“Cuando el deseo
es fundamento del sujeto, muchos otros mundos son posibles”
Desde sus primeras acciones, hasta sus primeras palabras
Luana se manifestó como nena. Ella es la hija de Gabriela Mansilla, ella es la
nena que nació en un cuerpo de varón con el cual nunca se identificó. Ellas,
madre e hija, tuvieron que recorrer un largo camino lleno de intolerancia y
desinformación para que Luana pueda ser quien desea ser. Alfredo Grande,
psicólogo y psiquiatra, nos cuenta cómo conoció, acompañó y acompaña la lucha
que llevan a cabo Lulú y su mamá.
Desde pequeña Lulú,
como la llama su mamá, desencadenó una enorme lucha para que respeten su
identidad por deseo. Desde sus dibujos –siempre de princesas- hasta las
vestimentas que elegía –remeras de su madre para usar como vestidos- fueron poco a poco desafiando a una sociedad
donde, como expresó su mamá, el 22 de agosto en la presentación del libro “Yo
nena, yo princesa” organizado por el Centro de Estudio en Psicología Social en
la ciudad de La Plata, “si no sos nena o
nene, rosa o celeste, no sabes dónde meterte”.
Es la nena trans
más joven que tiene un DNI acorde a su identidad de género. Pero para llegar a
ese nuevo comienzo –con muchos desafíos por delante- tanto ella como su mamá
tuvieron que enfrentarse a muchos obstáculos y personas que veían en Lulú una
“anomalía”.
Gabriela, fue mamá
de mellizos, quienes tuvieron una figura paterna con frecuentes ausencias,
desde lo emocional y lo económico. Principalmente ejercía violencia psicológica
sobre Lulú, mediante insultos y malos
tratos.
A lo largo de sus
primeros años, Lulú empezó a tener problemas para dormir, se le caía el pelo y golpeaba su cuerpo. Como primer profesional,
su mamá acudió a un pediatra, “me dijo que necesitaba más presencia del
padre, que jugara más bruscamente que eso iba a reforzar su masculinidad”,
comentó Gabriela. También le recomendó que para el sueño no le diera de comer
durante seis horas y le proporcionara un antialérgico cuya contraindicación es
somnolencia. “Uno va y recurre a un profesional porque piensa que sabe”, dijo
Gabriela aludiendo a que ante la incertidumbre, la falta de información y
contención siguió las indicaciones del médico.
Lejos de calmarse Lulú
continúo manifestándose. Como siguiente paso, Gabriela consultó un neurólogo
quien le dijo que de salud estaba perfecto, sus problemas eran “de conducta”. Por
su parte, el dermatólogo, ante la caída de pelo, dijo que “era emocional”. Fue cuando Lulú empezó a hablar cuando su
manifestación se hizo más intensa, como primera expresión se paró frente a su
madre y le dijo “Yo nena, yo princesa”.
Gabriela, sin saber qué hacer, acudió a una psicóloga quien le dijo que aplique
métodos correctivos para “reafirmar su masculinidad”.
Ya a los cuatro
años Lulú debía empezar el jardín y su mamá habló con la maestra y directivos
para contarles la situación. El colegio organizó una reunión donde le dijeron
que “para que el niño sea homosexual falta mucho”, mostrando una clara desinformación
acerca de la diferencia entre la elección sexual e identidad de género.
“El jardín fue el peor castigo, encontró el mundo de las
niñas, a todos los varones por un lado y las mujeres por el otro y ella quería
ir con las mujeres”, contó Gabriela agregando además
que nadie estaba capacitado ni para entenderla, ni escucharla, para tratarla de
una manera para que no sufriera.
Fue recién cuando
vio un documental estadounidense sobre identidad trans en televisión que
entendió qué era lo que pasaba con su entonces hijo, “es esto: es una niña transgénero”, recordó Gabriela. Acto seguido,
llamó a la psicóloga para comentarle lo sucedido. Ante esto, su respuesta fue echarle
la culpa a Gabriela y decirle que era todo mentira. “Se me trató de loca, que tenía el síndrome de Münchhausen –
síndrome por el cual las madres atribuyen enfermedades a sus hijos- o esquizofrenia”, dejándolas tanto a
ella como a Lulú solas, una vez más, ante tanta incertidumbre.
A los cuatro años, Lulú
se paró frente a su madre y le dijo: “Soy
una nena y me llamo Luana”. Fue entonces cuando Gabriela acudió a la Comunidad
Homosexual Argentina (CHA) a pedir ayuda. Desde allí, no sólo lograron que entre
al jardín como niña sino que le brindaron un acompañamiento a ella y a sus dos
hijxs. La CHA la derivó a la cooperativa
de trabajo en Salud Mental ATICO de la cual Alfredo Grande es Miembro Fundador
y Presidente del Consejo de Administración. Allí empezaron a trabajar en
conjunto con Lulú a lo largo de su lucha por elegir su identidad.
El siguiente paso
fue el cambio de DNI, derecho adquirido en Argentina desde 2012 por la Ley de
identidad de género, que permite el cambio de nombre de pila, imagen y sexo
cuando no coincidan con la identidad de género autopercibida, pero donde
también se precisa que cuando una persona es menor a los 18 años, según la ley,
debe “ser efectuada a través de sus representantes legales y con expresa
conformidad del menor”. “La llevaba al
médico y no la querían atender por no coincidir con su DNI”, contó Gabriela
enumerando uno de los tantos problemas que tenía que enfrentar por esta
situación. Un año tuvo que pasar para que, recorriendo todos los caminos
posibles, logre el cambio de documento. Pero la lucha continúa, porque el
cambio más importante, el cultural, aún está lejos de realizarse.
Es a partir de todo
ello que Gabriela decidió escribir el libro titulado “Yo nena, yo princesa”, unas
de las primeras manifestaciones orales de Lulú. Su mamá encontró en la
escritura un lugar de refugio y de mensaje para su hija, “empecé a tratar de dejarle una enseñanza de la lucha, de lo que vale,
de lo que valía ella, de todo lo que nos costó”, recordó Gabriela y además,
agregó que “en ese libro hay cuatro años de la manifestación de una niña en el
cuerpo de un niño”.
“Solo saben los
que luchan…”
¿Cómo conoció a Gabriela y a Lulú? ¿Y cómo comenzó a
acompañar su lucha?
En el marco de un
convenio entre ATICO, la cooperativa de trabajo en salud mental, que fundé el 1
de mayo de 1986 y la Comunidad Homosexual Argentina. La licenciada Valeria
Paván nos consulta y decidimos empezar a atender a Gabriela, a Lulú y a su hermano
en la cooperativa. La Licenciada Gabriela Gamboa y Diana Rebón forman parte del
equipo asistencial.
¿Qué le diría usted a aquellas personas que consideran
que Lulú es muy chica para que su mamá apoye y respete su identidad por deseo?
Justamente el
respeto y apoyo debe ser desde lo antes posible. La identidad se percibe desde
los dos años. Si la madre o el padre no escuchan, los niños o niñas se callan.
Pero el más cruel de los sufrimientos va por dentro. La madre de Lulú supo
escuchar y aliarse al deseo de su hija.
Gabriela contó que fueron varios los profesionales que le
sugirieron que aplique medidas correctivas frente a lo que exteriorizaba su
hija cuando ella les pidió ayuda. ¿Qué
rol jugaron las instituciones como la escuela y los psicólogos a los cuales
recurrió Gabriela?
La primera
profesional estaba aliada a la cultura represora. Propuso reprimir el deseo y
gracias a una madre inteligente y valiente no lo consiguió. La escuela acompañó
sin estigmatizar, más allá del conflicto generado. Nuestro equipo asistencial
(de ATICO) junto a la CHA sostenemos sin juzgar ni condenar. Y también tenemos
reuniones con las autoridades de la escuela donde van Lulú y su hermano.
Tenemos planificado hacerlo con la comunidad educativa.
¿A qué te referís cuando utilizas el término de “cultura
represora”?
La cultura represora desaloja el deseo e impone el
mandato. Se sostiene en: amenaza, mandato, culpa, castigo. La cultura represora ha logrado que se la nombre como cultura, sin
adjetivación. O sea, la cultura represora se oculta en los repliegues de la
cultura hegemónica, tomada como natural. "Siempre fue así" es la
impunidad de la cultura represora.
En este sentido, ¿Qué opinión te merece que Lulú, cuando
se define nena, lo hace dentro de los parámetros y límites que la sociedad
construye sobre el ideal de mujer?
Lulú interpela los
parámetros del ideal de mujer, ya que estos ideales no admiten el pene. Lulú
interpela a la cultura represora que reduce el género a la anatomía. Los
ideales de mujer varían y construyen lo que denomino represión erótica. Lulú
interpela los ideales del Superyó que se organizan en base al temor y al
castigo.
¿Qué rol juegan las instituciones formadoras de profesionales
como las universidades en esta temática, teniendo en cuenta que es muy escaso
el tratamiento de identidades de género en por ejemplo facultades de psicología,
profesorados, etc?
Teniendo en cuenta además, que no casualmente, es casi
inexistente la perspectiva de género en las altas casas de estudio. Si estas
perspectivas faltan, tan altas no deben ser. La academia está burocratizada.
Hay muchas cuestiones de género, de clase, de formas del sufrimiento actual que
no se contemplan. Los jóvenes colegas tienen que
volver a empezar apenas se reciben. Por eso hemos organizado la Cátedra Libre
de Psicoanálisis Implicado y Pasantías Clínicas en la Facultad de Psicología de
la UBA y doy cursos curriculares en la Facultad de Psicología de la UNLP.
¿Cuál considerás vos que es el rol del Estado frente a
estas temáticas?
La primera tarea
del Estado es no impedir, no obstruir. Con eso suele ser suficiente. En ciertos
casos, facilitar, propiciar, incluso asesorar. Lo peor es capturar estas
cuestiones para "estatizarlas" lo que termina siendo igual a
transformarlas en campañas de gobiernos o baluartes partidistas.
¿Qué alcances considerás que impulsó la Ley de identidad
de género?
La diversidad de
género que rompe el binarismo hegemónico interpela a múltiples paradigmas
represores. En realidad, es una ley de identidades de género ya que deja
abierta la posibilidad de reconocer nuevas formas de subjetivación.
Según varios testimonios de personas trans en cuanto
trabajo, salud y educación siguen faltando muchas cosas para que se llegue a un
real cambio cultural con respecto a la identidad trans ¿cuál es tu opinión?
Del dicho al hecho,
hay demasiado trecho. Pasa lo mismo con
la reglamentación de la Ley de Trata. Pienso que si antes se decía que hecha la
ley hecha la trampa, ahora la trampa es la ley. La distancia entre el relato
jurídico y la materialidad de la vida cotidiana interpela la coherencia de las
políticas que tanto se publicitan.
¿Qué es lo que te da identidad? ¿Cuánto influye el
reduccionismo biológico de la identidad y el mandato cultural frente a la
identidad por deseo?
La identidad está
sobre determinada. Freud señala a la primer serie complementaria como todo lo
heredado más las experiencias más tempranas, que incluyen embarazo, parto y
primeros meses de vida. La identidad autopercibida forma parte de la identidad
por deseo y está en tensión con las diferentes formas de identidad por mandato.
El reduccionismo biológico es letal y lamentablemente muy de moda por las
denominadas neurociencias.
Vos dijiste en la presentación del libro “Yo nena, yo
princesa” en la ciudad de La Plata que Lulú
subvirtió ambos mandatos (biológico y
cultural), ¿podrías ampliar esta afirmación?
Mandato biológico:
género determinado por la anatomía. Mandato cultural: una sola forma de ser
mujer y una sola forma de ser varón. La identidad por deseo instituye un cuerpo
erógeno diferente al ideal sexual hegemónico. Pensar una nena trans implica
subvertir los paradigmas que fusionan sexualidad con reproducción.
¿Qué aprendió usted como persona y como profesional de
esta lucha?
Como persona y como
profesional es una cosa y la misma cosa. Confirmé
que solo saben los que luchan, como escribí hace años en un aforismo implicado.
También que cuando el deseo es el fundamento del sujeto muchos otros mundos son
posibles.
En la presentación del libro también dijiste que luego de
escuchar a Gabriela, leer el libro o ver el documental “no podemos ser ajenos a
la lucha que ella comenzó” ¿cuál es tu mensaje a aquellas personas que aún hoy
se manifiestan intolerantes frente a las miles de Lulú de nuestra sociedad?
Que lean el libro,
que vean el documental testimonial, que lean los trabajos sobre diversidades de
género y sexuales...Que dejen de pensar desde la academia y comiencen a pensar
y a crear desde la materialidad racional y afectiva que cada persona sostiene.
Escuchar sin castigar, como enseñó Freud.
Por Paula Calgaro. Maria Carriquiri y Augusto Andrés.
Alfredo Carlos Grande
Psiquiatra, psicoanalista y cooperativista, ha
aportado mucho de su trabajo a través de su rol de militante social y político.
Egresado de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Buenos Aires
en el año 1973 y del Curso Superior de Médicos Psiquiatras en el año 1976 . El
1de mayo de 1986 fundó la cooperativa de trabajo en salud mental ATICO, en la
que hoy en día es presidente. Ejerce la docencia, es actor y ensayista, ha
escrito y co-escrito más de siete libros. En el año 2000 fue cofundador de la
Universidad Madres de Plaza de Mayo, y también de la Universidad de los
Trabajadores (IMPA). Fundador del Seminario de Psicoanálisis Implicado en 2003
(Buenos Aires – Mar del Plata) y actual coordinador científico del Área de
Psicoanálisis Implicado y Clínica Social. Forma parte como Miembro de Honor de la
Sociedad Cubana de Psiquiatría y es redactor de la Agencia de Noticias Pelota
de Trapo.
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