Hace ya mucho
tiempo que América Latina viene siendo sometida a las presiones e intereses del
imperio, y no sólo eso, la mayoría de las veces, quienes están al mando de los
distintos países hermanos, modifican y redireccionan sus medidas de gobierno,
influenciados por las políticas imperialistas, optando por abrirle las puertas
al libre comercio y sostener así la llamada “política de pantalones bajos”.
En éste marco, se
ha producido una bifurcación reciente entre los países que intentan sostener la
soberanía nacional y quienes se ocupan de disminuirla a su máxima expresión, de
manera que sean las potencias extranjeras quienes decidan sobre su rumbo. Esta
última situación es la que está atravesando actualmente Colombia.
“Nuestros
países han dejado de ser amigos para convertirse
en verdaderos aliados, el presidente Obama nos ha cumplido y esto nos da acceso
permanente a la economía más grande del mundo con más de 300 millones de
consumidores y 250 mil puestos nuevos de trabajo”. Fueron algunas de las
palabras con las que el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, caracterizó
la relación entre su país y los Estados Unidos.
Todo éste tipo de
negociaciones, hechas tanto por Colombia como por otros países latinoamericanos
con los Estados Unidos de Norteamérica, trajeron de nuevo a la agenda regional
la discusión acerca de los estilos de integración. Y cabe preguntarse: ¿En qué
medida un país emergente se beneficia comerciando con una potencia como Estados
Unidos? ¿Acaso el presidente Santos, al vociferar los beneficios que traería
dicho tratado para Colombia, pensó en el pueblo? Sin duda que no, y es por eso
que hoy miles de hermanas y hermanos colombianos están dando batalla en el
campo, en las calles y plazas defendiendo sus vidas, la de sus hijos y la de su
soberanía nacional.
¡Paro
Nacional Agrario y Popular!
La suscripción al
Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos y Colombia, fue un proceso largo e ingrato.
Fueron años de negociación, primero entre Bush y Uribe, y concretado finalmente
entre “el Bush negro” y Santos. Un acuerdo que termina la obra emprendida por
gobiernos anteriores, de profundizar al máximo el sistema neoliberal y de
privatizaciones impulsado por Washington, el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional. Pero a pesar de todas las protestas, reclamos y demandas de
numerosos sectores sociales, Colombia ratificó el tratado en el 2007 y el TLC
entró en plena vigencia el 15 de Mayo de 2012.
Hoy, transcurrido
poco más de un año de su puesta en vigor, Colombia se encuentra sumida en un
escenario que oscila entre el paro masivo, nacional, agrario y popular y la
mesa de negociaciones que propone el gobierno. Las manifestaciones de mayor
concurrencia están directamente relacionadas con el grado de abandono y el
hambre a las que las malas políticas han llevado a la población de ese país.
Prácticamente no ha quedado lugar en toda la geografía del territorio, que no
haya sentido los efectos devastadores producidos por el TLC.
Su puesta en vigencia aceleró la fuga de
capitales y la destrucción ambiental; aumentó la privatización de servicios
esenciales como educación, agua, electricidad y salud; incrementó la desigualdad
y el trabajo precario; redujo la producción alimentaria debido al ingreso de
mercancías subsidiadas procedentes de Estados Unidos; y sobre todo, se perdió
la soberanía económica y política de la nación.
Distintas organizaciones campesinas y
populares ya hace varios años que vienen denunciando los efectos que los TLC
tendrían sobre las mayorías empobrecidas del país, sobre todo para los sectores
rurales. En este sentido, una cuestión muy debatida y polémica fue dada a raíz
de un documental producido por Victoria Solano, llamado “9.70” , que es justamente el
número de la resolución que regula el uso de la semilla en Colombia.
Este audiovisual
se centra entonces, en la historia de un grupo de campesinos a los cuales el
gobierno colombiano le incautó y destruyó 70 toneladas de arroz en defensa de
los intereses de empresas transnacionales,
obligando a los campesinos a comprar únicamente semillas certificadas.
Esta resolución, implica que los campesinos se vean en la obligación de dejar
de recolectar las semillas de sus cultivos, cosa que venían haciendo
tradicionalmente generación tras generación, para comprarlas a multinacionales
americanas como es el caso de Monsanto.
El
objetivo que tienen estas negociaciones es de garantizar privativamente al gran
capital de Estados Unidos, su libre acceso a las materias primas, a los
recursos naturales, a la mano de obra barata y a los mercados del continente
como vía para enfrentar la competencia internacional de los crecientes polos
imperialistas de Europa y Asia.
Desde un plano más
regional, fue acertada la decisión de varios gobiernos latinoamericanos de
oponerse, durante la III
Cumbre de las Américas efectuada en Argentina en el 2005, a la llamada Área de
Libre Comercio (ALCA) que propugnaba Estados Unidos. Sin embargo, nefasta ha
sido la aprobación de Tratados de Libre Comercio (TLCs) por parte de Chile,
Colombia, Perú y otros países.
Todo esto lo había
vaticinado Chávez al desligar a Venezuela de
La Comunidad Andina (CAN) argumentando su salida justamente por los
TLCs suscriptos por Perú y Colombia con los Estados Unidos, considerando a la
misma Comunidad como una “entidad
muerta” y calificando a los TLCs
como un mismísimo “veneno”. Sin ir más lejos, operan con la misma lógica que
proponía el ALCA, siempre facilitando la depredación del águila del norte.
La
estrategia del Gobierno
Ante
el levantamiento del pueblo colombiano frente a una situación en la que su
trabajo, sus recursos y sus vidas, están siendo exprimidos a fondo, sin
escrúpulos ni compasión, las respuestas gubernamentales han sido la represión,
la militarización de las principales vías del país, dándole además un
tratamiento de guerra a la protesta social. Ya desde antes de comenzar las
jornadas de movilización agraria, el Gobierno intentó atemorizar a la población
anunciando un “operativo contundente” a cargo del Ejército y la policía.
Pero frente a la feroz represión y las estrategias de bloqueo, frente al señalamiento y demonización de los hombres y mujeres organizados, el paro se está llevando a cabo y son cada vez más los adeptos. Tal es así, que el presidente Santos ha cambiado su perspectiva sobre el asunto. De decir “que no existía tal paro” pasó a formular o promover un Pacto Agrario como mecanismo de concertación, para construir “una verdadera política agropecuaria, moderna y equitativa hacia el futuro” sin embargo, sectores populares colombianos aseguran que “el Pacto Nacional que impulsa Santos, no es otra cosa que la composición de intereses de los gremios y elites terratenientes”.
Para finalizar, es
alentador ver como en Colombia está naciendo un nuevo poder. Tal vez la
población esté despertando. En América Latina, no se puede continuar
permitiendo que las agendas políticas sigan siendo impuestas por los poderes
económicos, con la complicidad de los gobiernos locales. Es una decisión que
sólo los campesinos, los jóvenes, los trabajadores, el pueblo en su conjunto
tienen que tomar; desde acá apoyando, y desde allá con más fuerza que nunca
luchando por lo que intentan arrebatarles, no sólo a los colombianos, sino a
todos los hermanos latinoamericanos.
Una de las cosas que me emberraca de todo eso es que al día de hoy el gobierno no ha cumplido con nada de lo prometido, todo lo que habían pactado posterior a la terminación del paro quedó en papel, pero esta vez a diferencia de tantas promesas quedadas en sólo esto el pueblo al fin es consciente del poder que tiene, después de 30 años los campesinos se dieron cuenta que unidos, sin necesidad de terceros, pueden doblegar al Gobierno para lograr que se siente a dialogar.
ResponderEliminarEn una realidad tan compleja como la Colombiana es justo que ya de una vez por todas el pueblo despierte, una voz de aliento y esperanza nos deja toda esta situación esperando que esto de pie para que sucedan aún más cosas que proyecten un verdadero cambio desde el mismo pueblo.