El
tedio de un verano corto, de muchos libros apilados que vuelven muy rápido a la
mesa, de angustias tan bien pastadas y conocidas que ya son un espejo, no una
amenaza o un miedo. El cielo gris anuncia una lluvia cualquiera, como tantas
otras que ya me sirvieron para negar mi libertad: “No puedo, está lloviendo, mejor mañana…”. La mala-fe sartreana me
importa menos cuando no puedo parar de apilar motivos para seguir determinando
el ser, para impedirlo, cerrarlo por todos lados, como una cajita. Sentado en
el sillón disparo a mi amigo (a mi padre) –La
gente no habla. Él está de acuerdo (es que somos parecidos). Me cuenta su
experiencia reciente en un cumpleaños, su esfuerzo personal por escapar del
agobio que significa sentirse cosa pre-fabricada según un esquema input-output.
–Hola che, ¿cómo te va? ¡Feliz
cumpleaños! –Muchas gracias, pasen por aquí –Es terrible el calor que hace –La
verdad que no se puede estar –Este es
Tomás el hijo de Tito, el nieto de José ¿te acordás de José? (…) En la mesa nadie toma la palabra si no es para
comentar algo “común”, algo que se espera
que se diga. –Golazo el de Messi ayer. -¿Viste lo que son los precios? –Qué
hermoso vestido el de la Farro. –Actualizaste tu foto de perfil, qué pintusa
eh! Pero de repente aparece la palabra justa: -La gente no conversa.Me retruca.
Dio
en la tecla, sin quererlo, apelando al lenguaje cotidiano, dio en la tecla.
Con-versar. No sé nada de latín pero en seguida sospecho que en ese “con” se
esconde un otro. Corro a un diccionario etimológico casi a la misma velocidad
con la que pienso en la obsolescenciade su soporte impreso ¿no es increíble que
internet se haya convertido en mejor fuente? En efecto, “con-versar” implica a otro. A primera vista esto es claro,
pues no es lo más común “hablar solo”. Pero conversar no se trata sólo de
hablar, según el diccionario:
1.
Hablar unas personas con otras.
Pero
también y de forma inesperada:
3.
intr. desus. Vivir, habitar en compañía de otros.
4.
intr. desus. Dicho de una o más personas: Tratar, comunicar y tener amistad con
otra u otras.
Parece
que el latín recogía mucho mejor esta idea de “compartir, convivir,
estar-con-otro” implícito en el verbo. El castellano, nuestro lenguaje, ya
tiene la necesidad de aclarar el “desuso” de estos sentidos alternativos.
¿Debemos suponer entonces que ya no habitamos en compañía de otros, que no nos
comunicamos, que no tenemos amistad con unos y otras? Tampoco tanto. ¿Acaso no
estamos en la época de los medios de comunicación por excelencia? ¿No estamos
con-ectados las 24hs del día con todo el mundo, en cualquier lugar? ¿Cómo
llegar a la conclusión tan contradictoria de que ya no com-partimos, si es uno
de los botones más apretados del Facebook?
Me atrevo a proponer lo siguiente: no
es que nuestras sociedades no com-partan, no con-vivan, sino que eso sucede,
pero no tanto como podríamos suponer nos indicaba el sentido originario del
vocablo, a través de la palabra, sino a través de la imagen. Nada muy original, es cierto. El éxito
rotundo de Youtube lo atestigua.Las desquiciantes publicidades omnipresentes en
cualquier capital del mundo lo refrendan; la pequeña pantalla personal en el
colectivo, en el subte, delante de los asientos en cualquier sala de espera
(ahora incluso también en las terminales); en todos esos no-lugarespermanentes que constituyen la trama de la pesadilla
cotidiana de millones de trabajadores que se desplazan zombíferos a ¿sus
lugares? También en nuestro propio bolsillo en la forma de una Tablet o un
celular. No hay que ser sociólogo para ver eso. Sin embargo, hay algo aquí que
sería buen tema de cualquier conversación
entre dos habitantes de nuestro siglo.
A
mi entender y a esta altura es imposible hablar de medios masivos de
comunicación sin hacer alusión a dos distopíasclásicas: Un mundo feliz de A. Huxley
y 1984 de G. Orwell. No hay duda de que a menudo las
llamadas ficciones nos representan mejor que el más denodado esfuerzo del
moralista: Edipo, Hamlet, Psicosis.
No es esta la excepción.
Quisiera
poner en paralelo dos elementos presentes en una obra ya mencionada – 1984 - y en otra más reciente, el
episodio “15 Millionmerits” de la serie “Black Mirror”. Esta mini serie británica
pinta de manera ominosa la relación actual del hombre con la tecnología. Desde
la humillación en vivo transmitida a millones de televidentes del Primer
Ministro británico a la horrorosa hipótesis de implantes en los humanos que permitan
reproducir verbatimy en cualquier
pantalla amiga (Smart Share lo llaman
ahora)todo el pasado de un hombre en abierta alusión a FB.
Lo
interesante es cómo 1984 escrita en
1948 apela de algún modo a los mismos recursos que “15 million…” ¿o es al
revés? Por empezar, la vida de todos los “ciudadanos” se encuentra regimentada
de la misma forma. Todos van a la misma hora a sus puestos de trabajo, saliendo
para ello de sus cubículos miserables (apretados departamentos casi derruidos
por la guerra constante y necesaria en el primer caso; pequeñas piezas
minimalistas funcionalesrevestidas de
pantallas que esconden el tiempo y ordenan la rutina en el segundo). La obscena
primacía de las pantallas se mostrará fundamental en ambos casos. El Gran Hermano,
ese gran Ojo que todo lo ve también con-vive con sus súbditos, está ahí, en la
intimidad del comedor, de la pieza en la forma de un TV. Y –como también sucede
en el episodio de BM- ellos (nosotros) no tienen el poder de desactivarlo, de
apagar la pantalla. Es el Gran Hermano quien decide cuándo te levantás, cuándo
hacésejercicio, cuándo comés y qué mirás. El gran complemento de BM será el
cómo y el dónde.
Si
en 1984 las personas aún guardaban un mínimo grado de autonomía gracias a la
diversidad de sus “funciones” (en verdad sólo algunos pocos “elegidos” que
cumplen roles como el del protagonista, Winston Smith, encargado de reescribir
el pasado modificando la memoria colectiva a través de la manipulación de las noticias aparecidas en los diarios) en BM
todos los trabajos se parecen, o mejor: son lo mismo. La bendita flexibilidad
neo-liberal (neo liberal o capitalista a secas) se ha impuesto como la única
alternativa: arrasar con los deseos de todo individuo,
condenarlos a la misma tarea repetitiva e idiotizante de pedalear por horas y
horas sólo para acumular “méritos” (la moneda del futuro).
Sabemos
que Winston encontró lentamente la salida, la fuga, pero no lo hizo solo. Lo
hizo a través de Julia y con ello encontró la verdad en el amor. Eros aparece
como la fuerza unificadora capaz de desafiar el destino más oscuro, la
estupidez generalizada, la homogeneización de todo otro sentimiento. También en
BM el tema de la relación amorosa se presenta como el resquicio de luz, laúnica
esperanza. En ambos casos, es cierto, el recurso no es suficiente para
desactivar al monstruo. Y uno se
pregunta ¿dónde queda la política en estas distopías? ¿Qué lugar ocupa la
organización bajo ideas liberadoras en sistemas que, como lo dice el slogan
orwelliano, abogan por “La ignorancia es la fuerza, la libertad es la
esclavitud, la guerra es la paz”?
¿O será que como habíamos propuesto al
principio, todo lo que hace lazo con otro y nos acerca a lo com-unitario se hace trizas cuando la
imagen impone su ley sobre la palabra, el logos, el concepto, ese barro con el
que se moldea la vasija del pensamiento?
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