miércoles, 23 de octubre de 2013

Parménides, autor del “Parménides”


Al modo de un “desmitificando” –sección que pertenece a esta revista- pero filosófico, hoy intentaremos juntar algunos apuntes para el desbarajuste de un mito muy conocido. No, no osaremos denunciar la bipartición platónica del mundo exquisitamente representada en el célebre “mito de la caverna”, sino que humildemente recordaremos lo que el propio Platón reconoció por su parte. Nos referiremos a un antecedente ilustre del filósofo ateniense: Parménides de Elea, responsable de haber negado absolutamente todo lo que te rodea en este momento (salvo el “Ser”). Y con ello mostraremos que la dicotomía “apariencia-realidad”, “creencia-verdad”, “opinión-conocimiento” es anterior a Sócrates y a su mayor admirador: Platón.



A menudo la filosofía puede resultar paradójica (para=contra; doxa=opinión, apariencia) y este será ciertamente el caso de hoy. Parménides perteneció al llamado período pre-socrático (el de los filósofos anteriores a Sócrates), y vivió durante el siglo V a.C. Sin duda estamos hablando de un momento de gestación del pensamiento filosófico –muchos eruditos concuerdan en esto- en el que se está elucubrando por vez primera un lenguaje que quiere prescindir del mito, de lo “ficticio” y de lo religioso para intentar articular una explicación del mundo. Una cosmo-gonía. De allí que este período sea mentado también como “cosmogónico”, pues nos encontramos con varios pensadores ofreciendo respuestas a un problema insoluble: cómo se originó la realidad que habitamos. Así es que las diferentes escuelas –estrictamente en esta época no hay escuelas, eso corresponde más bien al período clásico- discuten entre sí sobre el Primer Principio del universo.

 La discusión pasa por ver qué principio es el “real”. Será el “agua”, como quiso Tales; o el “número” como afirmó Pitágoras. Podría ser la Discordia (la Guerra) y una continua lucha de opuestos que convergen en períodos armónicos (Heráclito); o lo que es completamente ilimitado, lo “sin partes”, el “apeiron”: Anaximandro. Todos tienen sus razones, todos están completamente convencidos de lo que dicen, son filósofos.

Los manuales de filosofía antigua nos ofrecen una clasificación para este período. Encontramos por un lado a los pensadores itálicos (porque enseñaron y vivieron en la península itálica), por el otro a los jónicos. Pero las razones que aúnan a estos hombres (no es que quiera atentar contra el género femenino, es que por lo general eran hombres)[1], no responden simplemente a determinaciones geográficas. Se ha señalado –y esto ocasiona algunas complicaciones- que la escuela jónica se caracterizó por concebir un principio material (como Tales y el agua); mientras que la escuela itálica optó por lo no-sensible, por un principio formal (como Pitágoras y el número[2]).  La clasificación, como cualquier otra, resulta demasiado rígida, y nos complica para pensar el lugar de un Heráclito, que pensó lo real como constante flujo del ser a partir de la lucha continua entre los opuestos. No obstante, nos sirve para organizar las opiniones, a fin de cuentas todo criterio es defectuoso (de otro modo quizás la vida transcurrirá en mayor armonía).

Nuestro amigo de hoy, Parménides, fue representante de la tradición itálica y puso en el “Ser” ese Principio de todo lo real. Expresó su idea en un poema (y esto es ejemplo de que el vocabulario filosófico estaba aún en ciernes, pues las verdades deciden comunicarse a través de una especie de revelación). El poema titulado “De la Naturaleza” (physis, vocablo que hemos estudiado en notas anteriores) narra el viaje de Parménides. El filósofo sale del mundo terrenal, se remonta a los cielos y cruzando sus puertas tiene un encuentro con una vieja diosa: la vilipendiada Verdad[3]. Esta diosa le revela –no es necesario aclarar que nadie le ha revelado nada a Parménides, sino que se trata de un artilugio retórico para dignificar una opinión personal- la existencia de dos vías para alcanzar el conocimiento (episteme): uno será la Vía de la Apariencia, la otra, la Vía de la Verdad. Tampoco será necesario asentar que la primera es la del hombre común y la segunda aquella a la que ha accedido el filósofo, gracias a una consideración detenida de las cosas.   
    
Las dos vías coinciden también con dos palabras carísimas de la tradición filosófica occidental: el “ser” y el “no-ser”. La vía de la apariencia es también la vía del “no-ser”, la de la verdad la vía del “ser”. Se ha dicho que Parménides inaugura la metafísica como disciplina filosófica, en términos de Heidegger será quien inicia la “pregunta por el Ser” e intenta una primera respuesta. La pregunta es sencilla “¿Quién es? ¿Quién existe?”. La respuesta de Parménides será paradójica: “El Ser, es; el no ser, no es”. Las interpretaciones que pueden seguirse de un principio aparentemente tan nimio como este son incontables. De hecho Platón dedicará un diálogo entero (precisamente el titulado “Parménides”) a indagar todas las consecuencias que se siguen de suponer un ser que “es uno”, que existe, o que no es uno, y que no existe[4]. Su obra influenciará posteriormente a la escuela neo-platónica (S III d.C) representada por Plotino y Proclo y llegará a ser motivo de una “mística”. De una simple palabra como “Ser”, de un verbo, se ha seguido una religión entera. “En el principio era el Verbo”.

Pero volvamos al principio de la escuela parmenídea. Sólo el ser es. El no ser, no es. Esta idea expresa lo que en lógica posteriormente se llamó “Principio de identidad” (a=a). De la conjunción de este principio y otro de la lógica clásica, el principio de no contradicción (el que afirma que no es posible que dos cosas contrarias sean al mismo tiempo en el mismo sujeto “no - a y no a -”), Parménides derivará características del Ser. Y así dirá, el ser es único. ¿Por qué? Si hubiera más de dos seres, debiera haber alguna diferencia entre ellos, pues si no la hubiera, simplemente serían la misma cosa. Si hay una diferencia, entonces hay algo que es en un ser, pero que no es en otro. Pero no puede ser que el no-ser, sea (como ya se afirmó en el Principio). Luego el ser es único.     

Argumentos de este tipo, netamente lógicos (a veces incluso falaces) le permitirán a este gigante del idealismo confeccionar una metafísica enemistada con la multiplicidad. Lo real será Uno, y el que afirme que existe lo múltiple, que en este momento hay un lector, papel, tinta, tipografías, alfabeto, simplemente se deja engañar por la mayor fuente de error: los sentidos.

Será quizás la primera vez en la historia en que un filósofo se opone tan abierta y desaprensivamente a todo lo que el sentido común - y sus vecinos- tienden a creer. Por ejemplo que una piedra y una puerta son dos cosas distintas, o que un hombre es más veloz que una tortuga. Pero ya se lo ha señalado más de una vez, el acuerdo de la mayoría sobre alguna cuestión no es garantía suficiente de su verdad. Veremos entonces la próxima vez, qué razones ofrecía Parménides (y su discípulo Zenón) para ir contra la corriente sin despeinarse, y para lograr que un gigante del pensamiento como Platón, lo estimara como su precursor directo.



[1] No hay por lo general referencias entre los textos antiguos a pensadoras mujeres. Esto sin duda se relaciona a la organización del estado y la familia que existió entre los griegos y los romanos y que –con algunas variaciones, importantes según quien opine- se mantiene hasta el día de hoy. Fue por eso célebre el caso de la filósofa y matemática Hipatia (S V d.C) asesinada por cristianos furiosos. Su deceso representa el final del paganismo y el triunfo del mito de la cruz en Occidente. Es de por sí interesante pensar la coincidencia entre el asesinato de una mujer y la consolidación de una doctrina como la cristiana.
[2] Es decir, todas las cosas pueden ser reducidas al número, pero los números no son cosas sensibles, materiales, o de este mundo. Son abstracciones tomadas de las cosas particulares para comprenderlas. Podemos detectar ya aquí terreno fértil para la teoría de las Ideas de Platón.
[3] Es un poco divertido advertir que incluso en tiempos tan remotos como el siglo V a.C las discusiones entre las diferentes escuelas filosóficas eran acerca de quién poseía la “verdad”. Si uno abre el diario hoy en día rápidamente encontrará uno acusando a otro de “mentiroso”, este ofreciendo argumentos para defenderse del escarnio. No me parece una observación menor. Bien considerado puede llevarnos a una teoría que postule que lo que importa no son tanto los argumentos, como la repetición, la difusión, el machaque de las ideas que se quieren defender. Es, sin ir más lejos, la disputa entre el gobierno nacional y Clarín.
[4] Esto es una forma de sintetizar vocablos que en la lengua original, el griego, tienen un campo semántico mucho más amplio.

ESCRIBE: Enrique A. Rodríguez
ILUSTRA: Martín Zinclair

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