lunes, 6 de octubre de 2014

Los muros que dividen



Las almas repudian todo encierro – Luis Alberto Spinetta

El mundo como lo conocemos se presenta libre y sin restricciones de ingreso. Cruzamos una puerta y salimos al mundo. Abrimos la ventana, y ahí está de nuevo. La libertad social no se nos presenta como un condicionante, se nos presenta como una herramienta. Pero, ¿para todxs es igual? Hay libertades que por tener el pecado del comportamiento indebido, poseen grandes límites. Entre esos mundos existen barreras y muros que separan lo que aparentan ser realidades diferentes, porque justamente las libertades no son las mismas. ¿Qué hay detrás de las paredes? El manicomio como lo conocemos, ¿se presenta libre y sin restricciones de salida?



 El manicomio es un gran mundo. Árboles verdes adornan los campos y en las salas conviven lxs internxs. Salas de teatro, iglesias, almacenes, una dependencia de seguridad, cancha de fútbol, son algunas de las cosas que también se encuentran en el mundo manicomial. Aparentemente, las posibilidades de actividades recreativas son vastas. Pero llegando al final de algunos árboles se encuentra un muro, que en realidad rodea todo el predio. ¿Qué hay afuera? No se puede definir con exactitud qué es lo que sucede que sea tan distinto al mundo manicomial, pero ya su mero nombre genera una idealización de que algo diferente existe. “El Afuera” parece muy distante y, sin embargo, es muy cercano.


 Del otro lado del espejo (y de los muros) se ve una ciudad muy tranquila, otro mundo, que ignora por completo la existencia de otras realidades, y lo que representa cada una de ellas. Un mundo, que ignora otro mundo. Que lo concibe en base de objetividades elaboradas a lo largo de la historia. ¿Qué mejor representación que la de un muro, para entender que allí dentro convive gente indeseable? (Esta tal vez puede empezar a ser una de las primeras veces que se hable de “el loco”). Pero las definiciones teóricas deben estar certificadas por los actos cotidianos. Y esto puede conllevarnos a creer que (a pesar de que no los veamos) también existen muros que rodean este mundo.

 Sin embargo, dentro del manicomio, quienes viven allí son conscientes del muro que limita sus libertades. No siempre conocen las razones, pero entienden que su planeta termina donde los ladrillos le impiden su paso. Y ahí, tras ese paredón alto y gris, se esconde un lugar que muy pocos tienen la posibilidad de recorrer. Después de varios años, los muros se fortifican, y ese lugar idealizado, va quedando cada vez más lejos y se convierte en una fantasía que no se puede alcanzar. ¿Se perdieron todas las conexiones con “el afuera “ ? Definitivamente sí. ¿Era necesaria esa pérdida? Definitivamente no.

Desde el afuera, no hay perdida nunca. No se pierde lo que uno naturaliza y justamente ese es el problema. Perder lo que se elabora como una construcción, o al menos problematizarlo, se vuelve una difícil tarea ya que implica romper con ideas que se encuentran establecidas. La estigmatización va en estas vías, a la vez que imposibilita la necesidad de ver más allá de las libertades individuales, y poder visualizar y palpar los muros que nos rodean. Invisibles, pero tangibles.

 En este punto los mundos se cruzan. Aunque no existan puntos de conexión concretos, dentro y fuera del manicomio se reproducen actitudes que sí se asemejan. Por un lado un muro de 5 metros visible. Por otro, muros individuales e invisibles. Esta relación no es casual. Aunque no parezca, los mundos que encuentran este vínculo conviven en un mismo sistema social. Como medio de control sobre uno de los mundos se ha edificado una gran institución. Con reglas propias, con figuras, con leyes. Se ha convertido en un mundo aparte, sobre todo por su muro divisorio. ¿Y el otro mundo? Se asemeja bastante, solo que el muro divisorio se encuentra en un lugar más difícil de derribar: las mentes.

 Aun sabiendo esto, parece ser que la relación entre los dos mundos queda en una simple reproducción de comportamientos y restricciones. Pero quedarse en esto implica un abandono de la práctica. Las relaciones con el manicomio se construyen de adentro hacia afuera y viceversa.

Dialéctica dentro – fuera

 Toda institución que deba trabajar con el encierro debe tener un contacto fuerte con el exterior. Si este contacto no se da, el trabajo interno redobla su dificultad, y con el paso de los años, empieza a convertirse en un problema casi imposible de remontar en ciertas personas. La gran falencia institucional recae aquí. Las herramientas que utiliza no deben ir solo en vías de la exclusión, ya que su tarea fundamental, es la reinserción en el medio social. ¿Cómo puede creerse que alejando más y más a un individuo del mundo social, éste pueda algún día retornar con las mismas posibilidades que otro?

Estas dificultades tienen una consecuencia directa sobre el individuo que está siendo encerrado. El mundo como alguna vez lo conoció, se redujo a un predio del cual no puede salir.  “El afuera” ahora es desconocido. Tiene reglas diferentes, tiene modalidades distintas. “El afuera” le exige al individuo que se represente a él mismo en el medio social que lo vio nacer, pero no contempla que fue alejado y despojado de ese lugar, y que en ese proceso (después de 20, 30, 40 años) el sujeto vivió bajo otro sistema de convivencia.
 Aquí la contención social (principalmente del Estado en hospitales públicos) es esencial. El dinero que se invierta en presupuestos destinados a la salud, debe estar en relación a la búsqueda de trabajadores de distintas disciplinas que puedan estar acompañando el proceso de internación de un individuo. También debe fomentar el uso de herramientas sociales, que impliquen una mayor salida de los internos al mundo exterior. Y por supuesto, mejorar las condiciones en las cuales vive el individuo. Despojarse de las prácticas manicomiales también implica una intervención desde “el afuera”.

Desde el manicomio las libertades se encuentran limitadas, y los comportamientos que esto genera no son saludables. El avance progresivo de un paciente tendrá mucho que ver con las personas que se encuentren siguiendo su historia y dándole un tratamiento correcto, balanceado y saludable. Pero las dificultades que se expresan en torno al medio social, exigirán mucho también de su misma personalidad. La adaptación en un mundo donde el estigma social existe en cada rincón se dificulta. Es por eso que la importancia también recae en el entendimiento más individual y en derribar viejas teorías que ya no se asemejan a lo que vemos en la realidad.

“El loco” seguirá encontrando muros cuando salga del manicomio, pero no le sorprenderán ya que convivió una vida entera con ellos. Antes, los muros que le impedían su libertad eran visibles, pero los nuevos que encontrará también irán en vías de limitar sus capacidades. El problema posterior que tendrá, será descifrar cómo derribarlos. No conocemos aún la respuesta que solucione ese gran interrogante. Y aunque creamos que “el loco” está más alejado en encontrarla que nosotros, podríamos estar bastante equivocados.

 Las relaciones sociales que se construyen entre dos muros visibles, no son necesariamente diferentes a las que se construyen entre dos muros invisibles. Convivir bajo un estigma toda la vida puede dar más claridad al momento de destruirlo, antes que sofocarse hacia él. Solo cuando entendamos que no existe un loco, sino miles de formas de entender la realidad, encontraremos también en nuestras manos la tan querida y siempre tan poco explicada “normalidad”. Será ese el momento también de derrumbarla. Y no pararemos, HASTA QUE LOS MUROS CAIGAN.


Dedicado a los hombres y mujeres que trabajan día a día en pos de la desmanicomialización.-

Por Andrés Augusto
Ilustración: Ipmauj Adejo

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