La comunidad, el modo comunitario de
producción y de vida, es la más remota tradición de las Américas, la más
americana de todas: pertenece a los primeros tiempos y a las primeras gentes,
pero también pertenece a los tiempos que vienen y presiente un nuevo Nuevo
Mundo. Porque nada hay menos foráneo que el socialismo en estas tierras
nuestras. Foráneo es, en cambio, el capitalismo: como la viruela, como la
gripe, vino de afuera.
Las tradiciones futuras (El libro de los
abrazos) - Eduardo Galeano
La crisis de 2001
trajo lucha y organización. Esto se vio claramente en diferentes fábricas del
país donde las personas comenzaron a organizarse para no quedar en la calle
ante la ausencia del Estado y el abandono del patrón. La ex “Papelera San Jorge”, de la ciudad de La
Plata es ejemplo vivo de que una fábrica sin patrones es posible.
El pasado siglo
vino a dar cuenta de la versatilidad del capitalismo para sobrellevar las
crisis que en su seno se desarrollan. Las fuerzas que con cada crisis se
liberan son encauzadas en una dirección en particular, reaccionando contra los
sectores más desprotegidos y contra quienes con su trabajo sostienen los
cimientos del sistema. Pero, al igual que el capitalismo, quienes se ven
perjudicados por aquél también logran generar alternativas para sobrellevar las
situaciones límite a las cuales se enfrentan.
Este es el caso de
las “fábricas recuperadas” en Argentina. Pero, ¿qué las diferencia de una
fábrica convencional? En primer lugar es de destacar que la recuperación de
fábricas es producto de una coyuntura particular, es decir, a partir de la
generación de un conflicto socioeconómico como el vaciamiento, la
descapitalización, los despidos y las suspensiones o el abandono de ciertas
empresas por parte de sus dueñas y dueños. Las trabajadoras y los trabajadores
se organizan para ocupar y controlar las fábricas, con el fin de mantener sus
puestos de trabajo. Una alternativa colectiva a un problema colectivo.
Dicha modalidad se
originó en los comienzos del siglo XXI, a raíz de las prácticas estatales y
empresariales que se dieron en el país durante el último cuarto del siglo
pasado. Los últimos veinticinco años del siglo XX en Argentina estuvieron
marcados por la imposición del modelo neoliberal de la dictadura genocida, y
por su profundización a partir del gobierno menemista.
Políticas
implantadas en este período tales como una apertura comercial indiscriminada,
privatizaciones, la preponderancia de las finanzas por sobre la economía real y
el régimen de convertibilidad, hicieron que la industria nacional (en ese
momento incapaz de competir con productos importados en términos de calidad o
precio sin apoyo estatal) se viniera a pique.
Sumado a aquellas,
la flexibilización y precarización de la fuerza de trabajo brindó beneficios al
empresariado que se traduciría inmediatamente en pérdida de derechos para las y
los trabajadores: un cóctel de miseria para quienes viven de su trabajo, que
vieron reducidos sus salarios y su protección social.
Asimismo, quienes se encontraban en la desocupación, debieron
reducir sus expectativas sobre los puestos de trabajo disponibles, lo que
llevaría a aceptar cualquier laburo por precarias que fueran sus condiciones.
De esta manera se generó un proceso de disminución de la calidad de vida del pueblo,
concluyendo en el 2001 con un 21,5% de desocupación y un 54% de pobreza.
Ante esta
situación, la respuesta colectiva nacería espontáneamente de las entrañas del colectivo de trabajo. Contando con la experiencia
práctica del “saber hacer”, pero sin tener, en la mayoría de los casos, los
conocimientos teóricos que supuestamente son necesarios para llevar adelante
una organización en todas sus complejidades, se deja entrever que frente a la
necesidad imperante de mantener los puestos de trabajo emergen del colectivo
nuevas formas de organización del trabajo por fuera de las tradicionales.
Érase una vez una papelera...
Un caso ejemplar
de este tipo de situaciones, lo vivieron los trabajadores de la ex “Papelera San Jorge” fundada en la ciudad
de La Plata durante los años ‘50. Dicha fábrica llegaría a ocupar a más de cien
trabajadores en su mejor momento. Sin embargo, entrada la década del ‘90, la
contracción que sufrió la economía en su conjunto llevaría a que menos de
ochenta trabajadores cumplieran las labores normales de la fábrica, hasta que
finalmente en el año 1999 la misma llamase a convocatoria de acreedores,
declarándose posteriormente su quiebra en el 2001.
Las deudas
contraídas, y los productos no vendidos por la situación económica llevarían al
cierre de la fábrica por parte de su dueño, que como tal se había convertido en
poseedor y de esta manera en decisor sobre el rumbo que tomaría la vida de
muchos trabajadores, los cuales a su vez, tenían familias o personas a su cargo.
Estas personas que
participaban del día a día en la fábrica, consideradas por sus patrones como meros empleados dentro del proceso
productivo, aceptaron esta realidad con naturalidad, ya que muy
probablemente sus madres y padres también fueron empleados por otras personas,
en otras fábricas, por lo cual, no parece nada extraño que les toque la misma
suerte.
Pero, llegado el
caso, los trabajadores de la Papelera decidieron que ellos podían ser dueños de
su destino...
Renacer de las cenizas
La rutina en la
fábrica solía seguir un mismo ritmo: cumplir turnos, esperar órdenes, trabajar,
trabajar y trabajar. El problema surgió cuando, un día cualquiera luego de
haber pedaleado en la bici hasta la puerta de la fábrica, trabajaste,
trabajaste y trabajaste, pero a fin de mes no apareció
la pasta.
La situación
económica venía de mal en peor: “¿Salir a
la calle? ¡Tenías que pedir turno para cortar el Centenario[1]! Con
la política neoliberal, pasamos de tener una moneda que no la conocía nadie, a
ser un peso igual que un dólar. Entonces ninguna fábrica producía nada. ¿Para
qué voy a fabricar? Sale más barato traerlo de afuera que mantener a los
trabajadores. Compra afuera y vende (el empresario). Entonces ahí nos quedamos
sin trabajo”, comenta uno de los trabajadores de la Papelera.
Los primeros
signos de problemas se vieron a principios del nuevo siglo: “Primero paraba la fabricación, porque no
tenía materia prima. Después el dueño pagaba la materia prima, pero no la luz,
entonces cortaban la luz. Pagaba la luz, y no le
pagaba a la gente. Entonces había paro… era todo una cadena”, cuenta Pedro. De
esta manera, los trabajadores tuvieron que soportar entre cuatro y cinco meses
sin cobrar, hasta que llegó la convocatoria de acreedores y finalmente la
quiebra, punto de inflexión para la historia de la papelera. A partir de allí,
los trabajadores organizados en
cooperativa, decidieron poner la fábrica a producir bajo su responsabilidad.
¿Pero por qué
tomaron esa decisión? Porque perder el laburo genera consecuencias, que van más allá de la pérdida de una fuente
de ingreso fundamental para las y los trabajadores. “Hay gente grande que sigue acá, que no la podés sacar, no sabe hacer
otra cosa, si la mandás a la casa la enfermás”, comenta uno de los
trabajadores. El lazo que se forma entre la máquina y la persona, entre la
tarea y quien la realiza, es tal que romper con esa relación puede perjudicar
fuertemente su salud. Trabajadoras y trabajadores adquieren su identidad en
tanto desarrollen su labor: quitarles su trabajo equivale a quitarles su
identidad.
Por esta razón un
grupo de veintisiete trabajadores decidieron depositar su futuro en una fábrica
quebrada. Pero una fábrica que era su vida. “Empezamos
de a poco, los primeros pesos que entraban se distribuían y a veces no
alcanzaba la semana ni para pagar el micro. Vendíamos chatarra, y luego con esa
guita comprábamos comida”, recuerda Pedro.
Esto demuestra que
la transición no fue sencilla, pero tampoco lo fue el cambio de conciencia. Sin
embargo tal como nos cuenta el síndico de la papelera, en este proceso no
estuvieron solos. La panadería del barrio, vecinas, vecinos y algunas
cooperativas se acercaron a darles una mano con lo que podían, desde el aporte
de materia prima hasta un pedazo de pan para comer.
Luego de varios
meses de resistencia una vez declarada la quiebra lograron que la legislatura
de la Provincia de Buenos Aires aprobara la ley de expropiación. Pedro nos relata
que en ese momento sintieron que por lo menos les dieron esa ley para quedarse
en la fábrica, “pero estábamos en la
misma que el patrón, no había industria, no había nada, la idea era quedarnos,
pero ¿producir para qué?”. Durante el primer tiempo, sobrevivieron con sólo
una de las dos máquinas con las que cuentan actualmente, la que produce papel
higiénico.
Ya entrado el año
2003, luego de haber tocado fondo, la situación económica del país lentamente
empezó a mejorar. Con el default a cuestas, pero con un mercado interno que se
recuperaba, las industrias nacionales volvieron a encontrar espacios para
vender su producción.
El primer gran
cambio, que hoy perdura, fue pasar de turnos de ocho a doce horas, dado que la
fábrica tiene la necesidad de mantener su producción las veinticuatro horas del
día. Muchos compañeros se habían ido a buscar otras oportunidades durante el
proceso. Cada uno de ellos tenía una familia que necesitaba comer. El siguiente
obstáculo, que no se hizo esperar, llegó con los proveedores. Una frase que
solían escuchar luego de golpear puerta por puerta era: “¿Que les voy a dar a ustedes? No me pudo pagar un empresario y, ¿me
van a pagar ustedes?”. El panorama no era el mejor.
Pero lentamente,
con el esfuerzo sostenido de quienes decidieron quedarse a bancar la
autogestión, es decir los socios fundadores de la cooperativa, se logró que
entrara una primera camada de socios nuevos, a los meses de retomar las tareas.
Junto con la ayuda de estos, se alcanzó el objetivo tan preciado: arrancar la
segunda máquina, con la que se produce cartón.
Esto no es menor,
ya que empezarían a compensar parte de sus costos fijos, al aumentar la
producción. Uno de ellos nos cuenta que “entramos
a hacerle mantenimiento, limpiarla de arriba abajo. También hacíamos ocho
horas, si estaba complicado nos pedían doce y nos quedábamos, pero no había
recompensa monetaria, porque no había plata, ellos también laburaban ocho horas
y cobraban cuarenta pesos”.
Los trabajadores
nos cuentan que todo fue una apuesta a futuro, y que nadie podía asegurar que
lograrían su objetivo. Sin embargo, desde el principio apostaron a esta
alternativa colectiva porque era la única salida viable que encontraron para no
engrosar las filas de la desocupación. Y tuvo sus frutos. Con esfuerzo y
dedicación, de a poco fueron creando nuevos clientes. El circuito comercial
comenzaba a crecer y se ampliaba la producción, por lo que necesitaban más
personas que estuvieran en el día a día. De esa forma, nuevos socios se sumaban
a esta experiencia que ya está cerca de cumplir quince años.
Dueños de su trabajo
Cuando se les
consulta su opinión sobre la autogestión la respuesta es inequívoca: desafío y
responsabilidad van de la mano. “En
relación de dependencia sos un número, al empresario no le importa si aportás o
no, pero acá en la cooperativa podés aportar, abrirte, podés opinar” nos
comenta Pedro.
En la fábrica ya
no quedan técnicos, ni supervisores, ni patrones, sólo los trabajadores. Todos
conocen los problemas y entre todos los resuelven. “Acá cobramos todos igual, laburamos todos igual. El que es presidente
y el que barre el patio cobran igual, tienen que laburar lo mismo, y así
estamos desde que empezamos” continúa.
El mensaje para este
trabajador es claro y conciso: “Todo
depende de vos, no del patrón. La fácil es estar bajo patrón o bajo conducción
del Estado. Estando en un sistema como en el que estamos nosotros la lucha es
todos los días, y sabés que si no trabajás, no cobrás”. Y esto lleva a que,
a pesar de la connotación positiva de la palabra “autogestión”, ciertas
complicaciones emergen en la papelera, como así en muchas otras organizaciones,
más allá de la forma en que esté organizado el trabajo.
En general, el
reloj y el compromiso suelen ser el denominador común de cualquier problema.
Las horas pasan, las máquinas no paran, y los turnos cambian. “Si no respetás el reloj, no respetás a un
compañero al que lo está esperando la familia. El hombre no puede irse de la máquina
porque no aparece el relevo”, afirma Pedro.
Esto deja en claro
que una de las problemáticas existentes viene dada por el diferente compromiso
que está dispuesto a asumir cada uno. En este sentido, otro de los
trabajadores, Diego, afirma que “mucha gente
que viene de antes, de cuando había patrón, está acostumbrada a que le den
órdenes y a que le digan lo que tiene que hacer”. Pero el patrón ya no está
y tampoco lo volvieron a ver (aún cuando el auto que le pertenecía quedó dentro
del predio de la fábrica ya que los trabajadores le impidieron sacarlo).
Sumado a esto, por
ser una cooperativa atraviesa una situación particular que tiene ver con la
falta de incentivos de los trabajadores para ocupar puestos de mayor
responsabilidad. “No
es que trabajás sólo en la máquina doce horas y te vas, estás todo el tiempo
trabajando. Es difícil que la gente se meta eso en la cabeza. Yo pienso que acá
cada uno es dueño de su trabajo, no de la fábrica”, continúa Diego y agrega además que cuesta que la gente se
comprometa en serio, pero que cada día van mejorando un poquito.
Incluso, para
fomentar el compromiso Pedro explica que tienen “el mensaje de que todos tienen que pasar por el consejo de
administración. No es que estamos atornillados”. Porque estando ahí es
donde cada uno puede empaparse de lo que son las problemáticas de la fábrica y
construir conjuntamente el camino que están llevando a cabo. Asimismo surge también que el cambio
generacional que vive la papelera está en constante tensión con el compromiso
que se necesita.
Muchos nuevos
integrantes de la cooperativa son pibes jóvenes que no tienen el sentido de
pertenencia para con la fábrica que sí tienen los socios que bancaron el
proceso de recuperación y control obrero. Pero, para los socios más antiguos,
la herramienta fundamental para generar el compromiso es la participación en
las asambleas. Pedro relata incluso que “a
todos les decimos que tienen que pasar por acá para saber lo que es discutir
con un compañero”.
Más allá de estas
problemáticas que van surgiendo, los socios siempre saben que, ante cualquier
problema, hay un compañero dispuesto a ayudarte. También nos cuentan que la
autogestión los fortalece como personas:
“Acá no hay técnico, supervisor, sólo nosotros”. Diego nos cuenta que para
él, según su propia experiencia, todo es aprendizaje y formación. Y que del
trabajo colectivo, siguen dependiendo cincuenta y cinco familias, a lo que
agrega: “Esas son las cosas que te hacen
pensar todo el día. Por eso tenés que hacer caminar esto… y cada uno tiene su
tarea en pos de ello”.
¿Cooperativismo igual socialismo?
Ocupar, recuperar
y poner a producir una fábrica no implica adentrarse en un proceso
revolucionario teóricamente formado con el objetivo de alcanzar el socialismo.
Incluso muchos de los trabajadores no tienen ni las ganas, ni el interés en dar
el debate político para ello. La papelera no es la revolución, pero más allá de
esto, todos los días yendo a laburar, los trabajadores de la cooperativa son
protagonistas, con mayor o menor compromiso, de la construcción del trabajo sin
patrón.
Consciente o
inconscientemente están aportando a una forma de producir alternativa, donde no
existe la explotación de la fuerza de trabajo por una persona que tiene la
propiedad de los medios de producción. En la papelera existe la socialización
de los conocimientos de laburo y de gestión, dejando de lado la propiedad
privada de estos.
Esta experiencia
de cooperativismo está inserta en el mercado, pero no sólo para sostenerse a sí
misma, sino que además están creando y apostando a nuevas lógicas de trabajo,
alternativas, y, sobre todo, posibles. No están sentados hablando de algo
utópico, sino que con su esfuerzo de todos los días lo van construyendo. Y Diego
lo deja muy claro: “Lo que trabajamos es
para todos, no para uno. Es importante generar esa conducta desde adentro. Depende de nosotros que sigamos trabajando y
haciendo bien el laburo”.
Y como de ellos
depende, es importante subrayar que se genera un proceso de activación de la
voluntad individual para satisfacer una necesidad colectiva. No van a laburar
porque los obliga el patrón, sino que lo hacen por el colectivo.
Si algo se debe remarcar es que esta experiencia no quedó acabada en la
fábrica, sino que se amplió a otros espacios que estaban en situaciones
similares. Los trabajadores nos cuentan que “fuimos
un trampolín para otras empresas recuperadas. Somos la segunda cooperativa
expropiada en forma legal en el país. Nos tocó ir a transmitir nuestra
experiencia a otras fábricas. Nosotros recibimos mucha ayuda, entonces una vez
que estuvimos bien, hicimos lo mismo con otros compañeros”.
Además, como las ayudas recibidas de la comunidad jugaron un rol
fundamental durante el proceso, Pedro nos cuenta que la cooperativa tiene un
compromiso con la sociedad, “por eso hicimos
un complejo para que el barrio lo pueda utilizar. Ahora hay una escuela para
chicas y chicos con discapacidad, y le damos material didáctico. Cumplimos un
postulado básico de las cooperativas que es compromiso con la sociedad”.
Así, en la
papelera, se va prefigurando una alternativa colectiva surgida con el fin de
obtener mejores condiciones de vida para las personas, demostrando que existen
alternativas, que el patrón no es imprescindible y que los trabajadores
lograron plasmar sus necesidades sin que la teoría jugara un papel
preponderante para romper con la lógica de la ganancia y del individualismo.
Romper con esto
último es vital para este tipo de procesos ya que las “alianzas” con otras
fábricas, con organizaciones sociales, con vecinas y vecinos, hacen posible el
proceso de ocupación, y ponen de manifiesto que, a diferencia de la lógica
individualista y competitiva del capitalismo, solidaria y cooperativamente se
pueden trazar alternativas a la lógica dominante.
[1] Principal avenida que conecta La
Plata con la localidad de City Bell.
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