Mujeres obligadas a parir alejadas de sus parejas, inmovilizadas, separadas de sus hijxs en el instante siguiente al nacimiento, cesáreas innecesarias, desinformación sobre las prácticas médicas que se realizan momentos previos al parto, son algunas de las violaciones a la Ley 25.929 que protege los derechos de madres, padres y recién nacidxs en el proceso de parto y nacimiento.
Toda mujer embarazada tiene derecho a ser
considerada una persona sana, para que se facilite su participación como protagonista
de su propio parto. Sin embargo, en numerosos hospitales públicos y privados es
una práctica habitual el trato deshumanizado, el abuso de la medicalización y
la patologización de procesos fisiológicos del parto que traen consigo la pérdida
de autonomía y poder de decisión de las mujeres. Los embarazos y partos son procesos naturales que si
bien requieren un acompañamiento del personal de la salud, no pueden
convertirse en una enfermedad.
Lo más
habitual es que la mujer adopte estos tratos como algo normal porque así se
socializó. Hay una desigualdad de poder estructural entre medicx y paciente, de
esta manera la violencia queda invisibilizada porque es lo único conocido, así
lo señala una víctima de violencia obstétrica: “Tarde mucho en darme cuenta de que todo lo mal que me había sentido
era normal, yo pensaba que la que estaba equivocada por sentirme así era yo”.
Hay un
sistema de costumbres en el cual una parte tiene el poder simbólico (legitimado
académica y socialmente) y la otra lo acata. Cuando la experiencia cotidiana
avala la relación de superioridad del medicx sobre la paciente, la única forma
de lograr el empoderamiento de la mujer es mediante el conocimiento de sus
derechos.
La madre
y el padre tienen derecho durante el embarazo a acceder a toda la información
sobre las posibles intervenciones médicas que pudieran tener lugar al momento
de trabajo de parto, durante el mismo y en el postparto, de manera que pueda optar
libremente cuando existan diferentes alternativas.
Según la
Ley, la mujer tiene derecho a ser tratada con respeto, de modo individual y
personalizado, que le garantice la intimidad durante todo el proceso
asistencial y tenga en consideración sus pautas culturales. Tiene derecho al
parto natural, respetuoso de los tiempos biológico y psicológico, evitando
prácticas invasivas que no estén justificadas por el estado de salud de ella o
del sujeto por nacer.
Sin
embargo, en el vertiginoso Siglo XXI, en el que el tiempo es dinero y la vida
moderna tiene más de moderna que de vida, hasta para nacer hay que apurarse, por
eso una de las formas más naturalizadas de violencia obstétrica según lxs
especialistas es la cesárea innecesaria. Se estima que las cesáreas alcanzan en
el sector público un 30%, mientras que en el sector privado trepa hasta un 80%.
Una de
las razones que más influye en esta tendencia tiene que ver con un sistema de
atención privada demasiado personalizado, y al mismo tiempo con una
precarización del empleo médico que es cada vez mayor. Para poder organizar su
vida en momentos en que para sobrevivir necesita trabajar en varias
instituciones resulta más simple para lxs obstetras programar una cesárea. Un
parto quirúrgico implica menos horas de dedicación que un parto vaginal y
muchas veces lxs obstetras no disponen del tiempo para esperar el trabajo de
parto.
Sería
reduccionista creer que el único factor de la violencia obstétrica es la
relación medicx-paciente, el sistema capitalista actúa nuevamente imponiendo
ritmos y estilos de vida que terminan por alterar procesos naturales como el
nacimiento. También sucede que en más de una oportunidad no se cuenta con la
infraestructura necesaria en hospitales para respetar la intimidad de la
embarazada o la posibilidad de estar acompañada por quien ella quiera.
La existencia de una Ley nacional que obliga a
instituciones públicas y privadas a cumplir con determinadas condiciones de
“parto respetado” es un paso importante pero se dificulta mucho aplicarla si no
viene acompañada por un proceso de toma de conciencia social y cultural de la
problemática.
Como
explica la presidenta del Instituto de Genero, Derecho y Desarrollo (INSGENAR),
Susana Chiarotti a enREDando, el trabajo para terminar con la violencia
obstétrica debe comenzar en la propia formación, en el ámbito de la Universidad
Pública: “Es necesario fomentar la conciencia
ética por parte de lxs profesionales y el respeto a las mujeres, hay que
cambiar la mentalidad”. Chiarotti señala la importancia de sensibilizar al conjunto de la sociedad
y, en especial, a lxs trabajadorxs de salud sobre la existencia de tratos
inhumanos a mujeres que asisten a los servicios de salud reproductiva y
contribuir a su erradicación.
No maltrates nunca mi
fragilidad
“Ahora te vas a poner un trapito entre los
dientes, vas apretar fuerte y te vas a aguantar el dolor”, es una de las frases que, según cuenta una
mujer víctima de violencia obstétrica, le dijeron en su trabajo de parto para
que no grite. Se subestima el dolor
de las mujeres, se las piensa como quejosas y exageradas, su sufrimiento es visto
como injustificado. El carácter degradante de estos comentarios genera un
sentimiento de miedo, inferioridad y humillación a las mujeres que se
encuentran en una situación de vulnerabilidad.
“No grites tanto ahora que antes te gusto” o “Antes
no te costó tanto abrir las piernas”, son otras de las frases que aparecen
entre los testimonios de las mujeres. Lo que estas acusaciones dejan a la luz
es que siguen estando presentes los prejuicios a cerca de la sexualidad de la
mujer. Se considera al placer sexual como algo censurable, y que el dolor del
parto es el costo que debe pagar la mujer por el placer.
Otra situación que se repite es la violación a la
intimidad de la mujer cuando tiene que soportar que una decena de estudiantes
le realicen prácticas como el tacto vaginal. La formación de profesionales en
hospitales es de crucial importancia, pero existe un abuso, un avasallamiento
del derecho a la intimidad, ya que las mujeres no reciben ninguna explicación
ni son consultadas y quedan sometidas a una exposición masiva de su cuerpo.
Comentarios irónicos o
descalificadores hacia la mujer; los retos por llorar de dolor o de emoción; el
trato de “gordi”, “mamita”, “nena”, como si la mujer fuese una tonta que no entiende lo que le
está pasando; la rasuración del bello sin consultar; comentarios que hacen
sentir a la mujer incapaz: “Es primeriza,
no sabe pujar”; la imposibilidad de estar acompañada por alguien de
confianza. Estas prácticas, entre otras, son comunes en los partos y son formas
de violencia obstétrica.
Son muchas las voces que luchan contra este tipo de
violencia, en Argentina el parto respetado está enmarcado en dos leyes nacionales,
es tarea de todxs que el Estado garantice este derecho. Entender que la
asistencia médica debe acompañar y darle seguridad a la mujer, nunca humillarla
o denigrarla, es tarea de todxs para seguir dando la batalla cultural y seguir
rompiendo las cadenas de esta sociedad patriarcal.
Por María Carriquiri
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