Era el verano de 1994 y los cinco integrantes actuales del grupo (más Gabo
Manelli en bajo y DJ Peggyn, incorporado en este disco y miembro de la banda
hasta el 2001) se encerraban en una casa-quinta a pasar el verano e idear las
canciones de lo que luego fue Trance Zomba, el segundo álbum de
Babasónicos y quizás el más influyente, variopinto, original y expresivo de la
ebullición noventera.
“Desarmate”, canción que abre el disco, es la combinación
del pop hardcore con el rock del conurbano que rapea en los patios de atrás de las
casas de Lanús. Temas como este, “Ascendiendo”
y “Poder Ñandú” son los que más
heredan el sonido más adolescente y combativo de Pasto, con voces
gritando por los costados de la canción, Adrián Dárgelos escupiendo el
micrófono y ese raro groove violento que las vincula con temas de la primer
placa como “Margaritas”, “Indios” o “Somos la pelota”.
Sin embargo, en Trance Zomba son canciones que
delinean la personalidad del disco, cargado de crispaciones juveniles pero
también de psicodelia noventosa y de los largos trips lisérgicos que acarrean
las drogas de la madurez. Son los temas que le dan marco rebelde a los
verdaderos viajes que plantea el disco.
En “Malón”
y “Montañas de agua”
encontramos piezas que se complementan en sus climas densos y desaforados de
verano frío y reflejo de agua metalizada. Canciones que conducen al disco por
un camino triphopero protagonizado por el scratch de DJ Peggyn en el primero y
el bajo de Manelli en el segundo.
Babasónicos se distingue entre otras cosas, por su
manera de equilibrar el buen gusto en sus discos, y la medida en que
contrarresta tanto hardcore y tanto funk en tan poco tiempo. Canciones como “Coralcaraza”, “Árbol Palmera” o “Misericordia”, son en sí
mismas las canciones más románticas que lograría Babasónicos por lo menos hasta
Jessico
(2001), en donde estallan aquellas melodías que son apenas herederas de las que
hicieron en el ‘94.
Más allá de que la combinación interpretativa de los
siete es asombrosa, las letras dejaban entrever la poesía omnipresente de
Adrián Dargelos, subido a la luz eterna, contemplando paisajes perdidos en la
sombra del trópico.
Llegando a la cúspide, nos encontramos con dos de las
canciones consideradas fundamentales en la historia de Babasónicos. “Patinador Sagrado” y “Koyote” son las melodías-historias
contrapeso perfectas de la banda, las que definen claramente al disco y exponen
la claridad musical y frescura que poseían en ese verano de 1994 y 1995. “Patinador Sagrado” es la parte Zomba del álbum.
Las rapeadas, los tecladitos de Diego Tuñón (Uma-T),
todos los instrumentos patinando en rollers sobre el bajo de Gabo, poseído por
las raíces de la música funk y aun así dejándole protagonismo a las secuencias
de Peggyn. La combinación perfecta de música disco y hip-hop electrónico y con
el mántrico “Trance roller sheeba boogie zomba adicto sónico” sonando de
fondo como alguna ecuación inentendible en un idioma boogie-délico, delicioso y
asombrosamente electrizante.
“Koyote” es la parte Trance del álbum, el recorrido de minuto
y medio que invita al viaje interior, al desierto inmenso que hay dentro del
obelisco. Unas guitarras, un ritmo lento pero progresivo son las armas del
chamán para hacerte ver con los ojos del coyote en la meseta mexicana.
El trip de Trance Zomba es épico, con
momentos de lucidez increíble, fuerza endemoniada, poesía metafísica e
instrumentos extrasensoriales. El bajo de Gabo parece haber sido la llave
eterna del groove y la música disco en la banda (como lo demuestra en los
diversos climas de “Shebba Baby”)
y se banca ser la columna vertebral de los intensos climas del disco, en donde
brillan secuencias electrónicas y arreglos que marcaban la sintonía de la banda
con la música que estaban desarrollando artistas como Beck o Beastie Boys en la
escena newyorkina.
Una rara mezcla de música extranjera y personalidad nacional que fue incongruente en un principio y fundamental para el recambio del sonido de la época.
Por Guido Cambareri
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