lunes, 21 de julio de 2014

Eros, el mejor amigo de Philía



Pongamos esta idea: la única soledad tolerable, la única que puede ser llamada buena y disfrutable, es aquella que puede ser interrumpidaen algún momento. Ni el más sabio de los sabios, ni el más Zaratustra de los Zaratustras, podría vivir en la soledad eterna, aún si dispusiera de los pensamientos más excelsos para regocijarse en su salsa intelectual. Un día Zaratustra bajó de la montaña.



A un problema tal llega Aristóteles en su Ética a Nicómaco (E.N). El camino trazado desde la pregunta por la felicidad humana que llevó a un profundo análisis de las virtudes nos guió finalmente a una especie de encrucijada: pues la virtud más alta parece ser la del sabio en el pleno ejercicio de su racionalidad, en la contemplación de las “cosas divinas”. Pero los dioses, como bien lo refrendaría Epicuro tiempo después, no necesitan de nada, son autosuficientes, autárquicos. Luego, ¿el hombre sabio, para ser feliz, necesita de amigos?


Se comprende mejor el problema si aclaramos un poco. Los libros VIII y IX de la E.N estuvieron dedicados a la amistad como una virtud o como algo muy cercano a ella. Porque nadie querría poseer todos los bienes si no tuviera amigos, porque algunas virtudes necesitan de algún otro sobre el cual ponerse en acto, llevarse a la práctica como quien dice. Es decir, primero, si tengo la “virtud”de tocar la guitarra, pero de hecho no la toco ¿soy músico? Probablemente no. Aunque ese talento lo puedo ejercer en soledad (quedaría abierta la pregunta por el sentido de ejecutar música sólo para uno mismo)Algo similar sucederá con los amigos, si la amistad consiste en hacerle y desearle el bien al otro ¿cómo ejercer esta virtud en soledad? Si dispongo de bienes externos (una casa, un jardín excelso, una heladera llena de embutidos) pero no tengo a quién ofrecer estos bienes, con quién compartirlos, ¿podré ser feliz? Hay una tensión clara entre la autonomía completa y la relación con los otros, conflicto que los enamorados conocen como nadie.

“Amistad” es la traducción latina del vocablo griego “philia” y por lo general se distingue (aunque Aristóteles no lo hace que yo sepa) de eros (amor sexual) y de agape(amor divino). Todos estos vocablos se emplean para indicar una cierta inclinación, una cierta afición, un afecto por un objeto (entendamos objeto en su relación con un sujeto, en sentido filosófico). Digamos mejor: indican un cierto tipo de afecto por otro. Nuestro idioma recoge esta idea en el modo de un sufijo como en “germano-filia”, a veces de un prefijo “fila-telia” o “filo-sofía”.

El rigor en estos temas es más bien modesto, pues no estamos versando sobre geometría o matemática, sino atendiendo a lo más íntimo, quizás también a lo más confuso que existe en el cosmos: las relaciones entre personas. Una primera distinción nos servirá de guía: las philíasse clasifican según el motivo de su amor. La philia es un cierto tipo de amor, pues en ella hay un deseo de algo “amable”, de algo que presenta una característica que nos atrae.

Para Aristóteles podemos amar: lo útil, lo agradable o lo bueno. De allí se derivan tres tipos de amistades, emparentadas pero no iguales. Como siempre, lo que importa de la acción es el objetivo (telos). Cuando el fin es lo útil, buscamos en el otro una utilidad, así es que puedo hacerme “amigo” de quien me lleva todos los días al trabajo en su auto. Cuando lo que se busca es lo agradable, el placer es el fin del vínculo. Aristóteles nota que esta es la causa de las amistades sobre todo entre los más jóvenes: quizás me haga amigo de gente que conocí en una fiesta, o en unas vacaciones. Pero cuando el motivo de la unión es “lo bueno” la cuestión es diferente, pues lo que se busca como objetivo es el bien del otro, el bien de mi amigo. El motivo de esta philía es el carácter de la otra persona, y no otra cosa. Es una especie de fin en sí mismo.

Es interesante notar por qué sólo la amistad motivada en el carácter es la que merece en verdad el nombre de “amistad” para Aristóteles.Éste es el tipo de vínculo más difícil de disolver, el más perdurable, pues está basado en la característica más sólida del otro: su carácter. Para forjar un carácter se requiere de una elección sostenida en el tiempo, de un cierto hábito electivo. No llamaremos “bueno” al que ayudó al amigo una vez que lo necesitó y nunca más, lo llamaremos bueno si estuvo ahí cada una de esas veces. No es buen gobernante el que impartió justicia una vez y mil veces se enriqueció de manera ilícita, etc. Sabemos que por su modo de ser, siempre podemos contar con ciertos amigos.

En cambio, los otros dos tipos de amistad que encuentran su base en el placer o la utilidad son los menos seguros, pues lo placentero y lo útil son de lo más mudable, de lo más circunstancial. Cuando cambie de trabajo, mi “amigo” ya no me servirá en función de su auto, o cuando las vacaciones terminen o el placer que me reportaba el otro se acabe (cuando se terminen “los años mozos”) ¿qué quedará de la relación del amante con el amado? “Amigo” será sólo aquél al que le deseo el bien por el bien mismo, por su propio bien y a partir de su carácter[1] (que probablemente será parecido al mío, sobre todo si tomamos al pie la definición del amigo como “otro yo” que el estagirita nos da a la pasada).

Entre las condiciones de la verdadera amistad encontramos que, según el filósofo, no pueden faltar: la reciprocidad (la amistad se da entre iguales, y los amigos se complacen en el éxito y se conduelen en el fracaso del otro); el conocimiento del otro de mi predisposición hacia él (no puedo ser amigo de quien ignora mi estima, por ejemplo cuando idolatro a una estrella televisiva); la frecuencia en el trato, componente esencial pues “nada hay tan propio entre los amigos como la convivencia”. Esto no quiere decir que necesariamente debamos compartir el mismo techo, pero sí que exista cierta asiduidad en el trato (la cantidad de tiempo claro, no es pasible en estos temas de medida aritmética). “Porque las distancias no rompen sin más la amistad, pero si la ausencia se prolonga parece que también se olvida la amistad”. ¿Qué diría Aristóteles de esa frase tan común como vacía “no nos vemos nunca, pero cuando nos vemos es como si no hubiera pasado el tiempo”?

Dijimos que con frecuencia se distingue la philíadel eros y de agape, siendo el segundo vocablo el que hoy reservamos para la relación que llamamos “amorosa”.Pero pensémoslo detenidamente: ¿no son las condiciones de la philiatodas y cada una condiciones que buscamos también para sostener al otro del amor? ¿No lx estimamxs por su carácter antes que por el placer o la utilidad que nos reporta? ¿No lx consideramos un igual (aunque quizás no otro yo, sí una suerte de espejo donde vemos virtudes y defectos que sirven para mejorarnos mutuamente)? ¿No esperamos tener con él o ella cierta frecuencia en el trato, y nos sobreviene muchas veces la idea de compartir un mismo techo? ¿Y no buscamos, quizás vanamente, cierta reciprocidad y cierta equidad en el trato que de verse afectada amenaza a la relación misma? ¿Será la única diferencia entre un amigo y nuestro amadx la intimidad sexual?

Qué decir si agregamos la idea aristotélica de que “es imposible ser amigo verdadero de muchos”, porque es muy difícil amar a muchos a la misma vez (sobre todo por el tiempo que requiere el sostén de una relación real). Si hemos propuesto una idea sólida sobre la similitud que existe entre la philiay eros, tiene sentido que resuene claramente ahora el eco del reproche entre los amantes “necesito tiempo para ver a mis amigxs también”.

Muchas preguntas quedan abiertas mientras nos hundimos todos los días en el caos de las pasiones y nos vemos obligados, a cada despertar, a seguir existiendo, a seguir eligiendo la forma que adoptará nuestro propio ser, sin tener mucha idea al fin de lo que estamos haciendo en relación al otro.


Por Enrique A Rodríguez.


[1]Claro que también existe la posibilidad de que el carácter del otro cambie, como cuando un amigo crece y el otro conserva mentalidad de adolescente, se pregunta Aristóteles si entonces podemos seguir diciendo que se mantiene la amistad en esas condiciones.

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