Walter Álvarez es de
Villa Unión, La Rioja, pero ya hace 28 años que habita en Famatina. Cuando
llegó, dice, el pueblo lo volvió loco desde el principio, y por eso decidió
quedarse. Ahí fue que conoció a Mercedes, y con quien tuvo su primera hija, que
hoy ya tiene 22 años, y también a su hijo, que ya alcanza los 17. Fue en ese
pueblo donde estableció su radio comunitaria, y es también desde allí que le
dio y le da pelea a todas las mineras que quieren apropiarse del cerro.
El día que llegamos hasta Radio Comunitaria Famatina FM
101.5, estaba soleado. El astro rey asomaba por primera vez en varios días, y
el calor riojano comenzaba a desparramarse por todo el lugar. Corría un viento
seco, ese que juega en las montañas del norte, y que arrastra consigo algunos
de los cantos y balidos de las alturas.
Golpeamos las manos –porque no había puerta, apenas una
cortina de esas con tiras de plásticos, como la de los almacenes viejos- y
desde adentro Walter nos invitó a pasar. La habitación tenía gruesas paredes, y
soportaba sobre sí un techo de paja, que se apoyaba a su vez en tirantes de
madera. En un rincón, se encontraba la radio, que consistía solo en una división
de madera que separaba el control del estudio. Del lado del estudio, donde
comúnmente daban entrevista los invitados, nos sentamos con Walter.
“El dueño de la radio
en la que yo trabajaba se empezó a dedicar a otra cosa”, empieza Walter, “y entonces me alquilo la radio a mí. Y de
a poco le fui comprando las cosas. Recién en el 2007 pudimos poner Famatina FM,
pero era todavía una radio privada. Tuvimos que esperar hasta el 2012 para
pasar a ser Radio Comunitaria”.
Nos cuenta que relata de todo: fútbol, básquet, atletismo, o
el deporte que haya. Además hace el programa de la tarde, y también el de la
mañana. Insiste en que su voz no le gusta, pero a la gente del pueblo sí, y con
eso le alcanza.
¿Y por qué una radio comunitaria? Rodolfo Walsh dejó una
frase para la posteridad: El periodismo
es libre, o es una farsa. Palabras más, palabras menos, es lo mismo que nos
dice Walter cuando afirma: “Si decís
comunitaria es porque estás dando un servicio. Yo estoy al servicio de la gente
de este pueblo, lucho por ellos. Y así lo voy a seguir haciendo. Trabajamos muy
bien acá, con mucha libertad”.
Fue desde ese lugar de comunicador popular que encaró la
lucha contra la megaminería en su tierra, en nuestra tierra. Pero él no fue el
primero que se le animó a las mineras. Es más, nos cuenta que no dimensionaba
mucho de qué se trataba el asunto, y que tampoco le daba demasiada importancia.
La lucha empezó por las mujeres. Carolina Suffich, Carina
Diaz Moreno y Marcela Crabbe fueron las primeras que empezaron a estudiar y difundir
en qué consistía ese desarrollo prometido por las mineras. “Al lado de la Parroquia San Pedro hay un
salón, y ahí ellas tres llamaban a reunión. Apenas iban tres o cuatro personas.
Mucha gente en el pueblo las tildaba de locas”, recuerda Walter.
El pueblo tardo más de la cuenta en reaccionar, y la
Barrick, ni lerda ni perezosa, aprovecho esa distracción. Sin hacer mucho
ruido, en el año 2004 se instaló en el cerro, y comenzó a operar allí. Tuvieron que pasar dos años para que llegaran
los primeros cortes para impedir el paso de los vehículos y el personal de la
minera.
En el 2006, no más de cien personas, se amurallan para
cerrar los caminos. Y entre todas esas personas, se encontraba el que supo ser
intendente del pueblo, Lidoro Leiva, hoy ya fallecido. Walter lo reconoce como
un gran luchador: “Un tipo que iba a
hacer guardia por las noches, un tipo que comprometió cien por ciento con el
pueblo”.
Ese primer corte, se realiza en Peñas Negras. “Ahí arranco todo. No había señal de
teléfono. Yo tenía un Handy, grande como una botella de gaseosa de dos litros,
y con eso nos comunicábamos. Yo me comunicaba con la radio contando todo lo que
pasaba: hacíamos notas, reportajes, de todo. Hacía mucho frío, a veces hasta once
grados bajo cero”.
Barrick se encontraba unos 50 kilómetros más arriba de donde
se realizaba el corte, y el único camino que conducía hasta allí estaba
bloqueado. Tanto los operarios de las máquinas, como las máquinas mismas,
tenían permitido el descenso del cerro, pero bajo ningún tipo de circunstancia
podían volver a subir. Las reservas de alimento comenzaban a escasear, y la
multinacional tuvo que dar el brazo a torcer.
En la casa de Don Pérez Méndez, un estanciero de la zona,
que quedaba cerca del lugar del corte, se firma el tratado, donde la minera se
compromete a bajar todo. Para ese entonces, las cien personas se habían
multiplicado: ya no eran un centenar, ahora la cifra llegaba a los cuatro dígitos.
Pasó el primer vendaval, y el pueblo siguió en pie.
Aún hay más…
El pueblo de Famatina había ganado su primera batalla, pero
no sería la última, ni la más cruenta. En el año 2012, nuevamente una empresa
canadiense mostraría su interés por invertir en la explotación del codiciado
cordón montañoso. La Osisko Mining Corpotation, extractora de metales precios
–principalmente de oro- había logrado un principio de acuerdo con el gobierno
riojano.
¿Cómo había logrado ese acuerdo? Con complicidad explícita
del poder político. Por un lado, la diputada Adriana Olima, quien hasta las
elecciones del 2011 se encontraba a favor del reclamo de las asambleas
ambientalistas, cambió repentinamente su postura para alinearse tras las filas
de Luis Beder Herrera.
¿Y cuál era y es la postura de Beder Herrera? El ex
gobernador de La Rioja, además de favorecer la entrada de las multinacionales
extractivistas, calificó a las personas que se manifestaban contra las mismas
como Hippies violentos, afirmando
también que bastaría con meter a dos o tres de esas personas presas para que
cesen las movilizaciones.
Walter nos cuenta que a partir de ese momento el pueblo
comenzó lentamente a fraccionarse: o se estaba a favor de las mineras, o se
estaba en contra. No cabían posibilidades a medias tintas. “Acá en el pueblo se dividen así las cosas: si estas a favor de la
minería, sos minero, y si estás en contra sos ambientalista”.
“Yo me considero un
ambientalista, porque vivo acá y me gusta defender el agua que tomo a diario, y
defender lo que se cosecha: nuez, pera, manzana, durazno, ciruelas, damasco, higos...
Es como tener el tanque arriba de tu techo, y que te lo quieran hacer volar.
Entonces te vas a oponer, porque es lo que te da el agua”, asevera,
mientras vuelve a llenar el vaso para paliar el calor.
El 27 de diciembre de 2012, Walter se encontraba en su natal
Villa Unión, cuando sonó el teléfono. Otra vez venían por el cerro, por el
agua, por todo. Saco un pasaje en el primer colectivo hasta Chilecito, y de ahí
partió en un remis hasta Famatina. Cuando llegó, ya había una camioneta
esperándolo, y de ahí encaró hacia el corte de Alto Carrizal.
“Cuando llegamos ahí comenzamos
a organizar todo. Con la radio transmitía en vivo todo el día. Salía de mi casa
a las 6 de la mañana, y volvía a mi casa a las 11 de la noche. Llegaba al cerro
y me instalaba, pero no solo informaba, también me tocaba organizar: con el
parlante pedía gente para buscar leña o para cocinar tortilla. Yo vivía ahí”.
Cuenta que en algunos días llegaban a salir hasta diez
camionetas al mismo tiempo, todas cargadas de gente. La lucha por el Famatina
ya había tomado trascendencia y no estaban solo los lugareños, además se
sumaban a la causa personas de Chile, Brasil, España, y de distintas provincias
de la Argentina. Eran, aproximadamente, unas 4.000 personas.
La lucha, según Walter, era como una torre, y esa torre se
sostenía sobre cuatro patas, todas ellas imprescindibles. En principio, el
mismo pueblo. Luego, el párroco de la localidad, Omar Quinteros, y el propio
intendente de ese entonces Ismael Bordagaray. Finalmente, la radio, que brindaba
las novedades de primera mano sobre el transcurrir de los días.
Y era por sobre todo una lucha solidaria. Pensando en lxs
que están, pero fundamentalmente en lxs que vendrán. “Yo pienso en mis hijos y en las generaciones venideras. Capas que uno
ya está de paso, pero los que vienen no. La gente está dispuesta a todo, a dar
su vida por este pueblo, por este cerro que es nuestro tanque de agua”.
Fueron días muy duros, pero no estaban desamparadxs.
Sabiendo bien de qué se trataba, la Madre Tierra también les daba una mano a
todas las personas que dejaban su cuerpo para protegerla. Álvarez dice que cada
vez que Infantería se preparaba para apalear a las manifestaciones, caían
lluvias torrenciales que no les permitían llegar siquiera cerca de donde se
encontraba el campamento de resistencia.
Tuvieron que pasar cuatro meses para que la multinacional
canadiense entendiera que no podía contra esa férrea voluntad popular. Porque
lo que se defendió ahí, y lo que se sigue defendiendo aún es el agua. Y a quién
defiende el agua no se le puede conformar con promesas de progreso y desarrollo
a cuenta gotas.
“La minería para
nosotros no es rentable. Toda la vida vivimos sin minería. ¿Cómo vas a dejar
que te explote el cerro gente que está un par de años, y después se van y te
dejan todo destrozado?”.
Casi cuando nos estábamos yendo, Walter nos hacer pasar al
control de la radio, donde tiene su computadora, y comienza a mostrarnos una
serie de fotografías. Esas fotos habían sido tomadas el día que la
transnacional abandonó las instalaciones, que, dicho sea de paso, fueron
incendiadas previamente por orden de los jerarcas mineros.
Entre los retratos de la majestuosidad del paisaje, que a
esa altura se torna casi indescriptible, lo que más resalta y llama la atención
es un cartel, que se encuentra en la entrada principal a la minera, que
tragicómicamente, reza de la siguiente manera: Prohibida la entrada sin autorización a toda persona ajena a la
empresa. Cuide el medio ambiente: no
arroje basura.
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