jueves, 24 de julio de 2014

La Identidad como estigma Social



“Donde la diferencia es pensada como negativo de la identidad, en el mismo movimiento en que se distingue la diferencia, se instituye la desigualdad” *
La nueva legislación nos despierta a derribar prejuicios, pero ¿cómo se inserta la ley en lo concreto de la vida cotidiana? ¿Hasta qué punto puede regularse las consecuencias del imaginario social sin pretender cambiarlo? Necesitamos una verdadera toma de consciencia. Estos cambios no nacen sólo bajo el aroma a papel impreso de un código, aún cuando éste signifique un verdadero progreso.



¿Somos conscientes de las identidades que forman a la sociedad y a su cultura? Tal vez creemos que estos no son puntos para problematizar, ya que nunca hemos vivido más allá de lo que se denomina como normal en una cultura. Pero somos concientes de que las sociedades poseen varios prejuicios. Sobre todo cuando una identidad no sigue el patrón de la tan querida (y siempre poco aclarada) “normalidad”.  ¿Por qué, entonces, a partir de este conocimiento, no somos más críticos hacia la sociedad en la que vivimos? Pareciera que el sentido crítico va y viene según el caso y según la persona.


¿Acaso cuando nos referimos a las personas trans creemos que hay un prejuicio por parte de la sociedad?  Desde muchos sectores nos dicen que no. Que cualquier persona es libre de comportarse como guste mientras se encuentre solx, en su casa, encerradx, y alejadx de cualquier persona ¿Es eso concebir una identidad social? Claramente no. Es consecuente pensar que en estas ocasiones lo mejor es que estas personas se mantengan alejadas del mundo. Es consecuente pensar que estas personas están siendo discriminadas por poseer una identidad “diferente” a la que llamamos común.

 ¿En qué plano aparecen estas identidades que son rechazadas por la sociedad? En su seno mismo, en su propia cultura. Las identidades se elaboran dentro de la sociedad, dentro de una cultura que las moldea y que, junto a procesos subjetivos, aporta para su construcción. Sin embargo, en esta sociedad capitalista y patriarcal (en la cual todos nos encontramos a travesados) lo convencional sería una sexualidad monogámica, sacramental y reproductiva .Todo lo que no entre dentro de ese parámetro se desprecia. Por supuesto, la palabra cambio, no siempre es bien recibida por las sociedades conservadoras. Muchos menos, cuando creen que resta.

Estas situaciones ya no nos resultan ajenas. Los cambios que se van produciendo en las diferentes sociedades, son resultados de concepciones cambiantes en el tiempo. Quien antes era llamado loco por decir que el mundo era redondo, hoy en día no llevaría ese estigma, y hace algún tiempo se lo pudo haber considerado como un genio. Así podemos ver que en cada nueva cultura asoman nuevos cambios y nuevas formas de concebir la vida. Pero, ¿Cómo? ¿No es cierto que las sociedades son poco permeables a los cambios drásticos dentro de su cultura? ¿Cómo puede ser que estos procesos sigan dándose, si claramente se los intenta eliminar? Tal vez seguimos disgustados con la cultura hegemónica.

Pero hay ciertas cosas que ni los más poderosos pueden evitar. La capacidad del sujeto de estar seguro de sus deseos y de sus convicciones es una de ellas. Por más barreras y muros que se le impongan,  el sujeto posee herramientas sociales que le permitirán generar organización en la comunidad, creando así (de manera progresiva) pequeñas revoluciones que irán modificando el curso de la vida de otros sujetos. Esto es evidenciado por la historia de la humanidad.

 No es una tarea fácil, ni siquiera despojarnos de nuestros propios prejuicios inconscientes. Pero al menos en nuestra sociedad el concepto de la “duda” se encuentra entre nosotros. Entonces, ¿No es necesario dudar del concepto prejuicio y los elementos que por detrás lo constituyen? Solo así podremos derribar nuestras limitaciones inconscientes, solo así podremos eliminar los estigmas sociales que perduran a través de muchos años. Podremos ver que al final solo existen deseos colectivos.

El sujeto y su identidad

Así las cosas en lo social. Volvamos al sujeto, quien se construye como tal desde que nace. Detengámonos un momento en el sujeto trans, si es que acaso puede desvinculárselo de lo social, lo haremos en  forma abstracta, todo sea para interrogarnos un poco. Éste es quien nos importa en esta ocasión, pero sobre todo quisiéramos abrir una pregunta: ¿Somos conscientes de que quién hoy sufre ser discriminado por su identidad atravesó procesos similares a los de cualquier otro sujeto para armarse un ser? Todos sabemos en nuestra intimidad el trabajo arduo que llevamos a cabo para ser quienes somos. Muchos probablemente han elegido en el sentido de la convencionalidad y por lo tanto tal vez no han llegado a cuestionarse mucho. Sin embargo, para quien va en sentido contrario a la norma, esto es pan de -si no todos-, casi todos los días. El problema es que a esta reflexión se le agrega, en sociedades como la nuestra, una exigencia de ser lo suficientemente coherentes y claros, a fin de explicárselo a otro. Otro que en general viene desde el falso semblante de superioridad que le otorga la normalidad estadística. Son muchos, se creen normales. Y ¿quién puede decir sin contradicciones el por qué de sus decisiones?

Armarse una identidad sin contradicciones parece ser el problema. Responder a una demanda social de estas características, no solo no le resuelve nada a quién tiene esa “obligación”, sino que además puede ser una experiencia paralizante. Parece imperativo derribar estas falsas demandas, fundadas en falsas necesidades sociales. Pero las comunidades y sus formas no cambian porque sí. Ni siquiera por una ley que reconoce un derecho tan legítimo, como el de ser quien uno quiere ser. Las sociedades cambian porque toman consciencia, maduran. Quizás se logre alentar a la consciencia entendiendo de qué va esto de armarse una identidad acorde al deseo.

¿Quién soy? Pregunta difícil de responder para todos.  Lulú por ejemplo, es una niña transgénero que nació con genitales masculinos como su hermano mellizo y que según ha dicho su madre: “A los cuatro años eligió un nombre femenino y pidió que la llamáramos así. Nos dijo que si no le decíamos así no nos iba a contestar.” A ella le tocó un ambiente cercano que luchó para que finalmente se logre su cambio de DNI. La identidad, vista como algo a construir, es fruto de un proceso relacional, no existe una identidad construida individualmente. El proceso por el cual construimos lo que somos, funda su complejidad en el hecho de que está fuertemente incidido por los otros y las otras. ¿Y quién es el otro? Quien tenemos al lado, uno más en el mundo, uno más filtrado por lo social. En definitiva, el otro es la sociedad y sus concepciones, encarnadas. Por desgracia, no todos tienen la misma suerte que Lulú de contar con el apoyo de sus otros inmediatos, su familia, a la hora de salir a la jungla del mundo.

Responder sobre quién se es, se dificulta. Sin embargo, al momento de percibirse como portador de una identidad de género diferente a la que marca lo corporal, el protagonista es sólo uno. El proceso que lleva a asumir una identidad es individual pero convive en un colectivo al que le molesta la elección de cambiar lo impuesto, en este caso su identidad de género. El colectivo de personas que rodean al sujeto trans aún hoy, con una ley que ampara su legítimo derecho, continúa registrándolo como hombre/mujer de acuerdo a lo que marca su cuerpo, sin considerar que esta persona se auto percibe distinto.  Por eso alentamos a una toma de consciencia que, como ya dijimos, oriente a derribar la exigencia frente a la que se encuentra quien elige vivir acorde a lo que siente. Esta exigencia social, falsa y carentemente fundamentada, mantiene la tensión sin sumar. Esto es lo que hoy, resta.

Por María Berteri –Augusto Andrés



* Ana María Fernandez, Texto extractado de “Las diferencias desigualadas: multiplicidades, invenciones políticas y transdisciplina”, publicado en la revista Nómadas (Universidad Central de Colombia).

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