa. En una
escena le dice a su madre que había dicho tonterías, que todo era mentira y la
madre intenta convencerla de que todo lo que dijo había sucedido pero no lo
recordaba. Ya hacia el final la niña no sabe lo que sucedió e incluso le dice a
Lucas: “Ellos dicen que me hiciste daño pero yo no me acuerdo”.
Así,
la película maneja una temática muy compleja y muy difícil de representar. La
pequeña Klara es víctima de un “falso recuerdo” y el mundo adulto se encarga de
acentuarlo. La sociedad se maneja de una manera brutal, busca el crimen hasta
donde no lo hay y termina transformándose en un sistema macabro.
La
película nos deja la sensación de impotencia porque desarrolla una verdadera
injusticia pero a la vez hace que nos preguntemos: ¿y nosotros cómo hubiésemos
reaccionado?
Por Camila Grippo
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