Otro Viento invitó
a escribir una reflexión al abogado de la CORREPI, Ismael Jalil, para
materializar su visión a 3 años del asesinato de Mariano Ferreyra. Junto a María
del Carmen Verdú (CORREPI) y Claudia Ferrero (APEL), Ismael Jalil compartió
durante poco más de 8 meses y, en forma paralela a la querella de la familia de
Mariano Ferreyra en manos del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), la
representación de las querellas de Elsa Rodríguez, quien recibió un disparo en
la cabeza, se moviliza en silla de ruedas y tiene serias dificultades en el
habla, Nelson Aguirre y Ariel Pintos, heridos en la manifestación contra la
precarización laboral y los negociados a las espaldas de los trabajadores,
aquel fatídico e histórico 20 de octubre de 2010 donde Mariano Ferreyra fue a
ejercer un derecho y le pagaron con un balazo en el abdomen que le produjo la
muerte.
Si algo caracteriza
de modo unívoco al capitalismo, es la capacidad para naturalizar sus barbaries.
En la dinámica de
la lucha de clases, la tercerización laboral ha sido una de sus herramientas
predilectas: tasa de ganancia intacta para los empresarios y fraccionamiento de
la clase trabajadora. El Estado, un gerente de los primeros, un verdugo de los
segundos.
A Mariano Ferreyra
no le cabía el "es lo que hay", emblemática frase de los fracasados de toda laya. Había que levantarse
contra esa lógica de la resignación, dar batalla contra quienes pretendían el
disciplinamiento de la clase trabajadora a partir de la -relativamente- nueva y
sofisticada manera de acentuar la explotación.
Lo sabían los
empresarios de la Unión de Gestión Operativa Ferroviaria de Emergencia (UGOFE),
el trío de empresas que repartían el botín del Ferrocarril Roca en el servicio
de pasajeros, el servicio a la costa y el Belgrano Cargas; con sus astutos
directores, sus funcionarios venales, y sus sindicalistas burocratizados y
traidores.
Bienvenida al
Roca la triple alianza antiobrera.
Planearon entonces
el modo de terminar con los díscolos, esos rojos que nunca dejan en paz a los
compañeros que sólo tienen que ir de casa al trabajo y del trabajo a su casa,
esos zurdos que intentan a menudo desnudar la alienación e instalan entre los
trabajadores la idea de la lucha por sobre la conciliación de clases.
Planearon entonces
que la tercerización se trasladaría al "fuero criminal", con un
sencillo mecanismo: 1) Pedraza dirigiría a la patota compuesta por lúmpenes
barras bravas, pusilánimes y desclasados; 2) las empresas brindarían apoyo
material con licencias y coberturas laborales y 3) el Estado instruiría a su
policía para liberar zona y facilitar la movida de los muchachos de la Verde.
Atacan, matan y se van, fue la consigna no escrita.
La necesidad
de un hecho aleccionador que pusiera en caja a los indisciplinados, fue
compartida por las tres patas de la alianza.
El 20 de octubre de
2010, la Unión Ferroviaria prestaba el salón de actos para un evento al que
concurrirían funcionarios estatales y empresariales al tiempo que monitoreaba e
instruía a la patota. Ese mismo día, las empresas daban vía libre al Taller de
Escalada y el Estado instruía a su policía para dejar de filmar y ordenar a sus
casi 100 efectivos desplegados en Avellaneda, quedarse a 800 metros de donde
caería muerto Mariano pasado el mediodía.
El círculo cerraría
perfecto con la impunidad que podían consagrar posteriormente en los
Tribunales, tal como se hace en todo hecho represivo de los denominados
preventivos (por ejemplo gatillo fácil) o selectivo (el de la persecución o
muerte de los que denuncian, protestan, reclaman, organizados e
independientes). El gobierno saldría indemne, las empresas insospechadas y el
sindicato triunfante.
Pero un detalle se
les escapó: no sólo por la imprevista llegada al lugar de periodistas
independientes que filmaron lo que la policía quería ocultar, sino porque
despreciaron el día después.
Las calles
rebalsaron de voces indignadas. Se cortaron las vías del ferrocarril y se copó
Constitución, se atravesó la ciudad de Buenos Aires con el fuego en las
gargantas. Miles de Marianos jurándose no abandonar.
MARIANO hablaba
desde cuanta pared se levantaba en todo el país, MARIANO estaba en los centros
de estudiantes y en las comisiones internas de las fábricas, MARIANO lucía en
el pecho de todos los debates, su nuevo apellido fue PRESENTE en los actos de
las barriadas, MARIANO cobraba vida tras la movilización determinante de sus
compañeros.
Hoy no quedan dudas
que Pedraza y su banda llegaron presos al juicio por esa movilización. Ni que
la policía debió rendir cuentas por esa misma movilización. Que esa movilización
permitió que el juicio no llegara tarde. La movilización que superó cualquier
artilugio legal, cualquier pretensión de leguleyo con dobles apellidos. Que fue
ella, determinantemente ella, el motor de un proceso que pasará a la historia
como el crimen político que marcará una época.
Una movilización
que le dolió al gobierno de los derechos humanos, porque le corrió la máscara:
la bala que mató a Mariano lejos de rozar el corazón de cualquier exponente del
Estado, provino del corazón de su administración kirchnerista.
Sus cuadros
judiciales concedieron inteligentemente. Condenaron, es cierto, aunque con
penas que desilusionaron a quienes creyeron que la consigna era jurídica, pero
que no sorprendieron a quienes estuvimos ciertos en que la batalla era (sigue
siendo) política.
Tan
inteligentemente condenaron a individuos, que dejaron a salvo el sistema:
Pedraza era la foto que todos querían, pero con Pedraza solamente no alcanza.
Exigimos seguirla contra los otros socios del hombre de Perón en las vías. Hay
una triple alianza antiobrera que debe pagar íntegramente este crimen.
Han pasado tres años
desde que Mariano murió en las calles un día y revivió al siguiente, también en
las calles. Tres años en los que el proceso de acumulación capitalista que
expresa el gobierno K lo conducen a un inexorable blanqueo de su real
significación política: la conciliación de clases es decididamente una
barbaridad, de esas que el capital suele naturalizar a veces con sus voceros
directos y otras, con sus versiones terciarizadas disfrazadas de progresismo.
El crimen es
el último recurso que emplean ellos desde el Estado que, a veces, lo
terciariza. La movilización es el primer recurso nuestro, indelegable por
cierto. No es lo que hay, es lo que se hace.
MARIANO FERREYRA PRESENTE.
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