jueves, 24 de julio de 2014

La sonrisa de Omar


Te tocó nacer en un rincón del fin del mundo,
En el medio de un banquete de serpientes y chacales.
Te tocó crecer en este tiempo, en este inmenso montón de soledades.

(Niño del fin del mundo, Agarrate Catalina)

A Omar lo asesinaron el 15 de febrero del año 2013, se lo sacaron de encima. Él, como nos cuenta su mamá, tenía problemas que solucionar, pero siempre resulto más fácil mirar para otro lado,  responder  con golpes y amenazas  las 16 denuncias por hostigamiento policial y persecuciones policiales y disparar. Gatillar siempre es fácil.  Sandra y Milton lucharon en vida de Omar por su inserción en la sociedad, hoy luchan por ver preso a quien le robó su futuro.



Omar era un nene de 13 años en el 2008 cuando empezó a pasar sus días con sus amigos en la glorieta de la Plaza San Martín de la ciudad de La Plata. Fue ese mismo año que los chicos que vivían en la plaza, a quienes los medios platenses solían denominar como “la banda de la frazada” responsabilizándolos de los robos,  sufrieron el ataque de un grupo de hombres, algunos identificados como policías vestidos de civil. “Cuando pasó lo del ataque Omar no estaba en la plaza pero cuando ve en el noticiero lo que estaba pasando ni siquiera se quedó a comer, se fue con sus amigos”, contó Sandra, la mamá de Omar, a Otro Viento.


Esa fue la primera vez que Omar pisó un instituto de menores, Los grillitos. Nuevo Dique,  Centro de tratamiento y atención integral (CETAI), San Mateo, fueron otras de las instituciones por las cuales pasó Omar a lo largo de su vida. Milton, su papá, señaló: “Lo único que hacen en esos lugares es doparlos, vos hablas por teléfono con el chico y no sabes si está bien o mal, los dopan para que estén tranquilos y nada más, salen de ahí y no hay ningún seguimiento”.

Buscó hacer pie en un mundo al revés

Una vez fuera del último instituto en el que estuvo, Omar comenzó a trabajar con su papá y retomó los estudios que había dejado a los 8 años, pero cada vez que salía sufría la constante persecución policial. El hostigamiento venía por parte de la Comisaría 2ª, que ya tenía 16 denuncias previas realizadas por niñez, cuando la familia de Omar decidió denunciar los acosos de los que él era víctima. Después de esa denuncia se intensificaron las amenazas a la familia, “tuvimos un montón de allanamientos de la nada, entraban con y sin orden judicial, y nunca encontraron nada, incluso el policía denunciado no podía venir a mi casa y venía igual”, contó Sandra.

El último allanamiento fue el 14 de febrero del 2013 a las 7 de la tarde. Un grupo de policías ingresó a la casa al grito de “¿dónde está el guacho?”, “empezaron a  revisar, me rompieron todo, buscaban una moto, armas y balas”, contó Sandra y agregó que al no encontrar nada se fueron no sin antes dejarle bien en claro: “Si hoy no lo entregas a ese guacho hijo de puta, mañana lo tenés muerto”. Y así fue, al otro día Omar salió y lo mataron.

El día del asesinato de Omar su mamá discutió con él porque no quería que salga por miedo a las amenazas que había recibido el día anterior. Sin embargo él no le prestó atención, agarró sus cosas y se fue, salgo afuera y lo veo con una moto que le habían prestado, yo estaba en la puerta, me miró, me sonrió y cuando entro a mi casa, suena el teléfono y me avisan que lo habían matado”, relató Sandra.  

Según la versión policial Omar estaba intentando robarle, a mano armada, una moto a un señor cuando le dispararon por la espalda para “evitar el robo”. Resulta curioso que el arma que supuestamente portaba Omar apareció recién en la morgue, entre su ropa, sumado a que los testigos niegan haber visto dicha arma. Resulta curioso también que la persona a la que le quería robar, Leandro Junquera, era un policía. Resulta curioso que quien le disparó, Diego Walter Flores, vestido de civil, también era policía. Y resulta aún más curioso que el auto de donde se bajó Flores había estado estacionado toda la mañana en ese lugar, como si esperase algo o a alguien.

¿La justicia dónde está?

Un año después del asesinato de Omar, Sandra se entera que quieren cerrar la causa a cargo de la fiscal Ana Medina, por “falta de pruebas”. Es entonces cuando va a la Comisión Provincial Por La Memoria  y la contactan con Rosa Bru. Acompañada por ella y por otras organizaciones se realizó el 18 de febrero de este año una sentada en la fiscalía para pedir que se siga investigando, “fue muy positiva la sentada porque gracias a eso la causa se reabrió, presentamos una denuncia por portación de armas al perito de la morgue y ahora probablemente se eleve a juicio, pero el problema  es que los testigos  no se presentan”, contó Sandra.

La lucha en la justicia continúa con muchas irregularidades y piedras en el camino, por ejemplo la familia de Omar recibe amenazas continuamente para que dejen de insistir con el caso. A su vez, Sandra contó que no dejan de aparecer causas ligadas a Omar que nada tienen que ver con él, “le pusieron un montón de causas de pibes similares a las características de Omar, investigan esas causas en vez de investigar la muerte”.

La ausencia del accionar judicial y de las instituciones estatales fue algo constante durante la vida de Omar. “Yo me siento re acompañada, pero por las asociaciones, no por el Estado”, recalcó Sandra, y agregó que: “Si vos tenés 16 denuncias, un pibe que se drogaba, que siempre tuvo el apoyo de la familia, golpeas puertas y nunca te responden nada, vas al juzgado y lo único que tenés es una carpeta llena de papeles de los trámites, ¿qué más podes hacer?”. La burocracia estatal llevó a que Sandra perdiera su trabajo por el tiempo que le demandaba cada trámite que tenía que hacer para ayudar a su hijo. Cuando ella pidió que no la llamen todos los días por no poder faltar más al trabajo, le dijeron que a ellos no les incumbía meterse en la situación económica de cada familia, ¿no tendría esto que importarle al Estado?
La historia de Omar dejó algo bien en claro, cada vez que ellos se acercaron a una institución estatal a pedir ayuda la respuesta fue la misma: la culpa es de la familia. Sin embargo, esa familia que siempre luchó por su hijo con las herramientas que tuvo, piensa muy diferente: “Después que recorres todo el camino que recorrimos nosotros te das cuenta que no es un problema familiar, es un problema social”, reflexionó Milton.

Ante esta falta de intervención estatal, Sandra y Milton se encontraron con la ayuda de organizaciones como la Asociación Miguel Bru (AMBRU), CORREPI, los chicos de la olla popular de Plaza San Martín, entre otras, “las familias de las victimas quedan al desnudo, no todos saben que hay organizaciones que te puede ayudar, yo la conocía a Rosa pero no pensé que la abogada de oficio no iba a investigar nada, por eso no pedí ayuda”, señaló Sandra.

En su camino Sandra se encontró con muchas madres que estaban pasando por la misma situación, y remarcó la importancia de esa unión, “conocí mucha gente, familiares de Cromañón, de victimas de gatillo fácil y eso te va haciendo más fuerte”. Por eso la lucha por Omar representa muchas otras luchas. Omar también es Brian Mujica, Maxi de León, “Mauri”, “Alfa”, Gastón Coronel, entre otros tantos pibes victimas de gatillo fácil cuyas familias siguen buscando justicia, porque como dijo su mamá, “Omar tenía derecho a vivir como cualquier pibe”.


Por Paula Calgaro y Maria Carriquiri


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