Gatillo
fácil - Flor de Piedra (1990)
Le dicen gatillo fácil, para mí lo asesinó
a ese pibe de la calle que en su camino cruzó.
Él se la daba de macho con su chapa policial,
lleva fierro bien polenta y permiso pa' matar.
A él le dicen Federico, yo le digo polizón,
y como canta Flor de Piedra, vos sólo sos un botón.
¡Vos sos un botón!
¡Nunca vi un policía tan amargo como vos!
¡Gatillo fácil!, te gritan al pasar,
¡gatillo fácil!, y nada más.
Gatillo fácil, nunca vas a pagar,
porque sos cana, rati de la Federal.
No se olviden de Cabezas, de Bulacio, Bru y Bordón.
a ese pibe de la calle que en su camino cruzó.
Él se la daba de macho con su chapa policial,
lleva fierro bien polenta y permiso pa' matar.
A él le dicen Federico, yo le digo polizón,
y como canta Flor de Piedra, vos sólo sos un botón.
¡Vos sos un botón!
¡Nunca vi un policía tan amargo como vos!
¡Gatillo fácil!, te gritan al pasar,
¡gatillo fácil!, y nada más.
Gatillo fácil, nunca vas a pagar,
porque sos cana, rati de la Federal.
No se olviden de Cabezas, de Bulacio, Bru y Bordón.
¡Ay!, la lista es tan larga que no puedo cantar hoy.
Esto le pasa a cualquiera, cuidate de ese botón;
Dios no quiera que en la fila el siguiente seas vos.
Esto le pasa a cualquiera, cuidate de ese botón;
Dios no quiera que en la fila el siguiente seas vos.
Finalizaba una de las peores décadas de nuestra
historia contemporánea. Una de las tantas décadas infames que sufrimos en carne
propia y aún no podemos desprendernos de las malas costumbres heredadas, los
rastros en la economía y el carcinoma de la pobreza estructural. La
concentración de capital en manos extranjeras y la rifa del patrimonio
nacional, la exclusión como política de Estado, el robustecimiento del sistema
represivo estatal, el ocultamiento de
los pobres tras los muros de los sectores dominantes, ya sea en forma de
cárceles o villas, y la penalización de la inseguridad social. La corrupción
atravesaba todos los estamentos. Todos
estos factores y más, caracterizaron a los años ’90.
A
su pesar, el neoliberalismo no pudo silenciar al “Dany” Lescano. El líder de la banda de cumbia Flor de Piedra
(producida por Pablo Lescano, quien luego se inmortalizó como cantante de Damas
Gratis), sirvió como portavoz de las víctimas de la agencia represiva
estatal y expresó en cuatro estrofas un
cóctel que involucraba: el aval del Ejecutivo y Judicial para la impunidad
policial; la desaparición mundana de José Luis Cabezas, Walter Bulacio, Miguel
Bru y Sebastián Bordón; el rechazo de los elegidos por los azules para el
maltrato y la persecución cotidiana; y el temor a ser el próximo en el
cementerio del barrio.
No es la tarea de la
policía limpiar las calles, que los pobres desaparezcan de la escena pública.
Sin embargo, el gatillo fácil fue tomando forma y se convirtió en una política
de Estado y en la actualidad, como informa CORREPI,
el promedio es de un muerto por día por gatillo fácil, tortura o alguna de las
otras torturas de menor incidencia. Como bien describió el sociólogo francés
Loïc Wacquant cuando arribó al Tribunal de Casación bonaerense en marzo de
2001, mientras el Domingo más tétrico de todos tomaba las riendas de la
economía nacional: "Es más propio referirse a 'intolerancia selectiva' que
a la 'tolerancia cero' ", haciendo referencia a un contenido
discriminatorio de la pobreza en las prácticas del sistema penal. La tolerancia
cero tendría sentido si se la aplicara también a los cobardes delitos de señores
de traje y corbata, a las sistemáticas atrocidades intramuros o a los derechos
de los trabajadores.
La
historia parecería repetirse en este mundo de rupturas y continuidades. A fines
de octubre, Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York y gerente mundial de la
intolerancia selectiva, con varios posgrados en penalización y masacre de la
pobreza, aterrizaba en Mar del Plata y aconsejaba y elogiaba al luego
victorioso y soberbio candidato a legislador del territorio bonaerense, oriundo
del ostentoso universo donde el 40 % de su superficie está ocupada por barrios
privados. Vivaracho como pocos, no podía
ocultar su satisfacción y mostraba su blanca y suspicaz sonrisa. Feinmann,
Legrand, Castaña se unían a la UIA
y todo Nordelta y celebraban con sushi y champagne.
Este personaje, promotor de diferentes mecanismos dirigidos a
vigilar y perseguir a los más pobres (cámaras de seguridad, patrullas municipales,
botones anti pánico), cuando siente su rimbombante trasero en el Congreso a
partir de diciembre, impulsará
diferentes proyectos de ley destinados a endurecer el sistema penal y procesal
penal (acotando derechos y garantías con la remachadora de la abundancia), y
otorgarle más facultades a la policía para combatir la “inseguridad”, lo que se
traduce en más y más poder para el sistema represivo.
Para saber quiénes sufrirán
estas consecuencias en nuestro país no hace falta ser Horangel. No hay que
olvidarse del Código de Faltas cordobés vigente que permite la detención ante
el mero merodeo (y conductas que no son delitos) y que, por cierto, no es muy
distinto a las normativas imperantes en todo el país.
Hay que resaltar la importancia del contenido de las letras
que compusieron los máximos referentes de la cumbia villera. Expresan una
situación manifiesta en cada barrio: la represión por parte de las fuerzas de
seguridad. Como siempre, las consecuencias del discurso de la inseguridad son
absorbidas por la clase popular que, a diario, sufre la persecución desatada en
su contra. Sin embargo, lastimosamente para los medios de comunicación
hegemónicos, hay voces que penetran el manto negro tras el cual pretenden
ocultar la represión sobre “los de abajo”.
Sentimiento villero
La
cumbia villera, expresa una variedad de valores, sentimientos y experiencias
cotidianas de una subcultura que vive al margen de la cultura dominante pero,
sin embargo, trasciende con su empuje la barrera impuesta, permitiendo que sus
padecimientos se conozcan y que esas voces trasciendan las distintas capas
sociales. Aunque, no es lo mismo que un pibe de un barrio bajo cante ésta
lírica o una semejante a que lo haga un careta de Palermo o Recoleta. Hay una
diferencia o, mejor dicho, varias. Unos
sienten en carne propia lo que es ser señalado todo el tiempo y en todo
momento, como le contaba a Otro Viento un pibe del barrio Nueva York en la
ciudad de Berisso: “Acá la gorra cuando hay un robo nos viene a buscar a
nosotros, y nosotros no andamos en eso, no tenemos nada que ver. Nos revisan,
nos hacen sacar las llantas y, cuando les pinta, nos suben al patrullero (…)
Acá a la yuta no la podemos ni ver.”
Los otros la ven de costado o ni la ven, capaz
que ni saben lo que es el gatillo fácil, pero en sus fiestas las cantan,
bailan, se sacan la corbata y desabrochan la camisa como si fuesen víctimas de
la persecución penal. Cuando, en verdad, la vez que estuvieron más cerca de un
patrullero fue de niños cuando jugaban con los autitos.
El gatillo fácil no surge porque sí, no existe como algo
natural e inmodificable. Al contrario, el gatillo fácil es una política de Estado
y, como toda política, es creada por personas de carne y hueso, más
precisamente, por quienes se encargan de tomar las decisiones en un determinado
territorio.
Es así que, cuando se habla de gatillo fácil, se hace
referencia a la función específica y central que cumplen las fuerzas de
seguridad: disciplinar y reprimir a la clase trabajadora. ¿Por qué es así?
Simple, porque la sociedad está dividida en clases sociales. Hay quienes tienen
los medios para producir la vida, hay otros que solamente poseen su fuerza de
trabajo. Hay personas que pueden vender su fuerza trabajo a modo de garantizar
su subsistencia, y hay personas que no. Éstos últimos regulan el costo de los
salarios, ya que mientras existan, los trabajadores ocupados serán
prescindibles para el empleador, quién conseguirá algún otro que le permita
llevar a cabo su negocio, y así seguir incrementando su tasa de ganancia. Sin
embargo, hay mano de obra excedente hasta para regular los costos del salario
y, en consecuencia, gran cantidad de trabajadores desocupados son desechables.
Primero, porque una vez que tomen conciencia de su condición, pueden
organizarse para luchar contra la clase dominante; y segundo porque representan
una amenaza contra la propiedad -bien supremo en el actual sistema que diviniza
las cosas materiales-, la cual es protegida a rajatabla por sus leyes que la
declaran inviolable y por los dispositivos de seguridad que apuntan a perseguir
todas las acciones que se perpetren contra ella.
Así aparece el gatillo fácil en escena, como un mecanismo más
para proteger los intereses de unos pocos en menoscabo de los de las mayorías,
asegurando que el estado de cosas se mantenga inalterable.
Con el gatillo fácil activado,
los pibes en la calle viven en constante persecución. Para la gorra son un
instrumento más. Cuando les sirven los utilizan, les liberan alguna zona y, si
andan cortos de fierro, le pasan alguno. Así los utilizan. Ahora, hay veces que
los pibes aceptan, hay veces que no, ¿Y qué pasa cuando le dicen que no y si se
niegan a robar para ellos? ¿Cómo reacciona la yuta? Hay que preguntarle al
“Kiki” Lescano que, por haberse rescatado y alejado del paco y del choreo, ligó
un par de balazos en su cabeza. La yuta no quiere perderse de toda la platita que
puede pegar en la calle, no importa de dónde salga, si hay que mandar a los
pibes a afanar no les tiembla el pulso, y menos todavía si los tienen que
limpiar como de costumbre.
Y
pensar que el personal policial sale de los mismos barrios donde luego reprime.
Carlos -sargento de la undécima- seguramente jugaba al fútbol en la plaza con
“El Chipi” -pibe de la esquina-, quizá compartieron pases, o por qué no,
abrazos de gol. ¡Anda a saber! Capaz hasta un tinto se tomaron en la esquina, o
un buen asado degustaron.
Acá
vemos un mecanismo más de esta cínica estructura, cómo la institución policial
fragmenta a los más humildes. Si al fin de cuentas, en la calle los que se
remachan a tiros son policías y pibes del barrio, ambos provenientes del mismo
palo, ¿o no? La única diferencia -grande por cierto- es que unos decidieron
“rescatarse” y encontrar un “trabajo” que les permita sostener una familia y
otros decidieron verla por otro lado, ya sea con otro trabajo, ganándose el
billete activando cartucho o como sea. El
tema es que unos -policías-
renunciaron a su condición de clase, a sus orígenes, ya que pasaron de ser
parte a combatir, de diferentes modos, a los humildes. En cambio, los otros
siguen poniendo el pecho en la calle, para llevar un plato de comida a la mesa
así los pibes pueden llenarse la panza.
Es importante
ver lo que genera la división en el seno de la clase baja. La clase media y
alta ven cómo se matan entre ellos. A ambos desprecia y se ríe desmedidamente.
La función va a comenzar: “Tres policías heridos de bala, un ladrón muerto y
otro herido” titulan los programas de televisión por ahí. El señor gordo,
mientras come maní y se rasca el bigote, le dice a su hijo: “Mira cómo se cagaron
a tiros, se hicieron mierda”, al mejor estilo Hollywood disfrutan la realidad.
Claro, si total para ellos es un espectáculo más y, encima, gratuito. Lo ven
desde tan lejos que, ni siquiera, se les mueve un pelo.
Los que
lo sufren son los otros, los pibes de barrio saben que hay determinadas zonas
para ellos, que de ahí no tienen que moverse porque, de lo contrario, son
demorados por averiguación de antecedentes, requisados. Si zafan joya, pero la
yuta no la hace tan fácil y le gusta hacer de las suyas. Claro, por ahí flashan
que son “Los Simuladores” y arman causas aunque no les paguen o, mejor dicho,
si les pagan, ya que dentro del contrato implícito del personal policial con el
Estado figura entre líneas el deber de perseguir a los de abajo, y armarles
causas a los pibes es uno de los tantos métodos con los que cuentan.
¡Guacho,
salí a robar para mí, porque te subo al patrullero! ¿Cuántos pibes habrán
tenido que pasar por esa? ¿Y Luciano Arruga?, seguro que los sueldos son bajos
para los personajes que se calzan gorra y cachiporra, pero qué mierda los impulsa
a mandar a los pibes a robar. Tal vez no les da el cuero para hacer la calle y,
por eso, se pusieron la chapa al lado del corazón. Porque, de última, bigote,
salí de fierro vos, no mandes a los pibes. No le pases falopa y liberes la zona
a los tranzas del barrio, si después ese viaje lo toman los pibes, viaje de ida
si los hay, porque de ahí no se vuelve. Con esa droga de mierda es cada vez un
poco y otro poco más, hasta que ya no hay más, porque ya no estás más, te
fuiste. Te consume, te arranca seca a seca un poco más de vos, quedando
condicionado a volver a caer en el vicio y, cuando no hay billete, hay que
hacerlo, porque la abstinencia se va con un poquito más de eso que te sitúa en
otro lado, seguramente peor, pero distinto.
¿Por qué cuándo agitábamos y cantábamos “vos sos un botón”
no advertíamos que el tema se llamaba “Gatillo fácil”? Quizás las dificultades
para interpretar el mensaje de la poética cumbiera y los obstáculos para atravesar
la barrera de clase no permitían, en algunos y algunas, el empoderamiento de la
significación de la lírica antirrepresiva más allá de la evidente y justificada
diversión. No permitían un sentido de pertenencia.
Impactar en la subjetividad e interpelar es nuestro objetivo,
intentando evitar recaer en análisis etnocentristas[1]
y eludiendo las tentaciones ideológicas. Cuando agites “vos sos un botón” no te
olvides de Bulacio, Bru y Bordon. Tampoco de Luciano Arruga y el “Kiki” y “la
lista es tan larga que no podemos cantar hoy.”
Por Aramis Lascano y Anton Morosi
[1] Entendido
como el acto de entender y evaluar otra cultura acorde con los parámetros de
nuestra propia cultura.
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