martes, 23 de octubre de 2012

El barrio que te vio crecer

Meridiano Quinto


La geografía de mi barrio llevo en mí, será por eso que del todo no me fui: la esquina, el almacén, el piberío... lo reconozco... son algo mío... Ahora sé que la distancia no es real y me descubro en ese punto cardinal, volviendo a la niñez desde la luz teniendo siempre el corazón mirando al sur[1].

   Tal vez la extracción del tango con que arranca la nota, es una simple repetición de una postal que puede suceder en cualquier barrio de Argentina. ¿O acaso no es necesario tan solo pisar la vereda y girar un poquito la cabeza, para ver a los nenes jugando, a Doña María paseando el carrito de verduras? El barrio nos da un sentido de pertenencia, muchas veces mayor, al de la ciudad en que vivimos. Se nos infla el pecho cuando lo pronunciamos, y apretamos los nudillos cuando algún temerario intenta criticarlo.

  De la mano de la esquina, del almacén, del piberío; encontramos a los clubes. Esos lugares de encuentro, donde los más chicos fantasean con parecerse a sus ídolos deportivos, luciendo con el mismo orgullo la remera de Barcelona de Messi que alguna tía trajo de algún viaje; y la sudadera con los colores del club, vieja y desgastada, luego de haber sido usada y transpirada por tantos antes. Allí también confluyen los “viejos”, que entre bochas y Cinzano, siempre dedican un tiempo para añorar aquellos tiempos dorados del Club.


 Nacidos como espacios de encuentro entre los vecinos, donde discutir cuestiones relacionadas al barrio, pero también como ámbito para desarrollarse deportivamente, sin perder el objetivo primordial de la integración. En su gran mayoría, tuvieron su época  de gloria entre las décadas del 40 y 50, épocas de milonga y bandoneón, ya que actuaban como comensales para los grandes exponentes de la época. Con el paso de los años, la vorágine del deporte fue desplazando al encuentro social; para en muchos casos quedar reducido a la Comisión Directiva. Sin embargo, existen reductos que intentan combatir este desinterés actual, cómo lo son las Bibliotecas que funcionan en varios clubes de nuestra ciudad,

   Ese auge del que hablamos en épocas de un peronismo incipiente; fue cesando entrado los 80 y aplastado con la llegada del neoliberalismo salvaje del 90. Las personas físicas no fueron las únicas en sufrir las decisiones económicas del gobierno de turno, las asociaciones civiles padecieron un menoscabo en su patrimonio, que llevó incluso a la quiebra de muchas instituciones. Hay que pensar, que la gran mayoría de estos clubes, se autosatisfacen a través de una cuota social de escaso valor y con el cobro (también escaso) por las actividades deportivas. Tengamos en cuenta, que en el rol integracional que cumplen estos espacios, es una política general, nunca dejar de lado a aquel pibe, cuyos padres no tienen la posibilidad de pagar, para que su hijo juegue y tenga amigos.

  Sin embargo, con el trabajo inquebrantable de los vecinos, muchos de estos clubes (sobre todos los más perimetrales de la ciudad), han podido surfear la ola privatizadora y lograr, que las gotas de sudor y las lágrimas de rabia; se transformen en fuerza colectiva que mantenga firme la convicción que un club de barrio, puede hacer por un pibe mucho de lo que el Estado se olvida.

  En los últimos años, hemos visto como con el laburo del día a día, se están logrando experiencias que tienen la certeza, de refundar los clubes con el mismo objetivo, que han tenido los que nos precedieron generaciones atrás. Lograr que puedan articular nenes, jóvenes de veintitanto y jóvenes de setenta; es una lucha que no puede dejarse de lado. Se debe pretender buscar, que sin importar la edad y el género, cualquier vecino pueda acercarse a desarrollarse social y deportivamente.

  Sólo para dar un ejemplo de este momento, voy a citar al Club Meridiano Quinto, situado en el barrio homónimo, a escasas cuadras de la ex Estación Provincial Ferroviaria. Cómo pocos, esta institución ha sufrido las consecuencias explicadas párrafos arriba. El proceso de estancamiento y vaciamiento de los 90, no cesó hasta una vez concluída la década pasada. Sin embargo, desde hace años, con el regreso al Club de quienes transitaron su juventud durante la primavera alfonsinista y con jóvenes actuales, se ha puesto en marcha nuevamente. Se tomaron decisiones trascendentales, ya que se reconstruyó tanto en lo edilicio, como en cuestiones de fondo; con la decisión de que el deporte y la cultura, vayan de la mano. Todo esto buscando la impronta de barrio que lo caracteriza.

  No busco con esta nota, llegar a una conclusión y mucho menos a una reflexión profunda, que lleve a un importante análisis. Solamente mostrar que los clubes de barrio, siguen vivos y que tienen un potencial inacabable; potencial que pensado como lo tuvieron en mente los fundadores hace décadas, puede provocar entre los vecinos la unión necesaria para lograr el compromiso y la participación en cuestiones que nos afectan, esas que vemos todos los días, tan sólo al pisar la vereda y girar un poquito la cabeza.





[1] “El corazón al Sur” letra y música de Eladia Blázquez.

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