lunes, 9 de junio de 2014

“Copa sin pueblo, estoy en la calle de nuevo”

Al momento de plasmar estas líneas, en varios informativos anuncian con bombos y platillos la inminente llegada de la XX edición de la Copa Mundial de Fútbol a disputarse en Brasil, con los ya famosos relojes que marcan días, horas y segundos que faltan para el comienzo de la ceremonia inaugural. Mientras tanto, otros bombos se escuchan más fuerte, pero afuera, en las calles donde millones de brasileñas/os protestan -bajo lemas como el que titula esta nota- por la enorme inversión en estadios y no en viviendas, por la fuerte represión en las favelas a manos de la policía y por todo aquello que los grandes medios, empresarios y gobernantes brasileños tratan de ocultar.



Hace unos años que Brasil se instaló, gracias a su crecimiento económico, en el “top ten” de las potencias mundiales. Más precisamente, ocupa el sexto puesto en términos de Producto Bruto Interno (PBI) nominal, y el séptimo si tenemos en cuenta el poder adquisitivo del Real (moneda oficial de Brasil), es decir del PBI real (restada la inflación). A nivel regional, Brasil es la primera economía latinoamericana y hace unos años que forma parte del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), un conjunto de países con características similares, como por ejemplo su gran caudal de población, las grandes extensiones territoriales, y lo más importante, el potencial económico.


Pero como siempre, el crecimiento económico dentro del sistema capitalista no favorece a toda la población. Inclusive, acrecienta la desigualdad existente, dado que sólo beneficia a un grupo reducido. Y si en este punto hacemos hincapié, varios indicadores macroeconómicos muestran un potente avance industrial, pero con una gran exclusión detrás. La torta de beneficios se agranda, pero las porciones se las quedan cada vez menos personas.

Antes de dar cuenta de cualquier tipo de índice o porcentaje, es preciso dejar en claro que el país vecino tenía al 2013, una población de casi doscientos millones de personas. ¿Por qué es necesario aclarar esto? Porque los grandes medios de comunicación hablan de porcentajes como si fueran términos absolutos, y en este caso algún/a desprevenido/a podría creer que los porcentajes no representan una parte significativa de la población.

Por poner un ejemplo, la tasa de analfabetismo en 2012, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), era del 8,6 %, lo que arroja una cifra de 15 millones de brasileñas/os que no saben leer ni escribir. La región más golpeada es la del noreste, el mismo sector que quedó devastado “gracias” al colonialismo primero, y al imperialismo después.

Por otro lado, la pobreza y la desigualdad, factores determinantes en este contexto de descontento social, arrojan datos extremos. El crecimiento desigual de la potencia latinoamericana, deja de lado a aproximadamente 40 millones de pobres, es decir, casi la misma cantidad de personas que habitan nuestro país, y el ingreso de la persona más rica es 87 veces mayor que el de la más pobre.

Si a esto le sumamos que Brasil ha desacelerado su crecimiento -al igual que toda la región-, el conflicto social se intensifica hasta que el pueblo revienta, y sale a la calle a reclamar por sus derechos. Siempre hablando en un contexto en el que Brasil es sede del Mundial 2014, y va a ser sede de los Juegos Olímpicos en el 2016, con todos los gastos que estos eventos conllevan.

En un principio, la inversión total que debía destinarse para el reacondicionamiento de los estadios y la infraestructura, como rutas, hospedaje turístico, etc., superaba los 10 mil millones de dólares. Hoy en día esos costos, precisamente los destinados a los estadios, han superado ampliamente -un 300%- a lo presupuestado inicialmente.

¿Se puede dar el lujo de albergar un mundial un país donde pibas/es se mueren de hambre, donde la vivienda digna es un privilegio, donde el trabajo infantil alcanza a los 5 millones de menores de edad, donde las/os jóvenes en general no tienen acceso al sistema educativo, ni al mercado laboral?

A estos cuestionamientos, caso omiso. Los conflictos no podrán opacar la fiesta mundialista, porque si un país tiene la capacidad de organizar un mundial, su potencial no tiene límites, y su población debe tener una buena calidad de vida. Y es en este exceso de confianza del gobierno, que se quiere vender una realidad que no es tal. Por lo menos no para la totalidad de la población brasileña.

Hay que salir a ganar… ¡las calles!

Los conflictos no surgen puntualmente por la organización de este torneo internacional. Desde la Copa de las Confederaciones que el pueblo ha salido de sus hogares a visibilizar los problemas sociales presentes. Estos mega-eventos deportivos no son la causa de los problemas pero sí las manos que destapan la olla de la realidad brasileña.

Las constantes marchas han tenido en principio un carácter espontáneo. Todo despertó con el aumento de los pasajes de transporte en junio de 2013 en la ciudad de Río de Janeiro. El pueblo automáticamente salió a las calles a pedir no sólo por la marcha atrás del aumento, sino a denunciar las pésimas condiciones y falta de inversión en los transportes públicos y en otras áreas como educación, salud y vivienda.

Las/os grandes protagonistas de estas marchas fueron las/os “precariadas/os”, término utilizado para describir a la masa de jóvenes de clase media con estudios superiores, que se encuentran desempleadas/os o que consiguen trabajos en condiciones de contratación precarias o tercerizadas. Lejos de una respuesta o un intento de conciliación con las demandas de estos jóvenes, el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva desacreditó su accionar, aludiendo que “muchas veces son rebeldes sin saber el por qué” y que necesitan “más discusión política”.
                                           
A estos movimientos se le suman: la huelga nacional de petroleros/as, que denuncian la mayor privatización de la historia de Brasil por la venta de una reserva petrolera a la Shell; la huelga de maestras/os y choferes de micros en Río, que demandan aumentos de sueldos; la huelga nacional del sector bancarios también exigiendo aumentos salariales; y la huelga de policías y bomberas/os en la región de Pernambuco, que dejó un saldo de 27 muertos y 200 locales saqueados.

El gobierno ha tomado nota de las movilizaciones y ha actuado en consecuencia ¿De qué forma? Usando a las fuerzas policiales para reprimir a los manifestantes con balas de goma y gases lacrimógenos, y en caso de necesitarlo, usando también al ejército y a la marina. El mensaje consiste en hacer desistir a las personas de seguir asistiendo a las movilizaciones, mostrándoles a los manifestantes con qué se van a encontrar. A pesar de esto, cuanto más cerca del mundial nos encontramos, más marchas se realizan a lo largo del país.

El pedido de la FIFA en cuanto a la política de seguridad fue muy claro: “Queremos una Copa tranquila”. Y esto implica que cualquier movilización contraria a los intereses privados que se juegan tanto dentro como fuera de las canchas, será motivo de “contención” a manos de la policía. Pero que sea una “copa tranquila” significa mucho más que combatir a manifestantes, significa avanzar con toda la fuerza sobre “aquellas personas que generan la inseguridad”.

Demasiados pobres arruinan la decoración

Río es una ciudad que tiene unos 12 millones de habitantes, de los cuales 2,7 millones viven en las favelas. Muchas de ellas, desde el año pasado y por decisión del gobierno, han sido intervenidas por las fuerzas represivas a través de las Unidades de Policía  Pacificadora (UPP). Sin lugar a dudas, un nombre paradójico, dado que poco tienen de pacificadores los métodos e intenciones de estas fuerzas.

Estas unidades son manejadas por la policía más letal de América Latina. Sólo en el año 2012, según un estudio realizado por el organismo no gubernamental, InsightCrime,  la policía asesinó a 1890 personas (a razón de 5 personas por día). Estas fuerzas se encuentran militarizadas por lo que son comandadas por el ejército y se mantienen desde la época en que Brasil fue gobernado por militares, donde su política demandaba matar al enemigo y ese enemigo era casualmente de una clase social en particular.

Es la intensa búsqueda de narcotraficantes la que justifica la intervención de las favelas y la violación de una vasta lista de derechos humanos. Gracias a órdenes colectivas de búsqueda y aprehensión, libradas por juezas y jueces, las fuerzas militarizadas tienen el “derecho” a intervenir cualquier vivienda. Casualmente la policía nunca encuentra a quienes manejan las riendas del circuito. El miedo inunda las calles, y "Doña Rosa", que vive con su nieta y  por el simple hecho de ser pobre, debe soportar la presencia y persecución de estas fuerzas. A estas personas, no les queda otra que estar encerradas en sus casas o abandonar su único hogar.

A 38 días de que pite el silbato que dará comienzo al partido inaugural, un grupo de personas de San Pablo decidió instalarse a cuatro kilómetros del Arena Corinthians, con la consigna “Una vivienda digna”. Estas familias decidieron quedarse en terrenos vacíos cercanos al estadio, estableciendo una “nueva favela”, denunciando que el dinero utilizado para la remodelación del “Arena”, podría haber sido destinado a la construcción de las viviendas que demandan. No hay que olvidarse de que San Pablo es la ciudad con mayor demanda habitacional, unas 700 mil de acuerdo a estadísticas del gobierno.

Estas realidades son bien conocidas por las autoridades y  por eso se han otorgado subsidios e incentivos a la construcción y la actividad inmobiliaria. Lo contradictorio es que a este conjunto de políticas las han encauzado no para solucionar los problemas de la sociedad ante el acceso a la vivienda, sino para asegurar las 600 mil plazas hoteleras que demandarán los turistas.

El fin justifica los medios

Una vez más, priman los intereses privados por sobre las necesidades sociales. Empresas privadas tales como Odebrecht (una de las constructoras más grandes a nivel mundial) se han hecho cargo de la construcción de los estadios y  de las demás obras de infraestructura, solicitadas por la FIFA, con un presupuesto estimado de unos 8 mil millones de dólares.

Lo interesante es que las obras se atrasaron a tal punto que a sólo un mes del inicio de la Copa, aún faltaban terminar varios estadios, aeropuertos, avenidas, etc. ¿Cuál fue la solución propuesta? El armado de tribunas temporarias en caso de los estadios y otras estructuras rápidamente emplazables con tal de mostrar una realidad que no es.

Estas soluciones “temporarias” se suman al hecho de que a estas alturas, aún se desconoce qué es lo que se hará con estas súper-estructuras post-mundial. Por poner un ejemplo, cuatro de los estadios mundialistas se ubican en ciudades que no tienen equipos de fútbol en primera división.

Las colosales obras de ingeniería civil no se construyen milagrosamente por sí solas. El pueblo brasileño está pagando con sangre las presiones de la FIFA por terminar con las obras, trabajando hasta doce horas y con condiciones de seguridad más que dudosas. A la fecha, ya son nueve las/os trabajadoras/es que perdieron su vida durante la jornada laboral. Por esta razón, dentro de los reclamos también se exige una pensión permanente para las familias damnificadas ¿Qué les queda a los que siguen? Por el momento, nada les augura un futuro mejor. Ellas/os continúan expuestos a un desgaste físico y mental que se expresa en diversas enfermedades y dolencias que las/os acompañarán a pesar de concluir sus trabajos.

Los costos del mundial se cubren con los supuestos beneficios económicos que traen a todo el pueblo brasileño ¿Beneficios para quién? En principio, para las cadenas hoteleras que recibirán a las/os extranjeras/os y todo lo relacionado con actividades turísticas, que sin ninguna duda aumentaron los precios a niveles exorbitantes. Por otra parte, la FIFA es otro de los beneficiarios ya que mediante su reglamento impide la venta ambulante en las inmediaciones de los estadios y la venta en general de cualquier objeto que haga alusión a la fiesta mundialista, sin la autorización oficial por parte del organismo.

Y si proyectamos más allá del mundial, dado que muchas de las obras carecerán de una utilidad real para los habitantes, por poner un ejemplo, una de las propuestas que surgieron fue convertir al estadio mundialista de Manaos, cuya construcción demandó unos 280 millones de dólares, en una cárcel.


Quienes detentan el poder en Brasil, han hecho oídos sordos a las demandas sociales, priorizando mega-obras sin sentido, interviniendo militarmente las calles y las favelas, y socavando derechos primordiales. La fiesta será, pero para pocos. En este sentido se expresó el ex presidente Lula: “Lo que tenemos que garantizar es la realización del mundial y hacer fuerza para que Brasil no haga el ridículo como en 1950, ahí sí que vamos a tener protestas”. Lamentablemente para él, y para las actuales autoridades, los conflictos sociales no son tan fáciles de ocultar. El fútbol, pasión típica latinoamericana, no ha logrado, ni logrará, tapar la realidad que castiga a millones de brasileñas/os.

Por Martín Nicolás Sotiru e Ignacio Tunes
Ilustración: Simón Jatip

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