Medicar
es un acto médico. En cambio la medicalización alude a los factores políticos,
sociales y económicos que intervienen en la producción, distribución y venta de
las grandes industrias de conocimientos (y condicionamientos) de la ciencia
médica y farmacológica. Ciencia y Farmacia hegemónica que se prepondera en la
praxis. Medicalizar para someter al sujeto.
La medicina siempre ha ejercido un poder normalizador o de control
social – dividiendo los conceptos en salud y enfermedad, normal
y patológico – estableciendo un orden regular, que ha venido
incrementándose desde la modernidad con la conquista de un estatuto científico,
profesional y político.
La medicalización es
un término que se viene usando desde hace muchos años para demostrar los
efectos en la medicina desde la globalización de tratamientos y servicios de
salud del sistema capitalista. En este sistema lo único que importa es la
ganancia.
El monopolio médico-científico-técnico da lugar a
las formas y modelos de atención donde la única “salvación” es la biología como
determinante del proceso salud-enfermedad, trabajando sólo desde la parte
orgánica. Se conocen pero se desestiman los múltiples atravesamientos que
condicionan a la salud mas allá de lo orgánico, dañado o alterado.
De esta manera, se deja de lado una subjetividad
construida en la relación con el otro en el interior de una cultura, con sus
incidencias a causa del sistema social. Así se pone el acento en el sujeto como
responsable y único garante de su salud en vías del consumo de elementos para
garantizarla.
En el encierro hospitalario, paradójica y realmente, el
tratamiento no llega, ya que allí adentro se atenta contra la persona en
cuestión. Reducida a una historia clínica, a un número de ganancia para las
empresas farmacéuticas que dominan la cultura y concepción de la salud en
general, el negocio está en la enfermedad y no potenciando la prevención y el
tratamiento de salud.
Sólo unxs pocxs “libres” y dispuestxs, que por
tener recursos y un sostén afectivo con un andamiaje social para contribuir a
una vida sin expulsión, afrontan la difícil tarea de reinsertarse en una
sociedad expulsiva a la diferencia.
Desde estas instituciones se proponen una
linealidad estratificada, de acciones y posibilidades, y con ello se sigue
contribuyendo a una mirada acotada de la realidad, de la salud y sus
posibilidades, más allá de la enfermedad controlada y excluida.
El
síntoma y su atención, el fármaco y el sistema hegemónico de salud globalizado;
la ciencia psiquiátrica, las instituciones de encierro y el lucro de la
enfermedad desde las empresas farmacéuticas, realizaron el cóctel óptimo para
la patologización de la vida cotidiana, para definirla desde el manual diagnóstico
de enfermedades mentales (DCM)*.
El desarrollo de la psiquiatría en el control de la vida humana,
la medicina y la pastilla, fueron ganando culturalmente terreno en la sociedad
de consumo, que centralizado en una tríada de poder-saber-negocio, siguieron
contribuyendo a borrar los derechos humanos de las personas internadas en el
manicomio.
Sin poder por ahora dar vuelta el sistema en el
cual nos encontramos, las posibilidades actuales se dan en ampliar la mirada
desde lxs profesionales y el intercambio con otros saberes para garantizar un
derecho, y no seguir contribuyendo a un servicio y al lucro directo de los
fabricantes de fármacos, ciertos profesionales e incluso el Estado mismo.
Profesionales acríticos del engranaje que ocupan,
se acoplan, algunos sin saber a que contribuyen, a garantizar un buen
tratamiento o a generar con él una ganancia que atrasa toda posibilidad de
salud en sentido amplio.
Que pasa en los manicomios
Usted entra al manicomio, y entra por loco. Muchos
locos dentro del manicomio además, son extraídos de un seno social de
marginalidad y cargan sobre sí, muchas cuestiones no directamente relacionadas
con la salud, pero que repercuten tajantemente sobre ella.
Tanto la pobreza que se ve dentro de los
manicomios, como la que genera mucha “locura” en una sociedad armada para que
la gente produzca y consuma, hacen que el manicomio juegue con esa “locura” de
la sociedad enferma. Es así como la pobreza se naturaliza y no se ve como parte
o causante de muchos males mentales.
Una vez que usted entra, si no tienen un espacio
que aloje, fuera del manicomio,
contención, trabajo o formas para buscarse la vida en el exterior, las
posibilidades son pocas o escasas para no recaer en la pobreza y la locura de
la misma. Existen dos opciones: queda en situación de calle, o se queda
internado en el hospicio. Vale aclarar, que si elige la segunda opción,
continuará tomando medicación hasta que le consignan un nuevo espacio de vida o
muera en tantos años de cronificación institucional.
El fármaco en la vida diaria tapa los problemas, no los
solucionan. Sólo tranquilizan, atrasan, calman, pero no solucionan el problema
de raíz. Si el presupuesto, la infraestructura, los recursos humanos, las
miradas y mentalidades despiertas y abiertas, estarían y se entrelazarían, los
fármacos dentro de los manicomios no harían falta.
Hay muchas experiencias que suplantan a los
efectos del fármaco, como las herramientas artísticas, los trabajos grupales,
los espacios colectivos, el alojamiento con otras disciplinas para trabajar por
la mejoría de tal persona, terapias alternativas a las farmacológicas, los
acompañamientos terapéuticos, muchas formas de aplicar la psicología y el
psicoanálisis. Esas herramientas aportan desde sus especificidades, y se
potencian con la perspectiva y el hacer con otras.
La diferencia está en los efectos, sus tiempos y las
formas de sostenerlo. En la superficie se pone a rodar la tolerancia y al
acostumbramiento, la responsabilidad y la implicación, tanto de trabajadorxs
como personas allegadas a “lxs padecientes”.
En un contexto marginal y marginado como el manicomio, la nueva
Ley Nacional de Salud Mental, sancionada en 2010, centrada en los derechos humanos,
deja una base para generar el cambio. Estos espacios supuestamente
terapéuticos, tienen que comenzar a visibilizar a las personas como personas, y
con ello sus derechos humanos vulnerados.
Ante la
falta de recursos humanos, donde dos o tres enfermerxs, tienen que tratar y trabajar con 40 personas internadas
quedan acotadas las posibilidades para que el encierro garantice tranquilidad.
Entonces, la medicación compensa a las personas que piden otra forma de vida,
un tratamiento acorde, y una posibilidad de salud fuera de la cronificación
institucional.
Para desmanicomializar los manicomios, y las lógicas manicomiales
fuera de ellos, la medicina se tiene que centrar en trabajar en la salud y generar
espacios saludables. Es directamente trabajar por la emancipación, autonomía y
cambio de toda la estructura global que genera, de forma continua, las
posibilidades que garantizan lucrar con la enfermedad y no posibilitar la salud
de forma amplia y mutua.
Las
formas holísticas, naturales, integrales, interdisciplinarias, intersectoriales,
los tratamientos humanos, acordes a la necesidades de la persona que sufre,
para garantizar el derecho de salud/salud mental, son las causas que genera una
desmedicalización.
La desmanicomialización concreta será entonces un cambio de
mentalidad y praxis, para que las personas con “padecimientos mentales” sean
una excusa de inclusión para una superación colectiva en el reconocimiento y
trato con el otro, para una sociedad mejor en otra realidad sin lógicas
manicomiales.
* El DCM es un Manual
de Estadística y Diagnóstico de los Trastornos Mentales que utiliza la psiquiatría hegemónica para el tratamiento de enfermedades y
diagnosticar trastornos para aplicar la correspondiente medicación. Este
manual, está elaborado por empresas farmacéuticas que condicionan el ojo
científico para diagnosticar según lo que el mercado necesita
Juan Pablo Banfi en Desheredadxs de la Razón, y Colectivo de Arte, Comunicación y Salud en la Sala G
Excelente artículo, gracias!
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