Voces que estallan muros es una publicación realizada por Deseredadxs
de la Razón, que recopila relatos y fragmentos del sentipensar de sus
militantes en torno a la desmanicomialización.
Para este grupo de trabajadorxs
por la salud mental, la lucha por la desmanicomialización es “(...)la lucha por la transformación de las
lógicas que nos oprimen; porque la voz y el deseo de cada unx tenga valor y se
respeten; porque el manicomio y las institución de encierro dejen de existir;
por condiciones dignas de vida; por hacernos y hacer visible lo que nos
enloquece de la sociedad en la que vivimos; por construir respuestas colectivas
que nos empoderen y generen condiciones de libertad”.
Para conseguir la
publicación y para conocer más sobre la lucha por la desmanicomialización podes
acercarte este sábado 24 de junio, a partir de las 16 hs, a Casa Enredadera (Calle 10 n°1520 e/63 y 64).
A continuación,
compartimos uno de los relatos de la publicación.
La casa se reserva el derecho de
admisión…
…dijo la dueña y me
cortó el teléfono. Esa pensión era la que a Diego le habían recomendado y
habíamos estado esperando el cobro de su plata para poder pagarla y finalmente
tenga su lugar. Cambio de planes entonces. Salí de trabajar y me fui directo a
una pensión que quedaba cerca para buscar otra opción, nos pusimos a charlar y
entre las cosas que me preguntó fue “de qué trabaja”, tiene una pensión le
respondí yo, queriendo asegurarle que el monto lo iba a poder pagar con
seguridad, pero lo que el viejo quería averiguar era el perfil de Diego.
(Diego tiene 42 años, de los cuales la mayoría los transitó en distintas
instituciones de encierro. Veintidós años fueron los que sobrevivió en el
manicomio de Melchor Romero, hoy transita una externación llena de palos en la
rueda)
No satisfecho con la respuesta me
pregunta “pero que hace él” y ahí nomás me vi sumergida nuevamente a convencer
a otro dueño que le dé una oportunidad, que lo conozca, que no lo excluya una
vez más y que lo acepte aunque sea un mes de prueba. Hasta me vi asegurando que
Diego no les iba a generar problemas sin tener la más pálida idea de cómo él se
iba a adaptar a esta nueva vida fuera del hospital, fuera de su círculo
siniestro y manicomial pero conocido al fin. No sabía si se iba a poder manejar
en un mundo donde él sigue siendo el raro, donde el común de la gente camina
creyéndose normal, a salvo no se bien de qué, transita indiferente y hasta casi
segura de que cualquier sufrimiento o desliz mental está a km de ellos. Me fui
sin respuesta y preguntándome si Diego no salía de un manicomio para meterse en
otro, si su externación no se trataba de un simple canje de una forma de
exclusión por otra.
Me encontré con él, le pregunté cómo estaba y me dijo que agradecido de
no haber ido al pedo a la pensión porque sabía cómo iba a reaccionar si se lo
decían en la cara. En ese momento quise explicarle lo injusto que era todo y lo
costoso que era desarmar los prejuicios de la gente pero que le iba a explicar
si toda su vida se había tratado de eso. Me miró a los ojos, sonrió y me dijo
“cami yo ya lo sé”, en todo este tiempo me hice amigo de la indiferencia del
resto.
Se prendió un pucho y le pregunté sobre los números de pensión que ya
habían buscado, enseguida entre chiste y chiste, nos pusimos a jugar a los
operadores, él me dictaba los números y yo con vos de secretaría preguntaba por
habitaciones libres. Charlamos un poco, repasamos cómo viene su semana, que el
taller de plástica, que renovar el permiso para poder dormir en el albergue un
tiempo más, que terminar la escuela y otra vez los días se llenaron de tareas.
La paciencia fue nombrada la mayor cantidad de veces posible, sus dedos
amarillos por el pucho guardaban entre su ordenado papelerío, los teléfonos de
las pensiones por volver a llamar, mientras acordábamos el encuentro al día
siguiente.
Del otro lado de la pecera estaban ustedes, entre grietas burocráticas,
barreras manicomiales y estrategias de nu
nca acabar para poder concretar los
talleres que una vez nos hicieron conocer a Diego.
Me fui a mi casa con el culo lleno de preguntas. Las sensaciones iban
como una pelota de ping pong que rebotaba entre la incertidumbre de cómo mierda
se va a solucionar lo habitacional, la impotencia frente a la exclusión de
todas sus formas, colores y sabores, y con la seguridad de que Diego va poder y
tiene con qué darle a la vida, queriendo creer que va a tener aguante.
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