En el
contexto en que la baja de edad de imputabilidad volvió al debate público, en
un escenario electoral, Otro Viento propone mirar a esta problemática desde la vereda
de enfrente, que implica en realidad, hablar de la criminalización de la niñez.
Cuando se hace
mención a la criminalización de la niñez se está hablando de estigmatizar y
culpabilizar a los niños/as y adolescentes de sus realidades. Pero cabe aquí
preguntarse ¿Cuál es el rol del Poder
Ejecutivo en todo esto? ¿Dónde está el Estado y qué políticas implementa para
evitar que un niño/a caiga en el delito? ¿Cuánto dinero se destina y cómo se
implementa en materia de niñez?
La
baja de edad de imputabilidad no sólo implicaría criminalizar a los/as pibes/as
del eslabón más bajo de la sociedad, considerando que el contexto en que viven
resulta determinante. También, estos proyectos de leyes buscan encarcelar a
chicos/as como “solución a una problemática” y en realidad son políticas de
criminalización de la niñez que retroceden en materia penal y social en nuestra
historia.
Leyes
a través de los años
A
principios del siglo XX, la Argentina comenzaba a organizarse en materia de
control social. En 1919 se implementa el paradigma del Patronato, con la Ley Nacional
Nº13.903 del “Patronato de menores” donde la solución era penalizar. Se
enmarcaba al niño/a como objeto de compasión y no como sujeto de derecho. Se
crearon institutos que “remplazarían” las funciones de crianzas, así como también
instituciones psiquiátricas o terapéuticas para niños y jóvenes que se
encontraban “material o moralmente abandonados”.
Llevó
mucho tiempo poder apartarse de esta perspectiva penal, que analizaba las
problemáticas de los niños/as como meros aspectos patológicos y como sujetos
amenazantes. En el año 2005, nuestro país derogó la Ley de Patronato y sancionó la Ley de Protección
Integral de los Niños, Niñas y Adolescentes, conforme los lineamientos basados
en la Convención Internacional de los Derechos del Niño. Esta ley expresa un cambio profundo de concepción estatal acerca
de la infancia y la adolescencia ya que se comienza a visualizar al niño como
SUJETO DE DERECHOS.
La
Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos de la organización de Estados Americanos y
las Reglas de Beijing para la Administración de Justicia de Menores, establece
que debe existir un ámbito especializado para juzgar a las personas menores de
18 años, ya que se las reconoce como personas en desarrollo, esto supone que
son responsables de sus actos pero no deben ser castigados sino ayudados a
integrarse.
En
la Argentina rige el sistema penal de
minoridad de la última dictadura militar, que establece que los menores de 16
años no son punibles, por lo cual no pueden ser penados pero si recluidos si el
juez lo dispone, de esta manera la legislación
penal juvenil vigente resulta contradictoria ya que no concuerda con los principios
establecidos por la Declaración de Derechos del Niño incorporados en nuestra
Constitución.
Al
bajar la edad de imputabilidad de los jóvenes a los 14 años, se violaría el
principio de la regresividad. Según este acuerdo internacional este proyecto no
sería legal porque significaría retroceder en lo que se había establecido. Además, representaría también una violación a los derechos del niño
de la Convención Interamericana sobre los Derechos Humanos en su sentido
protectorio. No respetaría el artículo 19 el cual establece que todo niño/a
tiene derecho a las medidas de protección que su condición de menor requiere
por parte de su familia, de la sociedad y del Estado.
Es en este
contexto donde Insaurralde, fiel soldado del Frente Para la Victoria, afirmó que
“analiza” como proyecto político bajar la edad de imputabilidad a niños/as de
14 años. Más aún, el nuevo Ministro de Justicia, Alejandro Granados, declaró que la “seguridad
no es de ningún partido político ni hace ninguna elección de clase social: al
que le toca, le toca”. Sin embargo, es bien sabido que el eje de la
“inseguridad” toma como victimarios a los jóvenes, pero no a cualquier joven
sino a los de las clases sociales bajas. Pero eso sí, que en Argentina hacia
fines de 2012, 2,8 millones de niños de hasta 10 años de edad vivan en
condiciones de pobreza, eso no es inseguridad ¿no?
La
contracara de esta frase desafortunada es que la problemática de seguridad sí
merece un análisis clasista ¿Por qué? Porque
los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, los que no se encuentran en
la repartición de ganancias, los que sufren trabajos precarios, los que
conviven con un servicio de salud y educación insuficiente y en malas
condiciones, son aquellos que se encuentran
en riesgo.
Las
familias que sufren la pobreza estructural no sólo deben soportar sus penurias
y malas condiciones de vida sino también el abuso de las fuerzas de seguridad
que no sólo tienen “mano dura” y “gatillo fácil” sino que sus grandes cúpulas
son los precursoras y mantenedoras de las grandes organizaciones de delito como
es el robo de autos, el narcotráfico, la trata de personas, el tráfico de armas
y que muchas veces pretenden reclutar a los pibes/as para hacerlos cómplices de
su delitos.
El
intendente de la Matanza Fernando Espinoza dijo que: “Debemos terminar con
la puerta giratoria en los juzgados, porque se los detiene y al otro día
salen por la otra puerta y esto se debe terminar”. Sin embargo, la solución no
es detenerlos y encerrarlos terminando con “la puerta giratoria” sino exigirle
al Estado que intervenga antes de que el niño/a llegue a delinquir, es decir,
evitar y prevenir que nuestros pibes/as lleguen a pisar un juzgado.
Esta problemática
social merece ser tomada en serio, es imprescindible apostar a políticas
públicas en materia de prevención. Reconocemos a la Asignación Universal por
Hijo como una política necesaria pero no suficiente, el Estado debe implementar
políticas más inclusivas y nunca punitivas. Y esto es claramente una decisión
política e ideológica resistida y criticada por muchos sectores de la sociedad
manteniendo una convicción sin dar manotazos de ahogados y retomar la agenda de
la derecha en tiempos de elecciones donde parece que todo proyecto político se
reduce a meros votos.
TEXTO: Juliana Arias, Paula Calgaro y Guillermina Aguirre
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