“Yo le debo esos dos goles a Inglaterra. Y el único
modo que tengo de agradecérselo es dejarlo en paz con sus cosas… Al menos yo
debo tener la honestidad de recordarlo para toda la vida. Yo conservo el deber
de la memoria”.
Me van a tener que disculpar - Eduardo Sacheri
“Responderle a un enfermo, porque Diego
lo está, es jugar con ventaja. Pero él habló de matar a un hijo y creo que él
viene matando hijos hace tiempo. No sólo a los que no reconoce sino también a
sus hijas, que se avergüenzan de las condiciones en que sale a hablar, donde no
se le entiende y demuestra que tiene menos neuronas, lo que consigue la
droga". Así se refería el periodista de espectáculos Luis Ventura tiempo
atrás en una de sus tantas apariciones diarias en la pantalla grande. Sin
pensarlo demasiado pareciera que estuviera hablando de un personaje ahogado en
la desidia. A quien insultaba era a
Diego Armando Maradona, aquel muchacho de Villa Fiorito, que con una zurda
inigualable y una porra morocha, unió a millones de argentinos en un
inmortalizado grito el 22 de junio de 1986 en el Mundial de fútbol disputado en
México.
Ventura es más que un pensamiento, más
que una simple expresión de un periodista, es la cara visible de una conciencia
social inmersa en un sector de la sociedad argentina y que pone en evidencia la
casi obligación de los sectores económicos más privilegiados de defenestrar
públicamente a quizá el ídolo deportivo más influyente que forjó la Argentina.
Para muchos, que Maradona sea una figura pública es suficiente pretexto para
tener el placer de hablar de su vida personal y opinar sobre cómo y cuándo
debía realizar las cosas “el 10”
en su vida privada.
El temperamento que ha tenido el ex
director técnico de la Selección Argentina para opinar ha sido una de las
cuestiones más criticadas desde su llegada a la fama mundial. Toda esa serie de
expresiones vulgares como los insultos utilizados por Diego -imposible no
recordar la tan mencionada frase “La tenes adentro” contra el periodista Juan
Carlos “Toti” Pasman-, no son más que caparazones que ha utilizado como forma
de vida desde sus raíces en la villa donde se crió y que seguirán formando
parte de él ante la fama y el reconocimiento semejante que genera en cada
rincón del mundo.
Pareciera
que para los propios argentinos, haberse vengado por una vez de los ingleses no
fue medicina suficiente para olvidar sus adicciones e insultos y dejarlo
descansar en el pedestal de la gloria, porque si hay algo que realmente
caracteriza a gran parte de la sociedad argentina, es la enfermiza necesidad de
crucificar al “otro”, pero no hacerlo porque se
lo haya ganado, sino que se hace porque al insultarlo, se insulta a todos
aquellos que se sienten reflejados en él, y que no pueden no glorificarlo,
porque les dio mucho más de lo que pidieron. Ese contexto llega al extremo de
que la farándula argentina infame más a un ídolo popular que a un asesino serial.
Por eso para muchos, Diego siempre será un “mal tipo”, pero también será un
vago del que nunca podrán escapar. La tragedia ajena motiva al alma del hombre,
lo entusiasma, pero la alegría ajena siempre es pasajera y muchas veces provoca
envidia, por eso los mezquinos prefieren ver al Diego con su adicción en el
mundial de Estados Unidos ’94, antes que al pequeño soldado que tumbaba a
cuanto ingles se le acercaba. Más extraño resulta esto al pensar que sus goles
fueron para alegrar a otros, y sus adicciones y tristezas fueron para
destruirse a él mismo. Entonces, ¿por qué insultar a un hombre que dio mucho y
perdió otro tanto?
No es cuestión de colocar a Maradona como
una figura utópica, ni confundirlo con una especie de santo papal o guerrero
colonial, pero tampoco es necesario sentarse a opinar sobre la tan vaga y sucia
vida de un tipo que hizo emocionar y llorar de alegría al mundo entero. Fue por
escasos segundos, pero ese “negro de mierda”, y ese mismo “gordo falopero”, fue
quien se levantó de su cama, se calzó sus viejos zapatos y camino hasta México
para dejar en el camino a Glenn Hoddle, Peter Reid, Kenny Sansom, Terry
Butcher, Terry Fenwick y al arquero Peter Shilton, y así convertir el “gol del
siglo”, mirar al cielo y recordar a ellos: los caídos, víctimas de una guerra
fantasma. Por eso y para siempre, como “mal tipo”, Diego será único en su especie.
Él mismo lo avisó: “yo soy blanco o negro, gris no
voy a ser en mi vida".
Texto: Carlos M. López
Texto: Carlos M. López
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