¡SEAMOS MILES!
El 12 de diciembre de 2013, Inocencio
Cortez, José Rosales y Hugo González -trabajadores petroleros de la localidad
de Las Heras (Santa Cruz)- fueron condenados a prisión perpetua por un crimen
que no cometieron. Precisamente, ellos fueron víctimas de una causa inventada
por la policía santacruceña en complicidad con el poder Judicial y Ejecutivo
provincial.
Sin embargo, ellos no fueron los
únicos sentenciados en esta causa. A Pablo Mansilla, Carlos Mansilla, Daniel
Aguilar, Néstor Aguilar y Rubén Bach también los condenaron a cinco años de
prisión por el delito de coacción agravada. Asimismo, Darío Catrihuala también
recibió cinco años de la misma pena, pero como partícipe necesario en el delito
de lesiones graves.
Ante semejante atropello a la clase
trabajadora, sus gritos de justicia se multiplicaron por miles y hoy
organizaciones sociales, partidos políticos, personalidades y trabajadores de
gran parte del país y el mundo reclaman su inmediata absolución en el contexto
de una campaña que busca visibilizar esta injusticia ante la omisión de los
medios de comunicación hegemónicos. Puesto que, sólo la lucha y movilización popular
harán torcer el brazo del poder.
Esta historia
tiene su génesis allá por el año 2006. Época en la que el país era presidido
por Néstor Kirchner, quien justamente se jactaba de sostener una posición
pacífica y no represiva ante la protesta social. En el transcurso de ese año,
los trabajadores petroleros de Las Heras comenzaron a luchar por condiciones
laborales dignas.
Principalmente, sus reclamos eran: el
encuadramiento en el convenio de petroleros de los trabajadores registrados
bajo el acuerdo del gremio de la construcción (UOCRA) empleados en los
yacimientos, por una razón muy simple: hacían el mismo trabajo pero cobraban
menos; y el aumento del mínimo no imponible en el impuesto a las ganancias. Un impuesto que es manifiestamente
injusto y desigual, ya que los sueldos de la clase trabajadora no son “ganancias”, sino la retribución que paga la
patronal por utilizar y apropiarse de la fuerza de trabajo de sus empleados.
Éste reclamo
había sido realizado un año antes por medio de un paro. Ante esta situación, la Comisión Directiva
del Sindicato del Petróleo y el Gas prometió ocuparse del tema, logrando con
ello que los trabajadores vuelvan a ocupar sus puestos de trabajo. Sin
perjuicio de ello, no se obtuvieron los resultados esperados, y es así que a
fines de enero de 2006, la situación volvió a repetirse y el obsecuente
Sindicato no brindó el apoyo que esperaban los trabajadores, resolviendo los
mismos desarrollar desde entonces distintas medidas de lucha, cortando
principalmente las rutas provinciales 16, 18 y 43.
En palabras del vocero
de los trabajadores, Mario Navarro, que el gremio los haya ignorado se debió a “negocios preexistentes que tenían con el poder político y
las operadoras, digamos las generadoras de empleo”. Es por ello que el 6 de febrero de ese año, y luego de varios días de
huelgas, asambleas y piquetes, la justicia local -por intermedio del juez
subrogante Sergio Gargaglione- ordenó la detención de Mario Navarro por
considerarlo uno de los “cabecillas” de los cortes de ruta.
Navarro fue
detenido entonces en las instalaciones de la radio “La Soberanía ”- única FM local- y de allí trasladado a la comisaría. Pero al instante,
cuando el pueblo se enteró, una gran cantidad personas se aglutinó frente a la
dependencia policial a reclamar por su libertad. La multitud no estaba compuesta
solamente por petroleros; muchos vecinos además de familiares se acercaron al
lugar, temiendo que Navarro sea sólo el primero de muchos más presos por
luchar.
Dos concejales intercedieron en ese momento ante el
Comisario Iñigo exigiendo que se excarcele a Navarro, pero sólo recibieron
amenazas de agresión. A partir de allí, se desató una fuerte represión por parte
de la policía santacruceña. Frente a ello, los manifestantes embistieron a los
uniformados. Éste lamentable enfrentamiento, terminó con alrededor de 30
heridos y un muerto: el Suboficial Jorge Sayago.
ACÁ HAY GATO ENCERRADO
Muchas fueron las hipótesis que surgieron en torno a su
muerte, pero lo cierto es que aunque la propia cúpula policial y el gobierno
provincial acusen a los manifestantes, estos nada hicieron para evitar la caída
del suboficial. Por el contrario, se guardaron en sus oficinas muy tranquilos
y, saboreando la próxima donación de las empresas petroleras, esperaron a que
el conflicto finalice para luego responsabilizar a los más débiles, los
trabajadores. Sino, no se explica por
qué en vez de trasladar al policía malherido al hospital de Las Heras, lo
llevaron por tierra al hospital de Comodoro Rivadavia, muriendo éste durante el
traslado en la ambulancia.
El lugar de los hechos, quedó sin ser perimetrado,
permitiendo así que se alteren las evidencias, sobre todo ocultando la
utilización por parte de la policía de balas de plomo. Testigos presenciales
afirman que la policía disparó con plomo y que luego de la refriega, oficiales
salieron a levantar las vainas servidas. La actuación policial cierra
perfectamente si se analizan en perspectiva política los hechos hasta allí
ocurridos. Al parecer, la muerte de Sayago le vino como anillo al dedo a la
clase dirigente y las petroleras. De esta manera quedó relegado el conflicto
salarial, ahora había un policía muerto.
Sobre esto, Ramón Amaya -abogado de
Mario Navarro- explica: “El policía Sayago es un muerto que le conviene al statu
quo. Se elimina el reclamo, se cambia el foco de discusión. A nivel nacional
aparece un policía muerto por piqueteros. Desde el punto de vista de lo lógico
y lo macabro es perfectísimo”.
Otra vez la complicidad de los medios de
comunicación masivos estuvo a la orden del día, puesto que se encargaron de
desviar el foco de atención de los sucesos, reproduciendo un mensaje
completamente desfasado de la realidad. Un claro ejemplo de ello fue el diario
Clarín que, el día siguiente al fallecimiento, tituló en tapa: “Violento reclamo salarial: un muerto”.
Luego de 7 años de investigación, el juicio oral comenzó
en el mes de junio de 2013, con 12 personas sentadas en el banquillo de los
acusados. Durante el debate oral no apareció ninguna prueba capaz de demostrar
la responsabilidad de los trabajadores en el asesinato de Sayago. Por el
contrario, lo único que en verdad se
pudo probar fueron las ilegalidades cometidas durante la investigación,
quedaron al descubierto la enorme cantidad de delitos cometidos por parte de la
policía provincial, que actuó en manifiesta connivencia con el Poder Judicial.
Ejemplo de ello fueron las declaraciones testimoniales
arrancadas mediante amenazas, golpes y distintos tipos de tortura, a fin de
recolectar elementos para perseguir penalmente a los trabajadores imputados. Así
es que en ocasión de declarar frente al Tribunal, Graciela Valencia -cuñada de
uno de los petroleros (González)- confesó, entre lágrimas, que declaró bajo
amenazas y golpes propiciados por la
Jueza de Instrucción Graciela Ruata de Leone. “Sinceramente tuve que mentir y arruinar una familia”, manifestó.
Ante la
consistencia de esta y otras declaraciones, a lo único que atinaron los
magistrados fue a presionar a los testigos sobre la penalidad que acarrea el
falso testimonio. Se adiciona a semejante barbarie, las palabras del fiscal
Ariel Candia que, reconociendo burdamente las torturas propiciadas, afirmó en
su alegato “darle un cachetazo o ponerle una
bolsa en la cabeza (a un testigo) no implica decirle
lo que debe declarar”.
En síntesis,
esta causa desde sus inicios olió a podrido. Los funcionarios públicos que
intervinieron para averiguar la verdad real de los hechos, se ocuparon más
bien, de perseguir obstinadamente y sin pruebas a los trabajadores. Así fue que
de los mil manifestantes que participaron de la pueblada se seleccionaron
-arbitrariamente- a doce trabajadores a modo de aleccionar a los demás.
La suerte de los trabajadores estuvo echada
desde la misma muerte de Sayago; todo lo demás fue un circo donde los roles ya
estaban predispuestos: el verdugo sólo tenía que afilar la cuchilla y las
víctimas acomodar sus cabezas.
TODO PRESO ES
POLÍTICO
Como dice
la canción: “Si esta cárcel sigue así, todo preso es político”; y no es un dato
menor que en Argentina haya en la actualidad 6.500 procesados por luchar. Ello
significa que existe una política desplegada a nivel nacional para judicializar
a quienes hacen uso de su legítimo derecho a la protesta.
El caso de los
petroleros de las Heras fue más allá de los límites, y no bastando con el
procesamiento de los trabajadores, se dictó una sentencia condenatoria
aberrante, sostenida en testimonios falsos arrancados bajo tortura. Este
bochorno judicial se asemeja a la condena sufrida por los mártires de Chicago,
tal como lo expresara Osvaldo Bayer en su carta abierta.
El derecho a la protesta, como dice Roberto Gargarella, es
el derecho a tener derechos. Constituye una manera válida de peticionar ante
las autoridades la efectiva vigencia de los derechos reconocidos legalmente,
pero omitidos en verdad. Por eso es incomprensible, desde todo punto
de vista, que el Estado trate los reclamos sociales con el código penal en la
mano.
Es conveniente
aclarar que el Estado tiene a su alcance diversos mecanismos para mantener
el status quo (estado de cosas)
inalterable, a modo de garantizar la vigencia del actual sistema de producción
capitalista. En tiempos de baja conflictividad social, el consenso que brinda
la democracia representativa alcanza y sobra para que los ciudadanos se sientan
partícipes en la toma de decisiones colocando una vez cada dos años un voto en
la urna.
Sin embargo, ésta democracia tiene mayúsculas limitaciones; con ella no
se educa, no se come ni se cura (parafraseando a Raúl Alfonsín). Es por eso
que, ante imposibilidad de canalizar mediante el voto las demandas sociales, el
derecho a expresarse en espacios públicos es vital para que los sectores
relegados de la sociedad logren hacer oír su voz.
En este sentido,
cuando el consenso no alcanza para mantener inerte a la masa social,
principalmente a los sectores oprimidos, el Estado requiere la ayuda de su faz
represiva -que siempre está presente, aunque por matar en silencio no lo
parezca-. Es así que cuando las clases subalternas tocan los intereses de
quienes concentran el poder económico -en este caso
las empresas petroleras-, aparecen los palos, las detenciones, las balas de “goma” pero que penetran hostilmente como
el plomo, sino hay que preguntarle a los caídos en las jornadas de lucha del
caluroso 19 y 20 de diciembre de 2001, a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán; o
a Carlos Fuentealba, o a Mariano Ferreyra, y la lista continúa.
En la coyuntura
actual se puede vislumbrar un acrecentamiento de la criminalización de la
protesta social. Pareciera ser que la condena a los reclamos sociales viene
ganado legitimidad en el seno del gobierno, que ya no puede sostener su postura
antirrepresiva frente a lo que marca la realidad. Sino, qué explicación tiene
la condena a los militantes de M.P.R. Quebracho: Esteche y Lescano, qué se
puede argumentar frente a las leyes antiterroristas impuestas por el
imperialismo, cómo refutar el Proyecto X para perseguir a los trabajadores que
luchan.
Hoy día, corren
tiempos en donde la devaluación de la moneda argentina con la consecuente
inflación que genera en diversos productos, entre ellos, los que componen la
canasta básica de alimentos; cala hondo en la pérdida del poder adquisitivo de
los salarios reales de los trabajadores, los cuales históricamente han crecido
por debajo de los niveles de inflación, produciéndose una redistribución
regresiva del ingreso a favor de los que más tienen. ¿Qué implicancia tiene
esto? Que seguramente los niveles de conflictividad social aumenten, debido a
que los salarios de hambre no van a alcanzar para que los trabajadores lleguen
a fin de mes.
Habrá que ver cómo
reacciona el Estado, hasta ahora parece ser que la receta no ha cambiado, y es
la misma que se viene aplicando: aleccionar a la clase trabajadora, mediante el
despliegue de una enorme cantidad de uniformados -sean éstos policías
provinciales, federales, gendarmes o prefectos- ante cada protesta social.
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