“De cerca Nadie es
Normal” Caetano Veloso
Es común que la
palabra locura tenga definición. Es común que las actitudes normales sean
entendibles para todxs. Es fácil de entender y descifrar cuando una actitud (en
nuestra sociedad) supera el límite de lo normal, y se convierte en anormal. Pero
la pregunta es: ¿Estamos todxs seguros de éstos conceptos? Tal vez estas
palabras y las definiciones que por detrás se esconden también son propias de
una cultura, o de varias. Es necesario entonces adentrarse en la historia de éstos
conceptos, ya que viven con nosotros en el día a día y sobretodo en la calle,
en donde muchas veces creemos estar rodeados por “locxs”, pero muchas otras
veces creemos que los “locxs” somos nosotrxs.
La historia del “Anormal”
Para empezar a desentrañar ciertas palabras, es necesario
volver a los siglos pasados y encontrar las cualidades por la cual una persona
cumplía los requisitos de la normalidad y otra no. Anteriormente, en la Edad
Media las enfermedades y pestes contaminaban cientos de países, y desataban el
caos entre la gente que no encontraba refugio por las ciudades para evitar
infecciones y morir en la calle, como las ratas que infectaban esas mismas
ciudades. Ya lo relataba Camus en “La Peste” cuando las ciudades y pueblos
pasaban de ser de los humanos, a ser de las ratas.
Lamentablemente, a diferencia de la historia de Camus, las
sociedades europeas no eran tan complacientes con sus enfermxs. Los hospitales
no daban abasto a la gran cantidad de gente que se contagiaba, y estar en
presencia de un enfermx, era similar a encontrarse con “un enviadx del Diablo”.
Lxs mismxs artistas del Siglo XV supieron retratar con gran docilidad lo que
las pestes generaban. La clara
desigualdad de la época, y la necesidad de diferenciarse del enfermx llevaba a
la gente a creer cualquier cosa, y así surgían formas de llamar a quien se
encontraba en el camino de la muerte. Éstos eran los anormales.
No es raro que éste concepto siguiese desarrollándose a lo
largo de los años. En la misma Europa, la anormalidad comenzó a ser a asociada
a la magia negra y los demonios. Se creía que “los anormales” eran los castigos
de Dios ante los pecados del hombre, y esta teoría se encontraba respaldada por
la Iglesia. Es en este punto donde una
institución empieza a involucrarse con la relación entre lo normal y lo
anormal, y es así como determina los primeros parámetros para identificar los
comportamientos correctos y los incorrectos. Ya pasadas las pestes y las guerras, la
palabra anormal tenía una definición concreta, elaborada en base a los pecados
del hombre.
Poco a poco empezaron a aparecer los métodos para alejarse
de las personas con comportamientos poco deseables. El confinamiento es la mejor
solución para poder apartar de la sociedad normal a quienes puedan llegar a
infectarla. Pero “la razón” también entra en juego, y es en el Siglo XVII,
cuando se empieza a adentrar en el sujeto anormal y en la causa de sus
comportamientos no deseados. La razón define su opuesto: “la locura”, y el método para combatirla es el encierro.
Quienes se salvaban de estas imperfecciones podían tener el
atrevimiento de llamarse normales, siempre y cuando supiesen respetar las leyes
de la Iglesia y las leyes sociales. Además, debían mantenerse alejadxs de las
personas que fuesen anormales, ya que la convivencia con unx de ellxs era
desprestigiada fuertemente.
También los genes familiares podían determinar si un niñx
era normal o anormal desde su nacimiento, sólo era necesario establecer un
parámetro en el comportamiento de sus padres o sus familiares. Cabe aquí la
pregunta, ¿es la normalidad definida por su opuesto? Sería necesario encontrar en la vida
cotidiana de hoy en día cuáles son los comportamientos que definen lo anormal.
En la calle creemos
ser “Normales”
En cualquier momento del día, en el trabajo,
en la calle, o cuando vamos a comprar verduras, suponemos que tenemos actitudes
normales. Es indudable que las tenemos, casi nunca nos cuestionamos y nos
preguntamos dos veces antes de salir de la casa cuáles serán nuestras
actitudes. Asumimos que las relaciones que tengamos durante todo un día serán
de lo más normales posibles. Pero en ciertas ocasiones la calle nos demuestra
lo contrario.
Una persona que va cantando a los gritos en el micro, otra que
habla sola mientras cruza la calle, otra que baila sin parar en la vereda al
ritmo de absolutamente nada, son escenas que ocasionalmente vemos y nos generan
un asombro magnífico. No podemos más que en un primer segundo llegar a la
primera conclusión “estx está locx”.
Luego tal vez crucemos por al lado fingiendo que no lx vemos,
pero siempre se encuentra la posibilidad de una casual interacción. Tal vez en ese momento tengamos la capacidad
de reírnos con el otrx, o tal vez huyamos rápido de la secuencia, pero sin lugar
a dudas todos tenemos al menos una mínima sensación de miedo. ¿Por qué ese
miedo? Seguramente sea a que el otro tenga una actitud violenta, o nos
coloque en una situación difícil, pero todas esas son ideas que se gestan
dentro de nuestras mentes, y evidencian una influencia muy fuerte de la
definición que entendemos por la anormalidad.
Es claro que la trayectoria del concepto de anormalidad se
encuentra instaurada en nuestra sociedad, y se puede ver en la necesidad de
crear una barrera sobre quién nos dicen qué es diferente. Hoy en día esas personas se encuentran estigmatizadas por no tener los
comportamientos normales que acepta la sociedad, y no todos entendemos cuáles deben ser los comportamientos normales de
la sociedad, sólo sabemos los que debemos evitar.
Esto no sucede de forma lineal. A pesar de creernos
normales, muchas conductas por las cuales dudaríamos de la cordura del otrx,
las poseemos nosotrxs mismos y las ejecutamos en otros ambientes. No resultaría
tan raro si la persona que viene cantando en el micro se encuentre yendo a ver
a su equipo de fútbol. No sería raro que la persona que esté hablando sola
tenga un auricular que lo conecta con un celular. No sería raro que la persona
que está bailando en la calle se encuentre en medio de un carnaval. Es aquí
donde las conductas toman otra definición y parecen estar enmarcadas en ciertas
situaciones sociales, en la cual sí pueden ser aceptadas.
Esto parece indicar que las conductas que referimos como “anormales”
no llevan ese nombre en todo momento, sino que son marcadas por un contexto
social y un colectivo que los rodea. Será el prójimo dentro de ese colectivo
quien defina la conducta del otro, y será la cultura sin lugar a dudas la
determinante en este proceso.
Nadie puede darnos la certeza de que nuestras actitudes sean
normales. Sólo estamos avalados por una sociedad y las leyes que a ésta la
rigen. Sería indicado preguntarnos por
la normalidad de la sociedad. Seria indicado preguntarnos en el día a día por
nuestras actitudes. Llegar al punto de saber si estas son normales y hasta
indagar también en el bienestar que nos generan. Porque al final, tal vez eso
sea lo más importante.
No determinar una actitud por ser correcta o incorrecta,
sino pensar en los actos que nos definan como las personas que buscamos ser. Es
en la sociedad donde edificamos nuestros objetivos, pero es necesario dudar de
los objetivos que nos instaura la sociedad. Tal vez en el futuro harán estudios
de nuestra sociedad, y determinen que nuestras maneras de vivir de hoy en día
hayan sido anormales.
Por Andrés Augusto
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