jueves, 10 de julio de 2014

Producir y consumir a conciencia

Nuestro continente latinoamericano tiene, desde sus orígenes, una cultura genuinamente agrícola producida por campesinos que promueven la seguridad y la soberanía alimentaria. A pesar del avance del neoliberalismo, que pretende hacer desaparecer la cultura campesina e imponer la agricultura industrial como único método aceptable, los campesinos siguen promoviendo la agricultura familiar y luchando contra la artificialización de la agricultura, el monocultivo y la destrucción del medio ambiente. 



La Agricultura Familiar  es una forma de clasificar la producción agrícola, forestal, pesquera, pastoril y acuícola gestionada por una familia, incluyendo tanto a hombres como a mujeres. Estas actividades  de base familiar desarrolladas en zonas rurales están íntimamente relacionadas con la seguridad y la soberanía alimentaria de los pueblos.  

El concepto de Seguridad Alimentaria fue desarrollado en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (1996) como el “derecho de toda persona a tener acceso a alimentos sanos y nutritivos, en consonancia con el derecho a una alimentación apropiada”. Si bien esta definición aporta una punta sobre el tema, no es suficiente. Por este motivo, las organizaciones sociales nucleadas en Vía Campesina problematizaron esta concepción y elaboraron, también en 1996, el término Soberanía Alimentaria como “el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas de producción, distribución y consumo”, que además incluye “el derecho  a definir sus propias políticas de producción agrícola local para alimentar a su población, el derecho de los campesinos a producir sus propios alimentos, el derecho de los países a protegerse de las importaciones agrícolas alimentarias de bajos precios (dumping) y la participación de los pueblos en la definición de la política agraria”.  

Para la especialista Miryam K. de Gorban, en nuestro país el problema de la seguridad y la soberanía alimentaria “se visibiliza en la concentración de la economía que maneja la producción, la comercialización, el transporte y la exportación de los alimentos. Se suma la extranjerización de la tierra, el aumento en la producción de agrocombustibles y la responsabilidad de estos determinantes en la inflación”. Todo esto, sumado a que el alimento es utilizado como mercancía, se cotiza en bolsa, se compran las cosechas “a futuro” y se desarrolla el monocultivo basado en una “agricultura sin agricultores”. Por este motivo, es necesario repensar el modelo de producción hegemónico instaurado y profundizar otro modelo alternativo, que impulse la economía social, los precios justos y el consumo responsable de los alimentos.  

Agroecología: Decir NO a una cultura única 

Bajo la bandera del mal llamado progreso, el neoliberalismo promueve una cultura única basada en el consumismo, la dominación y la explotación. Este sistema de producción imperante concentró en pocas empresas transnacionales la producción de  semillas y de plaguicidas. Además, controlan la producción y la comercialización y son amparadas por Estados nacionales que no las controlan adecuadamente. 

La ingeniera Agrónoma de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Ana María Broccoli, explica que ante la crisis de sustentabilidad de la agricultura industrial, es necesario repensar los métodos de producción para poder abastecer de alimentos a la población. En contraste a la agricultura industrial, se piensa a la agroecología como un modelo que bajo una mirada ecológica, socioeconómica, sociocultural y política reconoce a los agroecosistemas como realidades complejas que mediante varias disciplinas permitan el aprovechamiento sustentable de los recursos naturales, gestionados en horizontalidad, acción colectiva e integrada a las organizaciones y movimientos sociales.  

Desde la mirada de Broccoli, pensar un modelo agroecológico sustentable requiere “la construcción de sistemas alimentarios basados en la sustentabilidad de la producción y comercialización, apoyados en movimientos sociales con un alto grado de autonomía, equidad y valorización de la diversidad natural y biocultural”, condiciones que en su conjunto favorecen la soberanía alimentaria. 

Producción local 

La ciudad de La Plata, así como otras ciudades de la zona, está ubicada dentro del denominado “cordón hortícola bonaerense” donde se encuentran numerosas experiencias de producción familiar. Mediante formas de acción colectiva, se crearon mercados regionales y ferias, donde se visibilizan alianzas entre los productores, con la idea de afrontar la cadena de distribución que los obliga a vender más barato sus productos.  

Otro método de acción en conjunto es la creación de cooperativas, que les permite a los productores locales aunar sus cosechas y vender a un precio justo para ellos y para el consumidor. Una de ellas es la Cooperativa de Vinos de la Costa de Berisso, creada hace más de diez años y que hoy está conformada por dieciocho productores. A partir de la organización, la cooperativa nace de un trabajo que hace la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Primero se acercaron los viñateros, con inquietudes sobre cómo recuperar los suelos de Berisso para la producción de vid, luego crearon la cooperativa, que en la zona es reconocida por su producción. Este es un claro ejemplo de cómo la organización colectiva permite afrontar momentos de crisis económica y social. 

La ingeniera agrónoma de la UNLP que trabaja con los productores, Silvina Artaza, explica que lo importante de formar parte de una cooperativa es que la gente se une para lograr algo en común. Los viñateros tienen necesidades que de forma personal no los hubieran podido satisfacer. Debido a que se juntaron lograron una bodega, consiguieron financiamiento y eso les permitió crecer. 

Juan Carlos Godoy, productor de vino desde el 2003, explica que la tradición de producir vino se estaba perdiendo, consecuencia de la crisis del 2001 en el país. Con la necesidad de trabajar, comenzaron a agruparse varios productores de Berisso y formaron primero una asociación de productores, que apoyados y secundados por los  antiguos  viñateros de la zona que brindaron sus conocimientos, recuperaron más de 25 hectáreas donde hoy se cultiva vid y ciruelas. 

Cruzando la ciudad de La Plata, se llega a la finca de Plácido Aguai, horticultor oriundo de Jujuy, que hace 30 años que vive en nuestra ciudad y trabaja con su familia. Allí alquila cinco hectáreas en la zona de Arana (calle 610 y 137) donde podemos ver hinojos, repollos, alcauciles, verdeo, puerro, entre otras verduras de hoja. 

El desafío, cuenta Plácido,  es la inserción en el mercado: “Lo mejor sería poder ir al mercado a vender, así no hay pérdida. Aunque los sábados mi mujer, Clara, vende en la feria de Arana”, aclara resignado.  

A los productores les cuesta muchísimo poder vender a un precio justo para ellos y para los consumidores. Por eso, lo ideal es la creación de ferias locales que promuevan el circuito directo productor-consumidor y no las cadenas de distribución y comercialización impersonales y especulativas que impiden visualizar los actores principales.  

Cuando el Estado se hace presente 

Con la creación de organismos dedicados a la Agricultura Familiar, como el Instituto para la Pequeña Agricultura Familiar (IPAF-INTA) y el acompañamiento de Universidades,  se comenzaron a impulsar experiencias de producción agroecológica que beneficiaron la creación de ferias francas y ferias de semillas. Aunque las iniciativas son gestionadas básicamente por movimientos sociales y organizaciones obreras y campesinas, estos espacios nacen como herramienta de resistencia ante la exclusión social. Además, buscan generar organización, con el objetivo de potenciar la producción local y regional.  

Un ejemplo de ello es la feria Manos de la Tierra, impulsada desde la Facultad de Agronomía de la UNLP, que todos los miércoles en la entrada de la Facultad despliega una cantidad de productos variados, naturales y accesibles. Los productores familiares de las ferias aportan a la creación de la economía social y solidaria, construyendo, además, un consumidor responsable que sepa a qué sectores socioeconómicos está aportando.  


La transformación de los problemas abordados anteriormente está relacionada a la capacidad que como sociedad debemos afrontar: generar otros modelos de producción que permitan un mayor equilibrio entre territorios y poblaciones y sobre todo preserven la calidad del planeta, que es lo único que nos queda. 

Por Carla Laviuzza y Agustín Martínez 

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