viernes, 11 de abril de 2014

¿Quién tiene la palabra?



El tedio de un verano corto, de muchos libros apilados que vuelven muy rápido a la mesa, de angustias tan bien pastadas y conocidas que ya son un espejo, no una amenaza o un miedo. El cielo gris anuncia una lluvia cualquiera, como tantas otras que ya me sirvieron para negar mi libertad: “No puedo, está lloviendo, mejor mañana…”. La mala-fe sartreana me importa menos cuando no puedo parar de apilar motivos para seguir determinando el ser, para impedirlo, cerrarlo por todos lados, como una cajita. Sentado en el sillón disparo a mi amigo (a mi padre) –La gente no habla. Él está de acuerdo (es que somos parecidos). Me cuenta su experiencia reciente en un cumpleaños, su esfuerzo personal por escapar del agobio que significa sentirse cosa pre-fabricada según un esquema input-output.



–Hola che, ¿cómo te va? ¡Feliz cumpleaños! –Muchas gracias, pasen por aquí –Es terrible el calor que hace –La verdad que no se puede estar –Este  es Tomás el hijo de Tito, el nieto de José ¿te acordás de José? (…) En la mesa nadie toma la palabra si no es para comentar algo “común”, algo que se espera que se diga. –Golazo el de Messi ayer. -¿Viste lo que son los precios? –Qué hermoso vestido el de la Farro. –Actualizaste tu foto de perfil, qué pintusa eh! Pero de repente aparece la palabra justa: -La gente no conversa.Me retruca.

Dio en la tecla, sin quererlo, apelando al lenguaje cotidiano, dio en la tecla. Con-versar. No sé nada de latín pero en seguida sospecho que en ese “con” se esconde un otro. Corro a un diccionario etimológico casi a la misma velocidad con la que pienso en la obsolescenciade su soporte impreso ¿no es increíble que internet se haya convertido en mejor fuente? En efecto, “con-versar” implica a otro. A primera vista esto es claro, pues no es lo más común “hablar solo”. Pero conversar no se trata sólo de hablar, según el diccionario:

1. Hablar unas personas con otras.

Pero también y de forma inesperada:
3. intr. desus. Vivir, habitar en compañía de otros.
4. intr. desus. Dicho de una o más personas: Tratar, comunicar y tener amistad con otra u otras.

Parece que el latín recogía mucho mejor esta idea de “compartir, convivir, estar-con-otro” implícito en el verbo. El castellano, nuestro lenguaje, ya tiene la necesidad de aclarar el “desuso” de estos sentidos alternativos. ¿Debemos suponer entonces que ya no habitamos en compañía de otros, que no nos comunicamos, que no tenemos amistad con unos y otras? Tampoco tanto. ¿Acaso no estamos en la época de los medios de comunicación por excelencia? ¿No estamos con-ectados las 24hs del día con todo el mundo, en cualquier lugar? ¿Cómo llegar a la conclusión tan contradictoria de que ya no com-partimos, si es uno de los botones más apretados del Facebook?

Me atrevo a proponer lo siguiente: no es que nuestras sociedades no com-partan, no con-vivan, sino que eso sucede, pero no tanto como podríamos suponer nos indicaba el sentido originario del vocablo, a través de la palabra, sino a través de la imagen. Nada muy original, es cierto. El éxito rotundo de Youtube lo atestigua.Las desquiciantes publicidades omnipresentes en cualquier capital del mundo lo refrendan; la pequeña pantalla personal en el colectivo, en el subte, delante de los asientos en cualquier sala de espera (ahora incluso también en las terminales); en todos esos no-lugarespermanentes que constituyen la trama de la pesadilla cotidiana de millones de trabajadores que se desplazan zombíferos a ¿sus lugares? También en nuestro propio bolsillo en la forma de una Tablet o un celular. No hay que ser sociólogo para ver eso. Sin embargo, hay algo aquí que sería buen tema de cualquier conversación entre dos habitantes de nuestro siglo.

A mi entender y a esta altura es imposible hablar de medios masivos de comunicación sin hacer alusión a dos distopíasclásicas: Un mundo feliz  de A. Huxley y 1984  de G. Orwell. No hay duda de que a menudo las llamadas ficciones nos representan mejor que el más denodado esfuerzo del moralista: Edipo, Hamlet, Psicosis. No es esta la excepción.

Quisiera poner en paralelo dos elementos presentes en una obra ya mencionada – 1984 - y en otra más reciente, el episodio “15 Millionmerits” de la serie “Black Mirror”. Esta mini serie británica pinta de manera ominosa la relación actual del hombre con la tecnología. Desde la humillación en vivo transmitida a millones de televidentes del Primer Ministro británico a la horrorosa hipótesis de implantes en los humanos que permitan reproducir verbatimy en cualquier pantalla amiga (Smart Share lo llaman ahora)todo el pasado de un hombre en abierta alusión a FB.

Lo interesante es cómo 1984 escrita en 1948 apela de algún modo a los mismos recursos que “15 million…” ¿o es al revés? Por empezar, la vida de todos los “ciudadanos” se encuentra regimentada de la misma forma. Todos van a la misma hora a sus puestos de trabajo, saliendo para ello de sus cubículos miserables (apretados departamentos casi derruidos por la guerra constante y necesaria en el primer caso; pequeñas piezas minimalistas funcionalesrevestidas de pantallas que esconden el tiempo y ordenan la rutina en el segundo). La obscena primacía de las pantallas se mostrará fundamental en ambos casos. El Gran Hermano, ese gran Ojo que todo lo ve también con-vive con sus súbditos, está ahí, en la intimidad del comedor, de la pieza en la forma de un TV. Y –como también sucede en el episodio de BM- ellos (nosotros) no tienen el poder de desactivarlo, de apagar la pantalla. Es el Gran Hermano quien decide cuándo te levantás, cuándo hacésejercicio, cuándo comés y qué mirás. El gran complemento de BM será el cómo y el dónde.

Si en 1984 las personas aún guardaban un mínimo grado de autonomía gracias a la diversidad de sus “funciones” (en verdad sólo algunos pocos “elegidos” que cumplen roles como el del protagonista, Winston Smith, encargado de reescribir el pasado modificando la memoria colectiva a través de la manipulación de las noticias aparecidas en los diarios) en BM todos los trabajos se parecen, o mejor: son lo mismo. La bendita flexibilidad neo-liberal (neo liberal o capitalista a secas) se ha impuesto como la única alternativa: arrasar con los deseos de todo individuo, condenarlos a la misma tarea repetitiva e idiotizante de pedalear por horas y horas sólo para acumular “méritos” (la moneda del futuro).

Sabemos que Winston encontró lentamente la salida, la fuga, pero no lo hizo solo. Lo hizo a través de Julia y con ello encontró la verdad en el amor. Eros aparece como la fuerza unificadora capaz de desafiar el destino más oscuro, la estupidez generalizada, la homogeneización de todo otro sentimiento. También en BM el tema de la relación amorosa se presenta como el resquicio de luz, laúnica esperanza. En ambos casos, es cierto, el recurso no es suficiente para desactivar al monstruo. Y uno se pregunta ¿dónde queda la política en estas distopías? ¿Qué lugar ocupa la organización bajo ideas liberadoras en sistemas que, como lo dice el slogan orwelliano, abogan por “La ignorancia es la fuerza, la libertad es la esclavitud, la guerra es la paz”?


¿O será que como habíamos propuesto al principio, todo lo que hace lazo con otro y nos acerca a lo com-unitario se hace trizas cuando la imagen impone su ley sobre la palabra, el logos, el concepto, ese barro con el que se moldea la vasija del pensamiento?

Por Enrique A. Rodríguez
Ilustración: Martín Zinclair

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