“Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando
entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta.
Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella
grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América
Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía más
tiempo. Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté
acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para
mí se había acabado la fiesta. ‘Eres el único que no puede irse’ me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no
estar nunca más con los amigos.”
Gabriel García Márquez – Doce
Cuentos Peregrinos
Dolió. Como duele la muerte de un
ser querido. Dolió, porque se murió un amigo de nosotros, con la diferencia que
él no nos conocía. O al menos eso pensábamos. Pocos autores tienen la enorme
capacidad de que el lector sienta que le está hablando directamente, que lo
lleve a lugares al que nunca fueron y ni siquiera existen. Sin embargo, García
Márquez condensó todas esas cualidades a lo largo de su obra, tanto en las
novelas como en sus artículos periodísticos.
Aquí vamos a tratar de rescatar un
poco de eso, del otro Gabo, el que los críticos literarios burgueses nunca
quisieron indagar. No fue el único escritor latinoamericano al que se le
ninguneó su visión del mundo, por encima de su obra artística. Pablo Neruda fue
vendido durante muchísimo tiempo como un snob, bebedor de buenos vinos y nada
más. A pesar de esta falsa imagen construida, el chileno nos regaló su Canto General, un conjunto de poemas a
la clase oprimida y a su lucha por la construcción de un mundo nuevo. Claro
está, que no es una de las obras predilectas de las editoriales encargadas de
difundir su poesía.
Así es que existe otro García
Márquez, por encima del multipremiado y con millones de ventas en todo el
mundo. O no, en realidad es el mismoGabo comprometido, militante, ferviente
defensor de la Revolución Cubana, no sólo con bellos testimonios de apoyo, sino
también jugándose en el armado de Prensa Latina; construyendo una férrea
amistad con Fidel Castro y pronunciando:"Para
mí, lo fundamental es el ideal de Bolívar: la unidad de América Latina. Es la
única causa por la que estaría dispuesto a morir".
Por eso es importante poder traer
de los recuerdos el papel que cumplió en Prensa
Latinaen Cuba, aquella maravillosa agencia de noticias que el Che le
encomendó a Jorge Ricardo Masetti, una vez que triunfó la Revolución. Esa agencia tenía (y tiene) como principal
tarea la contra-información, una labor más que necesaria en un contexto donde
la hegemonía de las agencias de prensa con intereses pro-yanquis, inundaban
todo el globo. En un principio, fue difundir con vehemencia qué es lo que
estaba pasando en esa islita del Atlántico, tan lejos del cielo y tan cerca del
infierno consumista. Luego, fue sumar las voces de otros rincones del Planeta,
donde se despertaban focos de lucha por la autodeterminación de los pueblos.
Así fue como el colombiano se
subordinó a las órdenes de Masetti, realizando informes y crónicas a la par de
un muchachito argentino, Rodolfo Walsh. El gran periodista argentino, también
se formó en esa cuna de comunicadores militantes que fue Prensa Latina, y al
poco tiempo que los militares genocidas lo secuestraron, en aquel frio marzo
del ´77, Gabo le escribió el recordado texto “Rodolfo Walsh, el escritor que
se adelanto a la CIA”, rememorando
la enorme actuación que tuvo cuando descubrió los cables secretos de Estados
Unidos con la intención de invadir Cuba desde Guatemala.
Él mismo
reconoció que su labor como periodista le marcó el resto de su carrera como
escritor. En ese terreno se formó, y a pesar de que luego se desarrolló como
novelista, fue una tarea a la que nunca le soltó la mano. En sus Textos Costeños, afirmó que:“…el periodismo es la profesión que más se
parece al boxeo, con la ventaja de que siempre gana la máquina y la desventaja
de que no se permite tirar la toalla”.
Su compromiso con Cuba no terminó con su desvinculación de
Prensa Latina. Al poquísimo tiempo que se instaló el Bloqueo económico de parte
de Estados Unidos (y con la complicidad de muchas otras potencias), escribió ¿Cómo
se asfixia a un pueblo sin tirar un cañonazo?, donde describe una enorme cantidad de
atrocidades que sufrió el pueblo cubano, además de hacer un exquisito y trémulo
análisis sobre los primeros años luego de la caída del régimen batistiano. Sin
dudas, que ésta se vuelve una obra fundamental, cuando el “Genocidio más largo
de la historia” sigue acechando y hay un
pueblo que sigue resistiendo.
“Los Chávez que yo conozco”
El día que se
murió Hugo Chávez, fue el mismo díadel anteúltimo cumpleaños de García Márquez.
Poquito tiempo después de ese día, se dio a conocer “El enigma de los dos Chávez”, una magistral crónica que refleja el
primer encuentro entre el colombiano y el líder de la Revolución Bolivariana.
Allí, García Márquez hace un mea culpa y relata que:“Fue
una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me contaba su vida
iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la
imagen de déspota que teníamos formada a través de los medios. Era otro Chávez.
¿Cuál de los dos era el real?”.
A lo largo de todo el texto, se van conjugando las típicas
frases del Comandante, junto con bellísimas descripciones de la situación
hechas por el escritor. Esto nos lleva a sumergirnos en un universo similar al
de sus novelas, marcadas por el género que él ha sabido llevar a rincones
inesperados: el realismo mágico. Uno de
los pasajes inolvidables de ese encuentro, es el que relata el mismo Hugo:
“Uno de aquellos días
atravesó la frontera sin darse cuenta por el puente de Arauca, y el capitán
colombiano que le registró el morral encontró motivos materiales para acusarlo
de espía: llevaba una cámara fotográfica, una grabadora, papeles secretos,
fotos de la región, un mapa militar con gráficos y dos pistolas de reglamento.
Los documentos de identidad, como corresponde a un espía, podían ser falsos. La
discusión se prolongó por varias horas en una oficina donde el único cuadro era
un retrato de Bolívar a caballo. “Yo estaba ya casi rendido, -me dijo Chávez-,
pues mientras más le explicaba menos me entendía”. Hasta que se le ocurrió la
frase salvadora: “Mire mi capitán lo que es la vida: hace apenas un siglo
éramos un mismo ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el
jefe de nosotros dos. ¿Cómo puedo ser un espía?”. El capitán, conmovido, empezó
a hablar maravillas de la Gran Colombia, y los dos terminaron esa noche
bebiendo cerveza de ambos países en una cantina de Arauca. A la mañana
siguiente, con un dolor de cabeza compartido, el capitán le devolvió a Chávez
sus enseres de historiador y lo despidió con un abrazo en la mitad del puente
internacional.”
Y es que al fin y al
cabo, García Márquez siempre le hizo honor a una de sus máximas: “La
crónica es la novela de la realidad”.
Crónica de un dolor
anunciado
El 31 de marzo de
este año, había sido hospitalizado en el México D.F., producto de un
cuadro de deshidratación y un proceso infeccioso pulmonar y de vías urinarias.
Allí, en el país que le hizo de segunda casa durante más de
30 años, vivió su último primer mes del otoño. México lo había recibido luego
de diversas tensiones con las derechas y oligarquías de su Colombia natal, que
habían llegado a acusarlo de terrorista, sólo por promover un acuerdo de paz
entre las esferas estatales y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Fueron estas oligarquías, en clara complicidad con los
gobernantes de turno, quienes obligaron a Gabo a exiliarse de su tierra natal.
Sin embargo, su corazón y su obra siempre estuvieron al lado de los sectores
explotados, de los guajiros que venden su fuerza de trabajo para que el café
que producen se venda en países “desarrollados”.
Sin dudas, que cuando en su juventud imaginaba a Macondo como
“calles con tan buen sentido que
ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor… más ordenada y
laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300
habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años
y donde nadie había muerto…”;estaba
también anhelando un mundo de justicia e igualdad, la verdadera construcción de
la Patria Grande.
Por Nacho Saffarano
Ilustración: Melína Ávalos
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