martes, 25 de febrero de 2014

Por ser un pibito bien cumbiambero, me subís a tu patrullero



Gatillo fácil - Flor de Piedra (1990)
Le dicen gatillo fácil, para mí lo asesinó
a ese pibe de la calle que en su camino cruzó.
Él se la daba de macho con su chapa policial,
lleva fierro bien polenta y permiso pa' matar.

A él le dicen Federico, yo le digo polizón,
y como canta Flor de Piedra, vos sólo sos un botón.
¡Vos sos un botón!
¡Nunca vi un policía tan amargo como vos!

¡Gatillo fácil!, te gritan al pasar,
¡gatillo fácil!, y nada más.
Gatillo fácil, nunca vas a pagar,
porque sos cana, rati de la Federal.

No se olviden de Cabezas, de Bulacio, Bru y Bordón.
¡Ay!, la lista es tan larga que no puedo cantar hoy.
Esto le pasa a cualquiera, cuidate de ese botón;
Dios no quiera que en la fila el siguiente seas vos.



















Finalizaba una de las peores décadas de nuestra historia contemporánea. Una de las tantas décadas infames que sufrimos en carne propia y aún no podemos desprendernos de las malas costumbres heredadas, los rastros en la economía y el carcinoma de la pobreza estructural. La concentración de capital en manos extranjeras y la rifa del patrimonio nacional, la exclusión como política de Estado, el robustecimiento del sistema represivo estatal,  el ocultamiento de los pobres tras los muros de los sectores dominantes, ya sea en forma de cárceles o villas, y la penalización de la inseguridad social. La corrupción atravesaba todos los estamentos.  Todos estos factores y más, caracterizaron a los años ’90.
         
   A su pesar, el neoliberalismo no pudo silenciar al “Dany” Lescano.  El líder de la banda de cumbia Flor de Piedra (producida por Pablo Lescano, quien luego se inmortalizó como cantante de Damas Gratis), sirvió como portavoz de las víctimas de la agencia represiva estatal  y expresó en cuatro estrofas un cóctel que involucraba: el aval del Ejecutivo y Judicial para la impunidad policial; la desaparición mundana de José Luis Cabezas, Walter Bulacio, Miguel Bru y Sebastián Bordón; el rechazo de los elegidos por los azules para el maltrato y la persecución cotidiana; y el temor a ser el próximo en el cementerio del barrio.

 No es la tarea de la policía limpiar las calles, que los pobres desaparezcan de la escena pública. Sin embargo, el gatillo fácil fue tomando forma y se convirtió en una política de Estado y en la actualidad, como informa CORREPI, el promedio es de un muerto por día por gatillo fácil, tortura o alguna de las otras torturas de menor incidencia. Como bien describió el sociólogo francés Loïc Wacquant cuando arribó al Tribunal de Casación bonaerense en marzo de 2001, mientras el Domingo más tétrico de todos tomaba las riendas de la economía nacional: "Es más propio referirse a 'intolerancia selectiva' que a la 'tolerancia cero' ", haciendo referencia a un contenido discriminatorio de la pobreza en las prácticas del sistema penal. La tolerancia cero tendría sentido si se la aplicara también a los cobardes delitos de señores de traje y corbata, a las sistemáticas atrocidades intramuros o a los derechos de los trabajadores.
         
   La historia parecería repetirse en este mundo de rupturas y continuidades. A fines de octubre, Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York y gerente mundial de la intolerancia selectiva, con varios posgrados en penalización y masacre de la pobreza, aterrizaba en Mar del Plata y aconsejaba y elogiaba al luego victorioso y soberbio candidato a legislador del territorio bonaerense, oriundo del ostentoso universo donde el 40 % de su superficie está ocupada por barrios privados. Vivaracho como pocos, no podía ocultar su satisfacción y mostraba su blanca y suspicaz sonrisa. Feinmann, Legrand, Castaña se unían a la UIA y todo Nordelta y celebraban con sushi y champagne.
       
     Este personaje, promotor de diferentes mecanismos dirigidos a vigilar y perseguir a los más pobres (cámaras de seguridad, patrullas municipales, botones anti pánico), cuando siente su rimbombante trasero en el Congreso a partir de diciembre, impulsará diferentes proyectos de ley destinados a endurecer el sistema penal y procesal penal (acotando derechos y garantías con la remachadora de la abundancia), y otorgarle más facultades a la policía para combatir la “inseguridad”, lo que se traduce en más y más poder para el sistema represivo.
Para saber quiénes sufrirán estas consecuencias en nuestro país no hace falta ser Horangel. No hay que olvidarse del Código de Faltas cordobés vigente que permite la detención ante el mero merodeo (y conductas que no son delitos) y que, por cierto, no es muy distinto a las normativas imperantes en todo el país.

Hay que resaltar la importancia del contenido de las letras que compusieron los máximos referentes de la cumbia villera. Expresan una situación manifiesta en cada barrio: la represión por parte de las fuerzas de seguridad. Como siempre, las consecuencias del discurso de la inseguridad son absorbidas por la clase popular que, a diario, sufre la persecución desatada en su contra. Sin embargo, lastimosamente para los medios de comunicación hegemónicos, hay voces que penetran el manto negro tras el cual pretenden ocultar la represión sobre “los de abajo”.

Sentimiento villero
          
  La cumbia villera, expresa una variedad de valores, sentimientos y experiencias cotidianas de una subcultura que vive al margen de la cultura dominante pero, sin embargo, trasciende con su empuje la barrera impuesta, permitiendo que sus padecimientos se conozcan y que esas voces trasciendan las distintas capas sociales. Aunque, no es lo mismo que un pibe de un barrio bajo cante ésta lírica o una semejante a que lo haga un careta de Palermo o Recoleta. Hay una diferencia o, mejor dicho, varias. Unos sienten en carne propia lo que es ser señalado todo el tiempo y en todo momento, como le contaba a Otro Viento un pibe del barrio Nueva York en la ciudad de Berisso: “Acá la gorra cuando hay un robo nos viene a buscar a nosotros, y nosotros no andamos en eso, no tenemos nada que ver. Nos revisan, nos hacen sacar las llantas y, cuando les pinta, nos suben al patrullero (…) Acá a la yuta no la podemos ni ver.”

 Los otros la ven de costado o ni la ven, capaz que ni saben lo que es el gatillo fácil, pero en sus fiestas las cantan, bailan, se sacan la corbata y desabrochan la camisa como si fuesen víctimas de la persecución penal. Cuando, en verdad, la vez que estuvieron más cerca de un patrullero fue de niños cuando jugaban con los autitos.

El gatillo fácil no surge porque sí, no existe como algo natural e inmodificable. Al contrario, el gatillo fácil es una política de Estado y, como toda política, es creada por personas de carne y hueso, más precisamente, por quienes se encargan de tomar las decisiones en un determinado territorio.

Es así que, cuando se habla de gatillo fácil, se hace referencia a la función específica y central que cumplen las fuerzas de seguridad: disciplinar y reprimir a la clase trabajadora. ¿Por qué es así? Simple, porque la sociedad está dividida en clases sociales. Hay quienes tienen los medios para producir la vida, hay otros que solamente poseen su fuerza de trabajo. Hay personas que pueden vender su fuerza trabajo a modo de garantizar su subsistencia, y hay personas que no. Éstos últimos regulan el costo de los salarios, ya que mientras existan, los trabajadores ocupados serán prescindibles para el empleador, quién conseguirá algún otro que le permita llevar a cabo su negocio, y así seguir incrementando su tasa de ganancia. Sin embargo, hay mano de obra excedente hasta para regular los costos del salario y, en consecuencia, gran cantidad de trabajadores desocupados son desechables. Primero, porque una vez que tomen conciencia de su condición, pueden organizarse para luchar contra la clase dominante; y segundo porque representan una amenaza contra la propiedad -bien supremo en el actual sistema que diviniza las cosas materiales-, la cual es protegida a rajatabla por sus leyes que la declaran inviolable y por los dispositivos de seguridad que apuntan a perseguir todas las acciones que se perpetren contra ella.

Así aparece el gatillo fácil en escena, como un mecanismo más para proteger los intereses de unos pocos en menoscabo de los de las mayorías, asegurando que el estado de cosas se mantenga inalterable.  
    
  Con el gatillo fácil activado, los pibes en la calle viven en constante persecución. Para la gorra son un instrumento más. Cuando les sirven los utilizan, les liberan alguna zona y, si andan cortos de fierro, le pasan alguno. Así los utilizan. Ahora, hay veces que los pibes aceptan, hay veces que no, ¿Y qué pasa cuando le dicen que no y si se niegan a robar para ellos? ¿Cómo reacciona la yuta? Hay que preguntarle al “Kiki” Lescano que, por haberse rescatado y alejado del paco y del choreo, ligó un par de balazos en su cabeza. La yuta no quiere perderse de toda la platita que puede pegar en la calle, no importa de dónde salga, si hay que mandar a los pibes a afanar no les tiembla el pulso, y menos todavía si los tienen que limpiar como de costumbre.

Y pensar que el personal policial sale de los mismos barrios donde luego reprime. Carlos -sargento de la undécima- seguramente jugaba al fútbol en la plaza con “El Chipi” -pibe de la esquina-, quizá compartieron pases, o por qué no, abrazos de gol. ¡Anda a saber! Capaz hasta un tinto se tomaron en la esquina, o un buen asado degustaron.

Acá vemos un mecanismo más de esta cínica estructura, cómo la institución policial fragmenta a los más humildes. Si al fin de cuentas, en la calle los que se remachan a tiros son policías y pibes del barrio, ambos provenientes del mismo palo, ¿o no? La única diferencia -grande por cierto- es que unos decidieron “rescatarse” y encontrar un “trabajo” que les permita sostener una familia y otros decidieron verla por otro lado, ya sea con otro trabajo, ganándose el billete activando cartucho o como sea. El tema es que unos -policías- renunciaron a su condición de clase, a sus orígenes, ya que pasaron de ser parte a combatir, de diferentes modos, a los humildes. En cambio, los otros siguen poniendo el pecho en la calle, para llevar un plato de comida a la mesa así los pibes pueden llenarse la panza.

Es importante ver lo que genera la división en el seno de la clase baja. La clase media y alta ven cómo se matan entre ellos. A ambos desprecia y se ríe desmedidamente. La función va a comenzar: “Tres policías heridos de bala, un ladrón muerto y otro herido” titulan los programas de televisión por ahí. El señor gordo, mientras come maní y se rasca el bigote, le dice a su hijo: “Mira cómo se cagaron a tiros, se hicieron mierda”, al mejor estilo Hollywood disfrutan la realidad. Claro, si total para ellos es un espectáculo más y, encima, gratuito. Lo ven desde tan lejos que, ni siquiera, se les mueve un pelo.

Los que lo sufren son los otros, los pibes de barrio saben que hay determinadas zonas para ellos, que de ahí no tienen que moverse porque, de lo contrario, son demorados por averiguación de antecedentes, requisados. Si zafan joya, pero la yuta no la hace tan fácil y le gusta hacer de las suyas. Claro, por ahí flashan que son “Los Simuladores” y arman causas aunque no les paguen o, mejor dicho, si les pagan, ya que dentro del contrato implícito del personal policial con el Estado figura entre líneas el deber de perseguir a los de abajo, y armarles causas a los pibes es uno de los tantos métodos con los que cuentan.

¡Guacho, salí a robar para mí, porque te subo al patrullero! ¿Cuántos pibes habrán tenido que pasar por esa? ¿Y Luciano Arruga?, seguro que los sueldos son bajos para los personajes que se calzan gorra y cachiporra, pero qué mierda los impulsa a mandar a los pibes a robar. Tal vez no les da el cuero para hacer la calle y, por eso, se pusieron la chapa al lado del corazón. Porque, de última, bigote, salí de fierro vos, no mandes a los pibes. No le pases falopa y liberes la zona a los tranzas del barrio, si después ese viaje lo toman los pibes, viaje de ida si los hay, porque de ahí no se vuelve. Con esa droga de mierda es cada vez un poco y otro poco más, hasta que ya no hay más, porque ya no estás más, te fuiste. Te consume, te arranca seca a seca un poco más de vos, quedando condicionado a volver a caer en el vicio y, cuando no hay billete, hay que hacerlo, porque la abstinencia se va con un poquito más de eso que te sitúa en otro lado, seguramente peor, pero distinto.

¿Por qué cuándo agitábamos y cantábamos “vos sos un botón” no advertíamos que el tema se llamaba “Gatillo fácil”? Quizás las dificultades para interpretar el mensaje de la poética cumbiera y los obstáculos para atravesar la barrera de clase no permitían, en algunos y algunas, el empoderamiento de la significación de la lírica antirrepresiva más allá de la evidente y justificada diversión. No permitían un sentido de pertenencia.
Impactar en la subjetividad e interpelar es nuestro objetivo, intentando evitar recaer en análisis etnocentristas[1] y eludiendo las tentaciones ideológicas. Cuando agites “vos sos un botón” no te olvides de Bulacio, Bru y Bordon. Tampoco de Luciano Arruga y el “Kiki” y “la lista es tan larga que no podemos cantar hoy.”

Por Aramis Lascano y Anton Morosi




[1] Entendido como el acto de entender y evaluar otra cultura acorde con los parámetros de nuestra propia cultura.

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