Nuestro continente
latinoamericano tiene, desde sus orígenes, una cultura genuinamente agrícola
producida por campesinos que promueven la seguridad y la soberanía
alimentaria. A pesar del avance del neoliberalismo, que pretende hacer
desaparecer la cultura campesina e imponer la agricultura industrial como único
método aceptable, los campesinos siguen promoviendo la agricultura familiar y
luchando contra la artificialización de la agricultura, el
monocultivo y la destrucción del medio ambiente.
La Agricultura Familiar es una forma de clasificar la producción
agrícola, forestal, pesquera, pastoril y acuícola gestionada por una familia,
incluyendo tanto a hombres como a mujeres. Estas actividades de base familiar desarrolladas en zonas
rurales están íntimamente relacionadas con la seguridad y la soberanía
alimentaria de los pueblos.
El concepto de Seguridad Alimentaria fue desarrollado en la
Cumbre Mundial sobre la Alimentación (1996) como el “derecho de toda persona a tener acceso a alimentos sanos y
nutritivos, en consonancia con el derecho a una alimentación apropiada”. Si
bien esta definición aporta una punta sobre el tema, no es suficiente. Por este
motivo, las organizaciones
sociales nucleadas en Vía Campesina problematizaron esta concepción y
elaboraron, también en 1996, el término Soberanía Alimentaria como “el derecho de los pueblos a definir sus
propias políticas de producción, distribución y consumo”, que
además incluye “el derecho a
definir sus propias políticas de producción agrícola local para alimentar a su
población, el derecho de los campesinos a producir sus propios alimentos, el derecho
de los países a protegerse de las importaciones agrícolas alimentarias de bajos
precios (dumping) y la participación de los pueblos en la definición de la
política agraria”.
Para la especialista Miryam K. de Gorban, en
nuestro país el problema de la seguridad y la soberanía alimentaria “se visibiliza en la concentración de la
economía que maneja la producción, la comercialización, el transporte y la
exportación de los alimentos. Se suma la extranjerización de la tierra, el
aumento en la producción de agrocombustibles y la responsabilidad de
estos determinantes en la inflación”. Todo esto, sumado a que el alimento
es utilizado como mercancía, se cotiza en bolsa, se compran las cosechas “a
futuro” y se desarrolla el monocultivo basado en una “agricultura sin
agricultores”. Por este motivo, es necesario repensar el modelo de
producción hegemónico instaurado y profundizar otro modelo alternativo, que
impulse la economía social, los precios justos y el consumo responsable de los
alimentos.
Agroecología: Decir NO a una cultura única
Bajo la bandera del mal llamado progreso, el neoliberalismo
promueve una cultura única basada en el consumismo, la dominación y la
explotación. Este sistema de producción imperante concentró en pocas empresas
transnacionales la producción de semillas y de plaguicidas. Además,
controlan la producción y la comercialización y son amparadas por Estados
nacionales que no las controlan adecuadamente.
La ingeniera Agrónoma de la Universidad Nacional de Lomas de
Zamora, Ana María Broccoli, explica que ante la crisis de sustentabilidad
de la agricultura industrial, es necesario repensar los métodos de producción
para poder abastecer de alimentos a la población. En contraste a la agricultura
industrial, se piensa a la agroecología como un modelo que bajo una
mirada ecológica, socioeconómica, sociocultural y política reconoce a
los agroecosistemas como realidades complejas que mediante varias
disciplinas permitan el aprovechamiento sustentable de los recursos naturales, gestionados en horizontalidad, acción
colectiva e integrada a las organizaciones y movimientos sociales.
Desde la mirada de Broccoli, pensar un modelo
agroecológico sustentable requiere “la
construcción de sistemas alimentarios basados en la sustentabilidad de la
producción y comercialización, apoyados en movimientos sociales con un alto
grado de autonomía, equidad y valorización de la diversidad natural
y biocultural”, condiciones
que en su conjunto favorecen la soberanía alimentaria.
Producción local
La ciudad de La Plata, así como otras ciudades de la zona,
está ubicada dentro del denominado “cordón hortícola bonaerense” donde se
encuentran numerosas experiencias de producción familiar. Mediante formas de
acción colectiva, se crearon mercados regionales y ferias, donde se visibilizan
alianzas entre los productores, con la idea de afrontar la cadena de
distribución que los obliga a vender más barato sus productos.
Otro método de acción en conjunto es la creación de
cooperativas, que les permite a los productores locales aunar sus cosechas y
vender a un precio justo para ellos y para el consumidor. Una de ellas es la
Cooperativa de Vinos de la Costa de Berisso, creada hace más de diez años y que
hoy está conformada por dieciocho productores. A partir de la
organización, la cooperativa nace de un trabajo que hace la
Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Primero se acercaron los viñateros, con inquietudes sobre cómo recuperar
los suelos de Berisso para la producción de vid, luego crearon
la cooperativa, que en la zona es reconocida por su producción. Este es un
claro ejemplo de cómo la organización colectiva permite afrontar momentos de
crisis económica y social.
La ingeniera agrónoma de la UNLP que trabaja con los
productores, Silvina Artaza, explica que lo importante de formar
parte de una cooperativa es que la gente se une para lograr algo en común. Los
viñateros tienen necesidades que de forma personal no los hubieran
podido satisfacer. Debido a que se juntaron lograron una bodega, consiguieron financiamiento
y eso les permitió crecer.
Juan Carlos Godoy, productor de vino desde el 2003, explica
que la tradición de producir vino se estaba perdiendo, consecuencia de la
crisis del 2001 en el país. Con la necesidad de trabajar, comenzaron
a agruparse varios productores de Berisso y
formaron primero una asociación de productores, que apoyados y
secundados por los antiguos viñateros de la zona que
brindaron sus conocimientos, recuperaron más de 25 hectáreas donde
hoy se cultiva vid y ciruelas.
Cruzando la ciudad de La Plata, se llega a la finca de
Plácido Aguai, horticultor oriundo de Jujuy, que hace 30 años que vive en
nuestra ciudad y trabaja con su familia. Allí alquila cinco hectáreas en la
zona de Arana (calle 610 y 137) donde podemos ver hinojos, repollos,
alcauciles, verdeo, puerro, entre otras verduras de hoja.
El desafío, cuenta Plácido, es la inserción en el
mercado: “Lo mejor sería poder ir al
mercado a vender, así no hay pérdida. Aunque los sábados mi mujer, Clara, vende
en la feria de Arana”, aclara resignado.
A los productores
les cuesta muchísimo poder vender a un precio justo para ellos y para los
consumidores. Por eso, lo ideal es la creación de ferias locales que
promuevan el circuito directo productor-consumidor y no las cadenas de
distribución y comercialización impersonales y especulativas que impiden
visualizar los actores principales.
Cuando el Estado se hace presente
Con la creación de organismos dedicados a la Agricultura
Familiar, como el Instituto para la Pequeña Agricultura Familiar (IPAF-INTA) y
el acompañamiento de Universidades, se comenzaron a impulsar experiencias
de producción agroecológica que beneficiaron la creación de ferias francas y
ferias de semillas. Aunque las iniciativas son gestionadas básicamente por
movimientos sociales y organizaciones obreras y campesinas, estos espacios
nacen como herramienta de resistencia ante la exclusión social. Además, buscan
generar organización, con el objetivo de potenciar la producción local y
regional.
Un ejemplo de ello es la feria Manos de la Tierra, impulsada
desde la Facultad de Agronomía de la UNLP, que todos los miércoles en la
entrada de la Facultad despliega una cantidad de productos variados, naturales
y accesibles. Los productores familiares de las ferias aportan a la creación de
la economía social y solidaria, construyendo, además, un consumidor responsable
que sepa a qué sectores socioeconómicos está aportando.
La transformación de
los problemas abordados anteriormente está relacionada a la capacidad que como
sociedad debemos afrontar: generar otros modelos de producción que
permitan un mayor equilibrio entre territorios y poblaciones y sobre todo
preserven la calidad del planeta, que es lo único que nos queda.
Por Carla Laviuzza y Agustín Martínez
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