Dramaturgo.
Autor de obras como “Chau misterix” “El niño Argentino” y “Salomé de Chacra”.
Co- creador y responsable de la carrera de Dramaturgia en la Escuela
Metropolitana de Arte Dramático (EMAD) Mauricio Kartún recibió a Otro Viento en
su casa, con la humildad de los grandes…
¿Cómo fue el primer acercamiento al teatro y
a la escritura?
Hay un
camino siempre inevitable que es la lectura. Un escritor es en principio un
lector degenerado, un lector que pierde su género, su condición y pasa del otro
lado. Que de pronto descubre que su disfrute de estado pasivo se convierte en
un disfrute en estado activo, es decir que eso que te pasa como lector, que
estas conmovido, atrapado, en un tiempo fuera del tiempo, con la sensación que
hay un material que trasciende dentro tuyo; se invierte en el proceso de
escritura. Todos los que leemos mucho, en algún momento hacemos la prueba, que
es un acto íntimo, privado, y por lo tanto siempre más desinhibido.
Al teatro llegue por dos caminos
complementarios, uno como espectador, mis viejos eran muy teatreros. Empecé a
escribir narrativa, y luego por razones de deriva natural hice un curso de
dramaturgia, empecé a escribir teatro y lo que descubrí es que era un universo
mucho más conmovedor en términos sociales, entre otras cosas, porque no se
puede hacer solo. Por entonces corrían los años 70 y la Argentina estaba en un
proceso de politización muy poderosa en su juventud y de aquel hermetismo
solitario de escribir narrativa a pasar a un grupo, un grupo que hacia teatro político y ese teatro
se representaba inmediatamente, era casi como encontrar milagrosamente el
estado de felicidad a partir de la lapicera y el papel.
¿Qué te llevó a dirigir?
Dos factores
complementarios, en los 90 colaboré con la dramaturgia de algunos grupos que
hacían lo que uno podía llamar una dramaturgia del actor, creación colectiva.
Cada vez que trabajaba en estas experiencias sentía que estaba mucho mas
implicado que cuando llevaba una obra y la dejaba, porque la relación con los
actores era mucho más carnal. La otra razón es una más personal, tuvo que ver
con el gusto, con el placer de descubrir que la profesión sola no alcanza, que si no te lleva a un
acto de disfrute siempre se vuelve mecánica. Empecé
a sentir que mi escritura se estaba mecanizando, que estaba escribiendo un
teatro que ya no tenia que ser solamente el que yo quería sino que de alguna
manera estaba condenado a tener que gustarle a los directores. Cuando lo
descubrí me di cuenta que si seguía me iba a aburrir, entonces el deslinde era
“dejo de escribir o encuentro otra manera de vincularme con el teatro” y la
otra manera fue dirigir. No me considero un director, sigo insistiendo en que
existe una categoría diferente que es el autor que dirige, no es necesariamente
un director, un tipo que tiene un gran conocimiento de la resolución de lo
escénico sino que trabaja sobre las problemáticas que le plantea su propio
texto.
Admiro mucho
el oficio del actor, entendiéndolo como aquello que el tiempo y la práctica
instalan en el cuerpo de alguien que repite larga y sucesivamente una acción.
Esa solvencia que le da esa capacidad de resolver es absolutamente maravillosa.
En
teatro, el oficio es imprescindible. Cuando consiguen crear sentido, el resultado es milagroso.
El
espectador en algún lugar de su conciencia tiene claro que eso que está
viendo es algo único y cargado de peligro.
Trabajaste como actor…
Vos lo
dijiste: trabajé, que no es lo mismo que serlo. Tiene que ver con el oficio.
Hay algo que se desnaturaliza del concepto del oficio. Quién actúa no es
necesariamente un actor. Actor es aquel que ha pasado al cuerpo esa solvencia y
es ahora su cuerpo el que responde, que ha pasado la experiencia y es
ahora ella a través del cuerpo la que acciona. Hice de actor por razones viles.
En principio fue la única manera que encontré para asistir a un curso de teatro
con un tipo que admiraba muchísimo, Augusto Boal. Yo sólo quería escucharlo,
aprender su teoría. En la tercera clase Augusto dijo vamos a ver quién quiere
pasar, entonces empecé lentamente a caminar para atrás, el cagazo era: me va a
elegir, y yo me voy a morir en este mismo momento, le voy a tener que decir:
“es un malentendido, estoy acá pero no voy a actuar nunca en mi vida” Y tuve en
ese momento una especie de curiosa iluminación, me dije “siento que tengo que
escapar para adelante” Y mientras lo pensaba, en estado de resignación comencé
a levantar la mano derecha y pasé.
¿Y qué tal la experiencia?
Tremenda y
apasionante. Nunca llegué a sentirme actor pero pude usar el rol para acercarme
a otras cosas: la dramaturgia y la dirección.
La segunda
parte de mi relación con la actuación, golpe militar, llegó la dictadura, tenía
un espectáculo montado, trabajaba en una cátedra de historia nacional y
popular, colaboraba con Pino Solanas en el guión de su película Los hijos de
Fierro y todo eso con el golpe se desmoronó. Necesitaba sobrevivir. Durante
esos años hubo una extraordinaria red solidaria en la argentina, implícita,
silenciosa, pero de acero, darle la mano al compañero. Así conseguí trabajo en
algunas películas. Tenía amigos en SICA, el sindicato cinematográfico, que me
empezaron a recomendar para pequeños papeles. Con los años, al regreso de la
democracia, apenas volví a estrenar como autor no actué más.
¿Cómo ves a la cultura actualmente?
Me parece que
después de muchos años de ninguneo al pensamiento político empiezan a aparecer
generaciones completas en las cuales lo ideológico se constituye como un motor
y un contexto. Empiezo a ver que a la manera de aquello que había empezado a
los 70 y que abortó con el golpe militar, que el pensamiento sobre la realidad,
está implícito en el pensamiento creador, cuando esas dos cosas se unen y crean
una sola se redondea el círculo virtuoso y el arte toma su verdadera voluntad
de pensamiento, abandona un estadío de mero entretenimiento e ingresa en la
zona trascendente que es el
arte como portador de pensamiento y por lo tanto como portador de cambio.
Ante la vieja pregunta en relación a si el arte puede cambiar el mundo o no,
suelo ser siempre muy entusiasta y muy enfático en relación a que
definitivamente sí, de manera clara y visible.
El arte cambia al mundo, lo que sucede es que nuestra ansiedad es tan
grande que nos lleva a pensar que haciendo cinco obras de teatro vamos a
transformar la sociedad en la que vivimos, siendo que el arte cambia el mundo
pero por gotas. Y que el mundo es un mar. Lo que puede crear cada artista en
toda su vida entra en un vaso. Para que el mundo cambie se necesitan tantos
artistas como los necesarios para cambiarle el color a semejante volumen de
agua. Es un cambio mínimo y muy gradual, pero por supuesto que cambia. Ha
sido siempre el campo en el que los pueblos expresan su realidad y la
transmiten. Mi entusiasmo tiene que ver con la esperanza.
Con respecto a la Escuela Metropolitana de
Arte Dramático y la situación política, ¿alguna reflexión?
Ha tenido
una extraordinaria virtud, ha conseguido un estado de autonomía que la ha
liberado del mayor peso, no del todo pero al menos del mayor, que sobre ella
podrían producir las sucesivas gestiones políticas. No puedo dejar de mirarla como una especie de oasis, donde
en el marco de las gestiones más conflictivas ha encontrado la posibilidad de
cercarse y crear un ecosistema, artístico, ideológico, ético, estético que es
de alguna manera lo que le permitió resistir los embates. La
formación es de excelencia, es de las más sólidas. Los actores que salen de la
EMAD con muy buena formación, con experiencia y mucho conocimiento
complementario. Frente al resultado no hay objeción.
Me
gusta mucho que en la vida las cosas se confundan, que mi tarea de dramaturgo se confunda con
la de director y con la de maestro, que mi trabajo de director se confunda con
mi pasión con los objetos viejos. Cuando
uno entra en este estado de confusión la vida se vuelve un guiso más saludable,
la sensación es que todo el día estas metido en las cosas que te gustan.
“El que trabaja de lo que ama cumple el sueño de vivir sin trabajar” y yo desde
hace muchos años vivo en este estado ideal, utópico donde a todo lo que hago lo
disfruto, y nunca me doy cuenta cuando estoy dejando una cosa por otra porque
todo forma parte justamente de ese mismo guiso.
Por Melanie Timpanaro
Por Melanie Timpanaro
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