“Ahora nos toca a nosotros” parecían decir los
movimientos estudiantiles en la Francia del General De Gaulle.
Primero había sido la burguesía
en 1789, con la Revolución Francesa, derrocando a la monarquía absoluta (y con
ello al antiguo sistema feudal) para imponer un nuevo, revolucionario y
silencioso sistema de explotación: el capitalismo. Casi un siglo después, tenía
lugar en París una sublevación de igual carácter pero de signo opuesto:
extirpar de la sociedad al sistema dominante. Se instauraba en 1871 la Comuna
de París, un gobierno de las/os trabajadoras/es, con base fundamental en la
autogestión de las fábricas y la administración pública puesta al servicio del
pueblo (que muy a nuestro pesar duraría tan solo dos meses).
Era su turno, el nuestro
En 1968, con
epicentro en la misma ciudad que había soportado los cimbronazos anteriormente
mencionados, surge un nuevo acontecimiento, de dimensiones épicas para el
movimiento estudiantil que, apoyado por una gran masa obrera, haría temblar al
gobierno de De Gaulle. Muchos críticos del Mayo Francés lo caracterizarían
luego como una mera “revuelta estudiantil”. Lejos de eso, Daniel Cohn-Bendit, líder del movimiento por aquellos días (hoy en el
parlamento europeo) sostuvo que “la
revuelta tenía como objetivo enfrentar la moral ambiente, una concepción
autoritaria de la vida, una moral autoritaria”.
Precisamente, la independencia de
Argelia (colonia francesa de 1830
a 1962) y la Guerra de Vietnam (que en 1968 noquea a
EE.UU.) generaron en la juventud francesa - y mundial- la sensación de que al
imperialismo se lo podía vencer. Incluso, en el primer caso, miles de
estudiantes se habían nucleado en organizaciones clandestinas por fuera del
Partido Comunista Francés (desprestigiado por su apoyo al imperialismo), para
llevar a cabo tareas de propaganda en los regimientos franceses.
Caldo de cultivo para la juventud
Es en medio de este clima que el gobierno francés, con un ataque
directo al movimiento estudiantil, aplicaba una reforma a los planes de estudio
que implicaba entre otras cosas la “selección natural” mediante la aplicación
de exámenes de ingreso. Sumado a esto, la crítica al modelo de enseñanza
mismo y a la relación verticalista docente-estudiante iba a generar un cóctel
explosivo, que daría pie a que el estudiantado empezara a dar sus primeros
pasos políticos luchando contra las autoridades universitarias.
A raíz de esto, la Sorbona se va
a ver invadida por estudiantes que con el grito “¡Abajo la selección!” convocan
a una huelga general de una semana. Como contrapartida, las autoridades
universitarias prohíben las actividades políticas dentro de la facultad y
amenazan con expulsar a un sector de estudiantes, motivo por el cual permite el
ingreso de la policía al establecimiento.
Posteriormente, se vuelve a
generar una huelga general en todas las universidades por la libertad de los
detenidos, y es en estos días en que empiezan a circular los volantes que
llaman a la solidaridad obrera. La lucha se unifica y el movimiento obrero
lanza a la calle más de diez millones de trabajadoras/es.
Pero más allá del nuevo impulso
que esto último da a la lucha universitaria, los dos meses de huelgas,
barricadas, facultades y fábricas tomadas, etc., no se podrán sostener por
mucho tiempo más. La revuelta se
masifica, se transforma en insurrección y se llega a un punto en que la
disyuntiva se encuentra en seguir adelante y derrocar al gobierno, o retirarse
ante su propio talón de Aquiles, la debilidad como nuevas organizaciones
revolucionarias.
[1]
Graffiti en la facultad de Ciencias Políticas
Por Ignacio Tunes
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