jueves, 22 de junio de 2017

Desarmando manicomios

Voces que estallan muros es una publicación realizada por Deseredadxs de la Razón, que recopila relatos y fragmentos del sentipensar de sus militantes en torno a la desmanicomialización.

Para este grupo de trabajadorxs por la salud mental, la lucha por la desmanicomialización  es “(...)la lucha por la transformación de las lógicas que nos oprimen; porque la voz y el deseo de cada unx tenga valor y se respeten; porque el manicomio y las institución de encierro dejen de existir; por condiciones dignas de vida; por hacernos y hacer visible lo que nos enloquece de la sociedad en la que vivimos; por construir respuestas colectivas que nos empoderen y generen condiciones de libertad”.

Para conseguir la publicación y para conocer más sobre la lucha por la desmanicomialización podes acercarte este sábado 24 de junio, a partir de las 16 hs, a Casa Enredadera (Calle 10 n°1520 e/63 y 64).

A continuación, compartimos uno de los relatos de la publicación.

La casa se reserva el derecho de admisión

…dijo la dueña y me cortó el teléfono. Esa pensión era la que a Diego le habían recomendado y habíamos estado esperando el cobro de su plata para poder pagarla y finalmente tenga su lugar. Cambio de planes entonces. Salí de trabajar y me fui directo a una pensión que quedaba cerca para buscar otra opción, nos pusimos a charlar y entre las cosas que me preguntó fue “de qué trabaja”, tiene una pensión le respondí yo, queriendo asegurarle que el monto lo iba a poder pagar con seguridad, pero lo que el viejo quería averiguar era el perfil de Diego.

(Diego tiene 42 años, de los cuales la mayoría los transitó en distintas instituciones de encierro. Veintidós años fueron los que sobrevivió en el manicomio de Melchor Romero, hoy transita una externación llena de palos en la rueda)

No satisfecho con la respuesta me pregunta “pero que hace él” y ahí nomás me vi sumergida nuevamente a convencer a otro dueño que le dé una oportunidad, que lo conozca, que no lo excluya una vez más y que lo acepte aunque sea un mes de prueba. Hasta me vi asegurando que Diego no les iba a generar problemas sin tener la más pálida idea de cómo él se iba a adaptar a esta nueva vida fuera del hospital, fuera de su círculo siniestro y manicomial pero conocido al fin. No sabía si se iba a poder manejar en un mundo donde él sigue siendo el raro, donde el común de la gente camina creyéndose normal, a salvo no se bien de qué, transita indiferente y hasta casi segura de que cualquier sufrimiento o desliz mental está a km de ellos. Me fui sin respuesta y preguntándome si Diego no salía de un manicomio para meterse en otro, si su externación no se trataba de un simple canje de una forma de exclusión por otra.

Me encontré con él, le pregunté cómo estaba y me dijo que agradecido de no haber ido al pedo a la pensión porque sabía cómo iba a reaccionar si se lo decían en la cara. En ese momento quise explicarle lo injusto que era todo y lo costoso que era desarmar los prejuicios de la gente pero que le iba a explicar si toda su vida se había tratado de eso. Me miró a los ojos, sonrió y me dijo “cami yo ya lo sé”, en todo este tiempo me hice amigo de la indiferencia del resto.

Se prendió un pucho y le pregunté sobre los números de pensión que ya habían buscado, enseguida entre chiste y chiste, nos pusimos a jugar a los operadores, él me dictaba los números y yo con vos de secretaría preguntaba por habitaciones libres. Charlamos un poco, repasamos cómo viene su semana, que el taller de plástica, que renovar el permiso para poder dormir en el albergue un tiempo más, que terminar la escuela y otra vez los días se llenaron de tareas. La paciencia fue nombrada la mayor cantidad de veces posible, sus dedos amarillos por el pucho guardaban entre su ordenado papelerío, los teléfonos de las pensiones por volver a llamar, mientras acordábamos el encuentro al día siguiente.

Del otro lado de la pecera estaban ustedes, entre grietas burocráticas, barreras manicomiales y estrategias de nu
nca acabar para poder concretar los talleres que una vez nos hicieron conocer a Diego.


Me fui a mi casa con el culo lleno de preguntas. Las sensaciones iban como una pelota de ping pong que rebotaba entre la incertidumbre de cómo mierda se va a solucionar lo habitacional, la impotencia frente a la exclusión de todas sus formas, colores y sabores, y con la seguridad de que Diego va poder y tiene con qué darle a la vida, queriendo creer que va a tener aguante.

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