lunes, 5 de octubre de 2015

¡Parir es poder!

La violencia obstétrica es una forma más de violencia de género y de violación a los derechos humanos muchas veces ignorada. Es un tipo de violencia institucionalizada e invisibilizada ya que las mujeres naturalizan determinados tratos durante su embarazo, parto y posparto, sin tener acceso a información sobre la existencia de una Ley nacional que respalda sus derechos en ese momento.


Mujeres obligadas a parir alejadas de sus parejas, inmovilizadas, separadas de sus hijxs en el instante siguiente al nacimiento, cesáreas innecesarias, desinformación sobre las prácticas médicas que se realizan momentos previos al parto, son algunas de las violaciones a la Ley 25.929 que protege los derechos de madres, padres y recién nacidxs en el proceso de parto y nacimiento.

Toda mujer embarazada tiene derecho a ser considerada una persona sana, para que se facilite su participación como protagonista de su propio parto. Sin embargo, en numerosos hospitales públicos y privados es una práctica habitual el trato deshumanizado, el abuso de la medicalización y la patologización de procesos fisiológicos del parto que traen consigo la pérdida de autonomía y poder de decisión de las mujeres. Los embarazos y partos son procesos naturales que si bien requieren un acompañamiento del personal de la salud, no pueden convertirse en una enfermedad.

Lo más habitual es que la mujer adopte estos tratos como algo normal porque así se socializó. Hay una desigualdad de poder estructural entre medicx y paciente, de esta manera la violencia queda invisibilizada porque es lo único conocido, así lo señala una víctima de violencia obstétrica: “Tarde mucho en darme cuenta de que todo lo mal que me había sentido era normal, yo pensaba que la que estaba equivocada por sentirme así era yo”.   

Hay un sistema de costumbres en el cual una parte tiene el poder simbólico (legitimado académica y socialmente) y la otra lo acata. Cuando la experiencia cotidiana avala la relación de superioridad del medicx sobre la paciente, la única forma de lograr el empoderamiento de la mujer es mediante el conocimiento de sus derechos.

La madre y el padre tienen derecho durante el embarazo a acceder a toda la información sobre las posibles intervenciones médicas que pudieran tener lugar al momento de trabajo de parto, durante el mismo y en el postparto, de manera que pueda optar libremente cuando existan diferentes alternativas.

Según la Ley, la mujer tiene derecho a ser tratada con respeto, de modo individual y personalizado, que le garantice la intimidad durante todo el proceso asistencial y tenga en consideración sus pautas culturales. Tiene derecho al parto natural, respetuoso de los tiempos biológico y psicológico, evitando prácticas invasivas que no estén justificadas por el estado de salud de ella o del sujeto por nacer.
Sin embargo, en el vertiginoso Siglo XXI, en el que el tiempo es dinero y la vida moderna tiene más de moderna que de vida, hasta para nacer hay que apurarse, por eso una de las formas más naturalizadas de violencia obstétrica según lxs especialistas es la cesárea innecesaria. Se estima que las cesáreas alcanzan en el sector público un 30%, mientras que en el sector privado trepa hasta un 80%.

Una de las razones que más influye en esta tendencia tiene que ver con un sistema de atención privada demasiado personalizado, y al mismo tiempo con una precarización del empleo médico que es cada vez mayor. Para poder organizar su vida en momentos en que para sobrevivir necesita trabajar en varias instituciones resulta más simple para lxs obstetras programar una cesárea. Un parto quirúrgico implica menos horas de dedicación que un parto vaginal y muchas veces lxs obstetras no disponen del tiempo para esperar el trabajo de parto.

Sería reduccionista creer que el único factor de la violencia obstétrica es la relación medicx-paciente, el sistema capitalista actúa nuevamente imponiendo ritmos y estilos de vida que terminan por alterar procesos naturales como el nacimiento. También sucede que en más de una oportunidad no se cuenta con la infraestructura necesaria en hospitales para respetar la intimidad de la embarazada o la posibilidad de estar acompañada por quien ella quiera.

La existencia de una Ley nacional que obliga a instituciones públicas y privadas a cumplir con determinadas condiciones de “parto respetado” es un paso importante pero se dificulta mucho aplicarla si no viene acompañada por un proceso de toma de conciencia social y cultural de la problemática.  

Como explica la presidenta del Instituto de Genero, Derecho y Desarrollo (INSGENAR), Susana Chiarotti a enREDando, el trabajo para terminar con la violencia obstétrica debe comenzar en la propia formación, en el ámbito de la Universidad Pública: “Es necesario fomentar la conciencia ética por parte de lxs profesionales y el respeto a las mujeres, hay que cambiar la mentalidad”. Chiarotti señala la importancia de sensibilizar al conjunto de la sociedad y, en especial, a lxs trabajadorxs de salud sobre la existencia de tratos inhumanos a mujeres que asisten a los servicios de salud reproductiva y contribuir a su erradicación.

No maltrates nunca mi fragilidad

“Ahora te vas a poner un trapito entre los dientes, vas apretar fuerte y te vas a aguantar el dolor”, es una de las frases que, según cuenta una mujer víctima de violencia obstétrica, le dijeron en su trabajo de parto para que no grite. Se subestima el dolor de las mujeres, se las piensa como quejosas y exageradas, su sufrimiento es visto como injustificado. El carácter degradante de estos comentarios genera un sentimiento de miedo, inferioridad y humillación a las mujeres que se encuentran en una situación de vulnerabilidad.

“No grites tanto ahora que antes te gusto” o “Antes no te costó tanto abrir las piernas”, son otras de las frases que aparecen entre los testimonios de las mujeres. Lo que estas acusaciones dejan a la luz es que siguen estando presentes los prejuicios a cerca de la sexualidad de la mujer. Se considera al placer sexual como algo censurable, y que el dolor del parto es el costo que debe pagar la mujer por el placer.

Otra situación que se repite es la violación a la intimidad de la mujer cuando tiene que soportar que una decena de estudiantes le realicen prácticas como el tacto vaginal. La formación de profesionales en hospitales es de crucial importancia, pero existe un abuso, un avasallamiento del derecho a la intimidad, ya que las mujeres no reciben ninguna explicación ni son consultadas y quedan sometidas a una exposición masiva de su cuerpo.

Comentarios irónicos o descalificadores hacia la mujer; los retos por llorar de dolor o de emoción; el trato de “gordi”, “mamita”, “nena”, como si la mujer fuese una tonta que no entiende lo que le está pasando; la rasuración del bello sin consultar; comentarios que hacen sentir a la mujer incapaz: “Es primeriza, no sabe pujar”; la imposibilidad de estar acompañada por alguien de confianza. Estas prácticas, entre otras, son comunes en los partos y son formas de violencia obstétrica.

Son muchas las voces que luchan contra este tipo de violencia, en Argentina el parto respetado está enmarcado en dos leyes nacionales, es tarea de todxs que el Estado garantice este derecho. Entender que la asistencia médica debe acompañar y darle seguridad a la mujer, nunca humillarla o denigrarla, es tarea de todxs para seguir dando la batalla cultural y seguir rompiendo las cadenas de esta sociedad patriarcal.  

Por María Carriquiri

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