“..Y este ha sido el panorama
mundial” se escucha desde la radio, en el primer cuadro. Posteriormente, la
madre, con una toalla en la cabeza como quien sale de bañarse, grita:
“¿Mafalda, has estado sacando mis cremas?” cuya respuesta no tarda en llegar:
“las de embellecer solamente”, mientras se observa los potes en el suelo vacíos
y el globo terráqueo todo embadurnado (Mafalda n°69).
Ejemplos como el anterior hay cientos y es por eso que, 50
años después de las primeras publicaciones que tenían como protagonista a esta
“inocente” niña, el universo de Mafalda, ese que parecía extenderse
infinitamente por los recuadros de las historietas, aún sigue vigente.
La trayectoria de
Mafalda ronda ya el medio siglo. Su primera aparición fue en 1964 en el
semanario Primera Plana de Buenos
Aires, luego se publicó en el periódico El
Mundo donde se inicia el imparable éxito del personaje. Cruzó las fronteras
nacionales e incluso las de América del Sur, pasando por la publicación semanal
Siete Días Ilustrados, hasta el
lanzamiento de los libros que reúnen las 1928 tiras en orden de publicación. Su
trayectoria culmina en 1973, decisión que según el propio Quino toma “cuando en la Argentina estaba corriendo
sangre y había una situación política muy peligrosa. Mafalda no podía ignorar
los crímenes que se estaban cometiendo, y si los comentaba, el que no hubiese
podido comentar nada más sería yo. Corríamos riesgo todos”.
“He decidido enfrentar
la realidad, así que apenas se ponga linda, me avisan” sostiene Felipe con
los brazos cruzados, de espaldas al
lector. Aunque refleje un estado de intervención pasivo, pone de manifiesto una problemática que a todos afecta. Es una publicación empapada de actualidad,
aplicable por consiguiente a la cotidianeidad de estos días. Ante esta
situación, Mafalda –definida por Humberto Eco como “heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es”- se
escupe las manos en medio de una plaza y exclama: “Bueno, a ver… ¿Por dónde hay que empezar a empujar este país para
llevarlo adelante?” (Mafalda n°240).
Se destaca sin dudas
la visión crítica de su autor, Joaquín Salvador Lavado, mejor conocido como
Quino. La obra no solo mantiene vigencia,
sino que además posee una característica particular: La tira, aunque está
protagonizada básicamente por niños, no está destinada para ellos.
Y cada uno de estos niños representa muy bien las cualidades
de los sectores sociales. Susanita es esa futura mujer conservadora, que cree
en el matrimonio y en los hijos como el mejor camino hacia la felicidad de la
mujer. El hijo de inmigrantes, emprendedor y capitalista, está caracterizado en
la figura de Manolito. Éste siempre está hablando de dinero e incluso manifiesta
cierta admiración por Rockefeller. El
papel de los sectores intelectuales de izquierda le corresponde irónicamente a
la pequeña Libertad.
Luego está Miguelito, es el más ingenuo e inocente del
grupo, probablemente el único niño propiamente dicho, ese que siempre intenta
ver todo con cierto optimismo aunque sus amigos lo bajen a la realidad. Felipe vive
amargado y preocupado, además de ser bastante fatalista. Se lo ve en crisis
cuando tiene que hacer los deberes de la escuela o tiene que hablarle a alguna
chica que le gusta. Párrafo aparte merecería Burocracia, la mascota de Mafalda,
que curiosamente es una tortuga.
Los padres de Mafalda muchas veces se encuentran sin
respuestas ante los planteos de su hija y son cuestionados constantemente. Por
ejemplo, Raquel, la madre, representa a la típica mujer-ama de casa-madre que
se desenvuelve en la cocina y en las tareas del hogar, actividades que Mafalda
critica muchas veces con ironía y burla. En una escena donde la madre se
encuentra lavando ropa, planchando y secando los platos, su hija le pregunta: “Mamá, ¿qué te gustaría hacer si vivieras?” (Mafalda,
nº5). A su vez, el padre parecería
ser la figura de autoridad en la casa pero nuevamente Mafalda lo cuestiona y
desafía. Ante una broma de su hija el padre le pregunta: “¿Dónde está el respeto que debes guardar a tu padre?” y ella
socarronamente responde: “¿En la
heladera?” (Mafalda n°194).
Sus padres buscan responder sencilla y claramente a las
preguntas de Mafalda, pero una nueva inquietud los descoloca: “¿Podrían explicarme porque funciona tan
mal la humanidad?”(Mafalda n°80). Y, hablando de vigencia, todavía no hay
respuesta que haya podido resolver esa incógnita.
Una imagen vale más
que mil palabras
En la 40° edición de la Feria del Libro de Buenos Aires,
donde Quino dio el discurso inaugural, se llevó a cabo además un panel de
exposición sobre los 50 años de Malfada, al que Otro Viento asistió en calidad
de espectador. Dicho panel estuvo integrado por
su autor, Quino, el filósofo José Pablo Feinmann, el dibujante Liniers y
los escritores Juan Sasturain y Rodrigo Fresán. Este último, sostuvo: “Siempre me sorprendió en Argentina la
ausencia de una gran novela de clase media. Esos solo se ha visto en dos
historietas, una es El Eternauta y
la otra, Mafalda. Es sorprendente que nuestra sociedad sea tan fácil de dibujar
y tan difícil escribir”.
La obra de Quino, cuenta con una condición característica:
el dibujo deja de ser meramente estético. Aunque nadie puede dudar de la calidad de los trazos del autor, su
narrativa está plagada de un discurso crítico en busca de la emancipación y el
progreso social, que despierta interés en el lector no solo por la tira en sí
misma, sino por la realidad que lo engloba, de la que es parte y cuyas
estructuras lo modifican.
Como sostiene Joseph Catalá en La imagen y la representación de la complejidad: “La imagen no es una
ventana al mundo, un lugar de tránsito hacia una determinada realidad, sino que
por el contrario se trata de una estación término, donde hay que detenerse para
iniciar una exploración que nos llevará a una comprensión profunda de lo real.”
Quino apunta a descubrir mediante su denuncia, las fallas
del sistema en el que estamos inmersos, como así también nuestros propios
errores. . “¿Qué
hacés Mafalda?", pregunta su madre. "Nada, mamá, estoy mirando la
humanidad”, dice ella mientras contempla cómo una mosca, en su afán de libertad,
choca una y otra vez contra el vidrio de la ventana.
Por su parte, el dibujante Liniers, contó: “Yo tuve la suerte de arrancar a leer con
Mafalda, y no se trata de alguien que te ayuda a portarte bien, sino que te
hace reaccionar, te enseña a cuestionar todo el tiempo, sus tiras no son para
encontrar respuestas, sino para formular preguntas (…) Quino es ese tipo de
artista que cuando conoces su obra, te convertís en mejor persona.”
Mafalda excedió a Quino, y abarcó y sigue abarcando en sus pequeños brazos a toda
la sociedad. Hace más de 40 años que no se publica, y sin embargo no pasa de
moda, seguramente porque nunca fue una moda. Esta gran niña nos invita todavía a
autoconstruirnos como personas y como sociedades, sin dejar de perder las
esperanzas en las transformaciones sociales y en los cambios colectivos, pero
estando atentos, porque, como dice Mafalda “Ahora
que hay una luz de esperanza, no sea cosa que a algún cretino le dé por
afanarnos los tapones.”
Por Camila Grippo, Sebastián Bertelli, Martín Zinclair
Por Camila Grippo, Sebastián Bertelli, Martín Zinclair
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