Al modo de un “desmitificando”
–sección que pertenece a esta revista- pero filosófico, hoy intentaremos juntar
algunos apuntes para el desbarajuste de un mito muy conocido. No, no osaremos
denunciar la bipartición platónica del mundo exquisitamente representada en el
célebre “mito de la caverna”, sino que humildemente recordaremos lo que el
propio Platón reconoció por su parte. Nos
referiremos a un antecedente ilustre del filósofo ateniense: Parménides de
Elea, responsable de haber negado absolutamente todo lo que te rodea en este
momento (salvo el “Ser”). Y con ello mostraremos que la dicotomía
“apariencia-realidad”, “creencia-verdad”, “opinión-conocimiento” es anterior a
Sócrates y a su mayor admirador: Platón.
A menudo la filosofía puede
resultar paradójica (para=contra; doxa=opinión, apariencia) y este será
ciertamente el caso de hoy. Parménides perteneció al llamado período
pre-socrático (el de los filósofos anteriores a Sócrates), y vivió durante el
siglo V a.C. Sin duda estamos hablando de un momento de gestación del
pensamiento filosófico –muchos eruditos concuerdan en esto- en el que se está
elucubrando por vez primera un lenguaje que quiere prescindir del mito, de lo
“ficticio” y de lo religioso para intentar articular una explicación del mundo.
Una cosmo-gonía. De allí que este período sea mentado también como
“cosmogónico”, pues nos encontramos con varios pensadores ofreciendo respuestas
a un problema insoluble: cómo se originó la realidad que habitamos. Así es que
las diferentes escuelas –estrictamente en esta época no hay escuelas, eso
corresponde más bien al período clásico- discuten entre sí sobre el Primer
Principio del universo.
La
discusión pasa por ver qué principio es el “real”. Será el “agua”, como quiso Tales;
o el “número” como afirmó Pitágoras. Podría ser la Discordia (la Guerra) y una
continua lucha de opuestos que convergen en períodos armónicos (Heráclito); o
lo que es completamente ilimitado, lo “sin partes”, el “apeiron”: Anaximandro. Todos
tienen sus razones, todos están completamente convencidos de lo que dicen, son
filósofos.
Los manuales de filosofía antigua
nos ofrecen una clasificación para este período. Encontramos por un lado a los
pensadores itálicos (porque enseñaron
y vivieron en la península itálica), por el otro a los jónicos. Pero las razones que aúnan a estos hombres (no es que
quiera atentar contra el género femenino, es que por lo general eran hombres)[1], no
responden simplemente a determinaciones geográficas. Se ha señalado –y esto ocasiona
algunas complicaciones- que la escuela jónica se caracterizó por concebir un
principio material (como Tales y el
agua); mientras que la escuela itálica optó por lo no-sensible, por un
principio formal (como Pitágoras y el
número[2]). La clasificación, como cualquier otra, resulta
demasiado rígida, y nos complica para pensar el lugar de un Heráclito, que
pensó lo real como constante flujo del ser a partir de la lucha continua entre
los opuestos. No obstante, nos sirve para organizar las opiniones, a fin de
cuentas todo criterio es defectuoso (de otro modo quizás la vida transcurrirá
en mayor armonía).
Nuestro amigo de hoy, Parménides,
fue representante de la tradición itálica y puso en el “Ser” ese Principio de
todo lo real. Expresó su idea en un poema (y esto es ejemplo de que el
vocabulario filosófico estaba aún en ciernes, pues las verdades deciden comunicarse
a través de una especie de revelación). El poema titulado “De la Naturaleza” (physis, vocablo que hemos estudiado en
notas anteriores) narra el viaje de Parménides. El filósofo sale del mundo
terrenal, se remonta a los cielos y cruzando sus puertas tiene un encuentro con
una vieja diosa: la vilipendiada Verdad[3]. Esta
diosa le revela –no es necesario aclarar que nadie le ha revelado nada a Parménides,
sino que se trata de un artilugio retórico para dignificar una opinión
personal- la existencia de dos vías para alcanzar el conocimiento (episteme): uno será la Vía de la
Apariencia, la otra, la Vía de la Verdad. Tampoco será necesario asentar que la
primera es la del hombre común y la segunda aquella a la que ha accedido el
filósofo, gracias a una consideración detenida de las cosas.
Las dos vías coinciden también con dos palabras carísimas de la
tradición filosófica occidental: el “ser” y el “no-ser”. La vía de la
apariencia es también la vía del “no-ser”, la de la verdad la vía del “ser”.
Se ha dicho que Parménides inaugura la
metafísica como disciplina filosófica, en términos de Heidegger será quien
inicia la “pregunta por el Ser” e intenta una primera respuesta. La
pregunta es sencilla “¿Quién es? ¿Quién
existe?”. La respuesta de Parménides
será paradójica: “El Ser, es; el no ser, no es”. Las interpretaciones que
pueden seguirse de un principio aparentemente tan nimio como este son incontables.
De hecho Platón dedicará un diálogo entero (precisamente el titulado
“Parménides”) a indagar todas las consecuencias que se siguen de suponer un ser
que “es uno”, que existe, o que no es uno, y que no existe[4]. Su obra
influenciará posteriormente a la escuela neo-platónica (S III d.C) representada
por Plotino y Proclo y llegará a ser motivo de una “mística”. De una simple
palabra como “Ser”, de un verbo, se ha seguido una religión entera. “En el
principio era el Verbo”.
Pero volvamos al principio de la
escuela parmenídea. Sólo el ser es. El no ser, no es. Esta idea expresa lo que
en lógica posteriormente se llamó “Principio de identidad” (a=a). De la conjunción de este principio y otro
de la lógica clásica, el principio de no contradicción (el que afirma que no es
posible que dos cosas contrarias sean al mismo tiempo en el mismo sujeto “no -
a y no a -”), Parménides derivará características del Ser. Y así dirá, el
ser es único. ¿Por qué? Si hubiera
más de dos seres, debiera haber alguna diferencia entre ellos, pues si no la
hubiera, simplemente serían la misma cosa. Si hay una diferencia, entonces hay
algo que es en un ser, pero que no es en otro. Pero no puede ser que el
no-ser, sea (como ya se afirmó en el Principio). Luego el ser es único.
Argumentos de este tipo,
netamente lógicos (a veces incluso falaces) le permitirán a este gigante del
idealismo confeccionar una metafísica enemistada con la multiplicidad. Lo real
será Uno, y el que afirme que existe lo múltiple, que en este momento hay un
lector, papel, tinta, tipografías, alfabeto, simplemente se deja engañar por la
mayor fuente de error: los sentidos.
Será quizás la primera vez en la historia en que un filósofo se opone tan
abierta y desaprensivamente a todo lo que el sentido común - y sus vecinos-
tienden a creer. Por ejemplo que una piedra y una puerta son dos cosas
distintas, o que un hombre es más veloz que una tortuga. Pero ya se lo ha
señalado más de una vez, el acuerdo de la mayoría sobre alguna cuestión no es
garantía suficiente de su verdad. Veremos entonces la próxima vez, qué
razones ofrecía Parménides (y su discípulo Zenón) para ir contra la corriente sin
despeinarse, y para lograr que un gigante del pensamiento como Platón, lo
estimara como su precursor directo.
[1]
No hay por lo general referencias
entre los textos antiguos a pensadoras mujeres. Esto sin duda se relaciona a la
organización del estado y la familia que existió entre los griegos y los
romanos y que –con algunas variaciones, importantes según quien opine- se
mantiene hasta el día de hoy. Fue por eso célebre el caso de la filósofa y
matemática Hipatia (S V d.C) asesinada por cristianos furiosos. Su deceso
representa el final del paganismo y el triunfo del mito de la cruz en
Occidente. Es de por sí interesante pensar la coincidencia entre el asesinato
de una mujer y la consolidación de
una doctrina como la cristiana.
[2]
Es decir, todas las cosas pueden ser
reducidas al número, pero los números no son cosas sensibles, materiales, o de
este mundo. Son abstracciones tomadas de las cosas particulares para
comprenderlas. Podemos detectar ya aquí terreno fértil para la teoría de las
Ideas de Platón.
[3]
Es un poco divertido advertir que
incluso en tiempos tan remotos como el siglo V a.C las discusiones entre las
diferentes escuelas filosóficas eran acerca de quién poseía la “verdad”. Si uno
abre el diario hoy en día rápidamente encontrará uno acusando a otro de
“mentiroso”, este ofreciendo argumentos para defenderse del escarnio. No me
parece una observación menor. Bien considerado puede llevarnos a una teoría que
postule que lo que importa no son tanto los argumentos, como la repetición, la
difusión, el machaque de las ideas que se quieren defender. Es, sin ir más
lejos, la disputa entre el gobierno nacional y Clarín.
[4]
Esto es una forma de sintetizar
vocablos que en la lengua original, el griego, tienen un campo semántico mucho
más amplio.
ESCRIBE: Enrique A. Rodríguez
ILUSTRA: Martín Zinclair
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