jueves, 11 de julio de 2013

La eterna perplejidad


“Thesunisthesame // El sol es el mismo
In a relativeway // en cierto sentido
Butyou'reolder // pero vos estás más viejo
Shorter of breath // con menos aliento
And onedayclosertodeath // y un día más cerca de la muerte“.

Pink Floyd - Time

No se ve, no se oye, no se palpa ni con la lengua ni con las manos; no ocupa un lugar en el espacio, y sin embargo, en este mismo instante está con nosotros, a nuestro lado. Más aún, es la condición de que pueda decir “instante” y de que cada línea que escribo no se vuelque toda de golpe ni en el papel ni en tu intelecto, como si de repente estallara una antigua represa que oprimía un río caudaloso. Es también un río- cualquiera- pero ninguno en particular. Es la planta que crece en tu balcón y es el agua que usás para nutrirla. Es el sonido de una sirena que atraviesa la calle de punta a punta y en tus oídos se deshace como gelatina. Es también tus ojeras, y el sueño.




Si se tratara de un manuscrito recuperado por algún erudito, creeríamos que lo que precede es algo así como el intento de los medievales por apresar a Dios en la palabra, un esfuerzo por nombrar lo divino. No obstante, hoy nuestro interés se encamina a lidiar con algo mucho más poderoso que Dios, hoy intentaremos hablar del tiempo. Tarea en realidad tan complicada que por eso mismo nos autoriza a empezar por cualquier lado.

Es que simplemente, el tiempo está siemprecon nosotros (y ya para referirme a esto necesito apelar a categorías que lo escanden y a la vez lo suponen). El despertador que nos anuncia el inicio de una nueva jornada, el calendario que nos ofrece el descanso en la forma de un feriado, el café enfriándose en la mesa, un ser querido que perdimos para siempre, haya dejado de respirar o no… Todos estos sucesos tienen como condición al tiempo. Si no hubiera tiempo, nada de eso ocurriría; sin tiempo nada tendría lugar en absoluto. Pero ¿por qué?

Una vez más, la lucidez en materias tan enrevesadas se encuentra del lado de los antiguos. Fueron ellos quienes ligaron por vez primera el tema del tiempo con el del cambio y el movimiento en la naturaleza. Las “cosas” de nuestro mundo están cambiando constantemente: cambian de lugar cuando van de un lado a otro, como las vacas cuando pastan; cambian de propiedades, como el agua cuando se hace hielo o gas; cambian de cantidad como los peces y los panes cuando se dividen y, empleando un lenguaje ya en desuso en ciencia pero increíblemente fértil para cualquiera que desee simplemente pensar, cambian “hacia algo” que llevan en sí como su objetivo y que se llama “Forma” (por ejemplo la semilla cuando se vuelve árbol, o el niño que llega a hombre). Todos estos tipos de cambio, los antiguos los implicaban cuando utilizaban el concepto de “movimiento”. Palabra que 2500 años después a un lector ocasional le sugiere apenas la traslación en el espacio, entre los antiguos era un concepto íntimamente ligado al “tiempo”. ¿Pues no se necesita, para que una semilla se vuelva árbol, del transcurrir de los años? O lo mismo para que una vaca atraviese un campo ¿podría acaso moverse si no hubiera una “duración” del movimiento? ¿Un “antes” y un “después”?

Esta podría ser una primera aproximación al concepto de tiempo desde el campo de la filosofía, idea que retomaremos más adelante. Pero atendamos ahora a una concepción más difundida entre nosotros, quizás por responder de manera más fiel a ese criterio enteramente ambiguo  y que llamamos “sentido común”. La cualidad que posee el tiempo de ser algo medible es aquella que maneja el discurso científico para elaborar su visión del mundo. Es lo que le permite al físico definir  “el tiempo es una magnitud de la naturaleza”, y la que empleamos nosotros todos los días en nuestro mundo de relojes de pared y sopas que se enfrían. ¡Bien! Pareciera de pronto que estamos ganando algo en nuestro esfuerzo por conocer qué es el tiempo. Pero ¿qué nos está diciendo el físico moderno con estas palabras? Nos dice que el tiempo se puede expresar en números, en sistemas de números. Si elegimos el sistema sexagesimal, nos serán muy útiles los relojes digitales, pero bien podríamos clavar un palo en el piso a cielo abierto y medir la sombra proyectada en el suelo a lo largo del día, y con ello no seríamos menos “conocedores” del tiempo. Para el físico, el tiempo es una magnitud de la naturaleza, podríamos decir una propiedad del mundo, si es que eso significa algo, pero no algo más que cualquier otra magnitud, como la temperatura por ejemplo: “Son las 10.15, hacen 3 grados centígrados” ¡¿No sabemos más del tiempo que un conductor de un noticiero?!

Lo cierto es que todos sabemos del tiempo porque lo llevamos en nosotros irremediablemente. Fue Aristóteles quien se dio cuenta de que incluso en una habitación a oscuras, sin la percepción de objeto alguno “cambiando” (moviéndose), tenemos un sentido interno del transcurso del tiempo. Y esto lo pensómientras indagaba si el tiempo es el movimiento (el cambio, ya vimos en cuantos sentidos posibles) o bien algo distinto. Esta experiencia indica que el tiempo es algo en sí mismo, o que por lo menos es algo diferente a aquello mediante lo cual lo medimos, sean números o cambios de otra índole. Me refiero por ejemplo a lo que le permitió al poeta decir “y el mate compartido mide horas vanas”. El modo en que medimos el tiempo no es más que una convención, un acuerdo con otros hombres que dicen: “Ah, sí, sí, los astros se mueven así y asá, a esto llamémosle un año”, pero el tiempo está clavado en el ser como una estaca, nos acompaña como un siamés metafísico.

Esta situación ha sido percibida en Occidente de manera trágica. Cuando recién me refería al poeta, hablaba de Borges.En su obra, el tiempo, además de obsesión neurótica, es elemento que modela la fatalidad de sus mundos.Y ya para Platón, incluso antes que para los cristianos, el tiempo representó la materialidad, lo mundano.A esto los seguidores de aquel renegado llamado Jesús de Nazareth, lo transmutaron en “la caída”. Las Ideas, los arquetipos, son modelos perfectos del mundo de sombras cambiantes, esas que danzan sobre la pared de la caverna (y para bailar, no lo olvidemos, se necesita música, misteriosa forma del tiempo). Todo lo temporal tiene un problema –por lo menos para este modo de pensar- está sometido a corrupción, a decadencia. Nos basta con mirarnos a nosotros mismos, sacar los ojos de esta página y probar la flaccidez del vientre, de los brazos, o tomar un espejo y seguir con el dedo los pequeños ríos de carne.


Para este modo de pensar, tiempo y decadencia forman un par inseparable, y ello funda sin dudas una visión pesimista- trágica- del tiempo. Afortunadamente, hay muchas maneras de entender el tiempo, y ello deviene en algo de lo que hablaremos la próxima vez: hay muchas formas de entender la vida. 

Texto: Enrique A. Rodríguez
Imagen: Martín Zinclair  y Giya Zabalza

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