jueves, 30 de octubre de 2014

“Al costado del andén”


Nubes, poca luz, humedad, siendo las 18:13 exactamente, la jornada laboral llegó a su fin. El otoño en su máxima expresión acudiendo a su atardecer prematuro, producto de un clima no muy favorable, hizo que apenas pasadas las 18, la noche sea bienvenida en la ciudad. La humedad produce esa estela que bordea las luces de ópticas automovilísticas, de barcos que asoman anclados en el Puerto La Plata esperando algún que otro trámite para seguir navegando las aguas del mundo entero, de luminarias urbanas que irradian más de lo común su haz de luz.




Mi cámara, un cuaderno, y muy poca vergüenza, eran mis compañeros en el momento en que me acerco a la estación Destilería YPF ubicada entre los municipios de Ensenada y Berisso.

En esa coordenada, siempre oscura y muy transitada, se halla una persona olvidada. Por ese motivo, únicamente, fue que me acerqué a darle voz, entidad, a compartir un momento con aquel hombre.

El ruso ingresó a la Destilería YPF en el año 1977, ocupando el puesto de andamista. Gran facilidad para manejarse en las alturas de las chimeneas y una forma atlética envidiable, son el recuerdo de sus ex compañeros de trabajo, quienes también elogiaban su compañerismo. Hoy vive a la intemperie, protegido únicamente por un pequeño techo que cubre el andén de la estación donde pasa sus días. El lugar donde vivió épocas fructíferas de trabajo, hoy lo alberga en una situación dispar, adversa y paradójicamente, lo atrapa a seguir insistiendo en una nueva oportunidad laboral en “La Empresa”.

Lo busqué allí, donde siempre se lo ve, en la Estación Destilería.
Chisto a sus espaldas, gira.
- Buenas tardes maestro, ¿Podríamos charlar un rato?
- ¿Y usted qué hace? Dígame.
- Me interesa el periodismo, y las personas en situación de calle.
- Bueno, está bien. Espéreme media hora.

En ese entonces, le propuse volver al otro día. Nos saludamos con un apretón de mano, austero, sin esas idas y vueltas que hacen ahora. Luego de esa palma áspera en mi mano, emprendí la vuelta hacia mi casa.
Madrugué aquel día más temprano de lo normal, mitad falta de sueño mitad por optimizar los minutos, ya que a las 9 debía estar ocupando nuevamente mi puesto laboral en la oficina.

En la calle, niebla espesa, fría. En el cielo, oscuridad, aclarando levemente. En un kiosco compré un atado de 20 cigarrillos, un paquete de yerba de medio kilo y en la panadería un cuarto de bizcochos.
Encaré la pasarela que sobrepasa el canal oeste. Ese día, con el río bajo, se podía observar gran parte del lecho contaminado por años y años de hidrocarburos  y metales pesados.

Me acerco despacio al mismo lugar donde el día anterior intercambié algunas palabras con el hombre. Estaba sentado, con un termo de agua caliente, el mate listo y la yerba seca. Un buen día cruzado, de ida y de vuelta, apretón de manos y la invitación a pasar al living de su casa. “Póngase cómodo por ahí” señalando el piso del andén, al costado de las vías negras de coque caído por años y años de trenes que van y que vienen.

“¿Por dónde quiere empezar?” Consulta, mirándome fijo a los ojos, esperando la indicación para dar comienzo a la charla. Mi respuesta, sencilla: "por donde usted quiera, acá el protagonista es usted."
Comenzó hablando de tiempos difíciles, tiempos de régimen militar, de persecuciones y desapariciones, pero desde afuera, no siendo víctima directa. Ese relato, sirvió como introducción para describirme el regreso de la Democracia, los momentos complicados de “hiperinflación” en pleno gobierno radical, y también para agregar que él era participante de la UCR, sólo como afiliado, no como militante.

 “El Pelado Sandoval”, disfruta de una lucidez impactante, un desenvolvimiento elocuaz y dinámico. Disfrutaba de la compañía, del interés y el respeto que reinaba en esa conversación.

Ojos azules profundos, brillantes, humectados de emoción, inquietos y grandes. Barba tupida, pero tupida de verdad, como los viejos intelectuales revolucionarios de 1900, de color blanca y gris intercalados, con una aureola amarilla sobre los pelos que rodean su boca, resultado de la nicotina que consume a diario. Llamativamente, a los puchos les arranca el filtro, los fuma crudos sin tamizar los incontables tóxicos que poseen.

Chamarra, o campera de jean gastada y con secuelas del carbón que lo invade. Capucha negra cubriendo su pelada al ras y un pantalón de jogging en condiciones deplorables, sin llegar a los talones. Los pies descubiertos, pero calzados, ya que por comodidad le gusta usar ojotas. La piel posee un color oscuro, en parte suciedad, en parte cuero curtido, en parte genética de ruso, de esos que al mínimo rayo de sol se ponen bronceados como un isleño.

El Ruso, desde el 13 de Septiembre del año 1991, como consecuencia de las políticas neoliberales y las privatizaciones de fuentes laborales estatales, como la Destilería YPF, perdió su trabajo. El sindicato de aquel entonces, SUPEH, ahora SUPE, jamás reconocieron los aportes de Sandoval en sus casi 14 años de trabajo. Esa situación quebró inexorablemente su vida. Su madre enfermó, su hermano sufre de patologías psiquiátricas. El único sustento económico de la familia era él. Su madre finalmente falleció, su hermano debió ser internado ya que Sandoval había ingresado al callejón del consumo de alcohol, siendo el camino cada vez más estrecho, atrapándolo sin salida. Sin su familia, sin trabajo y con una pena profunda, sumado a su situación con el alcohol, el Ruso decidió internarse en el Hospital Melchor Romero. Los 56 días que vivió allí dentro le sirvieron para comprender que ningún ser humano se recupera de cualquier afección sufrida de la forma en la que estaba siendo atendido y sometido.

Como internación voluntaria, Sandoval tuvo la posibilidad de irse como llegó, pero el aprendizaje suscitado en el hospital le mostró un camino oscuro, del cual pudo salir solitariamente.

Volvió a su casa, al barrio. Se encontró con una imagen nada simpática: su casa había sido desmantelada. Una humilde casilla de madera y chapa ya no estaba. Sólo quedó el suelo de material, construido por sus propias manos, y el inodoro aferrado al mismo.

Sin trabajo, sin familia, en situación de calle, y una vida por delante. El lugar electo para vivir es una estación, la misma que vio todos sus días laborales antes de ingresar a su jornada, al lado del acceso más concurrido a la planta, donde miles de automóviles diariamente transitan las vías, dejándole saludos, cigarrillos, algún que otro alimento.

El Ruso Sandoval, a sus 56 años cumplidos el 25 de mayo, confía plenamente en acceder a una posibilidad laboral dentro de la destilería. Pero cada día que transcurre, la ilusión enflaquece a orilla de las vías donde pasa sus días a la espera de un llamado.

Al Ruso le llueven víveres de todo tipo. Abrigo, cobijas, zapatos, yerba, frutas, muchas viandas de las que ceden los trabajadores y cigarrillos, al tope de ranking. Pero lo que más recibe, en igual medida, son charlas e intercambios de opiniones de todo tipo, futbolísticas, políticas, climáticas; como así también miradas de reojo, recelo, ojos que lo observan temerosamente y vislumbran su calidad de “pobre tipo”.

Definitivamente, un hombre habitando uno de los lugares más transitados de la región, la Destilería YPF, merece su reconocimiento popular. Su lugar en el mundo pedía a gritos una identificación específica, una marca de fuego. Así fue que surgió la idea de realizar un mural, retratar en las paredes de la estación el rostro del hombre que lo habita y hablarle al transeúnte a través de las imágenes. Su cara quedó grabada a punta de aerosol y pincel, en una especie de terrorismo gráfico, artístico y poético, para que todos aquellos que caminen la zona se lleven una mirada del Ruso, profunda y sincera, triste y digna, cruda y real, para pensar realmente en la gravedad del problema, hacer un paralelismo entre lo que se cree como situación adversa y la adversidad misma de la calle y la desprotección. Sandoval ahora te mira y a través de esos ojos interpela con todos la frase “Pensemos en…”, lo cual esgrima su intervención en el mural, ya que dicha frase surge de su reflexión al respecto.

A raíz del mural y el carácter popular del mismo, el Ruso incrementó el afecto de las personas que lo rodean, y se elevó como un mito y un hito del lugar, dejando una huella definitivamente marcada en las paredes y el inconsciente colectivo de todos aquellos que ingresan diariamente a la Destilería YPF.  Pero más que nada, comenzó a revertir esa imagen de “pobre tipo”, prejuiciosa y automática, de parte de muchos que desconocían su situación y su historia de vida, comprendiendo ahora el por qué de su estadía en ese lugar.


 Por Juani Di Plácido

3 comentarios:

  1. Me encantó. Todos los días veo esos tan celestes como tristes que aunque lo veas sonreír y conversar de lo que quieras nunca van a expresar otra cosa. Excelente tu relato!

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    1. Hola! Como estas? Me llamo Victoria y soy estudiante de Comunicación Social en la UBA. Me pidieron escribir una crónica para el taller de escritura como trabajo final y elegi el caso de Sandoval o "El Barba" de la Destileria de YPF en La Plata. Vi por redes que lo conociste y me preguntaba si te intersaba y estabas dispuesto/a a responder un par de preguntas sobre como lo conociste o simplemente que escuchaste de el. Podes solo mandar un audio, con eso me ayudas un montón. Espero tu respuesta. Gracias :)

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  2. yo viví hasta mis 28 años en el ex barrio ESTE YPF, a muy pocas cuadras de la entrada 1 de la destileria donde se relata esta historia) y este buen hombre comenzó a llamarnos la atención desde un día en el cual deambulando por el lugar se puso a cortar el pasto de a poquito, con sus manos, de un largo trecho(por hacerlo de esa manera)alli donde comienza el "camino de azufre" entre el canal ESTE y mi querido barrio. desde ese momento lo apodamos entre los míos "el corta pasto" y hoy gracias a esta nota descubro como se apoda realmente, su apellido y su historia. Parece increible como este tipo de personajes segura y lamentablemente pensarán que son invisibles más de una vez y en realidad resulta todo lo contrario, en mi recuerdo (ya que no vivo más en ese lugar) siempre a sido un hombre muy respetuoso, el cual sin conocer a la gente no dejaba de decir "buen día", "buenas tardes" o "buenas noches" acompañado de sus fieles compañeros caninos de aqui, para allá. jugando quizás con alguna de sus limosnas ganadas del día, quien sabe que número en la agencia de loteria esperando a que su suerte cambie, tomando su merecido cafecito en la estación de servicio, o simplemente caminando por la zona. desde mi humilde lugar deseo que Ojalá su suerte cambie y pueda tener una buena vida o la vida que desee. felicitaciones por la excelente nota.

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