lunes, 7 de abril de 2014

| Editorial Revista Otro Viento N° 15 - Abril 2014 |


Lo que el agua dejó

El 2 de abril se cumplió un año de la tragedia que azotó a gran parte de La Plata y que dejó a cientos de familias inundadas. Antiguamente, la tragedia, término comúnmente usado por los medios en acontecimientos naturales, era definida como un drama misterioso e inevitable que pone el destino frente a las personas. Siguiendo este lineamiento, nos resulta muy poco sincero seguir refiriéndonos a lo que pasó en la ciudad de las diagonales como una tragedia.

La caída indiscriminada de 392 milímetros de agua en una tarde-noche platense es poco previsible, pero seguramente a dónde direccionar los millones que costó tal inundación sí lo eran. El agua dejó a la gente desnuda mirándose entre sí en las calles, evidenció a una sociedad desprotegida por un Estado que históricamente recuerda los derechos cuando los sectores más desprotegidos se dan cuenta de que nunca los tuvieron.

Uno de esos derechos, es el acceso a la vivienda digna. Si bien se encuentra presente en el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, en la Argentina y principalmente en las zonas más humildes del Gran La Plata, el Conurbano Bonaerense y la Capital Federal, lejos está de cumplirse. El acceso a una vivienda propia para la clase media se ha vuelto una utopía.
Claramente, lo que queda para las clases menos enriquecidas es catastrófico. Vivir a la vera de un arroyo, a kilómetros de distancia de los centros urbanos y con condiciones de higiene degradantes, es algo así como tener suerte. El por qué de estas condiciones no tiene otra explicación que el sistemático atraso en materia de inversión en infraestructura de servicios urbanos que ha percibido el Estado argentino en los últimos 30 años.

La recuperación de derechos en las últimas tres décadas ha sido uno de los logros del Estado, pero el de la vivienda no es justamente uno de ellos. El rechazo a la necesidad de las clases más desprotegidas de alcanzar una mejor calidad de vida, ubica a La Plata como una de las ciudades con mayor cantidad de viviendas precarias en la periferia. 

Las grandes inversiones arquitectónicas del actual intendente, Pablo Bruera (cómplice de gobiernos municipales anteriores), proponen una ciudad teñida bajo el Código de Ordenamiento Urbano que estipula una amistosa altura edilicia, con bajos costos de producción y altos valores de venta, sin las obras del sistema de desagüe pluvial necesarias y con una planificación que no discrimina entre zonas peligrosas y zonas habitables.

Las respuestas gubernamentales tras la catástrofe del 2 de abril se centraron en la tan poco anunciada lluvia que llegaría a la ciudad. Sin embargo, a ningún/a funcionarix se le ocurrió pensar qué hubiera sucedido si existía un plan de contingencia que ayudara a encontrar una salida a las personas que murieron (por cierto, aún no hay una cifra exacta) en la calle esa tarde. 

Ningún/a funcionarix repasó los gastos que el municipio realizó en los últimos años para seguir “invirtiendo” en estacionamientos y emprendimientos empresariales en el centro de la ciudad. Ningún/a funcionarix fue antes de la inundación a la orilla del arroyo “El Gato” para observar las condiciones de vida que padecen cotidianamente cientos de niñxs, mujeres y hombres.

Asimismo, la reacción del sector político luego de la inundación también fue tardía, ya que la principal ayuda provino de las organizaciones de la sociedad civil. Es así como una posible catástrofe natural, se convierte rápidamente en una catástrofe social y política. En aquellos días de abril, todos los poderes del Estado nacional se encontraron ante un espejo de la situación que pasan día a día miles de familias argentinas. Por eso, la reacción en primer lugar fue la falta de acción, seguida de la puja de responsabilidades entre el Poder político, el judicial y el policial.
En estas condiciones, la sociedad ya no puede ni debe ser quien indique cuál es la solución a tantos años de desinterés por parte del Estado en una problemática tan compleja como el acceso a la vivienda. La falta de un techo digno es una falencia que existió antes de la inundación y seguirá estando entre nosotros como uno de las tantas que no reconoce el Estado argentino. 

Ni un reality show a lo yankee, ni Un Techo para mi País, ni una ciudad como La Plata que se salva a sí misma un 2 de abril, lograrán cambiar un eslabón que hace muchos años quedó en manos de unxs pocxs, impidiendo la inclusión de quienes menos tienen a quizá una de las posesiones más preciadas: el hogar propio. El agua vino y se fue, y por más que muchxs quieran que ella sea el monstruo que atacó a las clases medias y bajas de una ciudad, el único responsable, se viste de corbata y zapatos lustrados.

ILUSTRACIÓN: Martín Zinclair


No hay comentarios:

Publicar un comentario