Gente que avanza se puede matar,
pero los pensamientos quedarán, son las palabras que resonaron en mi cabeza
ante la represión a lxs estudiantes normalistas de Ayotzinapa, México, que dejó
un saldo de seis personas muertas y la desaparición de 43 alumnxs el pasado 26
de septiembre de 2014. Son palabras simples que me trasladaron a una realidad: en la
historia mexicana ya se ha reprimido mucho al estudiantado y hoy queda claro
que tras haber derramado mucha sangre, no se han derramado los ideales.
En 1968 el Movimiento Estudiantil
mexicano, principalmente universitario, comenzó a tomar cada vez mayor fuerza y
a hacerse eco, junto a profesorxs y obrerxs, de reclamos salariales y luchas sociales.
Desde julio de ese año las universidades son intervenidas por el ejército y el
presidente de ese entonces, Díaz Ordaz, decidió formar un grupo paramilitar de
elite, el “Batallón Olimpia”, con el fin de que tome la tarea de controlar el
movimiento de allí en adelante.
Como es moneda corriente en
nuestramérica esta puja entre resistencia estudiantil y represión legitimada
por el Estado y financiada por potencias internacionales, terminó en una
masacre fina y miserablemente diagramada. La matanza de Tlatelolco fue uno de
los hechos que marcó a los movimientos sociales mexicanos en el 68: el 2 de
octubre en una movilización pacífica a la Plaza de las Tres Culturas, los
oficiales del Batallón Olimpia se infiltraron y abrieron fuego contra lxs
manifestantes desarmadxs. Los datos oficiales de la época dieron un saldo de 20
muertxs pero la historia que cuentan lxs que luchan es que lxs muertxs fueron
alrededor de 300. La condena para lxs responsables de la matanza: inexistente.
Lo ocurrido el pasado 26 de
septiembre en Ayotzinapa es un hecho equiparable por su impunidad y violencia a
aquel octubre del 68. Estudiantes de la localidad de Iguala, estado de
Guerrero, recaudaban fondos para poder sustentar sus actividades y para asistir
al acto en conmemoración del aniversario de la matanza de Tlatelolco cuando
fueron fuertemente agredidxs por la policía municipal.
Son jóvenes, en su mayoría hijxs
de familias campesinas, estudiantes de una escuela normal rural. Por eso lxs desaparecieron
de manera forzada, por defender la educación pública, la enseñanza al servicio
de lxs más necesitadxs y la transformación social del país. Por eso les
dispararon y lxs secuestraron. Una vez más en México se pidió educación para
todxs y se recibieron balas. Además, lxs estudiantes normalistas venían en un
plan de lucha reclamando seguridad tras varios atentados a las instalaciones
del Normal y a sus estudiantes y profesorxs.
Para entender cómo pudo tener
lugar un hecho de violencia semejante, es necesario pensar el contexto de
violencia generalizado que se vive en México, donde el Estado, la policía y los
cárteles de narcotráfico mantienen estrechas relaciones. Lxs responsables
directos de esta situación son actores políticos, más allá del accionar de la
policía municipal y del cártel Guerreros Unidos (entre los que las diferencias
son borrosas), quien dio paso libre a la represión fue el presidente municipal
de Iguala, José Luis Abarca, quien permanece prófugo, avalado por el gobernador
de Guerrero, Manuel Aguirre.
Ayotzinapa volvió a sacar a la
luz la impunidad en México, la investigación es intervenida y frenada
constantemente por el juego de encubrimientos y las amenazas de que todxs los
implicados en negocios con el narcotráfico (políticxs y policías) salgan a la
luz, y de esta manera no se puede avanzar en el camino de la justicia, mientras que en el fondo siguen estando lxs
familiares y compañerxs de seis personas muertas y 43 desaparecidas que salen a
la calle a reclamar con una consigna tan simple como: “vivos se los llevaron,
vivos los queremos”.
Desde la revolución mexicana de
1910 las escuelas normales entienden a la educación como un derecho de todxs, y
desde aquel entonces llevan a cabo prácticas para materializar esta convicción,
a pesar de los intentos de distintos gobiernos y sectores de poder por
debilitarlas. En 1968 el movimiento estudiantil (principalmente universitario),
vivió una matanza por reivindicar esos mismos ideales. Hoy nuevamente se
intenta atentar contra la educación popular de la única forma que saben
hacerlo: a fuerza de plomo. Pero algo queda claro, la resistencia sigue, la
juventud y el pueblo está en pie en las calles pidiendo justicia por lxs
estudiantes desaparecidxs. Gente que avanza se puede matar, pero los
pensamientos quedarán.
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