lunes, 29 de octubre de 2012

El kirchnerismo de los derechos humanos




 ¿Qué les queda por probar a los jóvenes en este mundo de pacienciay asco? ¿Sólo graffiti? ¿Rock? ¿Escepticismo? También les queda no deciramén, no dejar que les maten el amor, recuperar el habla y la utopía,Ser jóvenes sin prisa y con memoria situarse en una historiaque es la suya, no convertirse en viejos prematuros…Mario Benedetti




Difícil es la tarea que me enfrenta: sintetizar en algunos párrafos el compromiso con los derechos humanos del apellido Kirchner desde su llegada a la Casa Rosada unos 9 años atrás. No obstante lo cual, estas palabras serán las primeras sobre distintas problemáticas que continuaré analizando en notas ulteriores al menos, hasta el cese de las distintas manifestaciones agresivas por parte del Estado contra los derechos humanos y los valores democráticos. Manifestaciones recientes de la presidenta respecto al Servicio Penitenciario Federal como “un modelo” o expresiones sarmientistas en una conferencia como estamos en Harvard, no en La Matanza, por favor… Esto es Harvard… Esto es Harvard, señores, Harvard… Por favor” para descalificar  la pregunta de un estudiante de aquella Universidad son verdaderamente preocupantes y fueron uno de los tantos  diversos motivos para la materialización del análisis a la etapa kirchnerista y la regresividad como política de Estado.



La arremetida contra el derecho a exigir el resto de los derechos.

Se encuentran un escritor inglés y una intelectual revolucionaria muy adinerada de origen italiano, en el hotel de esta última. Llamémosla Ofelia. Intercambiando distintos conceptos sobre marxismo. Él la interrumpe y le manifiesta:
-"Hay algo que tengo que consultarte Ofelia” mientras bebía whisky escocés servido de un botellón de cristal traído en una bandeja de oro por una mucama vestida con uniforme negro y delantal blanco, en el salón del primer piso del opulento hotel del siglo XVIII.
Prosigue el intelectual inglés:
-“Quizás suene ingenuo y hasta descortés, pero no puedo contener más mi curiosidad...sólo quiero saber... cómo te las arreglas para reconciliar el vivir como una millonaria y el ser marxista”.
Ofelia, que estaba fumando un cigarrillo inserto en una boquilla de marfil, lo agitó en el aire y replicó:
-“Por supuesto que reconozco las contradicciones en nuestro estilo de vida, pero esas son las contradicciones características de la última fase del capitalismo burgués, que finalmente lo llevarán al colapso. Por renunciar a nuestro propio pedacito de privilegio” y mientras hablaba extendió sus manos en un gesto modesto y decente que implicaba que ella y su marido (fallecido hace algunos años) disfrutaban de un tipo de vida superior en sólo uno o dos grados al de, digamos, una familia nicaragüense que vive de lo que le da el Estado y continuó:
-“No aceleraríamos ni por un minuto la consumación de ese proceso, que tiene su propio e inexorable ritmo e impulso, y que está determinado por la presión de los movimientos populares, no por las débiles acciones de los particulares. Dado que en términos de materialismo dialéctico no hace diferencia al proceso histórico si Ernesto y yo, como particulares, vivimos como ricos o pobres, más vale que seamos ricos porque es un rol que sabemos llevar a cabo con cierta dignidad. Mientras que ser pobre con dignidad, pobre como lo son nuestros obreros precarizados, es algo que no se aprende fácilmente, sino algo que se lleva marcado en los huesos, por generaciones”.[1]

Si bien la conversación se centraba en la presunta discordancia entre la militancia marxista y un estilo de vida opulento, llama la atención como Ofelia hace alusión a la participación central de los movimientos populares para la consumación del marxismo.  Trasladando esta conversación a la realidad nacional ¿Qué sucedería si el Estado decide reaccionar ante las manifestaciones populares en la vía pública? Suelen estar en juego distintas clases de derechos: el de petición, la libertad de expresión, al trabajo, a la igualdad, a transitar, a un medio ambiente sano, a no escuchar ruidos molestos, etc.  El derecho al tránsito está en un lugar bastante inferior dentro de nuestra pirámide de derechos y sumamente distante del nervio democrático. No ocurre lo mismo con la libertad de expresión y el derecho de peticionar a las autoridades, cuya proximidad con la estructura democrática es patente ¿Cómo reacciona el Estado? Suele recurrir al enorme aparato coercitivo para silenciar los reclamos de los sectores vulnerables que luchan por derechos prioritarios, bajo el pretexto de mantener la paz social y el orden ¿Y qué ocurriría si la  potencial presión y manifestación de las corrientes populares está permanentemente amenazada por patotas que no dicen estar identificadas con el aparato estatal, aunque verdaderamente, están a su servicio? A este fenómeno se lo conoce como tercerización de la represión estatal que, indefectiblemente, cumple con sus objetivos: reprimir (extra) oficialmente a los trabajadores y al pueblo, buscando su desmantelación y su desmovilización permitiendo, a su vez, que los funcionarios estatales se mantengan al margen e impunes. Operativos como estos terminaron con la vida de, entre muchísimos otros, Mariano Ferreyra, militante del Partido Obrero allá por octubre de 2010.

  Luego de pasadas las elecciones presidenciales de 2011 cuyos resultados ya son más que conocidos, la “profundización del modelo” no pudo esperar para avasallar  contra los movimientos populares y en diciembre, sancionaron la Ley Antiterrorista (amparándose en la presión de un organismo de segunda como el GAFI -Grupo de Acción Financiera Internacional-), símbolo directo de cómo el gobierno pretende resolver las problemáticas sociales eligiendo al monstruoso aparato represivo antes que al diálogo.

  Esta sistematización de la represión estatal para acallar la protesta es, sin dudas, una política federal. Sobre un total de 2238 casos que cuentan con identificación de sector criminalizado se observa que los sectores a los que ha apuntado con más fuerza esta política de criminalización son el sector sindical (31,6%) y los pueblos originarios (31,4%), que suman el 63% del total de casos registrados,  y son en total 167 las organizaciones, comunidades y grupos de pertenencia que se relevaron como criminalizados hasta marzo de 2012 según Organismos de Derechos Humanos nucleados en el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia[2]. Así, se puede identificar que el aparato represivo se direcciona sobre una diversidad de sectores sociales, cuya situación de vulnerabilidad es homogénea y cuyos reclamos tienen sustento en la Constitución Nacional. Este es el kirchnerismo de los derechos humanos. Aquel que se manifiesta a través del silencio en el discurso y la  sistemática represión a lo largo y ancho del país contra las necesidades nac & pop.

Las organizaciones de derechos humanos en pugna y la permanencia de los intereses cómplices con la dictadura.

 Un miércoles 24 de marzo de 2004, Néstor Kirchner manifestó: “Que quede bien claro, el terrorismo de Estado es una de las cosas más sangrientas que le pueden pasar a una sociedad. No hay nada que habilite el terrorismo de Estado, y menos la utilización de las Fuerzas Armadas”. Luego continuó "Vengo a rescatar el espíritu sanmartiniano del Ejército para que juntos podamos reconstruir el país con democracia, pluralidad y justicia social". Ese día bajaba los cuadros de Jorge Rafael Videla y Roberto Bignone,  y el diario La Nación titulaba “Duro mensaje a los militares”.
 ¿Quién no tuvo una ligera esperanza esa tarde de que, de una vez por todas, se depuren las instituciones del peor germen setentista? Sin embargo, hoy 8 años después, esa ilusión está sepultada bajo tierra (y aún más demagogia estaba por venir).
  En el mismo año, Kirchner inauguró el Museo de la Memoria en lo que era la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y Estela de Carlotto previamente había manifestado a la iniciativa como “un hecho magnífico de derechos humanos”. Fue en estos contextos cuando comenzó la neutralización del rol crucial de las organizaciones de derechos humanos como instancia de contrapoder y de salvaguarda de las garantías del presente, del futuro y no sólo del pasado del pueblo, funcionando, en la actualidad, como agentes de propaganda oficial. La inducción de las organizaciones de derechos humanos a respaldar todas las acciones del poder aun las más sospechadas de corrupción y atropello institucional fue una permanente estrategia política. Estas estructuras tienen la función de luchar cotidianamente para que el Estado no los viole y deben ser independientes de gobiernos y dispositivos estatales. Incorporarse y ser funcionales a intereses oficiales, deforma sus cometidos.

 No puede dejar de destacarse la recomposición de la Corte Suprema y la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida como hitos del gobierno kirchnerista. Sin embargo, esto se contrasta directamente con la verticalización del ejercicio del poder institucional, la funcionalidad de la justicia federal a los intereses oficiales y  la articulación de aparatos represivos cada vez más militarizados como el Servicio Penitenciario y la Policía Bonaerense. La designación de Ricardo Casal comandando la “seguridad” de los habitantes de la provincia finalizando el 2007 tenía un destino muy claro: evitar el control civil sobre la estructura penitenciaria y profundizar las políticas de mano dura y represión en la provincia (interesante concepción del binomio seguridad-inseguridad que tiene el ex motonauta). Cualquier parecido con algún alcalde neoyorkino y la política de “tolerancia cero” es mera coincidencia (Rudolph Giuliani quien comandó desde 1994 a 2001 la ciudad estadounidense, manifestó en varias conferencias que “la lucha contra la criminalidad comienza reprimiendo a los limpiaparabrisas, pintores ambulantes, artistas callejeros, ambulantes, mendigos, prostitutas, ebrios, pues ellos son vistos como el primer eslabón de la delincuencia común”. Algunos lo denominaron como el “racista que está creando un Estado fascista” [3]). Parece que el viento punitivo que sopla desde el Norte del continente llegó al gobierno bonaerense.
  Casal fue cabo, adjunto y subalcaide del Servicio Penitenciario provincial durante la dictadura militar. Ingresó como guardia, en 1978 fue ascendido a cabo y desde 1980 fue adjuntor. En 1981, fue designado subalcaide del escalafón técnico y profesional, es decir, personal superior con rango de oficial. Recién pidió su baja(al menos en los papeles) como penitenciario en 1992, con el grado de alcalde mayor.[4] La continuidad del conservadurismo punitivo está evidenciada en los cuerpos de los clientes del sistema penal. La Comisión Provincial por la Memoria informó que, en 2011, se registraron 126 muertes en 39 de las 54 unidades penitenciarias bonaerenses, es decir, un promedio de 10 mensuales. Hace poco más de un mes, en declaraciones radiales, Casal manifestó que “en la historia de la República Argentina sólo dos Presidentes se ocuparon de poner en valor el tratamiento del servicio penitenciario: Juan Domingo Perón y la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner".[5] El funcionamiento y la estructura homogénea de la maquinaria represiva estatal tiene evidentes similitudes con  el modus operandi setentista. Cifras estremecedoras surgen de un informe solicitado por Myriam Bregman (abogada militante del PTS y miembro de Justicia Ya!) en 2006, para saber sobre cuántos miembros del aparato policial bonaerense provenían de la dictadura. El resultado es escalofriante: 9026. Claramente, esto no es una mera eventualidad.
  Estas señales están  cicatrizadas en Julio López y Luciano Arruga, 2 de los 195 desaparecidos en democracia, según informa CORREPI (Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional). López fue desaparecido por ser un testigo clave en los juicios contra, entre otros represores, Miguel Etchelolatz. Néstor Kirchner dijo en 2006 que este secuestro estaba relacionado con grupos policiales o parapoliciales ¿qué pasó? A seis años no hay ni un solo imputado. Es manifiesto el rol encubridor del Estado K en actuación conjunta con la policía bonaerense y su vínculo permanente con militares retirados, implicados con el testimonio de López. Arruga, un pibe de 16 años, fue secuestrado el 31 de enero de 2009 por policías del destacamento de Lomas del Mirador y nunca más se lo volvió a ver.
  No parece casualidad que Cristina Kirchner ni siquiera nombre a los desaparecidos en democracia en sus continuos monólogos mediáticos. Esto oculta un persistente estilo de gobernar. Que, desde el regreso a la democracia, todo gobierno, de facto o constitucional, ha utilizado a la represión, la tortura y el gatillo fácil como política de estado. Quizás algunos puedan hablar de que estas manifestaciones son un resabio perverso del terrorismo de Estado[6].  Sin embargo, la práctica de esta clase de políticas tienen fines específicos: administrar a la sociedad estratificada, garantizar su gobernabilidad y defender a los sectores opresores.




[1] Cohen, G. A., Si usted es igualitario, ¿cómo puede ser tan rico?, Barcelona, Paidós, 2001
[3] Wacquant, Loïc, Las cárceles de la miseria, Buenos Aires, Manantial, 2004.
[4] Verbitsky, Horacio. Atando cabos. Nota completa en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/148400-47635-2010-06-27.html.
[6] Verbitsky, Horacio, “Parar la mano”, Página 12. Ver nota completa en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-199840-2012-07-29.html

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