“Los intereses de la Industria Farmacéutica
son contrarios a los de la población”
Miguel Jara
En los
últimos años la palabra “automedicación” se hizo muy popular, y de alguna u
otra manera, en cierto punto todos contribuimos con la causa. El dolor de
cabeza se hace cada vez más fuerte, los dolores musculares después de un mal
movimiento en el gimnasio se hacen insoportables o esos pequeños nervios
pre-parcial que no sabemos con qué calmar, llevan al mismo fin. Tomarse una
pastillita y saber que el dolor en un rato va a pasar. Pero, ¿qué hay detrás de
“esa pastillita”? ¿Cómo es que nos
hacemos tan dependientes y sustentamos ese negocio sin saber que lo estamos
haciendo?
La ruta del
medicamento
Existe un monopolio de
medicamentos que está comandado por laboratorios y empresas farmacéuticas. Son
éstas las encargadas tanto de la producción como de la comercialización de los
fármacos, así como también de fijar su precio al mercado y varianzas en el
mismo, siempre en aumento. Nosotros, desde nuestro puesto de consumidores,
somos los que contribuimos a este mercado por su consumo necesario.
Nos levantamos con un resfrío muy fuerte, no podemos
bajarnos la fiebre y ya se nos hace insostenible mantenernos en pie. Contamos
con un amigo, familiar, novio que sin dudar nos acompaña al médico y es allí
donde comienza la cadena. El profesional nos hace un diagnóstico y nos receta
algo que nos ayude a sentirnos mejor. Vamos a esa farmacia que fuimos toda la
vida. Pedimos el medicamento, nos asombramos del precio pero igual lo pagamos y
nos vamos a casa a empezar con el tratamiento. Con el paso de los días y
gracias a ese mágico remedio que nos recetaron, el resfrío como llegó se fue.
Ahora bien, detrás
de toda esa escena descripta en la cual participamos siendo un eslabón, se esconde una cadena cíclica donde todos
saldríamos beneficiados, pero en realidad no nos damos cuenta que este
beneficio no es equitativo para todos. Cada vez que vamos a comprar un
medicamento volvemos asombrados por su precio y agradecemos contar con alguna
cobertura médica que nos cubre un porcentaje del mismo. ¿Acaso los laboratorios
hacen la misma inversión que el usuario? Existen arreglos que realiza el gobierno con empresas
farmacéuticas y droguerías para que se mantengan congelados los precios de los
medicamentos.
Se sabe por estudios realizados que lo que se paga por las drogas en el mercado mayorista y lo
que paga el usuario por el remedio elaborado, arroja una diferencia del 53
mil%. Este margen sobrepasa los límites y es
algo casi increíble, pero real. El Estado no interviene sobre él, aunque delimita el acceso de la sociedad para
su consumo y lleva consigo una ventaja para la industria que se basa en poder
ofrecer promociones o descuentos.
Dentro de los laboratorios líderes de nuestro país, hoy en
día se encuentran Bagó, Roemmers, Gador y el grupo Sielecki (laboratorios Elea
y Phoenix), los cuales tienen alianzas con laboratorios multinacionales estableciendo
relaciones claves para desarrollar una mejor estrategia de venta.
Analizando este porcentaje, se pusieron como ejemplos
varios medicamentos que todos alguna vez hemos sentido nombrar. El Omeprazol,
una droga antiulcerosa, se comercializa a $400 el kilo, es decir 0.0004
centavos los miligramos. Una de las presentaciones que ofrece el laboratorio
AstraZeneca, contiene 14 unidades de 20 miligramos, lo que lleva a un costo de
11 centavos por caja. Sin embargo, el medicamento se vende a casi $60, lo que
arroja una diferencia de un 55 mil %.
Así también el Diazepam, comercializado por el laboratorio
Roche con la marca Valium, tiene un costo de $235 por kilo, 0.0002 centavos por
miligramos y la presentación que se encuentra es de 10 miligramos por 50
unidades, lo que supone un precio de 12 centavos por la caja. En la farmacia se
comercializa a $40.48.
Como si ese porcentaje fuera chico, hay que aclarar que los
laboratorios líderes compran la droga por tonelada, por lo que se supone que el
precio al cual la pagan es aún menor. Si bien el cálculo realizado no abarca el
proceso de industrialización, la mano de obra calificada, los impuestos ni gastos
de packaging y publicidad, la diferencia es tan grande que cuesta suponer que
los gastos la compensen.
Ahora bien,
analizada la cuestión ¿Quién sería el que sustenta todo esto? “EUREKA”.
Nosotros mismos somos quienes contribuimos con este mercado. Nos sorprendemos de que los precios aumenten,
pero como es necesario y creemos que el cuerpo lo requiere, lo pagamos igual. No
obstante, cuando nos ofrecen una
alternativa (por ejemplo plantas medicinales) al medicamento de “confianza”, desconfiamos de éste y de quien lo oferta, por
ende no lo compramos.
Es así como
recaemos en la habitual compra del de marca, sin considerar que hasta contiene
las mismas propiedades farmacológicas que aquel que no es promocionado ni
reconocido por los demás. En algunos casos, ni siquiera
tenemos en cuenta las contraindicaciones del fármaco, no somos conscientes de
los efectos secundarios que estos podrían ocasionar. Estamos inmersos en una cadena alimentaria
jerarquizada, y en esa jerarquía estamos ubicados muy por debajo. Somos los
consumidores consumidos de la ruta del medicamento.
La empresa y sus
consumidores
Para que la ruta funcione con normalidad, es necesario que se
encuentren, en cierta parte de la cadena, los consumidores que potencien este
movimiento. Esto es sabido por las
empresas y es así como tienen una gran variedad de herramientas para conseguir
a sus fieles usuarios de compra, las cuales se desarrollan dentro de un
medio social común a todos, al que la mayoría de la sociedad tiene alcance.
Sin dudas que el medio difusivo por excelencia de los
medicamentos es la televisión. Pero la radio, los diarios, y los portales de
internet también dan vía a su fácil acceso. Sobre todo a su propagación sin la
información necesaria que debe conllevar, y apuntando siempre a una necesidad o
una cura mágica para el sujeto.
La consigna es simple, se genera una situación cotidiana en
la que la persona no está al 100% de su salud, y se ilusiona al consumidor que
con una dosis de tal medicamento sus problemas serán resueltos (después estará
muy feliz e irá a abrazar a toda su familia).
La creencia de que los problemas se solucionan como en las
propagandas se encuentra muy instalado en las sociedades, pero al momento de
tratarse de la salud debería encontrarse un límite, ya que nunca se tienen en
cuenta los efectos contraproducentes de muchos medicamentos, y la mala
información que se le brinda al público.
Pero estos no son los únicos medios. Es sabido que las
empresas farmacéuticas poseen un inmenso poder mundial, y así también
relaciones con casi todas las naciones del mundo. Tienen un alcance masivo, y
la capacidad de instalar temas en las agendas cotidianas no sólo de un país sino
de varios continentes.
De esta manera resulta necesario dudar de todas las
campañas que se gestan desde las empresas en pos de la salud, sobre todo cuando
éstas buscan infundir el miedo en la gente, y la creencia de epidemias letales
en cada esquina de cada ciudad. La experiencia nos demuestra que siguen siendo estos
métodos los que favorecen el mayor consumo de productos farmacéuticos, sin
importar los impactos sociales que pueden generar.
Como es costumbre, los
problemas más individuales de los consumidores no son solucionados. El estrés,
el dolor de cabeza, las energías, no son sanadas por esas curas mercantilistas,
sino que en muchos casos generan adicciones y efectos secundarios. Es
necesario preguntarnos cuáles son verdaderamente las causas de estos
padecimientos, y si es tarea real de las empresas farmacéuticas investigar en ellas
y encontrar soluciones.
En la práctica no vemos más que una empresa que funciona
bajo condicionamientos económicos, y que casualmente en el mercado muy mal no
le va. Es hora que el sujeto entienda su rol esencial en este circuito, y por
al menos un tiempo, se despoje de las adicciones cotidianas a las cuales nadie
suele criticar.
Augusto Andrés/ Sofía Toccalino
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