"Pero no sufras,
amigo
Que hay solución,
Tenemos el placebo
Sólo has de pagar por tu
ración"
Pandemia - Ska-p
La sociedad está
“patas arriba”, se vive a ritmos acelerados, la gente parece desquiciar, y en
este marco los psicofármacos vienen a poner a este nivel de “locura” una cuota
de “equilibrio” para seguir maquillando el verdadero dolor, desequilibrio,
malestar que aqueja a las sociedades actuales.
Se vive en un
mundo en el que al parecer no hay tiempo para enfermarse; en un mundo en el que no hay tiempo para
detenerse a reflexionar qué factor interno o externo, hace que el cuerpo se
manifieste, hable a través del dolor. La lógica del mercado hace que los
sujetos no se paren a reflexionar, porque si se detienen se revelan, porque es
el mismo sistema el que los enferma. Y como el sistema ya pensó todo, y dentro
de su lógica, el tiempo es dinero, también creó píldoras para “sanar”. Entonces
ante un dolor, un químico.
Existe una
psicologización de la sociedad. Es muy común escuchar a la gente dar
diagnósticos del tipo “estás bipolar, paranoico”, entre otros. Ahora bien, el
ciudadano común llega a un nivel de estrés (otra vez psicologizando)
diagnosticado por su médico laboral, entonces comienza terapia, también va al
psiquiatra y además empieza a consumir su dosis diaria de rivotril. Pero si una
persona trabaja todo el día, llega a su casa cansada, sin ganas ni siquiera de
hablar, lo que se dice comúnmente “quemado”, no hace falta ser psiquiatra para
darse cuenta de lo que le está pasando. El mercado hace que las personas y los
cuerpos se enfermen.
Sin dudas que
cada caso es particular, y que los contextos e historias familiares juegan un
rol importante, pero el problema es que la solución es siempre la misma, se
acude a soluciones externas cuando muchas veces se trata de algo que es en
verdad muy personal, que está en la propia persona querer resolverlo realmente
o no, o ni siquiera resolverlo, buscar una alternativa de convivir con
determinadas cuestiones sin que le produzcan “dolor”.
El ego que
reina en la cultura occidental hace que los sujetos se separen de su propia
mente y que se viva en un supuesto estado regido por factores externos, o que
se apele a culpas que no se tienen. Hay desequilibrio, miedos, falta de amor y
un no hacerse cargo de lo que corresponde verdaderamente (y no de más), por eso
se recurre a soluciones químicas.
Si el doctor y la tele lo dicen…
Ante este
marco, no debe dejarse de lado el rol que cumplen la institución psiquiátrica y
el aval que le es concedido por la sociedad. En la actualidad, las empresas
farmacológicas tienen una llegada muy concreta sobre los diferentes estratos
sociales, teniendo como herramientas muchos medios para ser difundidas.
Alcanza con prender
la televisión y comprobar que al menos uno de cada determinado número de comerciales
se trata de fármacos que curarían cualquier síntoma que se pueda padecer. Esto
genera un mayor y mejor alcance de estos medicamentos, pero por lo general sin
la información debida y necesaria acerca del fármaco.
La persona que
consume a diario algún medicamento sólo porque éste le da una mayor energía y
vitalidad para su día, no tiene en cuenta la enorme variabilidad de efectos
secundarios que esta ingesta puede producir. Y justamente tampoco serán
difundidos por la empresa que busca venderlos.
A su vez, para
que las ventas y el círculo económico funcionen, los propios psiquiatras y/o
psicólogos son los que promueven estas ventas, ya que son las empresas las que
muchas veces dejan algún “pedazo de pan” para que los profesionales de la salud
rieguen la voz de que el medicamento X curar cualquier sentimiento de malestar.
Es justamente aquí donde recae la negativa sistemática, creer que la enfermedad
está generada por un sistema, o por un malestar mayor que no se ve.
En esta
sociedad, la palabra del doctor es equivalente a la palabra de dios. Rara vez
se cuestiona lo que el profesional receta, o el diagnóstico que hace según los
síntomas que manifiesta la enfermedad, sino que se acepta con total normalidad
lo que se está mandando a comprar a la farmacia de la esquina.
No se tiene en cuenta que entre el diagnóstico
del médico y la propia aceptación por parte del sujeto, lo que se encuentra en
juego es su cuerpo, el cual no sólo puede estar afectado por síntomas
corporales, sino que pueden existir síntomas psicológicos más complejos a los
cuales se les da la espalda.
Entonces, ¿verdaderamente una pastilla puede quitar todos los males y malestares
que se sienten al final de cada día? Si así fuera, sería de público
conocimiento “la pastilla mágica” que cure todos los problemas. Pero como las
empresas de salud deben seguir vendiendo para poder mantenerse en pie, siempre
aparece alguna enfermedad nueva, o alguna pandemia por la cual hay que ser tan
precavidos que se debe gastar fortunas para poder salvarse de una muerte
segura. O lamentablemente, las dosis medicinales deben ser diarias, por lo cual
hay que comprar una pastilla para cada pequeño dolor que se tenga y consumirla
cada 6 horas.
La enfermedad trasciende lo individual
Llegando al
fin de este recorrido, sale a la luz lo que
se conoce. El común de la gente está entrenado sobre los diferentes medicamentos
que hay , qué conviene tomar para cada malestar, recetas, nombres de
enfermedades, dichos del tipo “estoy muy estresado”, ”tengo ataques de pánico”,
”toma X que te va a hacer bárbaro”, constantes en las conversaciones de todos
los días.
Pero es
momento de parar y sentarse a pensar cómo se llega a este punto. Quizás sea la
oportunidad de reflexionar acerca de por qué el cuerpo se enferma, por qué resulta
necesario tomar pastillas para sentirse mejor y sobrellevar los obstáculos que
se presentan día a día.
Sin ánimos de
entrar en una teorización profunda sobre el tema ni caer en ningún tipo de
reduccionismo, es interesante introducir al filósofo Zizec quien relata que
para Lacan fue Marx quien inventó el síntoma. ¿De qué se habla entonces cuando se
hace referencia al síntoma? Se relaciona a una manifestación de que algo anda
mal, es producto y reflejo de un conflicto.
Lo que se expresa como conflicto son las
contradicciones de las relaciones sociales del sistema en el que estamos inmersos;
así sale a la luz que el capitalismo no resuelve los conflictos sino que los
genera y agudiza y, en consecuencia también los síntomas que se sufren en la
actualidad. ¿Cuál es el conflicto entonces? Se postula una independencia, un
marco de relaciones libres, pero en realidad se es dependiente de las cosas.
¿No suena familiar?
El cuerpo que
se enferma está inmerso en una cultura
de consumismo, individualismo y competitividad. La preocupación por comprar
siempre lo último que salió y por trabajar para ganar más dinero y de esa
manera poder gastar más, hace que se llegue a un punto en el que es bastante
entendible que haya sufrimiento; pesa la
intranquilidad de cómo sobrellevar el presente, vislumbrando el futuro como una
amenaza.
Las
inquietudes que movilizan a los sujetos hoy en día, la vulnerabilidad a nivel
individual que se acrecienta y con ello los padecimientos que se expresan en
adicciones al consumo de sustancias, ansiedades, trastornos psicosomáticos, depresión,
estrés laboral, y la lista sigue. Seguramente conoces a más de uno que está
soportando alguno de estos malestares.
Al final, se concluye que individuo y
sociedad son tal para cual, a tal individuo, tal sociedad y viceversa. Son
parte del mismo proceso. Inmersos en este sistema, se termina tomando remedios
para todo en lugar de recapacitar sobre las razones del padecer. Se busca la alternativa
más rápida que es el fármaco, así de sencillo, así de peligroso.
TEXTO: Guillermina Aguirre, Inés Sierra y Augusto Andrés.
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