En la actualidad nos aturden diariamente desde los medios de
comunicación con las distinas posturas en torno a la tan deseada pero vapuleada
libertad de expresión. Precisamente esto último es lo que cada día se
puede afirmar con mayor énfasis, ya que en varias regiones del mundo la
libertad que deberían tener los periodistas para desarrollar su trabajo
simplemente no existe, mientras que en otras partes del globo, está muy lejos
de ser censurada. Cuatro casos que permiten demostrar esto, es la realidad del
periodismo en la Argentina, Brasil, Siria y México.
La actual disputa por la vigencia de la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual en la Argentina, sancionada el pasado 29 de octubre
por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, es una clara demostración de que
el ejercicio del periodismo, íntimamente relacionado a la libertad de expresión
-considerada la madre de las libertades-, lejos está de ponerse en un alto
riesgo en el país, ya que en otras naciones con conflictos bélicos o
situaciones sociales igualmente complejas, los periodistas se han vuelto un objetivo de guerra.
En países como Siria o Brasil, se registran las mayores
cifras de periodistas asesinados y secuestrados durante el último año. Según el
Informe Anual 2013 de la organización Reporteros Sin Fronteras, el año pasado
75 periodistas profesionales y 37 periodistas ciudadanos -entendidos como los
ciudadanos que recogen, analizan y difunden información de forma
independiente- fueron asesinados. Mientras que otros 178 han terminado
en prisión, unos 87 fueron secuestrados y unos 2.160 han sido amenazados o
agredidos físicamente mientras trabajaban.
Brasil sufrió la muerte de cinco periodistas en el último
año, desplazando a México como el país con más ataques a la prensa. MafaldoBezerraGoes,
Rodrigo Neto de Faria, WalgneyAssis Carvalho, José Roberto Ornelas de Lemos y
CláudioMoleiro de Souza fueron las víctimas que el país vecino registró, y que
en parte, tuvieron que ver con la serie de conflictos sociales que atravesó el
país gobernado por DilmaRousseff,denominados la “primavera brasileña”, cuando
miles de personas reclamaron contra los aumentos de impuestos en varias
ciudades. En ese caso, los periodistas agredidos fueron principalmente blancos
de la policía militar, que haciendo honor a la historia de los sistemas de
seguridad de Brasil, no dejó enemigo librado al azar.
Pero esto no es todo lo preocupante del país brasileño. En
julio pasado, el periodista José Cristian Góes, fue condenado a siete meses de
cárcel por publicar una crónica en su blog titulada “Yo, el coronel en mí”, un
texto que trata sobre los vicios de los militares brasileños y los gobiernos
clientelistas de las oligarquías locales. Este hecho no es menor, ni debería
ser pasado por alto por los grandes medios de comunicación del mundo. Se trata
de un caso de extrema censura y complicidad judicial y política, con una
condena a prisión efectiva, en un país que a mitad de año estará realizando un
mundial de fútbol, uno de los eventos deportivos más difundidos por el mundo, y
en donde seguramente, las autoridades intentarán mostrar la apertura de Brasil
para con el planeta. Apertura que los propios informadores
sociales y no hegemónicos, no puede gozar.
La situación de Siria es aún más grave. Tal como lo denuncia
el informe de Reporteros Sin Fronteras, “a finales de año, al menos diez
periodistas habían sido asesinados, y más de medio centenar de informadores,
extranjeros y sirios, estaban detenidos, secuestrados o desaparecidos”. La
realidad siria se ha vuelto tan compleja que ninguna de las muertes pudo ser
comprobada para determinar si realmente ocurrieron en el ejercicio de la
profesión. Conseguir información veraz en el país de Medio Oriente se ha vuelto
una trágica aventura sin precedentes, ya sea por ataques de los grupos aliados
al régimen o de los opositores.
Otra de las amenazas que sufre el periodismo en ese país, es
obra del Presidente, Bashar al-Asad, quien introdujo una legislación
antiterrorista aprobada para condenar a los opositores y a quienes publiquen
actos terroristas. Por esta razón, el nivel de censura no solo afecta a
periodistas. Tal como lo confirmó el grupo de activistas Telecomix, el gobierno
de Asad lleva adelante un sistema de espionaje con el apoyo de 34 servidores de
la empresa estadounidense Blue Coat, que permite analizar las actividades de
los internautas sirios, censurar sus web, interceptar sus correos electrónicos
y controlar los lugares por los que circulan.
Un capítulo aparte se merece la realidad mexicana. Si bien
Brasil ha desplazado al país del norte en el riesgo que afrontan los
comunicadores, el pasado 11 de febrero fue hallado sin vida el periodista
Gregorio “Goyo” Jiménez, quien trabajaba para el diario Liberal del Sur. Jiménez
había sido secuestrado el 5 de febrero en Coatzacoalcos, Veracruz. Por el caso,
se encuentran detenidas cuatro personas que declararon haber sido contratadas
por una vecina del propio periodista, identificada como Teresa de Jesús
Hernández Cruz, para secuestrar y asesinar al reportero. Aún no existen
indicios de si se trata de una nueva víctima del crimen organizado en complicidad
con el Estado mexicano o de un caso aislado.
Sin embargo, lo interesante es analizar el rol que los diarios de México le han
dado al tema luego de la lamentable noticia. Como era de esperar, El Liberal
del Sur ocupó gran parte de su portada con “Goyo”, pero esta no fue la naturalidad
con la que abordaron la temáticaal día siguiente el resto de los medios
gráficos más importantes del país. El Diario Xalapa le dedicó apenas un título
a dos líneas en la parte inferior de la tapa; La Prensa prefirió situar como
nota central al presidente, Enrique Peña Nieto, posando con la Copa del Mundo
de la FIFA; El Universal y Reforma, solo le dedicaron un pequeño apartado en la
parte inferior derecha, y Reporte Indigo, ni siquiera publicó la información en
la portada.
Esta cobertura reducida por parte de los principales medios
gráficos de México demuestra no solo la falta de compromiso con la propia
profesión de parte de las empresas periodísticas, sino también que pone en
relieve cómo la persecución a la prensa en algunos distritos de México se ha
convertido en una práctica natural.
La falta de información veraz y el silencio ante actos delictivos
contra periodistas, es la forma de acción que utilizan los grandes monopolios
mediáticos con los casos de asesinatos que ocurren en Siria, China, México y
Brasil, entre otros países. ¿Cuántos ciudadanos saben o están informados sobre
las recientes muertes de periodistas en Brasil? ¿Cuánto le cuentan a la
sociedad los medios de comunicación más influyentes, como la televisión, sobre
la utilización de los aparatos del Estado para el espionaje y la manipulación
de la información?
Seguramente haya que
investigar mucho para poder reformular estos interrogantes, pero de la misma
manera, la realidad deja en claro cuánto se oculta y cuánto se exacerba.
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