jueves, 28 de noviembre de 2013

Historias Mínimas

Se inicia un nuevo espacio en la revista, un espacio amplio con el objetivo de buscar esas pequeñeces que terminan siendo enormes, de encontrar esas cosas hechas por las personas de abajo y dejar un poco relegados a los grandes hombres y mujeres que están en los diarios, en la tele y en la boca de todos. Situaciones que escapan de lo rutinario y maquinario y que llenan de color a la gris selva de cemento. Nos centramos en la ciudad de donde somos, La Plata, asique si en su barrio hay algo que contar, escríbanos.

La Loma es un barrio típico de la ciudad, ubicado en la zona oeste del casco urbano. En él se encuentra uno de los parques más grandes que abarca cuatro manzanas, el Parque Alberti que va desde la calle 24 a 26 y de 37 a 39. En éste, habita un árbol al revés, raíces de copa y copa de raíces, y los sábados, domingos y feriados, en que el tiempo acompaña para salir a perder el tiempo, se ven a familias tomando mate,nenes y nenas inmersos en juegos variados y a los más grandes separándose en dos grupos para dejar girar la bocha.

Además de estas cosas que suceden en todas las plazas y parques de la ciudad, en el Parque Alberti se ve un punto en el cielo, que no es cielo, no es un avión, ni tampoco Superman, no es un ovni ni ningún elemento para estudiar el espacio, pero entonces, ¿qué es? Un barrilete, sí, un barrilete que pasó a ser parte de las características del barrio. El responsable de esto es Eduardo Castro, un empleado público de 65 años que encuentra en los barriletes ese lugar para escapar de la locura cotidiana, de lo establecido por la rutina.



Llegamos a donde estaba Eduardo, sentado viendo para arriba ya que un amigo de él estaba jugando con el barrilete. “Esto lo hago como hobby, disfruto de hacerlo aparte de que me despeja, me permite poner la cabeza en otra cosa” nos cuenta y,  agrega que es una actividad que hace desde los 9 años y que él mismo construye  los barriletes de varias formas “los más grandes son de hasta 2 metros”.

Eduardo es un tipo sencillo, que ha ganado su popularidad en el barrio, todos saben quién es el hombre del barrilete rojo. Pero no siempre fue así: “Al principio lo remontaba desde el patio de mi casa, porque me daba vergüenza, pero hace más de 10 años que vengo al parque y lo remonto acá, y es más lindo, hasta a veces se junta un grupito, ahora algunos me dicen el hombre record (risas)”.

Eduardo explica que “los barriletes más grandes son para tenerlos cerquita porque el viento te los tira, pero me gusta más soltarlos, si el viento te deja podés meterlo hasta las nubes, 1500 o 2000 metros de altura”.Pero, poner un barrilete en el cielo no deja de tener sus complicaciones, y Eduardo nos cuenta algunas historias: “Muchas veces me han cortado el hilo, helicópteros o avionetas. Una vuelta se me cortó y fue a parar a 147 y 34, recorrió más de 20 cuadras, lo seguí y lo había encontrado un pibe así que se lo dejé”.

Para englobar la charla en lo que es la revista le preguntamos sobre un tema general sobre la sociedad, a ver qué opinión se tiene sobre las noticias que están en las agendas mediáticas, o en los discursos políticos. En este caso tocó la juventud, y Eduardo se suelta a hablar diciéndonos que es como todo, hay pibes más estudiosos otros que no, lo que se nota es un poco más de maldad, dijo una cosa que da que pensar “en la época mía éramos más chiquilines, nos cuidábamos más de todo, teníamos miedo, sobre todo a la policía, ahora la juventud no le tiene miedo a nada”.

Si sacamos algunas deducciones, Eduardo vivió sus 18 años en la dictadura militar que puso en el poder a la junta militar que presidía en un primer momento Onganía y que derrocó al presidente radical Arturo Ilia, era un momento de terror ejercido por los milicos y la policía. Si bien se han dado avances en la democracia lo que permite ver Eduardo en “hoy no le tienen miedo a nada”, falta mucho por pulir, porque sigue habiendo abusos, represión y censura por parte del Estado.


Y así entre anécdota y anécdota concluye la charla con Eduardo que a lo largo de la conversación tuvo que interrumpirse ya que la gente del Parque Alberdi, que ya lo conoce,  se acercaba a saludar al hombre record, “gente amiga, acá en el barrio del parque nos conocemos todos”, concluye. La historia de Eduardo termina dándole la posta a alguna otra de alguien que en algún rincón de la ciudad tiene algo para contar… 

Texto: Juan Fernández

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