jueves, 31 de mayo de 2018

Cuide el medio ambiente: no arroje basura.


Walter Álvarez es de Villa Unión, La Rioja, pero ya hace 28 años que habita en Famatina. Cuando llegó, dice, el pueblo lo volvió loco desde el principio, y por eso decidió quedarse. Ahí fue que conoció a Mercedes, y con quien tuvo su primera hija, que hoy ya tiene 22 años, y también a su hijo, que ya alcanza los 17. Fue en ese pueblo donde estableció su radio comunitaria, y es también desde allí que le dio y le da pelea a todas las mineras que quieren apropiarse del cerro.


El día que llegamos hasta Radio Comunitaria Famatina FM 101.5, estaba soleado. El astro rey asomaba por primera vez en varios días, y el calor riojano comenzaba a desparramarse por todo el lugar. Corría un viento seco, ese que juega en las montañas del norte, y que arrastra consigo algunos de los cantos y balidos de las alturas.

Golpeamos las manos –porque no había puerta, apenas una cortina de esas con tiras de plásticos, como la de los almacenes viejos- y desde adentro Walter nos invitó a pasar. La habitación tenía gruesas paredes, y soportaba sobre sí un techo de paja, que se apoyaba a su vez en tirantes de madera. En un rincón, se encontraba la radio, que consistía solo en una división de madera que separaba el control del estudio. Del lado del estudio, donde comúnmente daban entrevista los invitados, nos sentamos con Walter.

“El dueño de la radio en la que yo trabajaba se empezó a dedicar a otra cosa”, empieza Walter, “y entonces me alquilo la radio a mí. Y de a poco le fui comprando las cosas. Recién en el 2007 pudimos poner Famatina FM, pero era todavía una radio privada. Tuvimos que esperar hasta el 2012 para pasar a ser Radio Comunitaria”.

Nos cuenta que relata de todo: fútbol, básquet, atletismo, o el deporte que haya. Además hace el programa de la tarde, y también el de la mañana. Insiste en que su voz no le gusta, pero a la gente del pueblo sí, y con eso le alcanza.

¿Y por qué una radio comunitaria? Rodolfo Walsh dejó una frase para la posteridad: El periodismo es libre, o es una farsa. Palabras más, palabras menos, es lo mismo que nos dice Walter cuando afirma: “Si decís comunitaria es porque estás dando un servicio. Yo estoy al servicio de la gente de este pueblo, lucho por ellos. Y así lo voy a seguir haciendo. Trabajamos muy bien acá, con mucha libertad”.

Fue desde ese lugar de comunicador popular que encaró la lucha contra la megaminería en su tierra, en nuestra tierra. Pero él no fue el primero que se le animó a las mineras. Es más, nos cuenta que no dimensionaba mucho de qué se trataba el asunto, y que tampoco le daba demasiada importancia.
La lucha empezó por las mujeres. Carolina Suffich, Carina Diaz Moreno y Marcela Crabbe fueron las primeras que empezaron a estudiar y difundir en qué consistía ese desarrollo prometido por las mineras. “Al lado de la Parroquia San Pedro hay un salón, y ahí ellas tres llamaban a reunión. Apenas iban tres o cuatro personas. Mucha gente en el pueblo las tildaba de locas”, recuerda Walter.

El pueblo tardo más de la cuenta en reaccionar, y la Barrick, ni lerda ni perezosa, aprovecho esa distracción. Sin hacer mucho ruido, en el año 2004 se instaló en el cerro, y comenzó a operar allí.  Tuvieron que pasar dos años para que llegaran los primeros cortes para impedir el paso de los vehículos y el personal de la minera.

En el 2006, no más de cien personas, se amurallan para cerrar los caminos. Y entre todas esas personas, se encontraba el que supo ser intendente del pueblo, Lidoro Leiva, hoy ya fallecido. Walter lo reconoce como un gran luchador: “Un tipo que iba a hacer guardia por las noches, un tipo que comprometió cien por ciento con el pueblo”.

Ese primer corte, se realiza en Peñas Negras. “Ahí arranco todo. No había señal de teléfono. Yo tenía un Handy, grande como una botella de gaseosa de dos litros, y con eso nos comunicábamos. Yo me comunicaba con la radio contando todo lo que pasaba: hacíamos notas, reportajes, de todo. Hacía mucho frío, a veces hasta once grados bajo cero”.

Barrick se encontraba unos 50 kilómetros más arriba de donde se realizaba el corte, y el único camino que conducía hasta allí estaba bloqueado. Tanto los operarios de las máquinas, como las máquinas mismas, tenían permitido el descenso del cerro, pero bajo ningún tipo de circunstancia podían volver a subir. Las reservas de alimento comenzaban a escasear, y la multinacional tuvo que dar el brazo a torcer.

En la casa de Don Pérez Méndez, un estanciero de la zona, que quedaba cerca del lugar del corte, se firma el tratado, donde la minera se compromete a bajar todo. Para ese entonces, las cien personas se habían multiplicado: ya no eran un centenar, ahora la cifra llegaba a los cuatro dígitos. Pasó el primer vendaval, y el pueblo siguió en pie.


Aún hay más…

El pueblo de Famatina había ganado su primera batalla, pero no sería la última, ni la más cruenta. En el año 2012, nuevamente una empresa canadiense mostraría su interés por invertir en la explotación del codiciado cordón montañoso. La Osisko Mining Corpotation, extractora de metales precios –principalmente de oro- había logrado un principio de acuerdo con el gobierno riojano.

¿Cómo había logrado ese acuerdo? Con complicidad explícita del poder político. Por un lado, la diputada Adriana Olima, quien hasta las elecciones del 2011 se encontraba a favor del reclamo de las asambleas ambientalistas, cambió repentinamente su postura para alinearse tras las filas de Luis Beder Herrera.

¿Y cuál era y es la postura de Beder Herrera? El ex gobernador de La Rioja, además de favorecer la entrada de las multinacionales extractivistas, calificó a las personas que se manifestaban contra las mismas como Hippies violentos, afirmando también que bastaría con meter a dos o tres de esas personas presas para que cesen las movilizaciones.

Walter nos cuenta que a partir de ese momento el pueblo comenzó lentamente a fraccionarse: o se estaba a favor de las mineras, o se estaba en contra. No cabían posibilidades a medias tintas. “Acá en el pueblo se dividen así las cosas: si estas a favor de la minería, sos minero, y si estás en contra sos ambientalista”.

“Yo me considero un ambientalista, porque vivo acá y me gusta defender el agua que tomo a diario, y defender lo que se cosecha: nuez, pera, manzana, durazno, ciruelas, damasco, higos... Es como tener el tanque arriba de tu techo, y que te lo quieran hacer volar. Entonces te vas a oponer, porque es lo que te da el agua”, asevera, mientras vuelve a llenar el vaso para paliar el calor.

El 27 de diciembre de 2012, Walter se encontraba en su natal Villa Unión, cuando sonó el teléfono. Otra vez venían por el cerro, por el agua, por todo. Saco un pasaje en el primer colectivo hasta Chilecito, y de ahí partió en un remis hasta Famatina. Cuando llegó, ya había una camioneta esperándolo, y de ahí encaró hacia el corte de Alto Carrizal.

“Cuando llegamos ahí comenzamos a organizar todo. Con la radio transmitía en vivo todo el día. Salía de mi casa a las 6 de la mañana, y volvía a mi casa a las 11 de la noche. Llegaba al cerro y me instalaba, pero no solo informaba, también me tocaba organizar: con el parlante pedía gente para buscar leña o para cocinar tortilla. Yo vivía ahí”.

Cuenta que en algunos días llegaban a salir hasta diez camionetas al mismo tiempo, todas cargadas de gente. La lucha por el Famatina ya había tomado trascendencia y no estaban solo los lugareños, además se sumaban a la causa personas de Chile, Brasil, España, y de distintas provincias de la Argentina. Eran, aproximadamente, unas 4.000 personas.

La lucha, según Walter, era como una torre, y esa torre se sostenía sobre cuatro patas, todas ellas imprescindibles. En principio, el mismo pueblo. Luego, el párroco de la localidad, Omar Quinteros, y el propio intendente de ese entonces Ismael Bordagaray. Finalmente, la radio, que brindaba las novedades de primera mano sobre el transcurrir de los días.

Y era por sobre todo una lucha solidaria. Pensando en lxs que están, pero fundamentalmente en lxs que vendrán. “Yo pienso en mis hijos y en las generaciones venideras. Capas que uno ya está de paso, pero los que vienen no. La gente está dispuesta a todo, a dar su vida por este pueblo, por este cerro que es nuestro tanque de agua”.

Fueron días muy duros, pero no estaban desamparadxs. Sabiendo bien de qué se trataba, la Madre Tierra también les daba una mano a todas las personas que dejaban su cuerpo para protegerla. Álvarez dice que cada vez que Infantería se preparaba para apalear a las manifestaciones, caían lluvias torrenciales que no les permitían llegar siquiera cerca de donde se encontraba el campamento de resistencia.

Tuvieron que pasar cuatro meses para que la multinacional canadiense entendiera que no podía contra esa férrea voluntad popular. Porque lo que se defendió ahí, y lo que se sigue defendiendo aún es el agua. Y a quién defiende el agua no se le puede conformar con promesas de progreso y desarrollo a cuenta gotas.

“La minería para nosotros no es rentable. Toda la vida vivimos sin minería. ¿Cómo vas a dejar que te explote el cerro gente que está un par de años, y después se van y te dejan todo destrozado?”.

Casi cuando nos estábamos yendo, Walter nos hacer pasar al control de la radio, donde tiene su computadora, y comienza a mostrarnos una serie de fotografías. Esas fotos habían sido tomadas el día que la transnacional abandonó las instalaciones, que, dicho sea de paso, fueron incendiadas previamente por orden de los jerarcas mineros.

Entre los retratos de la majestuosidad del paisaje, que a esa altura se torna casi indescriptible, lo que más resalta y llama la atención es un cartel, que se encuentra en la entrada principal a la minera, que tragicómicamente, reza de la siguiente manera: Prohibida la entrada sin autorización a toda persona ajena a la empresa. Cuide el medio ambiente: no arroje basura.

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