jueves, 21 de noviembre de 2013

Las pastillas que todo Lo-Curan


"Pero no sufras, amigo
Que hay solución,
Tenemos el placebo
Sólo has de pagar por tu ración"
Pandemia - Ska-p



La sociedad está “patas arriba”, se vive a ritmos acelerados, la gente parece desquiciar, y en este marco los psicofármacos vienen a poner a este nivel de “locura” una cuota de “equilibrio” para seguir maquillando el verdadero dolor, desequilibrio, malestar que aqueja a las sociedades actuales.

Se vive en un mundo en el que al parecer no hay tiempo para enfermarse;  en un mundo en el que no hay tiempo para detenerse a reflexionar qué factor interno o externo, hace que el cuerpo se manifieste, hable a través del dolor. La lógica del mercado hace que los sujetos no se paren a reflexionar, porque si se detienen se revelan, porque es el mismo sistema el que los enferma. Y como el sistema ya pensó todo, y dentro de su lógica, el tiempo es dinero, también creó píldoras para “sanar”. Entonces ante un dolor, un químico. 

Existe una psicologización de la sociedad. Es muy común escuchar a la gente dar diagnósticos del tipo “estás bipolar, paranoico”, entre otros. Ahora bien, el ciudadano común llega a un nivel de estrés (otra vez psicologizando) diagnosticado por su médico laboral, entonces comienza terapia, también va al psiquiatra y además empieza a consumir su dosis diaria de rivotril. Pero si una persona trabaja todo el día, llega a su casa cansada, sin ganas ni siquiera de hablar, lo que se dice comúnmente “quemado”, no hace falta ser psiquiatra para darse cuenta de lo que le está pasando. El mercado hace que las personas y los cuerpos se enfermen.
Sin dudas que cada caso es particular, y que los contextos e historias familiares juegan un rol importante, pero el problema es que la solución es siempre la misma, se acude a soluciones externas cuando muchas veces se trata de algo que es en verdad muy personal, que está en la propia persona querer resolverlo realmente o no, o ni siquiera resolverlo, buscar una alternativa de convivir con determinadas cuestiones sin que le produzcan “dolor”.

El ego que reina en la cultura occidental hace que los sujetos se separen de su propia mente y que se viva en un supuesto estado regido por factores externos, o que se apele a culpas que no se tienen. Hay desequilibrio, miedos, falta de amor y un no hacerse cargo de lo que corresponde verdaderamente (y no de más), por eso se recurre a soluciones químicas.

Si el doctor y la tele lo dicen…

Ante este marco, no debe dejarse de lado el rol que cumplen la institución psiquiátrica y el aval que le es concedido por la sociedad. En la actualidad, las empresas farmacológicas tienen una llegada muy concreta sobre los diferentes estratos sociales, teniendo como herramientas muchos medios para ser difundidas.

Alcanza con prender la televisión y comprobar que al menos uno de cada determinado número de comerciales se trata de fármacos que curarían cualquier síntoma que se pueda padecer. Esto genera un mayor y mejor alcance de estos medicamentos, pero por lo general sin la información debida y necesaria acerca del fármaco.

La persona que consume a diario algún medicamento sólo porque éste le da una mayor energía y vitalidad para su día, no tiene en cuenta la enorme variabilidad de efectos secundarios que esta ingesta puede producir. Y justamente tampoco serán difundidos por la empresa que busca venderlos.

A su vez, para que las ventas y el círculo económico funcionen, los propios psiquiatras y/o psicólogos son los que promueven estas ventas, ya que son las empresas las que muchas veces dejan algún “pedazo de pan” para que los profesionales de la salud rieguen la voz de que el medicamento X curar cualquier sentimiento de malestar. Es justamente aquí donde recae la negativa sistemática, creer que la enfermedad está generada por un sistema, o por un malestar mayor que no se ve.

En esta sociedad, la palabra del doctor es equivalente a la palabra de dios. Rara vez se cuestiona lo que el profesional receta, o el diagnóstico que hace según los síntomas que manifiesta la enfermedad, sino que se acepta con total normalidad lo que se está mandando a comprar a la farmacia de la esquina.

No se tiene en cuenta que entre el diagnóstico del médico y la propia aceptación por parte del sujeto, lo que se encuentra en juego es su cuerpo, el cual no sólo puede estar afectado por síntomas corporales, sino que pueden existir síntomas psicológicos más complejos a los cuales se les da la espalda.

 Entonces, ¿verdaderamente  una pastilla puede quitar todos los males y malestares que se sienten al final de cada día? Si así fuera, sería de público conocimiento “la pastilla mágica” que cure todos los problemas. Pero como las empresas de salud deben seguir vendiendo para poder mantenerse en pie, siempre aparece alguna enfermedad nueva, o alguna pandemia por la cual hay que ser tan precavidos que se debe gastar fortunas para poder salvarse de una muerte segura. O lamentablemente, las dosis medicinales deben ser diarias, por lo cual hay que comprar una pastilla para cada pequeño dolor que se tenga y consumirla cada 6 horas.

La enfermedad trasciende lo individual
Llegando al fin de este recorrido,  sale a la luz lo que se conoce. El común de la gente está entrenado sobre los diferentes medicamentos que hay , qué conviene tomar para cada malestar, recetas, nombres de enfermedades, dichos del tipo “estoy muy estresado”, ”tengo ataques de pánico”, ”toma X que te va a hacer bárbaro”, constantes en las conversaciones de todos los días.

Pero es momento de parar y sentarse a pensar cómo se llega a este punto. Quizás sea la oportunidad de reflexionar acerca de por qué el cuerpo se enferma, por qué resulta necesario tomar pastillas para sentirse mejor y sobrellevar los obstáculos que se presentan día a día.

Sin ánimos de entrar en una teorización profunda sobre el tema ni caer en ningún tipo de reduccionismo, es interesante introducir al filósofo Zizec quien relata que para Lacan fue Marx quien inventó el síntoma. ¿De qué se habla entonces cuando se hace referencia al síntoma? Se relaciona a una manifestación de que algo anda mal, es producto y reflejo de un conflicto.

Lo que se expresa como conflicto son las contradicciones de las relaciones sociales del sistema en el que estamos inmersos; así sale a la luz que el capitalismo no resuelve los conflictos sino que los genera y agudiza y, en consecuencia también los síntomas que se sufren en la actualidad. ¿Cuál es el conflicto entonces? Se postula una independencia, un marco de relaciones libres, pero en realidad se es dependiente de las cosas. ¿No suena familiar?

El cuerpo que se enferma está  inmerso en una cultura de consumismo, individualismo y competitividad. La preocupación por comprar siempre lo último que salió y por trabajar para ganar más dinero y de esa manera poder gastar más, hace que se llegue a un punto en el que es bastante entendible que haya sufrimiento;  pesa la intranquilidad de cómo sobrellevar el presente, vislumbrando el futuro como una amenaza.

Las inquietudes que movilizan a los sujetos hoy en día, la vulnerabilidad a nivel individual que se acrecienta y con ello los padecimientos que se expresan en adicciones al consumo de sustancias, ansiedades, trastornos psicosomáticos, depresión, estrés laboral, y la lista sigue. Seguramente conoces a más de uno que está soportando alguno de estos malestares.


Al final, se concluye que individuo y sociedad son tal para cual, a tal individuo, tal sociedad y viceversa. Son parte del mismo proceso. Inmersos en este sistema, se termina tomando remedios para todo en lugar de recapacitar sobre las razones del padecer. Se busca la alternativa más rápida que es el fármaco, así de sencillo, así de peligroso

TEXTO: Guillermina Aguirre, Inés Sierra y Augusto Andrés.

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