Llega
diciembre y el año comienza a pesar cada día un poco más. La acumulación de
horas cargadas a lo largo del resto de los once meses, y la rutina del trabajo,
el estudio y demás, comienzan a ser difíciles de sobrellevar. Pero esta época
además nos trae desde hace casi 10 años un doloroso recuerdo: la tragedia de
Cromañón.
El 30
de diciembre de 2004, 194 pibes y pibas fallecieron durante un recital de
Callejeros, que por aquel entonces era una banda en pleno ascenso. Los medios,
sedientos de su característico morbo, corrieron a filmar y tomar fotos para
luego reproducirlas en todas las pantallas y diarios del país. Los medios, con
un análisis superfluo, enseguida dieron con los culpables: los músicos.
Poco
se ocuparon de la responsabilidad política de Aníbal Ibarra, que en ese momento
oficiaba de Jefe de Gobierno. Y menos se ocupan hoy. Parecen haber olvidado
que, a pesar de que este nefasto funcionario fue juzgado y destituido de su
cargo, actualmente es Diputado por la Ciudad de Buenos Aires.
En cuanto a la persona que tiró la bengala que
desató el incendio, todos se encargaron de catalogarlo rápidamente como un
negligente, un inconsciente, y no falto quien lo tildara de asesino. Sin
embargo, pocos se pusieron a pensar que dicha persona es producto de toda una
cultura que legitimaba el uso de bengalas, y de una cultura que siempre se
caracterizó por jugar muy cerca de los límites, y en reiteradas ocasiones
excederlos. Hablamos por supuesto de la cultura rock.
Nacido
en épocas de cambios políticos, sociales y culturales muy profundos, el rock
desde sus inicios se presentó como un reducto que escapaba hasta ese momento a
todo lo establecido por el sistema. Desde los sonidos estridentes, hasta la
falta de modales socialmente aceptados, y pasando además por una estética
totalmente inaceptable para esos tiempos, el rock surgió como refugio para una
generación de jóvenes que poco tenía que ver con la de sus antecesores.
Perseguidos
por toda la ética y la moral que reinaba por entonces, los músicos buscaron sus
lugares por fuera de los circuitos oficiales. Así, todos los tugurios, sótanos
o bares de mala muerte donde se pudiera meter una batería y enchufar unos
amplificadores comenzaron a funcionar como los salones por excelencia para los
recitales de las nuevas bandas.
No nos referimos por supuesto a La Perla. Más
bien pensamos en, por ejemplo, Cemento, que también pertenecía a Omar Chabán y
que dejó de funcionar la misma noche del 30 de diciembre de 2004. Por allí
pasaron Los Redondos, Riff, La Renga, Las Pelotas, Los Violadores y Sumo, entre
otros. En todos esos conciertos, sin excepción, hubieron irregularidades de las
más diversas, y aún así las bandas under optaron seguir tocando ahí.
Y si siguieron tocando
en esos lugares inhóspitos, fue porque la cultura dominante se encargó de
cerrarle la puerta a cualquier expresión musical que no entre en los estándares
de lo bien visto. Se dejó de criticar si el producto artístico es bueno o malo
-siempre dependiendo del ojo que lo ve- para empezar a entenderlo como “bueno” para
su venta o no.
Por lo tanto, si el rock creció al amparo de sótanos, no fue por gusto
o por mera casualidad. Se desarrolló allí porque en esos lugares encontró un
espacio para reflejar y compartir toda una serie de valores, creencias y
rituales que fueron formando a la cultura rock. Voluntad de los músicos, o
trágica broma del destino, Cromañón no es más que el eslabón final de una
cadena que empezó a forjarse allá por los años ‘70, y que fue sistemáticamente
ignorada y perseguida por el poder político y moral.
Ese verso de si es Rock Barrial, dedicaselo a otro
En el momento en que se
produce el incendio de Cromañon, y durante algunos años después, Callejeros
formaba parte y era uno de los principales impulsores del denominado “rock
chabón”, al que los medios de comunicación hegemónicos y los “critirocks” se
han encargado de demonizar en cuanto micrófono y cámara disponible tenían. La
vulgarización del género, con el reduccionismo de llevar todo a la “esquina, el
porro, el sexo y la birra”; solamente provocaron que mayor cantidad de pibes se
vieran contenidos por estas bandas que, de distintas maneras, cantaban las
miserias que les pasa todos los días.
Viejas
Locas logró sintetizar en una canción, lo que les pasa a muchos. “Homero” es un
himno a la clase trabajadora, al chabón que se levanta a las 6 de la mañana,
labura todo el día, y vuelve a la casa sin ganas de ni siquiera besar a su
mujer. Y para colmo no sabe si va a tener el billete para llegar a fin de mes.
Esta canción es del año 1999, año en que el neoliberalismo ya tenía sus garras
bien clavadas en los bolsillos y corazones de todos nosotros. Y sin embargo,
sigue representando la historia de muchísimos laburantes, en este 2013.
Miles y miles de pibes
se trasladaban de una punta a otra para ver a la banda del barrio. No importaba
si ese barrio era Altos de San Lorenzo, Lugano o Aldo Bonzi. Y muchas de estas
bandas lograron expresar en canciones, esas cosas que les pasaban a los pibes
todos los días.
Porque los pibes en los
barrios laburan desde las 6 de la mañana y la guita no les alcanza, pero
también los pibes se toman una birra en la esquina, cogen y fuman porro. Y a la
cultura de saco y corbata, les asustaba que haya expresiones artísticas que
hablen de esto ¿Cuál fue su solución? Decir que este estilo musical era una
cagada ¿Cuál fue la respuesta? La 25 llenando el Estadio de All Boys.
Muchos de los
intelectuales que analizaban a este estilo desde sus escritorios, tenían como
una de sus mayores críticas que el público quería ser más que la banda. Y eso
se veía demostrado en el constante agite, en el uso de bengalas, en cantar todo
el tiempo. Es que sí, el público se sentía protagonista.
Guasones, banda platense que supo comulgar el rocanrol, en noviembre
de 2006 tocó en Obras. Todos los que fuimos ese día, sentimos que nosotros
llegábamos a Obras. Que si Guasones estaba tocando en el Templo del Rock era en gran parte gracias a que nosotros estábamos
ahí desde el primer día. Ese público quiso dejar de ser parte pasiva, para
sentirse parte del show, ¿quién les va a poder quitar lo bailado?
Esos grandes críticos de
esa nueva cara del rock, afirmaban que iba a ser un movimiento efímero, una moda.
Es verdad que no se vive el boom post Cromañón, pero no quedan dudas que las
bandas fueron mutando, los pibes fueron creciendo y los estilos musicales
también.
El Bordo -sólo por citar
una de esas bandas- ha variado notablemente de su primer disco hasta el último,
y seguramente ya nadie lo pueda encasillar en el estilo por el cual saltó a la
fama. Ahora bien, ¿qué artista no cambió su estilo desde sus comienzos hasta su
final? Picasso fue Picasso, tanto en su Período Azul en 1901, como cuando
abraza al surrealismo en 1925. Charly fue Charly en Sui Generis, y también en
La Máquina de Hacer Pájaros.
El rock chabón puede que no esté latente como hace 7 años. Pero las
razones que les dio nacimiento, están ahí, al acecho para volver a flamear una
bandera, para desatar un pogo, para contar la historia de cualquier pibe del
conurbano, y es que, como dice el Pato Fontanet, cuando la canción canta verdades ni la censura ni el rencor la
han de callar.
Por Sebastián Bertelli y Nacho Saffarano
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