“Cada uno tiene sus ametralladoras
específicas.
La mía, por el momento, es la
literatura”.[1]
Julio Cortázar ha sido demonizado por no
haber apoyado al peronismo, en los momentos en que emergió. Fue tildado de
antiperonista, no pudiendo los críticos divisar grises entre estos dos grandes
grupos. La historia nos ha demostrado, que entre los peronistas y los más
reacios gorilas, se han encontrado los más diversos grises. Cada uno con sus
tendencias, algunos más hacia la derecha, pero muchos más todavía siendo
socialistas consecuentes con el papel que los tiempos le han hecho jugar.
El primer rechazo de Cortázar a Perón,
se da en 1946 cuando renuncia a su puesto de profesor en la Universidad
Nacional de Mendoza, donde afirma que: “Preferí
renunciar a mis cátedras, antes de verme obligado a ‘sacarme el saco’, como les
pasó a tantos colegas que optaron por seguir en sus cargos”.
El escritor, profesor y biógrafo de
Cortázar, Mario Goloboff[2], afirma que su
emocionalmente fuerte rechazo al peronismo tiene una razón explicable por dos
vías. Por un lado, su condición (reconocida años después) pequeño burguesa, que
le hace rechazar un movimiento de masas, que había ganado las calles. Por el
otro lado, la falta de respuesta política real ante este proyecto. Eran tiempos
de cambio en Argentina y no todos pudieron adaptarse.
La conocida y criticada campaña
propagandística que ejerció el peronismo, así como el culto a la personalidad
que desarrolló sobretodo en el sistema educativo, ganó varios adversarios. El
marcado nacionalismo que imprimió también era molesto para aquellos
intelectuales que se pasaban el día leyendo libros franceses o ingleses y
escuchando a Alban Berg. Pero Cortázar, tampoco se identificaba con la
oposición, a la que consideraba falta de principios; así demuestra ser un
verdadero “neutro” en la situación política.
Durante este primer peronismo era un
Cortázar apolítico, no comprometido con nada ni nadie, encerrado en su
departamento para dedicarse sólo a la literatura. En cuanto a ésta, cabe
destacarse la publicación de Bestiario en
1951 con la incorporación de uno de los cuentos más analizados y controvertidos:
“Casa tomada”.
En ese mismo año se siente desolado, y
el autoexilio en París, cree que será la mejor solución. Allí encuentra su
lugar y puede vivir como desea. Europa lo atraía pero sobretodo Francia, por su
literatura y quizá por el hecho de haber nacido en Bélgica, lo que lo llevaba a
querer explorar sus orígenes. Es en París donde puede navegar por otros
estilos, otras realidades.
Luego de esos años en París, un hecho
específico marca para siempre la visión de Julio Cortázar: la revolución
cubana. Si era un erudito, un pequeño burgués absorto en su estética y en su
literatura, con la revolución cubana (a partir de 1959), pasa a ser un defensor
de las revoluciones, un escritor comprometido. Empieza a mostrarse como un
escritor más público y, si se quiere, más latinoamericano, pero siempre desde
su lugar en París. Como dice Mario Goloboff: “Aparece entonces en su vida la posibilidad de integrar distintos
niveles que antes actuaban de manera muy conflictiva: lo personal, lo
literario, lo nacional, lo latinoamericano. Los deberes del intelectual, las
funciones del escritor, la obra en el tiempo”.
Es en 1963 donde su ideal se concreta
porque viaja a Cuba para participar como jurado del Premio Casa de las Américas
(mismo año en que se publica su novela más reconocida: Rayuela), allí experimenta en carne propia los atisbos de la
revolución y puede comprender al pueblo. A partir de ese año, sus relaciones
con Cuba van en aumento y su actividad como escritor comprometido no cesa. Todo
esto se manifiesta también en su literatura con cuentos como “Reunión” donde
toma una escena de la vida del Che o el poema que le dedica después de su
muerte titulado “Che”. Y no sólo participa de la revolución desde su lugar de
escritor, sino que forma parte de manifestaciones o pedidos populares como la
revuelta popular y estudiantil de 1968 realizada en Francia que lo llevan,
junto con un grupo de argentinos, a tomar parte de la Casa Argentina en Ciudad
Universitaria.
A pesar de todas las posturas y el
compromiso que asumió, Cortázar siguió siendo un hombre muy criticado desde
todos los puntos de vista: criticado por la derecha por dejar de ser un
“intelectual” con todas las letras y
ahora querer dárselas de progresista; criticado por la izquierda justamente por
su pasado pequeño burgués.
Algo que muchos no pudieron perdonarle a
Cortázar fue el exilio: vivir en París era un crimen para un escritor
latinoamericano comprometido. Sin embargo, para participar activamente de la
situación política de América Latina, no era necesario estancarse en Argentina
o en cualquier otro país latinoamericano, Cortázar podía movilizar a la
distancia.
A pesar de ello, como su exilio formó
parte de una decisión personal, pudo volver a la Argentina cuantas veces quiso,
incluso volvió un año antes de su muerte, en 1983, cuando la democracia estaba
restituyéndose.
Magnífico escritor, crítico rotundo,
traductor irreemplazable, revolucionario incansable, Julio Cortázar no deja de
ganarse adeptos y fanáticos que siguen leyendo, hasta el día de hoy, sus
extraordinarias obras. Criticado por sus posicionamientos políticos o no, supo
admitir que estaba del lado equivocado y se lanzó con todo para participar de
la lucha revolucionaria. Cortázar seguirá siendo ese escritor argentino que
vivió casi toda su vida en París pero que supo mantener su mente y su alma en
América Latina.
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