martes, 13 de mayo de 2014

¡El trabajo es lo Marx!



“Tenemos que unir al trabajador
con la conciencia de la importancia
que tiene el acto creativo que realiza día a día,
hacer del trabajo algo creador, algo nuevo.”
Ernesto “Che” Guevara.


En el mes de mayo se conmemora el “Día internacional del trabajador” (¿y la trabajadora?), motivo que lleva a reflexionar: ¿Qué es el trabajo? ¿Qué lugar ocupa en nuestras vidas? Si bien cada día de trabajo debería ser una actividad grata y placentera, se presenta mayormente como una obligación, como una tarea tediosa que se debe realizar por el simple hecho de llevar a casa el “pan de cada día”.

El trabajo está en la agenda social y es el protagonista de la mayor parte de la vida de las personas. En la calle, en los medios de comunicación, en casa, siempre está presente el empleo, el salario, los problemas sindicales, entre otros. Ahora bien, ¿Qué lo hace tan importante? El hecho de que el trabajo es una condición indispensable de la vida humana, es el proceso por el cual las personas se organizan socialmente.
En la teoría marxista el trabajo ocupa un lugar privilegiado. Históricamente las personas tuvieron que interactuar con la naturaleza y con sus semejantes en relaciones sociales para satisfacer sus necesidades. Tal es así, que el curso de la historia se desarrolló en este hacer creador y transformador de la actividad humana, por eso el trabajo es para Marx el primer hecho histórico.





El trabajo desarrolla las capacidades físicas y creativas de las personas. A su vez da lugar a las relaciones sociales ya que no se produce aisladamente sino que se interactúa constantemente con otros individuos. Son las condiciones del sistema capitalista las que llevan a que el trabajo se viva como una actividad desgastante.
Muchas/os analistas quieren hacerle creer al mundo que el marxismo ha muerto, que su método científico “ha pasado de moda”. Vale aclarar que el trabajo que Marx analiza no es un trabajo “prehistórico”. Pensar al trabajador sólo como aquel que usa mameluco y que trabaja en una fábrica de principios del siglo XX es erróneo. El trabajo  interpela a todas/os, desde el que produce con sus manos un determinado objeto, hasta los miles de trabajadoras/es administrativos, intelectuales, entre otros. Todo nuestro alrededor está formado por trabajo humano.

¿Por qué si el trabajo es creador, transformador, generador de relaciones sociales y sustento último de una sociedad, hay tanta gente empeñada en esconder estas cuestiones? Porque siendo funcionales al sistema, diversas explicaciones, tanto económicas como sociológicas, se ocupan de que las personas crean que todo va bien, que la realidad es así y no existe otra, ni se puede transformar.

Por mencionar un ejemplo, todas las teorías dictadas en cualquier curso de economía responden a un supuesto implícito, que se toma como dado sin cuestionamiento alguno. La economía “oficial”, es decir la neo-liberal, sostiene como concepto fundamental a la teoría subjetiva del valor.

¿YO pago lo que quiero?

¿Cómo afecta esta teoría a nuestra realidad? En el sistema social de producción que rige en la actualidad (capitalismo para algún/a desprevenido/a) el valor de cambio[1]  de un bien se impone en el mercado por la utilidad que nos genera a nosotras/os consumidoras/es adquirirlo. Y… ¿qué es esto de la utilidad? La utilidad se define como la medida de satisfacción de nuestras necesidades. Es decir que, este valor que le damos al bien responde a nuestro deseo de poseerlo, y esto es, ni más ni menos, que su valor de uso.
Llevando todo esto a un ejemplo concreto, no representa la misma utilidad un vaso de agua potable para una persona que vive a la vera de un arroyo contaminado en la periferia de una gran ciudad, que para una persona que tiene una canilla con agua corriente al lado. En el primer caso, el valor de uso que posee ese vaso de agua para la persona es enorme, por lo cual pagaría lo que no tiene para obtenerlo. En el segundo caso, el valor de uso no tendría mucha relevancia para la persona, ya que la misma podría servirse cuantos vasos quisiera.

O sea que, esta idea del sujeto como determinante del valor, implica una abstracción sumamente exagerada y un gran bache en la teoría (adrede, por supuesto), que no se cierra por ningún lado ¿Por qué? Porque el deseo y la utilidad que la posesión del bien genera a la persona son cuestiones subjetivas, prácticamente imposibles de medir; y en el caso de que fueran medibles, estas “cuestiones” no serían iguales para todas/os.
Aquí radica el problema: ¿cómo es que el deseo, que no es el mismo para todas/os, ni se puede medir, determina el precio[2] de un bien? En este caso se estaría saliendo del complejo mundo de la economía, para adentrarse en el mundo de la psicología. La economía más ortodoxa, defensora de estas subjetividades, ni cargo se hace de los problemas en cuanto a la medición que las mismas generan. Y para hacer frente a estos problemas, podemos remitirnos nuevamente a nuestro viejo y querido Carlos (no precisamente Carlos Saúl).

Vos pagás lo que yo trabajo (y un plus…)

Marx, ubicado dentro de la corriente de la economía clásica, sostiene como Smith y Ricardo, que el trabajo es el que realmente genera valor. Es importante tener muy presente esto último. Para Marx el trabajo es lo único que genera valor, y su teoría del valor-trabajo es el fundamento principal de su explicación del origen del plusvalor, y por consiguiente, el sustento a la crítica del modo de producción capitalista.
Antes de seguir con esto, es conveniente mencionar ciertos puntos: una mercancía tiene un valor de uso, que hace que alguien la quiera poseer. Según la teoría subjetiva, el deseo es el que impone el valor de cambio de los bienes en el mercado.

¿Qué dice Marx a todo esto? Que las mercancías deben necesariamente tener una utilidad para alguien, puesto que de lo contrario, nadie la compraría. Pero no encuentra razón alguna para fundamentar que el valor de uso determine el valor de cambio. Precisamente porque él cree que al ser diversos los valores de uso de las diferentes mercancías, y teniendo en cuenta que es necesario que esas mercancías se intercambien, las mismas deben tener algo en común, algo que las haga comparables y objetivamente medibles.

La pregunta que cabe hacerse entonces es, ¿qué es eso que tienen todas las mercancías en común? ¡Sí, el trabajo! El trabajo (abstracto, es decir, gasto humano de energía) le da valor a las mercancías, y además es medible. Se puede medir en horas de trabajo, en tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción. Entonces, el trabajo humano incorporado en las mercancías es el que finalmente, según Marx, le agrega valor.

De esta manera, ¿por qué si Marx encontró ese “algo” que tienen en común las mercancías, ese “algo” que las hace comparables, ese “algo” que es por demás objetivo y medible? ¿Por qué hay una “secta” de economistas que se empeñan en “hacer las cosas más difíciles” y pretenden medir algo tan subjetivo como la utilidad? Porque hay un interés en juego: el interés del capitalista.

Este/a último, en su rol de empleador/a de la masa asalariada, necesita esconder la extracción de la plusvalía, esa parte del trabajo que no va a ser remunerada y que va ir a parar directamente a su bolsillo acumulador. ¿Qué mejor que economistas amigos/as para esconder esa parte de la torta?  Y claro, teniendo en cuenta todo esto, ¿cómo vas a ir contento al laburo si una parte del valor generado por tus horas trabajadas se la queda el/la dueño/a y señor/a del capital?

¡Que aburrido es mi trabajo!

Seguramente, esta expresión concuerda con el pensamiento de más de una persona. Ahora bien, si uno se encuentra infeliz realizando su trabajo, ¿realmente está trabajando? Según los conceptos esbozados anteriormente, la respuesta sería no, porque con el término trabajo no se habla meramente de la actividad física del ser humano, sino de una actividad que a la vez lo realice como tal.

Si esto no sucede la persona no estaría trabajando, sino que estaría siendo empleada. Esto último surge a partir de una relación contractual (tácita o no), en la que una persona debe poner en venta su fuerza de trabajo a cambio de dinero. Mientras que al hablar de trabajo, no serían necesarias estas condiciones, sino que bastaría con la actividad transformadora del ser humano y la satisfacción personal que esto le generaría.
Entonces, una persona puede tener un empleo, obtener un buen sueldo, estar “en blanco”, tener obra social, etc., pero puede que no trabaje ni un poquito durante toda la jornada, sino que sólo ofrezca su fuerza de trabajo. Cabe la pregunta entonces, ¿por qué se suelen usar como sinónimos ambos conceptos? ¿De dónde surge tal confusión?

Yo vengo a ofrecer mi fuerza de trabajo

Las personas que tienen un empleo que se condice con su vocación, que le permite utilizar sus habilidades y destrezas, son las que generan la asimilación (y de ahí la confusión) entre trabajo y empleo. Por lo tanto, un carpintero estará trabajando en la medida que realice muebles y un maestro lo hará en los momentos en que dicte clases a sus alumnos.

¿Pero qué sucede cuando la brecha entre trabajo y empleo aumenta? Erróneamente, muchos dirán que su “trabajo” (situación de empleo) es estresante, que le “quema la cabeza”, etc., problemas producidos por la alienación que se genera en el lugar donde se emplea el individuo.

Esta alienación nos remite a las situaciones donde el ritmo de trabajo es impuesto por otro, es ajeno a la persona… ¿Impuesto por quién? En principio por su jefa/e (quien también es un/a empleado/a), este a la vez por el suyo, y así sucesivamente siguiendo una línea jerárquica hasta llegar a quien posee los medios de producción, tanto en el sector público como en el privado.

Marx se refiere a la alienación justamente como la “explotación del hombre por el hombre”, donde la clase oprimida debe ofrecer su fuerza de trabajo y dejarla a disposición de la burguesía, quien ostenta los medios de producción. Es el mismo sistema capitalista quien con los años ha deshumanizado el concepto de trabajo, convirtiendo al individuo (y a su fuerza de trabajo) en una mera herramienta, en una mercancía, utilizada para acrecentar sus imperios. El individuo no es valorado como agente creador y trasformador, y lo que produce le es ajeno ya que no le pertenece sino a su patrón.

Hasta el día en que te avisan que envejeciste, que perdiste productividad y te declaran obsoleto porque ya no servís más, pensás que sos parte insustituible del andamiaje del sistema. Ahora, cuando se te anuncia el despido, apartándote de la actividad como a cualquier otra herramienta que quedó en desuso, te das cuenta que en realidad sos un elemento más de la producción.

Vale mencionar, como contraejemplo, que existen las cooperativas de trabajo y tantos otros proyectos autogestivos, donde sus miembros están atados por lazos de solidaridad, y el trabajo de cada uno contribuye al crecimiento del conjunto, no sólo a los bolsillos de una persona.

Develar qué es el trabajo para las personas ha de ser una tarea muy compleja. El sistema capitalista nos engaña ocultando el proceso creador y fundamental de los seres humanos, transformándolo en una  actividad mecánica e inhumana. En palabras del Che: “El trabajo es una necesidad, un premio en algunos casos, un instrumento de educación y formación en otros, pero jamás un castigo”.



Por Ignacio Tunes, Juliana Arias, Martin Sotiru y Maria Paula Carriquiri.


[1] Valor de cambio = proporción en que un bien se intercambia por otro (o su equivalente en dinero)
[2] Precio = valor de cambio expresado en dinero

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