miércoles, 12 de marzo de 2014

Normalmente Anormal

“De cerca Nadie es Normal” Caetano Veloso

Es común que la palabra locura tenga definición. Es común que las actitudes normales sean entendibles para todxs. Es fácil de entender y descifrar cuando una actitud (en nuestra sociedad) supera el límite de lo normal, y se convierte en anormal. Pero la pregunta es: ¿Estamos todxs seguros de éstos conceptos? Tal vez estas palabras y las definiciones que por detrás se esconden también son propias de una cultura, o de varias. Es necesario entonces adentrarse en la historia de éstos conceptos, ya que viven con nosotros en el día a día y sobretodo en la calle, en donde muchas veces creemos estar rodeados por “locxs”, pero muchas otras veces creemos que los “locxs” somos nosotrxs.





La historia del “Anormal”

Para empezar a desentrañar ciertas palabras, es necesario volver a los siglos pasados y encontrar las cualidades por la cual una persona cumplía los requisitos de la normalidad y otra no. Anteriormente, en la Edad Media las enfermedades y pestes contaminaban cientos de países, y desataban el caos entre la gente que no encontraba refugio por las ciudades para evitar infecciones y morir en la calle, como las ratas que infectaban esas mismas ciudades. Ya lo relataba Camus en “La Peste” cuando las ciudades y pueblos pasaban de ser de los humanos, a ser de las ratas.

Lamentablemente, a diferencia de la historia de Camus, las sociedades europeas no eran tan complacientes con sus enfermxs. Los hospitales no daban abasto a la gran cantidad de gente que se contagiaba, y estar en presencia de un enfermx, era similar a encontrarse con “un enviadx del Diablo”. Lxs mismxs artistas del Siglo XV supieron retratar con gran docilidad lo que las pestes generaban. La clara desigualdad de la época, y la necesidad de diferenciarse del enfermx llevaba a la gente a creer cualquier cosa, y así surgían formas de llamar a quien se encontraba en el camino de la muerte. Éstos eran los anormales.

No es raro que éste concepto siguiese desarrollándose a lo largo de los años. En la misma Europa, la anormalidad comenzó a ser a asociada a la magia negra y los demonios. Se creía que “los anormales” eran los castigos de Dios ante los pecados del hombre, y esta teoría se encontraba respaldada por la Iglesia. Es en este punto donde una institución empieza a involucrarse con la relación entre lo normal y lo anormal, y es así como determina los primeros parámetros para identificar los comportamientos correctos y los incorrectos.  Ya pasadas las pestes y las guerras, la palabra anormal tenía una definición concreta, elaborada en base a los pecados del hombre.

Poco a poco empezaron a aparecer los métodos para alejarse de las personas con comportamientos poco deseables. El confinamiento es la mejor solución para poder apartar de la sociedad normal a quienes puedan llegar a infectarla. Pero “la razón” también entra en juego, y es en el Siglo XVII, cuando se empieza a adentrar en el sujeto anormal y en la causa de sus comportamientos no deseados. La razón define su opuesto: “la locura”,  y el método para combatirla es el encierro.

Quienes se salvaban de estas imperfecciones podían tener el atrevimiento de llamarse normales, siempre y cuando supiesen respetar las leyes de la Iglesia y las leyes sociales. Además, debían mantenerse alejadxs de las personas que fuesen anormales, ya que la convivencia con unx de ellxs era desprestigiada fuertemente.

También los genes familiares podían determinar si un niñx era normal o anormal desde su nacimiento, sólo era necesario establecer un parámetro en el comportamiento de sus padres o sus familiares. Cabe aquí la pregunta, ¿es la normalidad definida por su opuesto?  Sería necesario encontrar en la vida cotidiana de hoy en día cuáles son los comportamientos que definen lo anormal.

En la calle creemos ser “Normales”
  En cualquier momento del día, en el trabajo, en la calle, o cuando vamos a comprar verduras, suponemos que tenemos actitudes normales. Es indudable que las tenemos, casi nunca nos cuestionamos y nos preguntamos dos veces antes de salir de la casa cuáles serán nuestras actitudes. Asumimos que las relaciones que tengamos durante todo un día serán de lo más normales posibles. Pero en ciertas ocasiones la calle nos demuestra lo contrario.

Una persona que va cantando a los gritos en el micro, otra que habla sola mientras cruza la calle, otra que baila sin parar en la vereda al ritmo de absolutamente nada, son escenas que ocasionalmente vemos y nos generan un asombro magnífico. No podemos más que en un primer segundo llegar a la primera conclusión “estx está locx”.

Luego tal vez crucemos por al lado fingiendo que no lx vemos, pero siempre se encuentra la posibilidad de una casual interacción. Tal vez en ese momento tengamos la capacidad de reírnos con el otrx, o tal vez huyamos rápido de la secuencia, pero sin lugar a dudas todos tenemos al menos una mínima sensación de miedo. ¿Por qué ese miedo? Seguramente sea a que el otro tenga una actitud violenta, o nos coloque en una situación difícil, pero todas esas son ideas que se gestan dentro de nuestras mentes, y evidencian una influencia muy fuerte de la definición que entendemos por la anormalidad.

Es claro que la trayectoria del concepto de anormalidad se encuentra instaurada en nuestra sociedad, y se puede ver en la necesidad de crear una barrera sobre quién nos dicen qué es diferente. Hoy en día esas personas se encuentran estigmatizadas por no tener los comportamientos normales que acepta la sociedad, y no todos entendemos cuáles deben ser los comportamientos normales de la sociedad, sólo sabemos los que debemos evitar.

Esto no sucede de forma lineal. A pesar de creernos normales, muchas conductas por las cuales dudaríamos de la cordura del otrx, las poseemos nosotrxs mismos y las ejecutamos en otros ambientes. No resultaría tan raro si la persona que viene cantando en el micro se encuentre yendo a ver a su equipo de fútbol. No sería raro que la persona que esté hablando sola tenga un auricular que lo conecta con un celular. No sería raro que la persona que está bailando en la calle se encuentre en medio de un carnaval. Es aquí donde las conductas toman otra definición y parecen estar enmarcadas en ciertas situaciones sociales, en la cual sí pueden ser aceptadas.

Esto parece indicar que las conductas que referimos como “anormales” no llevan ese nombre en todo momento, sino que son marcadas por un contexto social y un colectivo que los rodea. Será el prójimo dentro de ese colectivo quien defina la conducta del otro, y será la cultura sin lugar a dudas la determinante en este proceso.
Nadie puede darnos la certeza de que nuestras actitudes sean normales. Sólo estamos avalados por una sociedad y las leyes que a ésta la rigen. Sería indicado preguntarnos por la normalidad de la sociedad. Seria indicado preguntarnos en el día a día por nuestras actitudes. Llegar al punto de saber si estas son normales y hasta indagar también en el bienestar que nos generan. Porque al final, tal vez eso sea lo más importante.

No determinar una actitud por ser correcta o incorrecta, sino pensar en los actos que nos definan como las personas que buscamos ser. Es en la sociedad donde edificamos nuestros objetivos, pero es necesario dudar de los objetivos que nos instaura la sociedad. Tal vez en el futuro harán estudios de nuestra sociedad, y determinen que nuestras maneras de vivir de hoy en día hayan sido anormales.

Por Andrés Augusto  

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